28.5.08

Passion Quilt

Marta Repupilli me mandó un meme: una imagen que represente lo que yo quiera mostrar, transmitir o enseñar. Y aquí está. Mi pasión son las palabras. Soy mujer de palabras. Soy palabras. Me encantaría que todos los que leen este meme piensen, aunque no necesiten publicarla, en una imagen que los represente.

Tirá la cadena

Las cadenas de e-mails:
• Te hacen perder tu precioso tiempo en pavadas que, además, le harán perder su precioso tiempo a la gente que apreciás.
• Casi nunca tienen un autor que se haga responsable de lo que allí está escrito.
• Lastiman tu fino sentido auditivo con musiquitas babosas estilo Kenny G.
• Te muestran lugares maravillosos a los que nunca vas a poder ir o te condenan a imágenes horribles que, además, se ven totalmente pixeladas.
• Te ofrecen mensajes que son impracticables, sobre todo cuando tus preocupaciones pasan por pagar las cuentas, darle de comer a tus hijos y ver cómo llegás a fin de mes con más de dos pesos en el bolsillo.
• Pretenden transmitir la palabra divina encarnada de mendigos, mecánicos de automóviles, ancianos desvalidos o personas misteriosas; ilusionarte con mensajes de optimismo simplista, rescate de supuestos valores consensuados como esenciales, golpes bajos, enfermedades súbita e inexplicablemente superadas, milagros, poderes ocultos de los objetos, mantras, etc.
• Te prometen la felicidad instantánea y milagrosa si y sólo si castigás a tus mejores amigos con el mismo documento incentivando la Ley del Talión (llevás una cuenta estricta de quiénes son los que cada día te mandan uno de esos presentes griegos y los ponés primeros en la lista de fwd o hasta tenés armado un grupo con la lista de insufribles) y la competencia desleal (¿o nunca te pasó de reenviarlo rápido porque si otro lo reenvía antes te quedás sin contactos para torturar?).
• Te intimidan y amenazan de manera eficaz.
• Si la seguís, te quedás con la sensación de que le creaste un problema a un montón de gente que, poco a poco, empezará a considerarte un indeseable.
• Si la cortás, no podrás evitar temer que la próxima vez que salgas a la calle vayas a pisar una cáscara de banana, caerte de traste y patinar sobre tus glúteos por la vereda hasta detenerte bajo de un colectivo que te dejará cuadripléjico a no ser que tu secretaria, sin que vos lo supieras, hubiese reenviado el e-mail y, entonces, serás cuadripléjico pero millonario en euros y dedicarás el resto de tu vida a reenviar cadenas de mails.
• Al final, si te queda un resto de dignidad, algo de bondad genuina y sentido de protección de tus seres queridos, terminás mandándoselas a tus peores enemigos, cumpliendo así con el plan maestro para sembrar el odio universal que se esconde tras esos aparentemente inocentes pps.

27.5.08

Not in the mood

Just silent but still here.
Anything else?
I'll be back (A.S. dixit).

Contra mi costumbre, debo reconocer que no hay otro idioma para el
feeling blue.

