30.4.07

Diez cosas que nunca hay que creerle a un hombre casado

DEL LADO VILLANO DE LA VIDA...

1. Luego de un mes de histeriqueos, invitaciones, cruces "casuales", charlas con doble sentido, alguna que otra confesión insignificante y uno o dos roces sugestivos, cuando vos ya estás más caliente que una pava y decidís ir al frente, te mira con cara de Heidi con la cabra a upa y te espeta: Me parece que te confundís. Yo tengo un matrimonio feliz, una familia perfecta y soy el más fiel de los mortales.
Léase: ¡Pará, loca! ¿O vos te creés que yo no vi lo que esa enferma mental le hace a Michael Douglas en "Atracción Fatal"? ¡Qué arrastre tengo! ¡Sos un genio, papá!

2. Después de un tiempo de recitarte más verso que Rubén Darío, hacerte más de una proposición indecente (que vos aceptaste) y cuando ya estás enganchada hasta el caracú, te dice con cara de perro triste:
¡Es que en mi casa me tratan tan mal! Mi mujer es una bruja que sólo me quiere para pagar las cuentas.
Léase: ¡Estoy tan aburrido que si a la comida calentita, las camisas planchadas y el despertador humano que no me deja llegar tarde al trabajo no le sumo un poco de emoción, me suicido! ¡Soy un winner!

3. Después de un período considerable de relación clandestina, ante un apriete tuyo, probablemente debido al SPM que te pone más vulnerable, te lanza: La voy a dejar. No me importa nada... Si ni siquiera le toco un pelo. Ahora mismo voy y le digo que se terminó.

Léase: ¿Tas loca? ¡Ni empedo me comprun bolonqui con la gorda! Le cumplo una vez por semana y todos contentos. ¡Así nomás, a lo macho!

4. A la vez siguiente que se encuentran para el consabido touch and go, de frente y con la mirada húmeda, confiesa: No pude, se puso a llorar, me dijo que no puede imaginarse la vida sin mí... ¿Qué querías que hiciera?

Léase: Mirá, nena, si me seguís apretando vas a salir como rata por tirante... Esa recepcionista que entró la semana pasada no está nada mal... Mmmm... ¡Carne fresca! Mientras tanto, esta está buena. ¡Ja, si me vieran los muchachos!

5. Luego de un nuevo apriete, esta vez por el hartazgo superlativo de ser "la segunda" y porque te estás haciendo la valiente para que el pollerudo deje de hacerte perder el tiempo y se decida a formalizar, no ya la relación con vos sino el deceso de su matrimonio, vencido te informa: No sé qué pasó. Me engañó, la muy perra, y ahora me dice que está embarazada. No puede ser... si yo ni la toco...

Léase: ¡Soy un semental!

SIGANME LOS BUENOS...


6. Estuviste tratando de ubicarlo todo el día para recordarle que tenían amigos invitados a cenar. Mandaste mensajes de texto, dejaste llamadas perdidas, mails en la oficina, mensajes de voz (empezando por los amables y cariñosos y transformándote en una víbora desaforada con el correr de las horas). No tuviste ninguna respuesta. Cuando finalmente aparece, fresco como un pimpollo de invernadero (en realidad, de albergue transitorio), y todos los invitados están esperándolo para poder cruzar una palabra que no suene a excusa, él declara, en voz bien alta y tratando de poner cara de jornalero de la caña de azúcar: Tuve un día de locos. No pude levantar la cabeza de los papeles. ¿En serio me llamaste? Mirá cómo estaría que ni escuché el teléfono.

Léase: ¿No tendré ninguna mancha? ¡Qué suerte que ahora los telos vienen con secador de pelo! ¡Soy un semental!

7. Vas alcanzando niveles superlativos de presión cada vez que, fuera del horario laboral, lo ves atender el celular chorreando almíbar, levantarse de donde estén para hablar en privado y volver con una sonrisa de oreja a oreja que desaparece en cuanto te anuncia: Era mi jefe. No te das una idea el lío que se armó en la oficina... ¡Esos sistemas de mierda! ¡No es justo que siempre me llamen a mí para apagar los incendios! Pero no te preocupes, en cuanto me saque el quilombo de encima, vuelvo.

Léase: (mirando el teléfono) ¡Qué yegua! (mirándote a vos) ¡Gracias, Dios mío, me salvaste de la madre y las tías! (mirándose el paquete) ¡Soy un semental!

