28.5.07

Más mala que una araña – II

Sí, porque soy más mala que una araña
no me da vergüenza gritar que:
MAURICIO MACRI TIENE LOS DIENTES AMARILLOS.

25.5.07

El coleccionista

El coleccionista es un hombre especial. Sensible, observador, minucioso. Una persona para la cual el mundo es un kiosco en el cual se compran las figuritas para llenar el album.
Entusiasta e incansable, el coleccionista va por la vida juntando cosas. A veces, sus colecciones son orgánicas y sistemáticas, y perduran en el tiempo; otras, simples rejuntes de algún impulso que se extinguió en el camino; o bien herencias de antepasados también coleccionistas que toman como un mandato y continúan aun a costa de grandes sacrificios.
Estampillas, monedas, billetes y cajitas de fósforos son algunas de las preferencias más comunes de quien sería un coleccionista obvio. Sin embargo, cualquier obvio esconde otras obsesiones más personales que dependen casi de manera exclusiva de su nivel económico.
Están los que tienen cientos –y hasta miles– de latas de Coca Cola y/o cerveza diferentes. Si viajan, vuelven con las valijas repletas de aluminio estampado; si no salen a menudo a recorrer el mundo, se transforman en incordiosos pedigüeños de algo que es difícil de negar porque "total no cuesta nada, sólo tenés que guardar la latita después de tomarte lo de adentro", y esperan el regreso del turista con la ansiedad con que un chico espera a Papá Noel.
Están los que, hijos de un coleccionista, han recibido la pesada carga de mantener al día la edición completa de la revista Mecánica Popular que su padre inició para ellos el mes de su nacimiento como una manera de introducirlos en esa costumbre para iniciados que es la de juntar porquerías inservibles. De más está decir que las publicaciones no están en sus manos para ser leídas, releídas o consultadas sino pura y simplemente como muestra de lo indestructible que es la tradición. A estos hombres, por lo general, también se les ha inculcado con rigor la conservación de todas las pertenencias paternas y, por eso, van por la vida con muebles, libros y objetos varios que en algún momento fueron posesiones de su progenitor.
Luego están los que recolectan insignificantes boludeces significativas, un nombre complicado para llamar a la basura pero que a las mujeres suele conmovernos. Ellos, terribles románticos, guardan como un tesoro la servilleta del bar donde tuvo lugar su primera salida con nosotras, el pajarito hecho con papel de cigarrillos o una entrada de cine de cuando nos invitaron a ver Titanic. Cada objeto tiene una trascendencia histórica y algunos lotes son guardados bajo siete llaves o sometidos a la hoguera cuando la historia cambia de nombre.
Algunos coleccionan corbatas o perfumes. Esos son, tal vez, los más comprensibles de todos porque sus objetos amados circulan, forman parte de su atuendo diario y pueden ser exhibidos sin intimidar a los presentes (a nadie se le ocurriría ponerse veinte corbatas al mismo tiempo ni sumar fragancia sobre fragancia hasta parecer una habitación de albergue transitorio).
Los más snob –y, por lo tanto, con plata– coleccionan automóviles antiguos. Andan siempre en busca de "el" auto. El más viejo, el más raro, el menos restaurado, el que ha sufrido menos cambios. Sus veleidades llegan tan lejos como sus bolsillos lo permitan: garage y mecánico propios, pedidos de piezas y especificaciones técnicas a las fábricas de origen, carreras nacionales e internacionales con vestimentas de época. Los adinerados, en realidad, pueden coleccionar casi cualquier cosa: antigüedades, objetos de arte, pinturas y hasta mujeres, a condición de que sean caras.
Lo cierto es que detrás de cada coleccionista hay un esclavo. Alguien para quien los objetos adquieren valor gracias a la repetición quasi idéntica de sus características. Alguien que a menudo ocupa todo el espacio de la baulera para poner cajas con cosas que ya olvidó. Alguien que, cada vez que se muda, enfrenta una tragedia porque no puede deshacerse de nada y tampoco tiene ganas o lugar para guardar todo. Alguien que pretenderá de la mujer que esté a su lado una irrefutable prueba de amor: la adoración incondicional de sus series de objetos, así se trate de los varios cientos de latas vacías que, expuestas en estantes de cocina especialmente diseñados para tal fin, ella tiene que limpiar de grasa y polvo cuidando que no se le abollen.