20.5.08

Cuestión de género

  • Si una mujer es brillante en su desempeño profesional, es porque compite con los hombres. Si un hombre es brillante en su desempeño profesional es porque es un profesional sobresaliente.
  • Si una mujer declara detestar los quehaceres domésticos, es una pésima ama de casa, madre sospechosamente desamorada y no califica para esposa. Si un hombre declara detestar los quehaceres domésticos, los amigos y conocidos le aconsejan que se consiga una esposa (o que se quede en la casa de mamá).
  • Si una mujer opina sobre fútbol, el auditorio masculino piensa que seguro que no sabe nada y automáticamente comienza a interrogarla para probar su presunción o, no sé qué es peor, empieza a hablar –sin incluirla– de la campaña de Ghana en las eliminatorias para mundiales; y el auditorio femenino piensa que es una marimacho que habla de "esas cosas".
  • Si una mujer dice que maneja bien, el auditorio masculino se pregunta qué droga habrá ingerido y desestima la afirmación; y el auditorio femenino imagina a una super diosa que se maquilla, habla por teléfono, escucha música a todo volumen y mira las vidrieras a diestra y siniestra mientras conduce sin mayores sobresaltos.
  • Si una mujer cocina bien, es una cocinera. Si un hombre cocina bien, es un chef.
  • Si una mujer dice palabrotas es una ordinaria. Si un hombre dice palabrotas es... un hombre.
  • Si una mujer revela una intimidad es una chismosa. Si un hombre revela una intimidad es un vivo bárbaro.
  • Si un hombre se agarra a trompadas con otro, es un tipo que tiene los pantalones bien puestos. Si una mujer se agarra de los pelos con otra, es una conventillera.
  • Si una mujer dice sinceramente que otra mujer es linda, es lesbiana.
  • Si una mujer dice que otra mujer es un bagallo, es envidiosa.
  • Si una mujer dice que otra mujer es estúpida, es más envidiosa todavía porque, encima, la mencionada en la afirmación es automáticamente asumida por los oyentes masculinos como una belleza escultural.
  • Si una mujer dice que otra mujer se ganó su popularidad sólo por sus atributos físicos, es –mucho peor que una envidiosa– una resentida.
  • Si un hombre dice que una mujer es inteligente, el auditorio –sin distinción de género– asume que es un bagallo.
  • Si una mujer dice que otra mujer es inteligente, el auditorio masculino desestima la afirmación por incongruente y el auditorio femenino... (omg!) se queda pensando qué habrá querido decir.
  • Si un hombre tiene una vida sexual activa y variada, es un ídolo. Y, obviamente, si una mujer tiene una vida sexual activa y variada es una atorranta.

13.5.08

I'm not on drugs

A no ser que uno o dos gin tonic por semana puedan ser considerados una adicción.
O que los Marlboro Box y la Coca Zero vengan aditivados. ¡Juro que jamás me dejé tentar por Actimel ni por Activia (¿por qué será que los dos empiezan con 'acti'?) ni mucho menos por el devastador Danonino y que hace rato abandoné los Mars que me brindaron incomparables momentos de placer!
Entonces, no sé qué es lo que me provoca las alucinaciones de un ácido que pega mal. Como recién cuando, por encima de la pantalla de la tele vi la imagen horrenda de Mónica Gutiérrez desencajada, en pantuflas, con una redecilla que le protegía el casco de pelo que no sé qué peluquero sádico le fabricó y corriendo, escoba en mano, mientras aullaba "¡Gretaaaaaa, te voy a matarrrr!".

De dichos y refranes

Suele decirse que el ingenio popular nunca descansa. Yo creo que no es cierto. Es más, estoy convencida de que trabajó un ratito, se hizo la fama y se echó a dormir.
Basta pegarle una miradita al refranero que nos proveyó y que utilizamos más o menos a diario para darse cuenta de que, ¡oh, sorpresa!, basándose en el axioma "no hay peor sordo que el que no quiere oír", tiene una respuesta para cada necesidad, aunque se contradiga con la inmediata anterior.
Es que, bien mirado, el ingenio popular es tan acomodaticio como un político en épocas de elecciones: siempre nos dice lo que queremos escuchar.
Veamos algunos ejemplos.

1. El refranero del placard
Especie de "¡No te lo pongas!" o "Extreme makeover" en el que no importa lo que hagas, lo harás mal.
Aunque la mona se vista de seda, mona queda.
El hábito no hace al monje.
Conforme al traje tratan al paje.

2. El refranero mentiroso
Muestra las ventajas y desventajas de la sinceridad y después, cual Jelinek frente a un micrófono, lo deja a tu criterio.
Miente, miente que algo quedará.
La mentira tiene patas cortas.
Cuando el río suena, agua trae.
Con la verdad no ofendo ni temo.
Si dices las verdades, pierdes las amistades.

3. El refranero de "Elque"
Saga de un tal "Elque" que, a juzgar por su participación en esta obra, es un hombre muy ocupado.
El que avisa, no traiciona.
El que calla, otorga.
El que da, recibe.
El que espera, desespera.
El que nada no se ahoga.
El que mucho abarca, poco aprieta.
El que se fue a Sevilla perdió su silla.
El que no llora, no mama.


