30.1.08

Al desnudo: Yo quiero ser Wanda Nara

Tres palabras alcanzan para justificar la furtiva celebridad de Wanda Nara:
culo, Maradona, video. Y es innegable que estas tres palabras trazan una parábola que la ha colocado en la cima del imaginario ratonero masculino (que, reconozcamos, está lejos del Himalaya y apenas alcanza la altura de la Sierra de la Ventana).
Wandita comenzó su carrera hacia la fama cuando, aún confesa menor de edad, fue "chica Maradona" ganando de inmediato los diez minutos de celebridad que sólo puede brindar la experiencia de haber visto muy de cerca los calzones del sacrosanto 10. Luego, y sólo luego de haber mostrado su torpeza al hablar frente a cuanto micrófono se le cruzó haciendo gala de un insportable tono nasal y una no menos detestable cortedad de genio, el género masculino posó su mirada en el culo que ya había testeado el decadente astro futbolístico. Sin embargo, aunque ya estábamos advertidos del poderoso trasero de la incipiente estrella, nuestra atención se vio nuevamente capturada por la boca de la rubiecita que esta vez, gracias a la intervención divina, no hablaba sino que hacía otras cosas que seguramente le proporcionaban al involucrado mucho más placer y satisfacción que si decidía recitarle los poemas de Neruda.
No contenta con su cosecha de minutos de cámara, en medio de todo esto, Wanda echó a rodar la increíble historia de su himen intacto, cuya veracidad sólo los hombres, encandilados con el circuito boca-culo-boca-culo, pudieron considerar. También fue impresentable y fugaz participante del popular engendro tinelliano "Patinando por un sueño". Sobre la pista la vimos llorar, estrellar su benemérito trasero contra el hielo, moquear, dar grititos de alegría, provocarle una hernia a su sacrificado compañero que trataba infructuosamente de izarla para una pirueta. Es decir, de todo menos patinar. Porque, convengamos, para esta chiquita patinar era otra cosa.
Acompañando el meteórico ascenso de su popularidad, Wanda tuvo peleas mediáticas con estrellitas de su mismo nivel, disfrutó de un fugaz parentesco –es prima segunda de la cuñada de mí tía– con la también rubia y patinadora Evangelina Anderson, incursionó en el rubro "botineras" –una especie de 59 segmentado–, no pudo seguir ocultando su adicción a los panes y las pastas que se le acumularon como inútiles salvavidas dado que está trabajando en Córdoba, lanzó el rumor de un posible embarazo que justificase su nueva condición de gordita, declaró que no iba a usar conchero porque quería darle un giro a su carrera y a su imagen, y confirmó su casamiento, en el mes de junio, con el futbolista Maxi López a quien acompañará en su carrera por las tierras de Putin.
Hoy Wanda maneja una cuatro por cuatro, vive en una de las casas más lujosas de Villa Carlos Paz, calza zapatos de miles de dólares, usa bolsos y carteras de Louis Vuitton, viaja a Moscú en primera clase por el fin de semana, se da el gusto de emitir cualquier idiotez que ande revoloteando por su cabeza y es la protagonista de uno de los videos más vistos de la red, lo que puso su nombre al tope de los buscadores.
Pero yo no quiero ser Wanda Nara por ninguna de estas cosas. No. No me importan los viajes en primera ni los zapatos de Ferragamo, Escada o Gucci. No muero por las carteras de Louis Vuitton ni por las cuatro por cuatro ni sueño ser la mujer de un futbolista de fama internacional. No. Yo quiero ser Wanda Nara sólo por un motivo: ella tiene el nombre más genial que puede existir para jugar a "La Batata Macabra".

26.1.08

No es tan fácil

Anduve por ahí. Cambiando. Mutando. Vagando.
Adentro y afuera. Disfrutando de no estar. Soñando con volver.
Extrañando este espacio. Gozando de la desconexión.
Escuchando algún reclamo.
Pero estoy aquí.
No es tan fácil irse. No es menos difícil regresar.
No es tan fácil desengancharse. No es menos difícil retomar.
No es tan fácil prescindir de las palabras. No es menos difícil escribir otra vez.
No es tan fácil soportarme. No es menos difícil librarse de mí.

