30.9.07

Fracaso garantizado

Así como para muchas cosas soy hábil, hay algunas que nunca me saldrán bien. Reconocer esas taras es, aún hoy, un duro golpe para mi carácter obsesivo. No importa si hay quien las pueda hacer por mí. Importa que yo soy inútil para esos menesteres. Aquí van algunos de mis más flagrantes "no puedo":
Pintarme las uñas de las manos. No se trata de la mano derecha bien y la izquierda mal –soy zurda–, se trata del enchastre inevitable que hago cada vez que, de puro cabeza dura, vuelvo a intentarlo. Ni el brillo me salva de las falanges endurecidas por el esmalte.
Hacerme brushing. En este punto me mata la impaciencia. Lo del mecha por mecha con el resto del pelo agarrado con un gancho no se hizo para mí. A los diez minutos me aburrí y el frizz pasó a ser tolerable.
Jugar a la escoba de quince. Me encantan los juegos de cartas. Todos. Puedo llevar la cuenta de lo que ya salió, lo que falta salir, los puntos que suma cada jugador o un fallo en una mesa de tute cabrero. Pero soy una negada para la escoba. Cuando me doy cuenta de que, en la última mano, tengo la sota de oros y el siete de velos todavía no se jugó, es porque estoy viendo al príncipe sobre la mesa y la sonrisa babeante y sobradora en la cara de mi oponente.
Detectar un lance. Quien trate de tirarme los galgos está inmediatamente reducido al lugar de penado catorce –el que murió haciendo señas– porque para cuando yo caigo en cuenta del avance, seguro se casó, tuvo hijos, se divorció, le agarró el viejazo, está tras jovencitas recién salidas de la secundaria y, encima, me recuerda con odio sólo porque cree que rechacé sus insinuaciones.
Hacer repostería. Me encanta cocinar. Preparo platos riquísimos casi con naturalidad. Cualquier ama de casa que odia el segmento culinario de las tareas domésticas es capaz de hacer un bizcochuelo. Yo no. Se me baja, se me quema, se me agruma o se me desequilibra. Para peor, la respostería es una suerte de ciencia exacta en la cual la medición de los ingredientes determina los resultados y soy horrible para pesar y medir.
El Excel. Para mí no hay nada más hermético y oracular que una planilla de cálculo. Cualquier intento de operar esa aplicación que media humanidad considera sencilla, práctica y ágil me resulta una tarea ímproba empezando porque me cuesta diferenciar filas de columnas –tengo que pensarlo, aunque sea un instante– y ni hablar de las fórmulas que mágicamente arrojan resultados misteriosos en lugares impensados.
Hacer nuevos amigos. Entre la timidez y la distracción, siempre doy la imagen de alguien que se apuna ni bien se sube a un banquito de cocina. Es difícil explicarle a los demás que no me siento por encima de nada, que no soy antipática ni altanera y que, si pudiera romper el hielo, todos nos divertiríamos mucho más. La mayoría de las veces, frente a un grupo de recién conocidos, las palabras se me apelotonan en la boca, tartamudeo y sonrío como una perfecta idiota. Indudablemente, el desenfado no es lo mío.
La diplomacia. Este ítem se encadena, por oposición, con el anterior. Así como no me sale ser simpática, me brota con notable eficacia ser sincera hasta la insolencia. Mis proverbiales caras de incomodidad dan que hablar en más de una ocasión. Así como cuando me siento bien, después de un rato, se me nota; cuando me siento mal mi cara lo refleja de manera inocultable. Por lo tanto, la diplomacia –que consiste en poner cara de poder caminar hasta Luján calzando zapatos dos números más chicos– me resulta imposible de sostener. Más tarde o más temprano, mi lengua se desatará para ponerse a tono con mis pies martirizados y expresar sin ambages lo que me molesta.
Planchar. O está muy fría y pasa sin dejar huella o está muy caliente y deja un rastro de incipiente achicharramiento sobre la tela. ¡Ni qué hablar de la misteriosa técnica que permite desarrugar una camisa sin que la tarea tenga que volver a comenzar cada vez que creo haber terminado! O de vapores y rociadores que, supuestamente, facilitan el trámite. La plancha es un electrodoméstico gobernado por demonios chiquitos y traviesos. Lo único seguro es que, plancha en mano, me impaciento, me enojo y me quemo.
Hasta aquí una reseña de mis fracasos garantizados.

