12.11.10
1.10.10
Al sur del Ecuador
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28.8.10
Pinky y Cerebro
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28.7.10
Familia política III ("tocuen" con los botines de punta)
–¡No vino a verme! ¿Fue capaz de hacerme ese desaire cuando lo invité públicamente?
–...
–¡Y encima tuvo el coraje de viajar a verlo a Huguito pero a mí ni siquiera me atendió el teléfono!
–...
–Además, tuvimos que incinerar miles de afiches porque... Bueno, ¿hace falta que te recuerde las cuatro razones?
–...
–Ya sé, ya sé que tenés el anillito ese del "todo pasa", pero, querido, conmigo eso no va... ¡Todo me es más difícil sólo por ser mujer!
–...
–Fijate cómo hacés, arreglátelas como puedas pero lo quiero afuera. Si no, voy a tener que volver a secuestrar los goles, Humberto.
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19.7.10
Familia política II
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24.5.10
Familia política
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2.5.10
El retoño
Estadísticas confiables aseguran que tras ocho de cada diez retoños hay una idische mame (o similar, porque el credo aquí viene a ser un accidente) que marcó a fuego la vida de su amado hijo. De ahí que el hombre esté tan acostumbrado a los cuestionamientos que, aun cuando se haya independizado de la madre, su voz interior la encarna y repite las mismas preguntas, una y otra vez, para desgracia del buen señor y para suprema irritación de la dama que circunstancialmente lo acompañe.
El retoño es un hombre detenido, agobiado, ahogado por las tribulaciones de su diálogo interno, interminable conversación que lo paraliza y que sólo le brinda algo de tranquilidad cuando se libera y puede ser expresada a viva voz desencadenando la desesperación de quien lo escucha.
De pequeño, su generosa progenitora lo alimentó concienzudamente.
–Te hice bife y milanesas.
–...
–¡Nene, te comiste las milanesas! ¡Claro, el bife no te gustó!
También lo colmó de regalos. Siempre de a pares. Dos camisas o dos pantalones o dos remeras o dos bermudas o dos corbatas... dos, dos, dos. Educadito, prolijo y cortés, el retoño corría a probarse las prendas y, queriendo evitarle cualquier desilusión a su madre, volvía estrenando una de ellas. Pero la mujer, paradigma del escándalo injustificado, de inmediato profería un suspiro y lanzaba la inevitable frase de tono indefinido entre pregunta iracunda y afirmación decepcionada:
–Nene, te pusiste la celeste... ¡qué linda te queda! ¿¡La otra no te gustó!? Dando lugar a una serie de estúpidos intentos de explicación que, como es de esperar, sólo llevaban al terreno pantanoso de la justificación por el lado del muchacho y de la autoconmiseración por el lado de su incomprendida madre que se preguntaba a los gritos "¡qué habré hecho para merecer semejante desaire de mi propio hijo!".
Por cierto, a pesar de haber sido destetado al menos un par de décadas atrás y de haber transitado varios romances, el retoño no puede evitar pensar que tiene que solicitar permiso y dar explicaciones por cada cosa que hace. O que no hace.
En el enjambre enardecido de sus pensamientos hay una lucha permanente. Me baño porque estoy sucio, no me baño porque estoy limpio, me baño porque me ensucié, no me baño porque igual me voy a ensuciar; que provienen del machacón "¡Nene! ¿Te bañaste bien?" gritado durante años, a partir del momento en que el pediatra le prohibió terminantemente bañarlo ella misma cuando el retoño ya había cumplido los catorce años.
Como porque tengo hambre, no como porque voy a engordar, como porque adelgacé, no como para mantenerme así; porque al retoño le preocupa la silueta no tanto por el exceso de peso como porque le recuerda la manera en que su digna "mami" lo embuchaba a diario cual pavo para Navidad.
Salgo con esta mujer porque me gusta, no salgo porque puede gustarme mucho más... o mucho menos; que derivan del "¡Nene, tené cuidado con las mujeres que son todas unas víboras (menos tu devota y sacrificada madre que te ama)!".
Y ni mencionar los nefastos efectos de las escasas o nulas posibilidades de privacidad que tuvo durante la adolescencia cuando "mamita", como un perro guardián, se apostaba tras la puerta de su cuarto para preguntarle, cada diez minutos exactos: "Nene, ¿estás bien?".
Cualquiera diría que este hombre es un indeciso. Pero no, no lo es. El sabe lo que quiere, lo que no llega a saber es si a su mamá le parecerá bien.