2.1.08

Ataque de pánico

Mi vida es una sucesión de entrecruzamientos y contradicciones de alto riesgo (para mí, por supuesto).
Para empezar, siempre caigo tarde.
Es como un karma que no puedo evitar. Me doy cuenta de las cosas cuando ya sucedieron y, claro, cuando me doy cuenta, me asusto.
En segundo lugar, suelo imaginar que sigo escribiendo en papelitos, guardando hojitas garabateadas y llenando cuadernos escolares con intrascendencias de grueso calibre.
Esto implica, entre otras cosas, que en mi mente peregrina los blogs siguen siendo papelitos, hojitas garabateadas y cuadernos escolares.
No es que no piense en los lectores (como "constructo teórico" decíamos en la facultad) cuando escribo mis posts. Para ser sincera, pienso más en los lectores cuando escribo acá que cuando escribo allá. Pero siempre imagino un "lector modelo" que se ríe de lo que yo me río, que se conmueve con lo que yo me conmuevo, que se enoja con lo que yo me enojo y que se identifica, final y gloriosamente, con lo que expreso.
En tercer lugar, como muchos saben, las estadísticas y los gadgets 2.0 no se han hecho para mí. Ya casi llego a la categoría de efeméride: éste es el año de mi cincuentenario y la "vejentud" sirve como excusa en estos casos.
Por último, también muchos están en conocimiento de mi inveterada fobia social: rehuyo los encuentros multitudinarios (entendiendo por "multitud" a más de diez personas), hablo poco, parezco antipática y toda esa zaraza (¿o será sarasa?) que ya expliqué más de una vez.
Con semejante panorama, hace cuatro meses la mina (o sea yo) empieza a dar sus primeros pasos en la intrincada selva de Google Analytics abordando valientemente el punto tres (supina estupidez para los gadgets). Abriéndose camino a machetazos, mira, observa y, por esas cosas del punto uno (caigo tarde), del dos (el concepto de borrador eterno) y el cuatro (fobia social para lo cual el punto uno es el necesario antídoto contrafóbico), no registra. No registra nada. Nada de nada.
Hasta que un día (hoy), estando en total y absoluta disponibilidad de tiempo (lo que en buen cristiano se llama "al dope"), víctima del infamante calor, ella (yo) inicia una de esas investigaciones que usualmente no conducen a nada más que a mitigar el aburrimiento. ¿Y qué descubre? Pues bien, para su enorme sorpresa (porque nunca pensó que el Google Analytics sería capaz de funcionar gracias a sus torpes dedos y su no menos torpe circuito de pensamiento) se da cuenta (tarde, como siempre) de que en los cuatro meses ha tenido, sumando los dos blogs, casi cinco mil visitantes que han visto un promedio de 1.40 página cada uno. De inmediato, el mito de la privacidad e intimidad (hojita, cuadernito, borrador y garabato) se derrumba con un estruendo que, por supuesto, le provoca un ataque de pánico (fobia) que la sume en una serie de reacciones físicas (palpitaciones, sudoración, sensación de náusea).
La verdad, yo (sí, no me gusta hablar de mí en tercera persona pero a veces ayuda) no sé si cinco mil visitas en cuatro meses son muchas o pocas en términos de popularidad bloguística (deben ser pocas, asegúrenme que es así). Lo que sí sé –de eso no me cabe ninguna duda y de solo pensarlo me tiemblan las rodillas– es que cinco mil personas son una multitud que llenaría medio Luna Park; una manifestación que ocuparía todo el frente del Congreso cortando la avenida Callao; un alegre grupo de veraneantes asoleándose en cualquier playa de la costa atlántica... Y mejor paro y me voy a buscar un Rivotril sublingual.
Ahora, hablando en serio, quiero agradecer a todos y cada uno de los que me han leído durante estos meses. Nunca creí que fuesen tantos. Nunca imaginé que fuesen tan fieles. ¡Gracias!