28.9.07

Porque me gusta







Andy Cambra
"Manual de Instrucciones" – Alelos

20x20 – Técnica mixta – 2004

27.9.07

Duda existencial


¿El "Hombre de Olé bajo el brazo" es un "Macho que se respeta" y que usa Axe?

23.9.07

RRR – Régimen de recategorización de relaciones – Versión femenina – Parte III

Capítulo 3: Régimen ampliado
Son vínculos estables –aun dentro de cierta precariedad que algunos de ellos mantienen–, con presencia de compromiso afectivo y con el entorno de las partes. Algunas de las categorías conllevan un downsize de estadios precedentes y otras representan un upgrade de las categorías clásicas.

1. Pareja
La condición imprescindible para esta categoría es la convivencia. Estabilidad sin papeles. Sociedad de hecho. Vínculo que, con el tiempo, adquiere el mismo estatuto que el matrimonial con la particularidad de que, en caso de que ambas partes decidan formalizar, es frecuente un importante desequilibrio que puede llevar a la ruptura. Hay pleno derecho de familia política, planificación familiar, proyectos conjuntos y responsabilidades compartidas. Sufre los mismos desgastes que el matrimionio: rutina, disminución o pérdida del deseo, etc. (para qué nombrarlos si todos sabemos de qué se trata).
2. Camafuera
Como su nombre lo sugiere, excluye la convivencia. Sin embargo, esta característica, lejos de implicar cierta renuencia al compromiso, tiene como objetivo fortalecer el vínculo y regularizarlo de una manera peculiar para establecer una rutina que, con acuerdo explícito o tácito de las partes, contribuya a sostener una relación saludable. Esta categoría es, tal vez, la más elegida por mujeres que han tenido una experiencia matrimonial previa.
3. ADAR
El ADAR –amigo con derecho a roce, versión en español del friend with benefits– constituye uno de los vínculos más entrañables que puedan concebirse dado que en él se juegan cuestiones como la lealtad, la honestidad y la contención, sin dejar de lado la seducción, la pasión y el compromiso entre las partes.
Ciertamente, requiere de una gran capacidad para dejar de lado sentimientos mezquinos como los celos o la competencia. El ADAR es un compendio de las mejores cualidades de cada categoría y no es extraño que, con el paso del tiempo, el formato de la relación pase por diferentes etapas pudiendo consolidarse hasta límites insospechados. Un punto a tener muy en cuenta como señal de alarma es el momento en que los involucrados comienzan a hacer proyectos a futuro. En caso de que dichos planes sean conjuntos, habrá un salto cualitativo. Cuando, en cambio, corresponden sólo a una de las partes, lo más probable es que sobrevenga un quiebre luego del cual será muy difícil retornar al estado anterior.
4. Fénix
Si donde hubo fuego, cenizas quedan, de allí resurge el fénix. Un amor que retorna, reciclado como para reeditar los mejores momentos compartidos o que vuelve para dar curso a alguna asignatura pendiente. El fénix trae buenos recuerdos, es comprensivo con las marcas del paso del tiempo y hace gala de un romanticismo al que pocas mujeres pueden resistirse. Por su fuerte efecto rejuvenecedor, se transforma en una instancia imprescindible en la vida de cualquier persona.
5. Recidivado
Dos lemas rigen esta categoría: "mejor malo conocido que bueno por conocer" y "peor es nada". La recidiva, como el recrudecimiento de una enfermedad, viene de la mano de un ex-algo que, a pesar de traer a la memoria experiencias no muy gratas, llega en el momento en que las defensas están bajas, la necesidad es acuciante y la autoestima hizo mutis por el foro. A diferencia del fénix, que vendría a ser algo así como comida a la carta, el recidivado es un combo recocido, grasiento y envuelto en papel barato. Si la resilencia es la capacidad del ser humano para sobreponerse a las dificultades y aprender de los errores, eso es, justamente, lo que al recidivado le falta, omite o desoye con el solo objeto de cubrir un hueco sin tener en cuenta que, luego de la experiencia, lo único que habrá conseguido es ahondar la insatisfacción.