8. Cuando ya estás revisando los archivos de casos policiales para encontrar la fórmula de Yiya Murano, cuando "Mujeres Asesinas" se transformó en tu programa de cabecera y, si no fuera por vergüenza, habrías contratado uno de esos detectives privados que se dedican a espiar infieles para satisfacer cornudos, viene y, con una sonrisita estilo Laura Ingalls te susurra: No sé qué te pasa, estás como fría. No hago otra cosa que pensar en cómo reconquistarte... No quiero perderte y siento que cada vez estás más lejos.

Léase: ¿Otra vez ese camisón que parece una carpa? Noooooo... Además, la otra perra me dejó de cama... ¿Soy un semental?

9. Cuando decidís quemar tus últimos cartuchos apenas cubierta por lencería de encaje (o animal print o algún disfraz de enfermera o lisa y llanamente sado, eso depende de los gustos del punto en cuestión, y vos los conocés mejor que yo), te le acercás, bien perra o bien gata, y él, no sin antes aclararse la garganta, solloza: Estoy pasando por una etapa... No sos vos, soy yo. No puedo, ¿entendés? No es que no quiera, no puedo. Y tampoco tengo coraje, como otros, para tomarme la pastillita azul y hacer de cuenta que no pasa nada. ¿O querés que te mienta?

Léase: Perdí el puntero láser, cambiamos el sifón por el agua mineral con gas, no recibí ningún oficio de ningún juez: ¡no te toco! Y las pastillitas me las guardo para mejor oportunidad. Con esas... ¡soy un semental!

10. Cuando finalmente, harta de tanta iniquidad, das el paso al frente y le ponés la valija cerca con el ultimatum para que la arme y te deje en paz, llorando como hijo único el primer día de clase, se abraza a vos y te balbucea: No lo puedo creer... Tantos años siendo el sostén de esta familia, tantos años luchando por sostener el hogar no sólo económicamente y vos, de un plumazo, borrás todo y me abandonás. Pensalo bien. Somos una familia... Sos el sentido de mi vida...

Léase: ¡Ufff! ¡Por fin! ¡Qué le vaya a reclamar a Magoya! Cualquier cosa le hago un service de vez en cuando y listo. Ahora sí, prepárense, hembras... ¡aquí viene el semental!

28.4.07

Limpia, fija y da esplendor

¡La verdad, más que la leyenda del escudo de la sacrosanta Real Academia Española, parece el slogan del viejo y querido Puloil!

Clasificados – Pedidos

URGENTE BUSCO
Tarotista - Astrólogo/a
Requisitos:
Título habilitante
Posgraduados serán preferidos
Experiencia no menor a 5 años
Certificado de garantía de 90% de efectividad
Referencias comprobables
Inútil presentarse si no cumple
con los requisitos solicitados
(si es tan bueno, usted sabrá dónde llamar)





27.4.07

Cosmo... Cosmo... Cosmogolican

Sobre papel ilustración, imprímanse a cuatro colores páginas y páginas de material imprescindible para el sexo femenino. A saber:

  • Una nota sobre los colores de maquillaje que harán furor en la próxima temporada.
No importa si quedás pintada como una puerta, ni se te ocurra usar otra cosa.
  • Una nota sobre las consecuencias que trae ser la más irresistiblemente bella de la oficina.
No se hablará jamás de mujeres profesionales sino de mujeres en relación de dependencia.
  • Un test de compatibilidad para la búsqueda de la pareja ideal basado en las preferencias a la hora de elegir lugares exóticos para vacacionar.
Se sugiere la inclusión de islas polinésicas, playas tailandesas, safaris fotográficos por el Kalahari, tour por Kosovo, una semana de estadía en Dubai, etc.
  • Una reseña de las últimas colecciones de moda europea.
Esas que jamás podrás comprar y mucho menos usar y que encima te muestran trajes de baño cuando acá es pleno invierno.
  • Consejos sobre la utilización de accesorios.
Tatuajes de henna, strass adhesivo, pestañas postizas, etc.
  • Una nota sobre la vigencia de los silloncitos para apoyar el celular.
O cualquier otra galopante estupidez que se les ocurra fabricar a los chinos.
  • Una columna refiriendo las más recientes rupturas amorosas de Hollywood y alrededores.
Cosa de que veas que eso de tirarse los platos por la cabeza no sólo les pasa a los simples mortales sino también a los ricos y famosos
  • Una colección de 30 (treinta) "tips" para una primera cita, incluyendo una severa recomendación de no ir a la cama.
Que es, seguramente, lo único que no vas a cumplir.
  • Una entrevista a actor/cantante de moda en la que se relatan sus gustos en cuanto a mujeres.
No importa si el muchacho no ve una bombacha desde que abandonó la casa de su mamá.
  • Una serie de preguntas guía para saber si él nos está engañando o sólo es víctima de un pasajero desinterés producto del stress laboral.
Modelo de pregunta: ¿Llegó a casa con una mancha de labial rojo en el cuello de la camisa?
  • Una dieta infalible.
Y van...
  • Una receta de comida light.
Lo único diferente en cada edición debe ser el plato donde se colocan las dos hojitas de lechuga.
  • Una recomendación para el cuidado del cabello.
No incluye canas.