24.5.07

Grandes decepciones de la vida IV

Cuando descubrí, no hace mucho, que a veces el corazón se me ablanda y no puedo ser tan mala como quisiera.

22.5.07

Moviendo las cabezas

Más allá de lo que digan los horrendos testimoniales del señor de la gimnasia capilar, el cabello es fuente de instatisfacción para la mayoría de las mujeres. No sé por qué extraña razón le otorgamos a la cabellera un poder en ocasiones tan omnímodo como el que los hombres depositan en sus automóviles, y el estilista –manera rebuscada de llamar al peluquero– se transforma en una especie de gurú del que pasa a depender nuestra felicidad y nuestra casi siempre devaluada autoestima. Y el tipo siempre se las arregla para errar el vizcachazo.
Lacio, ondulado o rizado; rubio, pelirrojo, castaño o negro; con volumen o llovido, el pelo que nos ha tocado en suerte o en herencia nunca es el esperado, el adecuado ni el que nos hubiera gustado. Ni siquiera los vaivenes de la moda nos permiten hacer las paces con nuestra pelambre. Como una maldición divina, nuestro fetiche deseado siempre aparece adornando otra cabeza.
Hay quienes van a la peluquería esperando soluciones mágicas: que el lacio se vea armoniosamente ondulado, que el ondulado se vea liso. Que reflejos, chispas, mechas, rayas o iluminación nos den finalmente el aspecto soñado. Que la oscura y pesada cabellera de Morticia se transforme en una versión local de los etéreos rizos de Nicole Kidman en "Eyes wide shut". Que las ondas siempre cuidadosamente despeinadas de Julia Roberts muten en los cortes cuadrados y lacios de Sandra Bullock. Que las publicidades de shampoo nos posean otorgándonos la bendición de esos mantos que se mueven en cámara lenta como brillantes cortinados, o de esos rulos que se adivinan sedosos e incólumes más allá de las almohadas, los cuellos de los abrigos y los peines. Y que todo eso sea de una vez y para siempre.
Para empeorar las cosas, además de lo que la naturaleza nos ha endosado, también lidiamos con nuestras propias contradicciones. Una vez que hemos dejado crecer el pelo hasta tener un corte "entero", una mínima desestabilización de nuestro estado de ánimo nos impulsa al drástico rebajado que pagaremos con dos años de sistemáticos esfuerzos para volver a emparejarlo. Una vez que conseguimos decolorarlo hasta obtener "ese" rubio que queríamos, viramos intempestivamente al caoba. Una vez que los reflejos encontraron el punto en el cual no parecemos una trilliza de oro que metió medio cráneo en un balde con lavandina, decidimos bañar nuestra testa con un rojizo intenso sólo porque el aburrimiento o el cambio de estación o un desengaño amoroso nos compelen a dejar atrás la tortura de la gorra y la aguja que tanto recuerda a los clavos, tornillos y tarugos de la cabeza de Geniol pero sin analgésico.
Finalmente, no conforme con lo que nos entregó sin nuestro consentimiento, la naturaleza también dispone que nos llenemos de hilos plateados que hay que cubrir con prolijidad, esmero y dedicación. Entonces, la que miraba de reojo con envidia el fecundo crecimiento de nuestro pelo tiene su momento de gloria: hemos pasado a ser esclavas de la tintura cada quince o veinte días con la consecuente sequedad –resequedad es una palabra que me resisto a utilizar–, mientras ella, por primera vez en su vida, sonríe socarrona porque le crece poquito.
Sin embargo, aunque parezca mentira, dentro de tanta frustración, hay un punto en el cual todas estamos de acuerdo y formamos un bloque cerrado y unánime: ¡muera el frizz!

21.5.07

Más mala que una araña – I

Sí, soy más mala que una araña.
Por eso me atrevo a gritar que:

¡PABLO ECHARRI SIEMPRE PARECE SUCIO!