Próximos capítulos: Bajas definitivas – Notas aclaratorias – Escalafón

RRR – Régimen de recategorización de relaciones – Versión femenina – Parte II

Capítulo 2: Régimen simplificado
Son vínculos fast-food (que a veces caen tan pesados como un BigMac pero son igual de tentadores e inevitables), de máxima movilidad, fuerte escalabilidad y notoriamente reversibles.

1. Transa simple
Besuqueo, manoseo y sexo rápido y furioso UNA SOLA VEZ. Pocas preguntas, datos filiatorios incompletos (¿para qué cargarse de información inútil?), locaciones inusuales, adrenalina pura y cuestionamientos nulos. Alta probabilidad de repetición. Por lo general, si el índice de satisfacción fue relevante, hay reincidencia por acuerdo tácito.
2. Transa reiterada
Besuqueos, manoseos y sexo rápido y furioso en más de una ocasión a condición de que el vínculo no adquiera regularidad, porque eso significaría haber avanzado a otra instancia del escalafón, ni intimidad; lo que equivale a afirmar que ambas partes deben mantener prudente silencio acerca de su historia y circunstancias personales. Mayor incidencia de los juegos de seducción que en la categoría anterior.
3. Transa múltiple
Transa simple que involucra más de dos participantes o, según otra perspectiva, un número variable de transas simples sucesivas –específicamente casos de largas noches de desborde psicofísico con o sin agregado de sustancias estimulantes–. Dado que persisten las divergencias en cuanto a esta clasificación, se tomará como válida cualquiera de las dos alternativas. Cierta procacidad es bienvenida.
4. Touch and go
Transa que, por obra de cierta repetición rítmica, ha adquirido sistematicidad pero que aún mantiene un bajo grado de compromiso afectivo y con el entorno de las partes. No necesariamente es un vínculo clandestino pero sí goza de atractivos adicionales como la ausencia de planificación, la fuerte incidencia de los juegos de seducción y el factor sorpresa.
5. Multipropósito
Este modelo de relación viene con caja de herramientas incluida y un señor dispuesto a arreglar enchufes, cambiar cueritos o cortar el pasto –literal y metafóricamente. Dado que el acuerdo implica un intercambio más una contraprestación no remunerativa, los índices de familiaridad e intimidad muchas veces terminan conspirando contra la continuidad de la relación y como a veces no ofrece nada que un buen seguro del hogar no provea, si el bonus no constituye un diferencial, es mejor finalizar el vínculo.

Próximos capítulos: Régimen ampliado Bajas definitivas – Notas aclaratorias – Escalafón

RRR – Régimen de recategorización de relaciones – Versión femenina – Parte I

Introducción
Los vínculos de las mujeres con los hombres han alcanzado tal grado de complejidad y matices que se hace necesaria una recategorización cuyo propósito es elaborar una normativa abarcadora para determinar grados de compromiso bilateral e inclusión de terceros. En este primer apartado se analizará el nuevo régimen desde el punto de vista femenino.

Capítulo 1: Categorías clásicas
Comprende las relaciones tradicionales. De relativa movilidad y escalabilidad, sólo en algunas ocasiones son reversibles.

1. Amigo
Esta relación admite conversaciones de temas diversos sin exclusión: desde relaciones amorosas con comentarios desprejuiciados hechos por cualquiera de las dos partes, circunstancias laborales o sucesos cotidianos, hasta filosofía hermética, técnicas de relajación o universos alternativos. Su característica principal es la ausencia de seducción entre las partes que, para que el vínculo sea estable, deberá ser completamente recíproca.
2. Novio
La denominación de esta categoría proviene casi exclusivamente del entorno. Si bien en otros tiempos fue una de las relaciones más prestigiosas, en la actualidad refiere a diversos formatos más o menos difusos: el "amiguito" de la prepubertad, el "amigovio" de la adolescencia temprana; el "chongo" de la juventud o "el tipo con el que sale la vieja" en la mediana edad ("el novio de mi mamá" dicho en tono despectivo por un hijo adolescente). Los nuevos usos y categorías han vaciado de sentido este tipo de relación transformándola en un comodín útil a la hora de etiquetar de manera civilizada otras clases de vínculos.
3. Marido
Tres condiciones deben cumplirse para que esta relación pueda identificarse como tal: libreta, interacción con las respectivas familias de origen –pleno derecho de la familia política– y convivencia bajo el mismo techo. Si alguna de ellas no está dada nos encontraremos frente a una usurpación de categoría que, muchas veces, implica un falso upgrade de la categoría "pareja".
4. Amante
Casi en desuso por requerir de un alto grado de compromiso de las –al menos– tres partes actoras. La condición imprescindible para su existencia es el adulterio. Se presenta en dos formatos tipo: mujer soltera con amante casado o mujer casada con amante de cualquier estado civil. En el primer caso, se trata de un vínculo cuya duración y estabilidad depende de la aquiescencia tanto de quien es portadora de la cornamenta –que, aunque sea la última en enterarse, siempre se entera–, como de aquella que por circunstancias diversas se constituye en "la otra", pudiendo llegar a transformarse en una sociedad duradera –ligada por un único factor– en la cual ambas partes femeninas cumplen roles complementarios sin superponerse, garantizando así la supervivencia indefinida del vínculo. El segundo caso se presenta como una situación más precaria e inestable, de menor desarrollo temporal y, en la mayoría de los casos, de resolución definitiva por divorcio o por suspensión de la relación extraconyugal.