Ilústrese cada uno de los ítems mencionados con fotos de veinteañeras flacas y desgarbadas que sonríen como si les estuvieran mostrando un sandwich de milanesa.

Resultado: la revista más completa para la mujer moderna.

26.4.07

Al desnudo: Yo quiero ser la Jelinek

Renuncio. Me rindo. Me doy por vencida.
Me harté de tratar de ser inteligente y no conseguir nada. Bueno, en realidad, nada no. Sólo conseguí que digan que soy inteligente.
Pero igual renuncio.
De ahora en más, voy a aplicar todos mis esfuerzos a parecerme a la Jelinek. La incomparable Karina Olga, la que puede darse el lujo de decir estupideces y, sólo por eso, aumentar sus cachets.
La que no tiene obligación de saber que los cheques no se autografían sino que se endosan y que en Francia hablan francés. Tiene todas las ventajas –excepto ser rubia, pero esto termina siendo un punto a favor porque no denuncia de una su irremediable cortedad de sesera–: tiene una preciosa naricita y unas pestañas larguísimas; un cuerpo increíble; ojos grandes, sonrisa de dentífrico. Viaja, anda de acá para allá conociendo mundo. Sus máximas preocupaciones deben ser que no le falte el alimento balanceado a su perrito, que no se le vea el pelo con frizz y que la vestuarista le haya elegido la ropa que se tiene que poner para el próximo evento. En fin... ¡Envidiable!
En cambio, yo, que leí desde Borges hasta Adorno y Horkheimer (que sí son dos), desde Homero hasta Saramago, he cometido el terrible pecado de no tener siempre a mano una frase de Bucay, Coelho, Osho o de José Narosky, rey de los "aforrismos". No tengo perrito ni asesor de imagen ni contratos de cinco cifras ni tampoco el cuerpo que tiene ella porque no me dan canje en ningún gym de onda.
Pero quiero ser la Jelinek. Entonces, de ahora en más, no iré a ningún lado sin mis frascos de Reduce Fat Fast –llamo ya–, me voy a comprar un perrito de esos que parecen de juguete pero que hacen sus necesidades en cualquier lado y la obra completa de "Nabosky" en uno de los puestos de Plaza Italia (cuando termine la Feria del Libro porque ahora hay mucha gente), y a iniciar una campaña masiva diciendo que si a ella le gusta Ortega, yo elijo a Gasset.