4. El refranero madrugador
Para los tempraneros y para los que necesitan justificar la vagancia.
No por mucho madrugar amanece más temprano.
Al que madruga, Dios lo ayuda.


5. El refranero corajudo
Deja bien claro que ser cobarde cotiza mejor que ser valiente.
El que no arriesga, no gana.
El cobarde vive, el valiente muere.
Soldado que huye, sirve para otra guerra.
El mundo es de los valientes.


6. El refranero volador
Pájaro en mano y pájaro en la olla suena a orgía.
Más vale pájaro en mano que cien volando.
Ave que vuela, a la cazuela.

7. El refranero comilón
No offense, pero sí da.
A falta de pan, buenas son tortas.
Contigo pan y cebolla.
Cuando hay hambre no hay pan duro.
Panza llena, corazón contento.

8. El refranero solitario (y su fiel caballo "Plata")
Onanismo verbal sin objeciones.
El buey solo bien se lame.
La soledad es mala consejera.
Mejor solo que mal acompañado.

9 El refranero voyeur
¡Pobre Borges!
El amor es ciego.
El amor entra por los ojos.
Ojos que no ven corazón que no siente.

10. El refranero puntual

Magro consuelo que confirma que tarde es tarde.
Más vale tarde que nunca.
Nunca es tarde cuando la dicha es buena.

11. El refranero oportunista

¡Y seguro que es un pelado botón (porque eso de que a la oportunidad la pintan calva)!
El que pega primero pega dos veces.
El que ríe último ríe mejor.


12. El refranero insatisfecho
A este sí que no hay ... que le venga bien.
A Dios rogando y con el mazo dando.
Palos porque bogas, palos porque no bogas.

13. El refranero matemático
Debe matemática de cuarto.
La tercera es la vencida.
No hay dos sin tres.

14. El refranero commodity

El campo está de moda y la pesca no paga retenciones.
El ojo del amo engorda el ganado.

A río revuelto, ganancia de pescadores.

15. El refranero inductivo-deductivo
Acaba de aprobar matemática de cuarto.
Una golondrina no hace verano.
La excepción confirma la regla.

16. El refranero usurero
Un viejo hucha que no quiere ni acordarse de que las mortajas no tienen bolsillos.
La codicia rompe el saco.
El avariento nunca está contento.
El que guarda siempre tiene.

17. El refranero vengador
El justiciero de los refranes que transita entre la inmediatez de una buena tunda y la sofisticación de la revancha.
El que a hierro mata, a hierro muere.
Ojo por ojo, diente por diente.
La venganza es un plato que se come frío.

18. El refranero bocón
Sólo se calla cuando ve la nube de insectos que se le viene encima.
El que tiene boca, se equivoca.
En boca cerrada no entran moscas.

19. El refranero conflictuado
Vive entre "El discurso del método" y "La biblia"
Ver para creer.
La fe mueve montañas.

20.
El refranero de madera
Lo corrieron de atrás, lo corrieron de atrás...
Escoba nueva siempre barre bien.
La leña verde mal enciende.
De tal palo, tal astilla.

21. El refranero veterinario
El "pechoboi" de los refranes.
Gato con guantes no caza ratones.
Muerto el perro, se acabó la rabia.
Sarna con gusto no pica.
Es de pocas pulgas.

22. El refranero neurológico
Lobotomía, pero en envase de lujo (porque a caballo regalado no se le miran los dientes).
Dame Dios marido rico, aunque sea un borrico.
Hermosura sin talento, gallardía de jumento.


23. El refranero "yo te avisé"
Como para que, de una buena vez, no creas en ningún refrán.
Haz lo que yo digo pero no lo que yo hago.