18.5.07

Empastíllate, amor

Antes –y cuando digo antes no estoy diciendo en el siglo XIX sino hace un par de décadas– en una reunión uno conversaba sobre sus preferencias respecto de cine, televisión, libros, comidas o viajes. Es decir, temas –hoy creo que está mejor decir tópicos– que sirviesen para establecer afinidades o diferencias con el resto de los presentes. Las reglas de urbanidad excluían de manera tajante aquellas áreas que, en vez de marcar las preferencias o rechazos, condujeran a francos enfrentamientos que pudiesen arruinar el amable encuentro, las consideradas de mal gusto o aquellas que fuesen catalogadas como de "la vida privada". Por lo tanto, la charla jamás podía versar sobre política, fútbol, dinero, escatología ni elecciones o costumbres sexuales.
Por supuesto, un tema que estaba completamente elidido de cualquier conversación civilizada era el de las patologías psiquiátricas. Un manto de piedad e inmotivada vergüenza cubría las verdades acerca de tratamientos y prescripción de fármacos.
¡Qué lejos parecen haber quedado aquellos tiempos! Hoy se charla y se intercambia información acerca de psicofármacos como si se tratara de marcas de ropa, recetas de cocina o partes meteorológicos. Simples usuarios se transforman en expertos cuando destacan las diferencias entre alprazolam y citalopram. Las ventajas de la paroxetina sobre la fluoxetina o la sertralina. Los efectos de estos preparados sobre los neurotransmisores. La acción de antidepresivos, sedantes, anticonvulsivantes, antipsicóticos e hipnóticos ya no reviste secretos y da lugar a frases de lo más extrañas del tipo: "Tomo tal cosa para el pánico", "Yo no me duermo sin mi cuartito de tal otra", "¿Probaste con tal, que además de sacarte la ansiedad, te saca el apetito?" o "No, yo la tuve que dejar porque me engordaba".
En otros tiempos hablar de la dependencia de fórmulas farmacológicas ocasionaba una sensación de incomodidad en quien las consumía. Un cierto pudor nos llevaba a la omisión de detalles acerca de nuestras flaquezas psiquiátricas. En la actualidad no sólo se comentan sino que se han transformado en un parámetro de pertenencia a esta sociedad alterada, vertiginosa y terriblemente necesitada de soluciones y paliativos para mitigar la angustia que nos provoca vivir.

15.5.07

El femenino

El femenino es, mal que nos pese, un producto típicamente nuestro. Este hombre delicado y dulce nació como parte de los cambios experimentados por el bello sexo en las últimas décadas. Luego de la revolución feminista y a raíz de la fuerte movilidad de los roles se configuró este ejemplar que hizo de la vulnerabilidad una herramienta de seducción.
El femenino cuida su apariencia con absoluta sistematicidad y aplicación. Usa cremas humectantes después del baño, luce impecablemente afeitado (el look de "barba de tres días" implica exactos tres días, ni dos ni cuatro), elige su vestimenta con dedicación y buen gusto en lo que hace a estilo, firma y calidad, y no deja de estar al tanto de las últimas innovaciones en moda femenina. No hay en él ni el más mínimo rastro de olores desagradables. No eructa. No usa escarbadientes. Y, ¡oh sutileza!, siempre lleva ropa interior a juego con la de calle.
En lo que hace al desempeño doméstico, este especimen es un perfecto amo de casa que no se arredra frente a los platos sucios. Si es padre, muestra frente a sus vástagos gran sensibilidad; puede tanto cambiar pañales como dar mamaderas; es calmo a la hora de los juegos y tan pulcro con los infantes como consigo mismo.
Si analizamos los gustos personales del femenino advertiremos que, en su gran mayoría, detestan el fútbol y no tienen la más mínima información sobre el campeonato local –que les parece un compendio de barbarie– ni el desempeño de los jugadores argentinos en el exterior. Ocasionalmente se acerca al deporte nacional: una vez cada cuatro años, al llevarse a cabo un mundial de la categoría, sigue con notable ignorancia las alternativas de la actuación del conjunto argentino reconociendo sin sonrojarse que no ha tenido la misma actitud con las eliminatorias para llegar al campeonato ni con las peleas populares que claman –siempre– por un cambio en la conducción técnica.
Sus preferencias musicales pasan por lo más romanticón del pop latino: Ricardo Arjona (que la juega de femenino en muchas de sus canciones), Diego Torres (el tufillo hippie de sus canciones lo llena de alegría), algunos temas de Juanes (excluyendo aquellos en que muestra su preocupación por la realidad colombiana). Por lo general, le encantan las voces femeninas tanto en español como en inglés.
Frente al televisor, se destaca por sus elecciones: series y películas durante las cuales, como quien no quiere la cosa, deja escapar alguna lágrima de emoción y, aunque sus canales favoritos son Sony y WBTV, evita ER Emergencias, Nip/Tuck, Grey's Anatomy y cualquier otro show donde "haya demasiada sangre". Entre sus películas imperdibles se encuentra la sensiblera Meet Joe Black, protagonizada por Brad Pitt.
El femenino no tiene mácula excepto porque es bastante torpe con las herramientas. Destornilladores, martillos y pinzas no se han hecho para su sensibilidad. Sin embargo, siempre tiene a mano los datos de algún especialista en reparaciones que pueda suplir esta carencia.
Extrañamente, este ejemplar derrite a las mujeres. Frente a él, ellas se animan a expresar sin tapujos las incomodidades del SPM. Es un hombro seguro sobre el cual llorar por algún impertinente kilito de más o un nuevo corte de pelo que no las hace sentir las diosas que imaginaron ser cuando se pusieron en manos del estilista. La mayor parte del género femenino encuentra en estos hombres las inapreciables cualidades de un amigo gay –del cual se diferencia porque jamás se le ocurriría hacer una lámpara de mesa con una botella ni un almohadón con corbatas viejas–, pero que cuenta con la ventaja adicional de ser buen amante.
Su decadencia en el fixture y la consecuente eliminación de la agenda sobrevienen cuando ellas perciben que ha pasado de ser un amigo-casi-gay-con-derecho-a-roce a ser una buena amiga con la que pueden hablar de toallas femeninas.