Supersticiones o por qué me va tan mal en la vida

Descreída como soy, nunca me preocupé demasiado por cumplir con los rituales que ahuyentan la mala suerte ni por evitar aquellos que la traen. Más bien, me guiaba por el sentido común y por cierto conocimiento de la historia. Ambos proveen explicaciones muy satisfactorias a unas cuantas supersticiones.
Es decir, el sentido común determina que no se debe pasar por debajo de una escalera porque, sencillamente, es peligroso: un balde con pintura, una herramienta o aun la persona montada en ella pueden ir a parar sobre nuestras distraídas cabezas.
Por otra parte, la historia cuenta que romper un espejo nos asegura siete años de mala suerte. La razón es que, en épocas pasadas, dichos artefactos, imprescindibles para la vanidad femenina, debían su azogue a un carísimo baño de plata, por lo tanto, la rotura y posterior reposición significaba invertir dinero como para ser pobre durante los siguientes siete años. En fin, cosas coloridas de la tradición popular.
Siempre me reí de quienes no dejaban la cartera en el piso porque "se va la plata" ni sobre la cama porque "se va el marido". Tampoco me preocupé de las mil maldiciones que podía acarrearme tomar el salero que alguien gentilmente me alcanzaba en vez de golpear el mantel con el dedito índice bien rígido y bien imperativo. Eso de no coserse la ropa puesta es casi imposible de cumplir cuando estoy saliendo y me quedo con un botón en la mano. Y, si bien hace rato que no me mido porque ya comencé la etapa de "achicamiento", nunca me privé de marcar en la pared mi estatura. Caracoles, peces y batatas brotadas no me han intimidado. En mi billetera no hay estampitas, no llevo cintas rojas en las muñecas ni cruces de San Benito en el cuello. Los gatos negros no me gustan pero tampoco me echo atrás cuando alguno se cruza en mi camino. En mi casa no hay llamadores de ángeles ni crucifijos, no comemos ñoquis los 29 de cada mes y hace diez años que tengo el mismo árbol de navidad que, para colmo, no suelo armar el 8 de diciembre.
Pero desde hace un tiempo la mala suerte, al igual que el desodorante, no me abandona. Como vulgarmente se dice, me siento orinada ya no por los canes sino por una manada de elefantes en época de lluvias: mi marido, que de Rexona no tiene nada, me abandonó al igual que la mucama cuando se dio cuenta de que con él se habían ido las extensiones de la tarjeta de crédito y la chequera; una gotera me atormenta cada vez que llueve y llueve seguido; choqué mi auto, una estupidez pero de esas que el seguro no paga; me robaron la cartera y soy una indocumentada cualquiera (que no es lo mismo que ser una cualquiera indocumentada); me llegó una intimación de la Administración Federal de Ingresos Públicos porque no hice la declaración jurada –y habiendo tanto evasor gordinflón, justo me vino a tocar a mí–; la perra quedó preñada y, como si todo esto fuese poco, se me rompió el termotanque.
Así que, ni bien termine de escribir esto salgo a comprar un perchero para la cartera, uno de esos aparatejos que hacen ruido con el viento, diez metros de cinta roja –voy a parecer una momia ensangrentada–, pintura dorada para pintar el interior de los caracoles, y blanca para tapar las marcas de mi estatura en la pared; busco el árbol de navidad en el altillo y lo regalo sin olvidarme de ponerme un cartel bien grande para armarlo el día de la Virgen; preparo los ñoquis y el billete, no vaya a ser que el 29 me agarre distraída; me consigo unas estampitas y una oración a San Benito, de esas que dicen "vade retro satanás", en la iglesia más cercana; tiro la batata brotada a la basura y a los pobres pececitos los convierto en un cardumen de Nemos. Y, lo juro, jamás vuelvo a coserme nada puesto ni a dar un paso al frente sin haber dado los imprescindibles tres para atrás después de ver un gato negro ni a agarrar un salero aunque el que me lo esté dando sea el mismísimo San Pedro.
Pero igual, por las dudas, dejen de darle agua a los elefantes.

25.4.07

Vello encarnado

No, no hay ningún error de ortografía. No estoy hablando de un bello encarnado: un hermoso especimen de hombre mil veces imaginado y hecho realidad un día como por arte de magia.
Estoy hablando del incómodo y antiestético vello encarnado que nos harta hasta la náusea.
No importa la estrategia que implementemos, el maldito persiste en su costumbre de crecer para adentro y serpentear por debajo de nuestra epidermis alejándonos de la tersura y de la suavidad que cualquier mujer en su sano juicio y con la intención de ser mínimamente seductora quiere para sus piernas.
Esponjas duras, cremas suavizantes y/o exfoliantes, y hasta la esponja verde, la misma que saca la suciedad pegada en la vajilla. Cualquier cosa es válida en las sucesivas batallas contra el vello encarnado. Y cualquier cosa parece ser, también, de una supina inutilidad. Para peor, los diálogos con la depiladora habitual terminan siendo una especie de canción de Pimpinela en la cual la clienta le echa la culpa a la especialista y viceversa. Entonces aparecen los afilados cruces: que usás demasiado pantalón y medias de nylon y eso no deja crecer libremente el vello; que la última vez me pusiste la cera demasiado caliente y eso hace que la piel se me engrose; que si te pasaras la esponjita cuadriculada y después bastante crema esto se te iría solucionando; que ya probé pero la esponja me deja rayones por dos días, la crema me mancha toda la ropa y, encima, no me hizo ningún efecto; que seguro que te afeitaste, mirá, si todos los pelitos están del mismo largo, ¡afeitarse es lo peor!...
Todo esto, dicho con mayor o menor cortesía, según el cansancio, la gravedad del síndrome premenstrual o la capacidad punzante de la lengua de cada una.
NI hablar cuando te compraste la depiladora eléctrica, esa que creíste que te iba a hacer sentir como Araceli González, y te agarrró la obsesión de encenderla cada vez que veías un nuevo canuto en el horizonte desierto de tu pantorrilla.
O cuando descargás alguna terrible decepción o bronca o tristeza, pincita de las cejas en mano –que como bien dice el nombre es para las cejas y no para las piernas–, hurgando para que el muy desgraciado vea la luz y después te queda una marca peor todavía que el pequeño e insolente bulto que acabás de eliminar.
Mientras tanto, el vello encarnado, muy marrano él, consciente de todos nuestros esfuerzos infructuosos, se retuerce de risa. Y así sigue creciendo para adentro.