En el inicio de la relación con un retoño, la mujer sentirá que es un encanto que, a diferencia de otros ejemplares masculinos, le consulta todo y ella, cual damisela caprichosa, disfruta del poder que le ha sido otorgado.
Pasados unos meses, ya con chapa de novia casi oficial, sentirá que se le hace algo pesada tanta disquisición acerca de cada mínima cosa, transformando la simple decisión de, por ejemplo, ir al cine en un compendio de insoportables preguntas y respuestas que le aniquilan las ganas de salir antes de poner un pie en la vereda.
¿Vamos al cine? ¿Nos quedamos en casa? Si vamos al cine, ¿a qué función?, porque yo mañana me tengo que levantar temprano pero si vos querés ir más tarde está bien igual. ¿A la de las 23 te parece bien? ¿Sí? ¿No? Uh, oh... ¿y qué película? ¿La de acción o la comedia? ¿La de acción? ¿Estás segura? No lo estarás haciendo por mí, ¿no?, porque no quiero que lo hagas por mí. ¿Comemos antes o después? ¿Mitad de sala al centro o más adelante? ¿Cine con butacas o con sillones?
Así, hasta que el agotamiento lo vence, momento en el cual sería posible transcribir páginas enteras que al inicio son diálogos sin sentido y poco a poco van transformándose en un monólogo lastimero. Y el poder que tanto atraía a la dama pasa a ser una imperdonable falta de compromiso de parte del retoño.
Tiempo después, con la pasión exterminada por tanto parloteo insustancial, ella es invitada a conocer a su –a esta altura– futura suegra. Nada más verla, entiende todo y hace una rápida evaluación de sus posibilidades: lo planta en ese mismo instante y lo deja discutiendo eternamente con su madre, o presenta batalla y para el próximo cumpleaños le regala dos remeras, una negra y la otra también.
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29.4.10
Mañana, en la Feria del Libro
Más precisiones:
Viernes 30 de abril a las 19 hs: Blogs y literatura
Invitados:
- Miguel Wiñazki, Secretario de Redacción de Clarín y autor de la blogonovela Niebla del Riachuelo
- Alfredo Jaramillo, Licenciado en Comunicación Social, blogger y profesor de la Universidad de Quilmes
- Margarita García, escritora
- Nicolás Zamorano, autor de la blogonovela Yo, adolescente
Nos vemos allá. Sin escraches y, todavía, sin documentos.
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20.4.10
Hilda Molina en la Feria del Libro
Viernes 23 de abril, 20.30hs.
Sala Jorge Luis Borges.
Presentación del libro Mi verdad.
Ahí estaré, formando parte del panel.
Los espero.
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Etiquetas: en pocas palabras
11.4.10
Caminando sobre vidrios
Hace poco más de un mes, terminé la edición de un libro que ya está a la venta; hace alrededor de una semana, un "emprendimiento" cuyas características acordé no revelar y hace un par de días, un proyecto en el que trabajé durante un año.
Estoy acostumbrada a que luego de tanta adrenalina, tanta camiseta transpirada y tanta energía puesta en que algo salga bien, sobrevenga un bajón. Pero tres cierres en un mes era algo que jamás me había sucedido.
Lo bueno es ver transformadas en cosas visibles y/o asibles, tantas ideas que en un principio sólo encontraban una articulación en mi cabeza.
Contar sueños e ideas es como contar un cuento frente a un auditorio cuestionador. ¿Y por qué saldrá bien? ¿Y cómo sabés que se puede hacer? ¿Y si en vez de esto hacemos esto otro? ¿No te parece mejor que no lo hagamos? Y, mientras uno cuenta, con cada pregunta pone a prueba la capacidad de construir, de estructurar, de crear sueños e ideas que puedan transformarse en realidades concretas.
A veces es difícil compartir certezas internas que no tienen demasiado anclaje en la razón sino más bien en una intuición a la que nosotros mismos nos resistimos. Entonces empiezan a importar la confianza –ese activo que nunca se compra ni se vende de manera permanente sino que está siempre en consignación–, la solidez para comunicar con precisión lo que uno piensa, la honestidad para aceptar que no tenemos todas las respuestas a todas las preguntas, el entusiasmo y la perseverancia para sostener los embates de quienes, con toda razón, se ponen en el lugar de "abogados del diablo" prestándonos una ayuda invalorable aunque molesta.
En muchos momentos de cada uno de estos tres proyectos me sentí caminando sobre vidrios. Incómoda, en riesgo y hasta asustada pero sabiendo que dar marcha atrás significaba seguir caminando sobre vidrios de vuelta hasta el punto de partida.