13.5.07

De fiesta

Una fiesta monumental. Por esas cosas del destino y de los party planners, para quienes el destino es una hojita con nombre, apellido y número de mesa, dos desconocidas terminan codo a codo. Entre ríos de champagne y toneladas de comida, con intervalos de furiosa danza, se hablan:
–¿De dónde conocés a los anfitriones?
–Nuestros hijos eran compañeros de la escuela primaria.
–Ah... yo los conozco desde antes de que se casaran.
–Mirá vos...
El diálogo podría haber quedado ahí, tapado por la música. Pero la penumbra salpicada por los destellos de las bolas de espejos daba para la confesión:
–Me estoy separando y esta es la primera vez que salgo sin mi marido.
Sin dudar, la otra replica.
–Estoy divorciada y esta es la primera vez que salgo con mi ex marido.
Por suerte llegó la batucada con cotillón luminoso.

10.5.07

Fresquita, fresquita... Otra de Su

Esta mujer es una IFF (Inagotable Fuente de Furcios).
Hace minutos, mientras charlaba en su coqueto living con las diosas de la bailanta, Lía Crucet y Gladys, la bomba tucumana, tuvo lugar el siguiente diálogo:
–Sos abuela... ¿Qué edad tiene tu nieta?, –preguntó Su a Lía.
–Bueno, es una historia muy larga (que yo no pienso contar pero que incluye la salvedad, para descargar años, de que tanto Lía como su hija fueron madres muy jóvenes). –Mi nieta mayor ya tiene 18...
–Ahhh, –interrumpió Susana. –¡Claro! (y cada vez que dice "claro", el estudio tiembla) Por eso cantás esa canción de la abuela...
A esta altura de la charla, Lía y Gladys se miraron sorprendidas...
–¿La canción de la abuela? Lía no canta ninguna canción de la abuela... –susurró Gladys.
–¡Pero sí! Esa que todo el tiempo dice "la abuela, la abuela". ¡Dale, cantá un poquito! –insistió Susana, cabeza dura.
Las dos bailanteras volvieron a mirarse. Lía sonreía como de compromiso. Gladys ya no sabía cómo meter un bocadillo acerca de su propia actividad. Ambas estaban completamente confundidas.
–¡Lía, sííííí! La que yo digo es la que repite "la abuela, la abuela".
Víctima de una profunda decepción, la enorme –literalmente– Lía Crucet lanzó:
–Susana, me parece que vos estás hablando de "La güera Salomé". Güera quiere decir rubia.
–¡Ay! Yo creí que era "la abuela Salomé" y me preguntaba: ¿cómo es que esta mujer se la pasa repitiendo que es abuela?
Las carcajadas sacudieron el estudio. Mucho más porque la Crucet había cantado esa canción justo antes de pasar al living.