Próximos capítulos: Régimen ampliado – Régimen simplificado – Bajas definitivas – Notas aclaratorias – Escalafón

19.9.07

No hay hombres

Mujeres de todas las edades no dudan en pronunciar esas tres palabras para luego entrar en una larga argumentación que da cuenta de los motivos por los cuales consideran que el género masculino está en franca desaparición. El anecdotario sobre el que se sostiene la hipótesis de la trágica merma es variopinto pero, realmente, no alcanza para validar la conclusión.
Que están más histéricos cada día es una versión generalizada. Que van tras turgentes jovencitas desprejuiciadas es tema de las que han entrado en lo que suele llamarse, no sin cierta sorna, "mediana edad". Que les agarró el viejazo, de las esposas despechadas. Que no quieren compromiso, de las de treinta y sin pescar. Que sólo las quieren para divertirse, de las que no blanquean que sólo los quieren por la billetera... Y siguen las firmas.
Y claro que no hay hombres. Aunque las estadísticas digan que son apenas un poco menos que las mujeres, no hay hombres. Al menos, no la clase de hombres que ellas quieren.
Es que la mayoría de las mujeres sueñan con hombres que...
... soporten el feminismo más recalcitrante (aunque después los descarten porque "no me abrió la puerta del auto" o "tuve que pagar la mitad de la consumición").
... se banquen las indagatorias acerca de cuánto tienen y cuál es la cuota de alimentos que recibe la ex (aunque después les taladren la cabeza con la intención de que dejen de cumplir con sus obligaciones).
... pidan permiso para dar un beso (para después acusarlos de inseguros o, lo que es peor, poco masculinos).
... no pidan permiso para dar un beso (para después tratarlos de machistas e imprudentes).
... pongan la firma en la libreta roja (aunque ellas, muy orondas, hayan dicho que estaban dispuestas a una relación abierta e incluso a un touch and go).
... se banquen en cada salida el relato de la descarnada competencia por la equidad laboral de una mina que le refriega todo el tiempo que es jefa de veinticinco varones y los tiene zumbando (aunque cuando les toca a ellos contar sus historias terminan teniendo que soportar una diatriba acerca de la igualdad de derechos en el ámbito laboral).
... renuncien a la costumbre típicamente masculina de mirar, aunque sea de reojo, los atributos del ir o el venir de otras mujeres (aunque cuando no miran a nadie sean blanco de sospechas de todo tenor).
... soporten los vaivenes hormonales (aun cuando nunca pero nunca son explicitados y, en cambio, muchas veces utilizados como excusa).
... las satisfagan sexualmente siempre (para que cuando confiesen haber recurrido a las pastillitas mágicas sea sólo para recibir a cambio una mayúscula escena, lágrimas incluidas, porque "no te excito lo suficiente").
... decidan mostrarse como seres normales que no todos los días tienen el mejor día (para que cuando lo hacen reciban a cambio una mayúscula escena, lágrimas incluidas, porque "no te excito lo suficiente").
... encuentren una respuesta satisfactoria para la disyuntiva boxer/slip que ellas imponen (aunque siempre queden en off side).
... tengan la palabra correcta para una mujer que frente al espejo lanza la típica "estoy gorda" (pero que serán condenados a la hoguera si dicen que "y.. sí, te vendría bien bajar unos kilitos" o "no, mi amor, estás preciosa").
... sean buenos padres, tiernos y atentos (pero no de los hijos que tuvieron con la ex).
... acepten transformarse en muñecos inflables (aunque después los dejen por dominados, pollerudos y sí-querida).
¡Y qué suerte que no hay ESOS hombres!
¡Y qué suerte que, para las que los saben ver, hay varones que no se dejan llevar por el inveterado gataflorismo de la mujer moderna!