Los astros me guíen

Sagitario
SagitarioTu temperamento de fuego arde a la menor provocación. Si ves amenazados tus intereses, es correcta esta actitud para enfrentarlos.
Amor:
Te sorprenderán tormentas afectivas y pasionales que se disiparan con cierto grado de dificultad. Toma los recaudos necesarios.
Riqueza:
Óptimo resultado con el mínimo esfuerzo. Tal vez tengas que enfrentarte con un socio o un colaborador indolente.
Bienestar:
Que el signo pesos no gobierne tu vida. Hay cosas que el dinero no puede comprar, como el amor o la salud. Trabaja para vivir, no al revés.





Su capacidad para suavizar peleas se pone a prueba en situaciones de tensión. Ejercite la memoria y ordene hechos confusos. Salga de la inercia con una actitud positiva.

Queridos muchachos y/o muchachas que redactan el horóscopo en los diarios:
Les escribo la presente para rogarles se pongan de acuerdo a la hora de darme las instrucciones para afrontar cada día. Entiendo las cuestiones del marketing y todas esas herramientas modernas que sirven para atrapar y retener lectores; y la buena intención de no propalar malas noticias –con las del cuerpo principal alcanza y sobra– pero con las predicciones no se juega.
Las flagrantes contradicciones en las que entran, más que ayudarme me confunden, por eso, lo que sigue es una lista de preguntas para que me ayuden a atravesar el día de hoy de la forma más adecuada:
1. Si mi temperamento de fuego arde a la mejor provocación, ¿cómo hago para poner en práctica mi capacidad de suavizar peleas?
2. ¿Lo de los hechos confusos se refiere a la amenaza a mis intereses?
3. El socio o colaborador indolente al que tengo que enfrentarme suavizando la pelea, ¿soy yo misma tratando de vencer mi propia incercia o simplemente no podré hacerlo porque la inercia no me dejará?
4. Al querido diario Clarín: ¿Y el panorama afectivo? ¿Nada? ¿No se enteró, benemérito, que las mujeres consultamos el horóscopo principalmente por ese tema?
5. Al querido diario La Nación: ¿Cómo tomo recaudos para protegerme de las tormentas afectivas y pasionales difíciles de disipar? ¿No me la pueden hacer más fácil?
6. Al querido diario La Nación nuevamente: Eso de que hay cosas que el dinero no puede comprar... me suena a que para todo lo demás existe Mastercard. Por favor, sean claros con los auspicios y patrocinios.
Gracias por su atención.
Desorientada de Capital.