Evidentemente, la estrella rubia (güera), no hace más que superarse a sí misma. Ya batió el record que había establecido hace apenas unas semanas cuando le dijo a los hermanos de María Marta García Belsunce: "la gente está fascinada con el juicio".

Una de Su

Esta semana, creo que justamente ayer, Susana Giménez entrevistó en su programa a la ganadora de Gran Hermano 2007. Con la frescura que la caracteriza, la diva leyó en su anotador cada una de las preguntas que debía hacerle a la jovencita que acababa de recuperar su libertad y, con ella, la posibilidad de ir al baño sin que la vieran los 28 camarógrafos y 35 asistentes que, además, habían llamado a 47 curiosos que andaban por ahí. Una de esas preguntas, absolutamente irrelevante por otra parte, fue:
–¿Y qué es lo que más te gustó?
La chica, con sus 18 kilos honradamente ganados en los tres meses de permanencia en el programa, respondió:
–Y... todo fue lindo, hasta los momentos en los que la pasé mal fueron importantes para mí...
En un ataque de cholulismo, Susana insistió:
–¡Conociste a tanta gente! Chayanne, Montaner...
–Coti... –interrumpió la flamante ganadora.
–¿Coti? –se extrañó Susana.
–Sí, Coti... el cantante. –aclaró la chica tucumana mientras en su cabecita había un enorme revuelo buscando el apellido Sorokin que nunca terminó de llegarle a la lengua (aunque no puedo confirmar que estuviese en su cabeza).
Mientras tanto, mirando hacia sus asistentes, Susana debe haber obtenido la respuesta adecuada porque, tras una exclamación de alivio, dijo:
–¡Ahhh, creí que el que había ido a visitarlos era el Coti Nosiglia!

El bipolar – Un hombre en la montaña rusa

Cuando lo conociste pensaste que habías encontrado al hombre perfecto. Caballero y trabajador como pocos. Uno de esos que sabe cómo gastar la plata y hacer sentir bien a una mujer. Llega con flores, te hace regalos. Es tan divertido outdoors como indoors. Hace deporte y también le encanta la noche y la buena comida. Siempre está impecablemente vestido, calzado, afeitado y perfumado. No importa si tuvo un día agotador, está dispuesto a salir y pasarla bien. Cuando conociste su casa te diste cuenta de inmediato que era un bon vivant: tele, DVD, audio de primeras marcas. Buenas bebidas. Buena cama. Y hasta te despertaba con el desayuno. Te pellizcaste una que otra vez para comprobar que no estabas soñando.
Y te enganchaste nomás. Bien enganchada.
Hasta que un día, poco tiempo después, empezaste a notarlo con cara de mal dormido. Por supuesto, lo primero que te hiciste fue una película: alguna perra de esas que nunca faltan te lo estaba queriendo soplar (en el buen sentido y en el otro también). Lo viste triste y apesadumbrado sin razón aparente. Empezó a engordar, nada serio por ahora pero señal de alarma, una más. Aparecía siempre notoriamente cansado. Se le fueron las ganas de todo, sí, y cuando digo todo quiero decir todo. Canceló citas. Se dejó la barba que a vos tanto te irrita la piel y fue más por abandono que por cambiar de look. Algunos días te llamó desde la casa porque "no había tenido fuerzas" para ir a trabajar. Las pocas veces que salieron se durmió en el cine. La noche que pasaste en su casa se durmió antes de que vos salieras del baño y vos, recién cuando pudiste dejar de escuchar los ronquidos. A la mañana, te despertaste pero él siguió de largo. Y, al ir a la cocina a prepararte un café, te diste cuenta de que se había levantado durante la madrugada para comer.
Angustiada, te preguntabas dónde se te había perdido ese hombre maravilloso. Te echaste la culpa (¿qué hice?), le echaste la culpa a él (es uno de los que se ponen fóbicos frente al compromiso), a la ex (esa bruja), a los hijos (esos maleducados), a tu ex (ese envidioso), a tus hijos (¿serán muy demandantes mis pichones?), al cambio climático (esto tiene que ver con el calentamiento global), a la guerra en Irak (Bush, Aznar y Blair compadres), a la matanza de focas (esos bichitos tan lindos, pobrecitos) y a la extinción de las ballenas (estos chinos no nos van a dejar en paz). Lo que nunca se te ocurrió pensar fue que el tipo, como tantos otros, padecía lo que hoy se llama trastorno bipolar, que antes se llamó trastorno obsesivo compulsivo (TOC) y, antes aún, síndrome maníaco depresivo.
Y, claro, lo conociste cuando estaba full-manía.
Si a esta altura ya lo querés mucho, buscá una excusa para quedarte. Pero acostumbrate a la montaña rusa y cuando estés allá arriba, disfrutalo a fondo porque, en cualquier momento, te van a dar ganas de vomitar.