El melancólico

El melancólico es un tipo especial. Anda por los cincuenta, es sensiblero, lacrimoso y mira el futuro por el espejo retrovisor. Se siente el abanderado de "los ravioles de la vieja"; el adalid de los recuerdos y el mártir de las nuevas tecnologías.
De andar cansino y mirada perdida, el melancólico suspira de la mañana a la noche, cada vez que una imagen del pasado lo asalta y trae a su memoria "aquellos buenos viejos tiempos".
Guarda casi con devoción sacos de lino "Miami Vice" y línea trapecio; corbatas anchas y camisas floreadas porque cada vez que los mira es presa de un flashback de los momentos en que, vestido como un mamarracho, era "tan feliz". Atesora viejos magazines con música de Django y Demis Roussos que, por supuesto, no tiene donde escuchar, entonces mira la cajita negra y la etiqueta desteñida con arrobamiento. No puede olvidar la sublime belleza de la confitería de la Ciudad Deportiva de Boca. Ni aquel hotelito barato donde paró en su primer viaje a Europa del que conserva la tarjeta porque no pierde las esperanzas de volver y alojarse en el mismo cuarto, si es que todavía existe, entre cucarachas y chinches, sobre un colchón de lana con elástico de metal y con vista a un callejón oscuro y maloliente.
Cualquier reunión de amigos donde haya música lo transforma en un insoportable desenterrador de éxitos que intenta formar un coro para cantar "Aprendizaje" o "La balsa" y alcanza el paroxismo cuando logra que los asistentes comiencen con el fogonero "todo concluye al fin, nada puede escapar...". En ese momento es cuando empieza a balancearse con los brazos en alto y los dedos en "v" y siente que ha vuelto a los campamentos estudiantiles en los cuales no se apretaba a ninguna chica porque, como ya era un melancólico, añoraba la almohada de plumas y la bolsa de agua caliente.
En el fondo, este modelo de hombre es un solitario que, con el correr de los años y el anquilosamiento de su precaria capacidad de adaptación al cambio, execrará la innovación, renegará de la tecnología e iniciará cruzadas contra cualquier atisbo de modernidad bajo los lemas "eso no es música, es ruido", "la juventud está perdida, hombres/mujeres eran los/las de antes", "¡quién entiende estos aparatos nuevos" o "ma qué sushi ni sushi, no hay nada como el tuco de mamá, ¡eso es comida!".

17.9.07

De todo menos rosa

Ayer, domingo 16 de septiembre, en el programa No me parece, que conduce José Benegas y se emite por FM Identidad, Marina Torchiari, responsable de la columna semanal sobre weblogs, comentó y recomendó S.E.U.O.
Con gracia e ironía, lo inscribió –y me inscribió– en una categoría que reúne lo femenino con lo entretenido (vaya uno a saber por qué comúnmente ambos calificativos se encuentran disociados).
Esta vez –por fin– mi aversión al color rosa, las novelas románticas, las princesas de Disney, las Barbies, las Susanitas y el Ibuevanol me valió un reconocimiento.
Lo cierto es que, si hubiese sido Moria, Marina habría dicho que este blog le vende lo que ella quiere comprar. Como no es Moria –doy fe que es joven, bonita e inteligente–, citó fragmentos y desparramó elogios que yo disfruté como loca (que soy).
¡Gracias!