9.5.08

Piel de gallina

Por lo general, tal como lo marcan las reglas del protocolo, eludo las conversaciones sobre religión, política y fútbol, pero después de la vergonzante y dolorosa jornada de ayer de la Libertadores, tengo la acuciante necesidad de volcar mi decepción y mi bronca.
Es que, a mucha honra, tengo la piel de gallina. Y ¡no se puede creer! Fue una semana negra, más que negra, negrísima, oprobiosa, decadente en la que volvió a aparecer el peor de nuestros aspectos: el pecho frío. Y encima, frente a esa ignominia, el glorioso orgullo de Ramón (Ramón, querido, perdonanos y volvé).
No voy a abundar en las internas políticas que sacuden a la dirigencia riverplatense ni en la desgraciada gestión del actual presidente ni mucho menos en los turbios enjuagues de los barras porque, en definitiva, todo eso parece estar muy por afuera del sentimiento de pertenencia a una camiseta, de la pasión por el fútbol.
Lo que a esta altura no entiendo es ¿por qué nos dicen gallinas? Porque, en realidad, si hay algo que las gallinas hacen bien –y que nosotros no hacemos ni por equivocación– es ¡poner huevos!

4.5.08

Donde muere el protocolo

Las reglas del protocolo son claras en cuanto a lo que es de buen o mal gusto preguntar a una persona que acabamos de conocer. Una charla amena, por ejemplo, elude toda cuestión relacionada con política, religión y sexo (bueno, no se trata de diversión sino de protocolo), dinero, estado civil y cualquier tema vinculado con la vida privada; es decir, todo tópico que pueda sensibilizar a los participantes.
Entre las preguntas desaconsejadas está la muy frecuente "¿A qué te dedicás?" (o "se dedica", en caso de un tratamiento más formal) que, una vez proferida, normalmente es contestada por la mayoría de las personas sin grandes signos de incomodidad.
Ahora bien, si ya es poco feliz inquirir a qué se dedica una persona, seguir avanzando se transforma en una tentación irreprimible para el preguntón y en una tortura para el interrogado cuando la respuesta dada involucra una profesión relacionada con el arte.
Por algún indescifrable motivo, las palabras "artista plástico", "escultor", "actor" o "escritor" desencadenan una furiosa indagatoria que olvida toda regla de protocolo, buenas costumbres, educación y cortesía.
Porque, ¿alguien le pregunta a un abogado –excepto que se trate de un colega– en qué fuero se desempeña? ¿Cuántos juicios ganó ? ¿Cuántos fallos judiciales pusieron a sus eventuales clientes tras las rejas? O a un médico cuál es su especialidad, cuántos pacientes salvó de la muerte y cuántas vidas de los que confiaron en su pericia conforman su lista de pérdidas irreparables.
¿Alguien trata de confrontar a un contador con las inspecciones de la AFIP que tuvo que atravesar y cómo "dibujó" alguna conveniente fantasía en el balance de una empresa? No, ciertamente, cualquier situación de ese tipo sería considerada una grave falta de ubicación.
Sin embargo, basta que una persona pronuncie, por ejemplo, el mágico "escritor" o, en mi caso, "escritora" –suerte de "ábrete sésamo" de la indiscreción– para que, tras el primer "¡Ahh!" de admiración, aparezca una actitud más cercana a la de Torquemada que a la de un súbito admirador, y la lengua de quien tenemos enfrente empiece a gatillar preguntas cada vez más inquisidoras, cada vez más incómodas que, transcriptas, pueden llegar a dibujar el camino del infierno y que dictaminan la muerte del hasta ese momento agonizante protocolo.
De pronto y sin aviso previo se escucha otro "¡Ahh!" (segundo de unos cuantos por venir) seguido del "¿Y qué escribís?"