¡Paren de agradecer!

La televisión argentina ha trascendido la época en que los canales peleaban para que sus "estrellas exclusivas" no aparecieran en las pantallas de la competencia y que si estaban "acá" no podían ni siquiera contestarle a un notero de "allá". La globalización, finalmente, alcanzó a nuestros canales de aire y, así, hoy vemos que en casi todos los programas, estrellas, estrellitas y estrellados se desviven en empalagosos agradecimientos a la empresa que los dejó en libertad condicional y a la que los contrató para algún programa o ciclo que, a su vez, alimentará al patrón benevolente.
¿Eso de escuchar todo el día que la tele habla de sí misma es narcisismo mediático o falta de creatividad?

El riesgo de la ambigüedad

He aquí cinco frases peligrosas. Aunque, según las circunstancias, es bueno arriesgarse a pronunciarlas:

Soy una persona mañanera.
¿Me hacés la boleta?
Me clavó.
Me la tuve que comer.
Pelala y metela en remojo así no se pone negra.

8.5.07

Cinco de cal, cinco de arena

La vida es un valle de lágrimas:
1. Martes después de un fin de semana largo, 8.30 de la mañana y la empleada doméstica no llegó.
2. La perra en celo se te escapó y tuvo un rato de jolgorio que, encima, vos no tenés hace tiempo.
3. Te fuiste a depilar para ese encuentro que tanto habías esperado y descubrís que la piel te quedó como la de un pollo a medio cocinar.
4. Le echaste el ojo a un bombonazo que había en una reunión de amigos y cuando finalmente lográs hablar con él te cuenta que la esposa está en un congreso médico porque es una sexóloga mundialmente reconocida.
5. Viene tu suegra a cenar y, tragedia de las tragedias, se te quema la comida sólo para que ella te recuerde cuáles y cuántas son sus habilidades culinarias.

A veces, en el valle sale el sol:
1. Te encontrás por casualidad con un amigo de la adolescencia que estaba re bueno y descubrís que el tipo siempre pensó que eras un minón.
2. Una de esas amigas del alma te llama por teléfono, se da cuenta de que estás en medio de un bajón y al rato aparece con una docena de sandwiches de miga para ver televisión en la cama mientras le contás tus tragedias.
3. El día que tu suegra vino a cenar y se te quemó la comida, mientras ella te recordaba cuáles y cuántas son sus habilidades culinarias, no pudiste evitar el placer de ver la media sonrisa con sorna y el guiño que te hizo tu suegro que se viene tragando la comida quemada desde el big bang.
4. Suena el teléfono y es la mamá de tu ex que, viendo el ejemplar de sanguijuela que el "nene" acaba de presentarle, te llama para decirte: volvé, te perdonamos.
5. Suena el teléfono y es tu ex que, viendo lo que le cuesta mantener a la sanguijuela que ya le presentó a toda la familia, te llama para decirte: por favor, volvé, ya te perdoné.