Al desnudo: Yo quiero ser ANTM*

Para ostentar el título de ANTM básicamente hay que ser flaca (obvio), rubia (o, en su defecto, negra porque las medias tintas no funcionan y las latinas o asíaticas avanzan pero no más allá de la mitad del ciclo) y, sobre todo, exótica (¿alguien se atreverá alguna vez a confirmar que la expresión "belleza exótica" –de igual tenor y casi tan estúpida como "no es linda, es interesante"– lo que revela es la profunda e inconfesable fealdad de la mujer en cuestión?). En el aspecto intelectual se requiere cierta –no por alguna sino por certera y comprobable– cortedad de genio, risa y llanto fáciles (efecto secundario del vacío mental) y ganas de embellecerse y superarse (lo primero sencillo si se goza de una corte de maquilladores, estilistas y vestuaristas; lo segundo, tarea difícil dada la escasez y precariedad de los recursos naturales).
Enjaulado en una casa de ensueño, el ramillete de jovencitas (que poco tardará en convertirse en la viperina población de una canasta a la espera del encantador de serpientes) va de acá para allá, siempre a los saltitos; come porciones minúsculas de alimentos "saludables" (mensaje prefabricado de healthy model porque Kate Moss es mala, mala, mala), enjuaga sus verdes envidias en el agua de un monumental hidro o en una piscina cubierta; transforma un lugar agradable en una leonera que, el día que la televisión apunte al olfato, será clausurado sin retorno; y corre a gritar, cual histérico enjambre, alrededor de los Tyra(da) Mails que les plantean adivinanzas (que nunca, jamás, resuelven) relativas a los próximos desafíos (aparecer bonita sobre un elefante mugriento y maloliente, tener la cara relajada mientras la tiran de un avión en vuelo sin saber siquiera cómo se abre el paracaídas o extender graciosamente falsas alas mientras cuelgan de un guinche balanceándose a treinta metros de altura) o que las invitan a exponerse a las terribles opiniones del distinguido jurado.
Otros puntos del entrenamiento básico para la top model actual son recorrer a toda velocidad percheros tomando a tontas y a locas la mayor cantidad de prendas que deberán colocarse lo más correctamente posible (la materia, aunque no se diga, es "Cómo hacerse mechera I") para después tener que entregarle a la ganadora (la que más se puso, la que mejor se puso, la que eligió bien) el fruto de su trabajo (también parte de otra materia, en este caso "Odio, envidia y resentimiento: las top models y el sentido de la vida").
Semana a semana, entre lágrimas de cocodrilo, una participante se despide del programa no sin antes haber repasado su desempeño: los cambios en su pelo (largo, corte y color con los que no estuvieron de acuerdo pero que terminaron aceptando so pena de ser descalificadas por insubordinación), los maquillajes, las poses, la mejor foto y, por sobre todo, las escenas agraviantes, las peleas con las oponentes y las ofensas proferidas por los venerables jueces.
En el show participan, además de la presidenta del jurado, mentora, productora, creadora y anfitriona, la alguna vez joven y bella Tyra Banks (cuya implacable mirada verde acuchilla a las participantes y su afilada lengua se ocupa de destrozarlas sin piedad –"parecés una porrista", "sos la prom queen", "servirías para concursar como aspirante a reina del repollo" o "si extrañás, volvé al campo" son algunas de sus frases más suaves– mientras hace mohínes graciosos que equiparan la expresividad de su rostro con la de Ace Ventura), tenemos a Twiggy, fashion icon que supo ser, además de quien impuso la minifalda, la primera anoréxica que recibió un jugoso salario por su infame delgadez. La "interesante" mujer de ojos enormes (las escuálidas generalmente los tienen) e inquietantes es hoy una sonriente y cachetuda cincuentona (cincuenta largos porque todavía no se dejó alcanzar por los reales sesenta) con cara de ama de casa inglesa dedicada a los muffins y al happy hour extendido hasta el tañido de la campana. Luego están Miss J. (Alexander) y Mister Jay (Manuel), dos engendros de la naturaleza. Miss J. es un negro con veleidades de travesti de pueblo provinciano (con perdón de los travestis de pueblo provinciano que hacen esfuerzos de todo tipo por acercarse a la imagen femenina) cuya misión es instruir a las jóvenes sobre los secretos de la pasarela. Mister Jay es un latino –debe llamarse Julio, Juan o José y Manuel– con mechas decoloradas y trasero envidiable (y seguramente envidiado por más de una participante) que oficia de asistente de lujo de la anfitriona guiando a las aspirantes en su carrera hacia la fama. Ambos de imborrable sonrisa, repiten un guión en el que sus parlamentos trasuntan notable acidez e ironía (justificables en un hombre sólo si es un maraca alegremente asumido). También en cada edición se presenta un personaje de "fama internacional" –¿quién lo conocerá?– vinculado al mundo de la moda cuya tarea es participar del momento en el cual las niñas (cada semana más bonitas debido a los avances de la cosmética "Cover girl", esas bases que corrigen todo, y cuando digo todo quiero decir todo) enfrentan a la mesa examinadora.
Por supuesto, yo no quiero ser ANTM para ostentar una belleza exótica –sea del color que sea– ni para avanzar un escalón hacia la cima de la popularidad pisando cabezas recién reestilizadas ni para sentir que puedo recorrer con seguridad pasarelas y alfombras rojas vistiendo lujosos vestidos de firma. No envidio el premio: un contrato con la agencia Elite, piojosos cien mil dólares para salir en la tapa de una revista de adolescentes y un comercial para el emplasto de turno de "Cover Girl" (poco más que migajas para el mundo del modelaje). No me interesa ser ANTM para atajar los cuchillos verbales de la venerable Tyra ni las groserías de Miss J. ni las condescendientes y sobradoras palabras de Mister Jay. Ni siquiera es para escuchar a la cantinela apaciguadora de la borrachina Twiggy.
No. No. No. Yo quiero ser ANTM solamente para que me hable, me mire y me fotografíe –aunque más no sea, porque, lejos de ser un tremendo bala, el señor declara estar felizmente casado con la mujer de sus sueños desde hace trece años– Nigel Barker, el fotógrafo de modas inglés que está para llevárselo a la mesita de luz.


*American Next Top Model

1.1.08

2008

A estrenar. Sin uso. Todo nuevo. Lustroso y brillante. Prometedor. Enterito. Pinturita. Nunca taxi. Y, encima, con bonus track.
¿Cuánto tardará en llenarse de roces, ajaduras y raspones?