El día del último cierre, durante la madrugada, me despertó un estruendo ensordecedor. Bajé a ver qué había sucedido. El mueble en el que guardaba toda mi cristalería había colapsado y me encontré con un importante volumen de añicos que se amontonaban contra las puertas vidriadas. Intentar abrirlas significaba terminar de romper lo poco que quedaba sano. Dejarlas cerradas era presenciar el espectáculo de la precariedad y de la inestabilidad porque algunas cosas algo más resistentes sostenían el peso de otras e impedían un destrozo aún mayor.
Pensé en el cierre de esos tres proyectos. Pensé en que si había resistido y dominado tantas veces durante un año el impulso de escapar cuando me sentía próxima a un naufragio, bien podía ahora hacer lo que tenía que hacer.
Entonces entendí que, con cuidado, debía abrir las puertas y rescatar lo que estaba intacto. Entendí, en medio de la noche, que tenía que volver a caminar sobre vidrios.
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27.1.10
Tiembla Alessandra Rampolla
"Es mucho más gratificante comerse un cerdito a la parrilla que tomar Viagra", expresó la nueva competidora de Alessandra Rampolla.
Al declararse amante de dicho alimento relató de manera pícara que el pasado fin de semana en El Calafate habían reemplazado el habitual corderito patagónico por "cerdo con cuerito y todo".
Es casi inevitable imaginar la escena:
–Vieja, pasá pa'l fondo que ya me está haciendo efecto la bondiola.
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24.1.10
El bocón
El bocón es un hombre simpático. O, mejor dicho, muy simpático. Es agradable, divertido y, por lo general, buen mozo. Siempre hace contacto con un comentario ocurrente que invita a pensar qué bueno es tener cerca a un hombre tan ameno e inteligente. El problema del bocón es que, una vez que se interna en los vericuetos conversacionales, pierde la perspectiva y lo que parecía un relajado paseo por el campo de la charla termina transformándose en el intento desesperado por salir de un pantano en el que él solito, sin la más mínima ayuda, se internó.
El camino al berenjenal es muy corto. Luego de las presentaciones, mientras todo el mundo en la fiesta baila, ella dice:
–Me encanta esta música.
Vaso en mano, pie marcando el ritmo y muy cerca de ella (cada vez más), él se ríe.
–Es divertida.
Ella avanza:
–Bailemos, entonces.
Y él abre su boca que, como una excavadora, empieza a enterrarlo:
–Es que... este ritmo... tengo la cadera rígida.
Ella lo mira entre sorprendida y a punto de estallar en carcajadas. El se da cuenta de que acaba de morder la banquina y comienza una apresurada maniobra para volver a la ruta:
–No, bueno, rígida no... No, no, no... (se ríe) ¡Vas a pensar que nunca un polvo! (se fue al pasto)
Como ella no responde y para el bocón el silencio es una invitación indeclinable a seguir hablando, insiste (y vuelca):
–La puedo mover hacia adelante y hacia atrás, la cadera, digo (como si hiciera falta aclarar). Lo que no puedo es de izquierda a derecha y de derecha a izquierda.
A esta altura, la dama tiene en su cabeza irreproducibles imágenes del bocón en las situaciones más absurdas y, por supuesto, en paños menores. De modo que el pobre tipo yace en una zanja tapado con diarios.
Este hombre con vocación de sacrificado remero de agua densa (más que agua, un océano de mayonesa), calcula mentalmente cuánto tiempo le queda para intentar una reparación. Cuando la fiesta está por terminar, decide que va a anotarse un poroto ofreciéndole a la testigo de su verborrágico papelón (ojalá ya se haya olvidado de la charla anterior) alcanzarla hasta la casa. Dándole el beneficio de la duda porque acaba de conocerlo, ella acepta. No han recorrido doscientos metros en el auto y él saca los cigarrillos, enciende uno y le ofrece otro a ella.
–No, gracias, responde. No suelo fumar en los autos.
Y cuando todo parecía haberse encaminado hacia una conversación normal y relajada, el bocón vuelve al modo-caterpillar-on y dice:
–En este auto se puede. En este auto están permitidos todos los vicios.
Ella se abraza fuerte al bolso que tiene sobre el regazo, mira al frente y, en silencio, ruega que el viaje sea lo más corto posible.
Quince segundos más tarde, él se ríe porque se da cuenta de lo que dijo.
Es tarde, en la cabeza de ella suenan las fanfarrias que anuncian el ingreso triunfal al territorio del ridículo. Sin pasaje de vuelta.
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