4.5.07

El Neanderthal de nuestros días

El principal rasgo de esta especie es el carácter taxativo de su personalidad. Lo blanco es blanco y lo negro es negro. Las cosas se reducen a la raya en el piso de los westerns: estás de un lado o estás del otro. Amigo o enemigo. Macho o hembra. Da o recibe (y el que da no recibe y el que recibe no da). Presentan un bajísimo nivel de tolerancia a las categorías intermedias y un altísimo nivel de adaptación geográfica aunque alcanzan su mayor desarrollo en Latinoamérica y el Mediterráneo europeo.
Algunos científicos sostienen que los primitivos neanderthales tenían un sistema de comunicación "Hmmmm" (holístico, manipulador, multimodal, musical y mimético). Los neanderthales de nuestros días, aun habiendo evolucionado notoriamente, mantienen ese modelo de comunicación que utilizan sobre todo en las siguientes ocasiones, siempre expresándose con el vocablo "Hmmmm":
  • Holístico (cuando el todo es mayor que la suma de las partes): Ante la vista –anterior o posterior– de los volúmenes físicos que hay alrededor de cualquier tanga (en estos casos el Hmmmm suele ser acompañado por la secreción exagerada de saliva que termina colándoseles por la comisura de los labios).
  • Manipulador (dícese del que trabaja algo en demasía, sobándolo y manoseándolo) En incidentes de onanismo.
  • Multimodal (dando a conocer su buena o, como en este caso, mala educación): En cada oportunidad en que son informados de la visita de la suegra.
  • Musical (relativo a la música que suena en sus oídos): Los domingos durante el desarrollo de los partidos del campeonato de fútbol local.
  • Mimético (que los hace adoptar como propias las opiniones ajenas): Cuando leen el diario.
Suelen ser medianamente hábiles con las herramientas simples y básicos en cuanto a la aceptación de las innovaciones tecnológicas. Asimismo, sufren frecuentes episodios de marcada involución frente a situaciones de extrema tensión como conducir el automóvil en horas pico, o de extremo placer como estar frente a un plato de comida preparado por su progenitora.

Fuentes: Wikipedia/R.A.E.

3.5.07

Mujeres que cocinan

La cocina es, para mí, la única actividad doméstica que reviste interés. Me gusta cocinar. Ver las caras de placer de los comensales. Recibir los elogios. Pensar, planificar, sorprender. No es que me pase el día cocinando ni mucho menos. Es más, sólo me gusta cocinar cuando realmente quiero agasajar a mis seres queridos. Y, aun así, me rijo por unas pocas reglas inquebrantables. La primera es "cucina ma non troppo", lo que equivale a decir que no es cuestión de hacerse viejo en la cocina porque, total, el tiempo que los manjares tardarán en ser devorados siempre es mucho menor que el que llevó prepararlos. La segunda podría enunciarse como "¿La receta? ¿Qué receta?" o el "ojímetro", razón por la cual, difícilmente llegue a ser buena con la repostería que es, según los especialistas, una ciencia exacta. La tercera y última es "El principio de economía" y no me refiero con esto a la economía en los ingredientes sino en la cantidad de cacharros que se usan en la preparación. Esta descripción me sitúa en el subconjunto de las cocineras creativas.
Otro grupo es el de las resignadas. Son las que, sí o sí, tienen que cocinar todos los días dos veces por día. Y como generalmente no cocinan sólo para ellas sino para una familia numerosa eliminan todo conato de queja teniendo un menú restringido, evitando la innovación y repitiendo incansablemente los mísmos cinco platos que todos, sin emoción alguna, aceptan. Son las reinas de la milanesa con puré, el fideo con tuco, el matambre y el pollo al horno. Huyen de las papas fritas como del diablo porque, con tantas manos picoteando, jamás logran juntar una fuente para llevar a la mesa. Han hecho del "todo en una olla" o "todo en una asadera" su mayor especialidad y la idea de salir a comer a un restaurant les suena más atractiva que la de pasar una semana en la Polinesia.