14.9.07

El semibala

Más cerca de una mariposa que de un Cro-Magnon, el semibala es en realidad un indeciso que, muy en el fondo, sabe que las cartas están echadas hace rato pero no quiere aceptarlo por razones diversas. La farándula internacional ha dado numerosos ejemplares de semibala que confirman la teoría del punto de no retorno. Y un grupo no menor conformado por aquellos que no se animan a dar el gran paso. Entre los corajudos se cuentan cantantes como George Michael, un semibala que despertaba pasiones hasta que decidió sincerarse y ser un bala completo y, en ese mismo momento, se transformó en un perfecto mariposón que aún hoy despierta entre sus ex admiradoras la terrible pregunta: "¿Cómo pudo gustarme tremendo trolo?", y ya no se priva de trajes de látex. Entre los dubitativos puede mencionarse a Lenny Kravitz y a Ricky Martin. El primero es el perfecto semibala, un tipo del que todo se sospecha pero nada puede afirmarse; que juega sin complejos con plumas rosas, pieles, capelinas y remeritas de red al tiempo que muestra una portentosa musculatura, tatuajes y sudor más propios de un marinero ucraniano que de un maraca no asumido. Al segundo, en cambio, los años lo han ido aputonando hasta tal límite que sus admiradoras empiezan a perder las esperanzas de recuperar la idolatría incondicional que le brindaban. Resulta difícil creer, a esta altura del campeonato, que el muchacho ponga el ojo sobre una mujer para algo más que para saber quién la viste o qué método utiliza para tener la piel tan suave y libre de vello. Al mismo tiempo, es por lo menos sospechoso su profundo interés por la infancia desvalida y, cuando corren las noticias sobre sus intenciones de adoptar un niñito negro, uno no puede sino pensar que quiere parecerse a Madonna o a Angelina Jolie sólo para tener cerca a Guy Ritchie o a Brad Pitt.
Pero ¿cómo se presenta el semibala anónimo, el que camina por las mismas calles que cualquiera de nosotros? Pues bien, bastará poner la mirada sobre aquellos que en la actualidad se denominan "metrosexuales" y que son, en realidad, los que han iniciado, a veces sin advertirlo, el camino de la crisálida. El primer paso del aspirante a semibala es el uso de cremas de peinar. Si todo quedase ahí, estaríamos en presencia de un hombre coqueto, pero el muchacho avanza y se pide una hora en la cosmiatra para sacarse los puntos negros y depilarse el entrecejo. Luego se hace habitué del spa y, cuando sale, oliendo a aceites esenciales, se lleva bolsitas con cremas anti-age y otros afeites que, al poco tiempo, le resultan imprescindibles. Un día, harto del incómodo attaché, se aparece en la oficina con una cartera de mano que parece arrebatada del ropero de la abuela. Otro, cuando cruza la pierna en una reunión de trabajo, deja ver unas medias de colores brillantes que hacen juego con la corbata. Finalmente, hace un paquete con toda su ropa interior –a la que llama underwear– y la dona a un asilo de ancianos. Sin embargo, su graduación como semibala depende de dos factores: la utilización de autobronceante –el semibala no va a la cama solar porque teme los efectos nocivos de la exposición a radiación UV– y el lance –que nunca confesará– que se le tira el nuevo asistente administrativo, un chico simpático pero muy, muy gay.
Aunque suene increíble, el semibala arranca suspiros de pasión a la mayoría de las mujeres. Resta saber si su atractivo es verdadero –no se han analizado aún los motivos– o si es un llamado de la especie para evitar su extinción.

13.9.07

Diario de una obsesiva IV – El escritorio

El escritorio, lugar físico de trabajo, es un escenario importante en la vida de cualquier persona. Mi escritorio es un mapa perfecto de mis obsesiones. Allí conviven las cosas que no pueden faltar, las que pasaron a formar parte del paisaje, las queridas, las odiadas, las que no se sabe por qué un día llegaron hasta ahí, las inútiles pero querendonas, las decididamente feas, las viejas que tienen un lugar específico, las nuevas que se abren paso y encuentran su indiscutible centímetro cuadrado de territorio inalienable.
En fin... en mi escritorio de obsesiva hay siempre:

  • un cenicero enorme que rara vez está limpio
  • un atado de puchos empezado y otro que no voy a empezar (porque tanto no fumo)
  • dos encendedores que suelen desaparecer juntos (quién sabe qué cosas harán cuando no los veo)
  • una bebida; puede ser una taza de café en invierno (que si está llena, estará vacía en poco tiempo y se volverá a llenar antes de que la loza se enfríe); un vaso de Coca Light con hielo en verano (con su posavasos y servilleta para evitar aureolas indeseables); un termo y mate en cualquier época del año (sobre todo cuando sé que me espera una noche larga); gin tonic o vodka tonic a las siete de la tarde
  • un libro empezado con su correspondiente señalador
  • dos libros por empezar (que ya tienen orden predeterminado de lectura)
  • dos libros leídos (que no sé qué hacen acá pero están)
  • una zippera inútil en estos tiempos
  • dos zips con documentos viejos que cada día me prometo revisar para, al llegar la noche, haber roto otra promesa (y van...)
  • tres teléfonos (los dos inalámbricos y el celular)
  • un buda con una mochila al hombro de unos cinco centímetros de alto (que, según me dijeron, siempre tiene que estar mostrándome la cara)
  • un portalápices lleno de lapiceras inservibles pero lindas
  • dos latas de sahumerios (mango y blackberry) vacías hace largo tiempo
  • los catálogos de todas las muestras de mi hermana
  • cinco cuadernos garabateados con fragmentos de la novela (sí, me encanta escribir en los bares a la vieja usanza: con lápiz y papel)
  • una foto de Manuel Puig
  • una foto de Samuel Beckett
  • el Código Civil y la Biblia (uno nunca sabe cuándo los puede necesitar y si el primero no sirve, siempre está el otro para encomendarse)
  • todas las facturas a pagar ordenadas según vencimiento
  • todas las temporadas de Lost (legales)
  • post it de varios colores y tamaños
  • otro portalápices (una típica bolsita roja del Met) vacío
  • un par de anteojos de sol que siempre me olvido cuando salgo (porque ya forma parte del paisaje)
  • un taco de papeles de Winnie the Pooh (aunque detesto a ese osito libidinoso)
  • una vela de vainilla y canela
  • una lima de uñas
  • un protector labial (con el que dejo marcas pastosas en vasos y tazas)
  • un esmalte de uñas vía láctea (descubrí que la única manera de tener las uñas prolijamente pintadas es si me ocupo de un dedo por vez y, concentrada en otra cosa, dejo secar el esmalte como corresponde)
  • el talonario de facturas
  • tres carbónicos usados (muy usados)
  • varias muestras de impresión
  • un blister de ibuprofeno con un solo comprimido (los otros no me los tomé yo pero me sirvieron para distraer a eventuales quejosos)
  • monedas
  • un broche para el pelo
Lo que diferencia esta lista de la que podría hacer cualquier otra persona (cualquier cartera de mujer contiene muchos objetos impensados e innecesarios, cualquier escritorio alberga igual cantidad de inutilidades y banalidades), lo que me otorga el carácter de obsesiva (a mí, que escribo, nombro y enumero) es la imposibilidad de tocar una tecla, dibujar una letra o estructurar un pensamiento si cualquiera de estas cosas está fuera de su lugar o, tragedia de las tragedias, ha desaparecido.