A esta altura, ya me autoflagelé por no haber mentido piadosamente (piadosamente para mí que sé lo que me espera) y tengo ganas de contestar que escribo cartas insultantes e intimidatorias, que nunca envío, a personas que no existen y que después quemo para que queden rastros de mi infame actividad. Y, sí, tengo poca paciencia, al menos en mi interior, porque, en realidad, con sonrisa dentífrica contesto telegráficamente: "Cuentos".
Entonces (omito los "ahhh") sobreviene la siguiente pregunta inadecuada: "¿Para grandes o para chicos?", formulada con cara de "mirá qué inteligente que soy y cuánto me interesa lo que me contás".
Mientras mi barómetro sube y mi voz interna grita "decile que escribís cuentos verdes, obscenos y soeces para chicos porque alentás toda forma conocida y por conocer de perversión", yo acomodo la sonrisa que empieza a ser mueca y sigo siendo educada pero todavía escueta: "Para adultos".
Como al parecer las respuestas discretas y sintéticas tienen un efecto motivador en los interlocutores, llega, inevitable, una nueva inconveniencia: "¿Pero cuentos de qué?" acompañada de un gestito tipo "esta vez te agarré".
Si la pregunta anterior remitía a una extremadamente básica división de la literatura (la dupla infantil/para adultos), la actual –el arbitrario corte temático– me deja con la presión a niveles de accidente cerebrovascular, el gesto contraído y la mirada torva. Entre dientes, mi respuesta tiene sibilancia ofídica y malvada: ¿Qué querés decir con "cuentos de qué"?
Aliviada porque la incomodidad ha pasado al terreno contrario, veo a mi casual interlocutor o interlocutora dar un paso atrás en sus impertinentes avances y buscar con denuedo las palabras que expliquen su pregunta para, luego de un momento de duda y ante la lamentable falta de recursos teóricos, lanzar un desesperado: "¿Ciencia ficción?".
Sé que en ese momento podría empezar a hacerle la vida difícil, emplear elementos discursivos que lo dejen fuera de la conversación, apelar a algún punto estratégico de mi curriculum vitae y escuchar el "humille, humille" que me arenga desde adentro. Pero no. No nací para eso. No me va la máxima bélica de que al enemigo no se lo deja herido. Y, en un instante, me invade la piedad. Para ser franca, la piedad y cierto hartazgo de conocer a la perfección el final de la historia. Aún así, como no me entrego con facilidad, digo: "No, ciencia ficción no".
En ese punto de la charla sé que soy cadáver. Mi persistente laconismo, mi renuencia a las explicaciones y definiciones, mi pudor (entendido por el otro como fingida humildad) me dejan expuesta a un ataque del que no podré defenderme: "¿Cuántos libros publicaste?".
Y ya no importa si trato de ensayar un montón de verdades sobre mi postura en cuanto a la ética de un autor literario ni si rescato mi historial de premios ni ningún otro argumento que pretenda justificar el carácter inédito de mi obra.
Es que si bien nadie juzgaría a un abogado, un médico o un contador que sean claramente mediocres en el desempeño de sus profesiones, a un artista, cultive la rama del arte que cultive, siempre se le exige genialidad (?). Una genialidad que, por otra parte, está asociada de manera indisoluble a la fecundidad de su obra, a la trascendencia pública y hasta a la popularidad (aunque todos sabemos que si en algo son geniales la mayoría de los autores de best sellers es en cuestiones de marketing y negocios).
Allí donde muere el protocolo, sin libros publicados, sin cuadros expuestos, sin discos grabados, sin papeles protagónicos desempeñados en teatros de renombre, los artistas no alcanzamos siquiera a ser mediocres. No importa si vivimos de lo que amamos y si hemos hecho un pacto indestructible con nuestra vocación, no existimos. A lo sumo somos delirantes, fabuladores, bohemios, extravagantes o, lisa y llanamente, vagos.
Igual, allí donde muere el protocolo, aun sabiendo lo que me espera, a quien se atreva a preguntar a qué me dedico le contestaré: "Soy escritora".