Mucho más felices son las renegadas. Cocinar es una condena que ellas no van a cumplir. Demasiado ocupadas como para perder su valioso tiempo en la cocina, innovan agregando imancitos de delivery en la puerta de la heladera. Son las que primero descubren ese nuevo lugar de comida árabe que te trae hasta el pan y, si te descuidás, la odalisca que mientras baila junta los envases vacíos y los deposita en el recipiente de los residuos. Las renegadas odian cocinar y no se avergüenzan de gritarlo a los cuatro vientos. Sus heladeras son un desierto polar en el que hay, apenas, un frasco de mermelada medio vacío por si les ataca alguna impostergable necesidad de dulce, uno que otro limón y centenares de sachets de mayonesa y ketchup que se acumulan desordenados en cada estante de la puerta.
La siguiente categoría es la de las organizadas. Su creatividad, lejos de ponerse en marcha frente a las hornallas, se dispara en los supermercados. Mientras empujan el changuito, son presas de la imaginación y compran, sin dudar, todo lo que necesitarán en un período promedio de dos semanas. Los pasillos les inspiran los platos que cocinarán si y sólo si tienen cada uno de los ingredientes que necesitan. Son dueñas de una despensa surtida, una heladera ordenada y un freezer más ordenado aún. Jamás compran al azar y el acto mismo de cocinar comienza en las mañanas cuando, sin la más mínima duda, eligen la pieza exacta de carne, pasan revista al canasto de las verduras y comprueban que no escasea ningún condimento. Difícilmente se perdonen una falla en la planificación. La puerta de su heladera, en vez de imanes de casas de comida, tiene un ayuda memoria que las remonta al minuto de inspiración hipermercadista que tuvieron, no vaya a ser que abran el freezer y no recuerden para qué habían comprado esa colita de cuadril.
En el otro extremo se encuentran las gordas mentales. Son cocineras compulsivas. Nacieron para complacer y lo hacen. Saben cuál es el plato preferido de cada comensal y aprovechan cada ocasión para ofrecer banquetes individuales. Sirven siempre a la carta. Los fideos con albóndigas para uno; el pollo al curry para otro; el matambre arollado con ensalada rusa para el tercero. Todo al mismo tiempo. Pasan horas en la cocina y jamás se sientan a la mesa. Hacen entrada, plato y postre. Reciben con un drink, también personalizado. Para el final de la comida, presentan un estado deplorable, más parecido al de un comando que acaba de llevar a cabo una operación de alto riesgo que al de una dulce mamá, esposa o amiga; mientras que la cocina parece un campo de batalla. Sus heladeras suelen ser un caos en el cual es posible encontrar restos de las más diversas preparaciones en cualquier estado. Frecuentemente ni siquiera saben qué es lo que hay dentro del electrodoméstico y sus cajones y alacenas suelen estar llenos de delicias olvidadas. Son, además, adictas a "El gourmet".
A mitad de camino entre las gordas mentales y las renegadas se encuentran las flacas mentales. Les encanta la comida elaborada pero comen como pajaritos. Todo lo comestible en su vida está medido. Calculan el jamón por fetas, la pizza por porciones, las frutas por unidad. Casi nunca tienen sobras porque, encima, calculan redondeando para abajo. Utilizan el delivery para pedir sushi, comida tex mex o platos thai. Son sofisticadas cultoras del plato grande con poquita comida presentada en altura. Primorosas a la hora de decorar, impecables cuando se trata de poner la mesa. Sus heladeras y sus despensas son reservorios de exóticos manjares en dosis homeopáticas.
Por último, están las vida sana. Cocinan sin aceite, sin sal, sin grasa, sin gusto. El yogurt light que se pudre en la heladera de las gordas mentales -que sólo lo compran por culpa– tiene un lugar privilegiado en la vida de las saludables. Consumen aguas saborizadas finamente gasificadas, milanesas de soja, lácteos descremados y arroz integral. Evitan las carnes rojas y el pollo infectado de hormonas. Rechazan cualquier pringoso delivery con la misma pasión religiosa con la que ingieren el milagroso Actimel de cada día. Son asiduas visitantes de las góndolas de verduras que eligen cuidadosamente y luego limpian con inigualable aplicación. Prefieren una fruta antes que una porción de torta. No toman café, mucho menos con crema. Sus heladeras tienen solamente productos con envases de suave color verde. Y si por casualidad les toca comer algo que no han cocinado ellas mimas, realizan a una inspección exhaustiva para luego someterlo a un procedimiento quirúrgico en el cual extraerán hasta la más mínima partícula de grasa.