7.9.07

El jefe

Por fuera eficiente, ejecutivo y decidido, en la intimidad el jefe es frágil, desmemoriado e inseguro. Tras su característica más destacada, la de permanente hacedor, se esconde un ejército de fieles servidores que cubren con prolijidad cada una de sus falencias. Esposa y secretaria son sus más sufridas todoservicio. Pero también recurre al ordenanza, portero, amigo, gestor, cadete y cualquier otra persona que se encuentre a dos pasos de distancia para conformar esa suerte de armada imperial protectora de debilidades, lagunas mentales, desatenciones y ausencias. Blackberry, Palm y notebook de última generación son herramientas de las que no puede prescindir para sostener la ilusión de que es independiente y autosuficiente, pero aun teniéndolo todo allí agendado, requiere de recordatorios. Y de recordatorios de los recordatorios.
Antes de abrir los ojos, el jefe ya manifiesta su estado de necesidad: alguien que le avise que se tiene que levantar de la cama porque el despertador –que apaga una y otra vez– no es suficiente. Como un chico que no quiere ir a la escuela, remolonea, busca excusas, cuenta las horas y minutos que le restan para completar una sesión de sueño aceptable. Y sucumbe a su falta de voluntad delegando la tarea en quien tiene más cerca: su esposa. Abnegada, la mujer sabe que arrancarlo del sueño le costará muchas idas y vueltas, varios sacudones, algún que otro grito y escuchar el repetido "un ratito más" o "llamame en diez minutos", para finalmente lograr su cometido cuando sea demasiado tarde. Luego vendrán los reproches, siempre comenzando por "te dije": "que no me dejaras dormir", "que tenía una reunión importante", "que –como si no lo hiciera todos los días– me tenía que bañar y afeitar". Treinta minutos después será el momento de colaborar en la elección de la vestimenta. ¿Cuál entre los cientos de corbatas? ¿Qué zapatos y qué cinturón? ¿Camisa lisa o con rayas? ¿Traje gris o azul? ¿Un abrigo extra? ¿Piloto? Y aunque ambos, jefe y esposa, acaban de ver el mismo parte meteorológico en el noticiero televisivo de media mañana, él necesitará siempre una segunda, confiable, opinión. El desayuno, tomado a vuelo de pájaro, replicará el modelo: "El café está demasiado caliente. Enfrialo.", "No me untaste la tostada.", "¿Le pusiste edulcorante?", "¿No había otra mermelada que no fuera de naranja?", "¿Lo revolviste?", "¡Aj, ahora está demasiado frío!". La última escena de la mañana en esa casa muestra a un hombre que sale disparado hacia su auto y la mesa sobre la que queda la taza de café con leche tibio y una tostada a medio mordisquear.
Camino a la oficina, el jefe seguirá ejerciendo su don de mando. Para ello, pondrá su automóvil a máxima velocidad mientras se interna en el tránsito endemoniado de la hora pico, sintoniza la radio y hace y recibe llamados telefónicos que, invariablemente, son "de último minuto". Con el BlueTooth incrustado en la oreja derecha, visto desde el exterior por algún desprevenido automovilista vecino, el jefe parece recién escapado de una institución psiquiátrica: gesticula, habla solo, pisa el freno con violencia, acelera dejando rastros de goma quemada en medio de la calle y suda a mares a pesar de que, por la marca y modelo de su vehículo, es de suponer que tiene aire acondicionado.
Una vez que esté sentado en el sillón del escritorio –una madriguera llena de papeles inservibles que nadie puede tocar– repetirá el paso de comedia realizado en el desayuno: café caliente, café frío, café con edulcorante, café revuelto, café abandonado; le dirá a la secretaria que no se olvide de recordarle cada reunión, llamado, almuerzo, encuentro que él ya tiene anotado en todas sus herramientas tecnológicas para después sumirse en el estéril sopor de los mal dormidos.
Pasado el mediodía el jefe se encaminará al punto más alto de su energía y comenzará a dar más y más órdenes, entre ellas las que postergan para la jornada venidera los asuntos fallidos de su accidentada mañana. A las cinco de la tarde, cuando medio mundo esté en tiempo de descuento para regresar a su casa, él alcanzará el paroxismo llamando a cuanto empleado, colega u amigo pueda recibir sus encargos, escuchar sus miserias y compartir sus geniales ideas. Por lo general, será el último en retirarse de la oficina lamentándose de que sus subordinados muestren tan poco amor a la camiseta.
Un día cualquiera en su escritorio lo esperará la renuncia indeclinable de la maltrecha secretaria que, harta de revolver cafés que el jefe no tomará, se habrá conseguido un empleo de telemarketer para que, al menos, la exploten como corresponde. Otro día cualquiera, al regresar a casa, la esposa lo recibirá con el réquiem: habrá dicho basta y le pedirá que se vaya con sus demandas a otra parte. La primera tendrá suerte y adquirirá las enfermedades laborales más crueles y extrañas. La otra, pobre, aun divorciada seguirá siendo objeto de frecuentes llamados telefónicos que denuncian la inoperancia de su ex: no recordar los cumpleaños de hijos, sobrinos, ahijados y mejores amigos; no saber el número de médicos y urgencias de la prepaga; no acertar a vestirse correctamente para una cena; no tener la más peregrina idea de qué vino comprar para llevar a la casa de su mamá un domingo. Ahogando las risas en el auricular, la mujer implementará una venganza lacónica. Dos palabras, repetidas ad infinitum, le bastarán para hudirlo en la impotencia: "No sé".

Cuatro preguntas

En la vida sólo hay cuatro preguntas:
¿Qué es lo sagrado?
¿De qué está hecho el espíritu?
¿Por qué vale la pena vivir?
¿Por qué vale la pena morir?
La respuesta para todas es la misma: amor, sólo amor.

Don Juan de Marco