1.5.08

El prolijito

El prolijito es un viejo maniático en un cuerpo de cualquier edad. No importa cuán atlético sea, ni su apariencia moderna o incluso a veces aniñada, la vida en un geriátrico tiene más acción que la de este hombre.
Esclavo de su rutina de rituales, alinea el vaso con el plato y los cubiertos, el atado de cigarrillos con el cenicero y el encendedor. Su existencia es un infierno ortogonal donde todos los objetos ocupan lugar en una cuadrícula que sólo sus ojos perciben.
Algo parecido le sucede con la ropa a tal punto que, para cualquier mujer, asomarse al placard de un prolijito es como haber sido invitada a la cámara de torturas de la Santa Inquisición: las medias, los calzoncillos, las remeras doblados de idéntica manera y separados por color; los ganchos de las perchas y las abotonaduras de las camisas mirando hacia el mismo lado; los sweaters respondiendo al riguroso orden más-grueso-abajo-más-fino-arriba; el calzado, según sea deportivo o formal y, además, apoyado cual si respetase la imaginaria línea de largada de una carrera de cien metros. Todo un shock frente a la desvergüenza de nuestros revueltos cajones, caóticos percheros e infernales estantes.
Y, sin embargo, a pesar de estas costumbres peculiares, es posible que el prolijito resulte en un principio sumamente atractivo para el género femenino. Es que jamás va a dejar la toalla húmeda sobre la cama ni hará gala de escatológicas manifestaciones típicas de hombres ni dejará las zapatillas malolientes durmiendo el sueño de los justos bajo la mesa donde en minutos más se servirá la cena.
Pero eso es sólo en un principio. Apenas superada la etapa mágica en la cual vemos a este maniático como un príncipe azul que además se porta bien –lo que para cualquier mujer promedio es "bien"–, el prolijito que, por cierto, siempre ha sido igual a sí mismo, se torna, ¡pecado de los pecados!, endiabladamente previsible y sobreviene en su ocasional compañera el más dañino de los virus que puede atacar a la pasión: el aburrimiento.
Porque ya descubrimos que tres besos rápidos son un paño frío, suerte de "bueno, bueno, tranquilita, ya está" que apaga cualquier intento erótico; que el tipo anda en calzones para estar fresco pero se pone medias –especiales, por supuesto, para no estropear "las buenas"– porque detesta ensuciarse los pies, y que la manera en que se sienta en el borde de la cama para desvestirse anuncia inequívocamente si habrá sexo o si a los dos minutos estará roncando cual rinoceronte sin siquiera haber dicho hasta mañana.
Porque en la inamovible agenda de su vida hay un momento específico, predeterminado e irrevocablemente fijo para cada cosa. Y a veces hasta parece increíble que pueda enfermarse justo en el hueco entre el fútbol y la visita de sus hijos; que tenga previsto lo que va a comer durante toda la semana, y que nos llame si y sólo si ya puso la ropa a lavar.
Por supuesto, es absolutamente incompetente si se trata de resolver una emergencia (pero eso no hace a su esencia de prolijito porque, convengamos, casi todos los hombres lo son, sin importar el modelo).

Presas del más profundo hastío que nos ataca cuando ya sabemos la hora del llamado, el tenor de la invitación, lo que cena los martes, quién lo llena de patadas cada vez que juega al fútbol y cuál es el mejor jabón en polvo para ropa muy sucia (siempre y cuando, por supuesto, uses la cantidad correcta, que no es la que recomienda el envase ni la que usaba su ex mujer sino la que él, merced a su encarnizada persistencia en la repetición de acciones mecánicas, descubrió a fuerza de ensayar, una y otra vez, cómo tener la ropa más limpia del barrio), un día cualquiera dejamos de escucharlo. Otro, antes de abrirle la puerta y sin visión de rayos X, extendemos la mano para agarrar el ramo de seis –ni tres ni cinco ni doce, seis– rosas amarillo pálido que nos entregará ni bien nos vea. Al siguiente encuentro, rogaremos que no nos relate por centésima vez sus experiencias con el turismo aventura (en sus términos, un crucero a Río de Janeiro es turismo aventura). Y empezaremos a preguntarnos qué es lo que estamos haciendo con ese potus disfrazado de persona. Entonces, con una lucidez tardía, nos vendrá a la memoria aquella primera noche cuando, en vez de sucumbir a la tentación de una refriega que dejara el lugar sembrado de prendas en sugerente desorden, el prolijito detuvo por completo su accionar y, con inigualable parsimonia, se sacó los pantalones, los dobló y los dejó sobre una silla.
Y sabremos que, una vez más, la culpa es nuestra.