23.4.07

No me gusta Ricardo Arjona

Sobre gustos no hay nada escrito. Cada uno de nosotros tiene sus preferencias, sus cercanías y, por supuesto, aquello que descarta. Y cada uno, también, tiene derecho –y la mayoría de las veces lo ejerce– de proclamar sus elecciones. Por lo tanto, probablemente haya demasiado escrito sobre los gustos personales. Así que no me voy a privar de hablar sobre los míos.
A mí me gusta la música. De una manera indiscriminada. Tanto puedo encontrarme tarareando la última canción de moda de esas que pasan en la radio a toda hora del día en cada punto del dial como sumergirme en alguna pieza de las que son usualmente consideradas clásicos. Del tango a la salsa. De las sinfonías al rock. Del raegge a la música celta.
Pero no me gusta Ricardo Arjona. Sé que muchos, en realidad muchas, de quienes lean esto se desgarrarán las vestiduras preguntándose cómo es posible que el hombre que hace suspirar a mujeres de la más variada edad, el que cada vez que termina sus conciertos debe contratar una empresa que levante las toneladas de ropa interior que quedan desparramadas sobre el escenario dejando constancia del éxtasis, el que provoca tsunamis de estrógenos, el que levanta oleadas de gemidos orgásmicos con sólo mostrar una pequeña superficie de su pecho por la hendija de la camisa blanca y cultivar esa apariencia desaliñada que implica horas de espejo rodeado de estilistas, vestuaristas y maquilladores, no me guste.
Y dado que soy obsesiva, no me conformé simplemente con buscar otra emisora cuando el guatemalteco sonaba sino que también decidí dedicar un tiempo a indagar sobre las causas de mi desagrado. Entonces descubrí por qué no me gusta:
Es de suponer que quien canta en primera persona pretende que quien escucha se identifique con la segunda persona invocada en el texto. Pues yo me resisto a ser quien cae a los pies de alguien que me habla de unos pechos, que pretende que sean míos, "víctimas de la gravedad" (ni que fuera Mirtha Legrand); que dice que la fulana en cuestión –o sea yo– le gusta tal y como es, "incluso ese par de libras de más" (¡qué histéricamente exigente se pone el muchacho cuando dos libras son escasamente un kilo! y, además, ¿quién le va a creer que es bien hombre y detecta esa mínima variación en el peso de una mujer?) y que si el jefe la viese "desnuda y detrás no dudaría en promover" su cintura (encima entregador). Mis más de cuatro décadas en respetable forma reniegan del concepto "grasa abdominal" como algo poético y romántico. Y, por más que me conozca, detesto que me recuerde que ronco, que fracasé con todas las dietas, que me resisto a confesar mi edad, que me hice una cirugía estética. Para enterrarse todavía un poquito más, tampoco se priva de recordarme, con todas las letras de la malhadada palabra, un pasado de mujer ligera de cascos a quien llevar "a la cama es más fácil que respirar", cuyo teléfono es de dominio público y que tiene en su cama más marcas "que una playa en pleno verano", para terminar reconociendo que si quisiera evitar habladurías tendría no ya que limarse los cuernos sino salir del país. Llegado este punto, es casi natural que me sienta ofendida.
Sin mencionar que cuando me pide que le diga que no para que él luche por el sí o que mientras le digo que no piense en un sí o que, aún mejor, le dé el sí pero con cuentagotas, aullando como una Gata Flora en la cúspide del ciclo, lo que me dan ganas es de convidarle un IbuEvanol y una ducha tibia.
¡Y después, para terminar con bombos y platillos, cual esposa demandante –y frustrada– un domingo a la hora del fútbol, se queja de que haya pingüinos en la cama!

Clasificados – Ofrecidos

ALQUILO URGENTE POR VIAJE
Terraza reciclada
Toda luz y sol
(cuando no llueve y me pongo triste)
En la mejor orientación
(hacia el futuro)
Con certificado de control de plagas
(libre de piojos, traumas y otras alimañas)
Uso familiar o comercial
(cesión de derechos y regalías a convenir)
¡Un paraíso en medio de la loca ciudad!
Verla es tenerla

22.4.07

¿Y ahora qué?

ROMA.– Después de varios años de estudio,
el Papa decretó la abolición oficial del
limbo,
una explicación teológica en la cual ya
muy pocos creían y que, pese a su intensa difusión
en el mundo católico, nunca fue un dogma de fe
en la Iglesia a partir de la Edad Media.

Diario La Nación – 22.4.2007

Ya me era harto difícil pensar en el domicilio que tendría en el más allá y el Papa me cerró una locación. Si bien, en lo que hace a la fe cristiana, no había mucho para elegir y encima estaba todo bien esquematizado: el Paraíso para los que se habían portado bien, el Infierno para los que se habían portado irremediablemente mal, el Purgatorio para los que se habían portado mal pero podían seguir participando y aspirar a un ascenso, y el Limbo donde quedaban las almas puras que no habían recibido el sacramento del bautismo.

Ya sé, ya sé... ésta no es más que una interpretación superficial e irreverente de cierta compleja teoría eclesiástica acerca de la redención después de la muerte.
No quiero ofender a nadie pero al leer la nota en el diario de hoy me quedé pensando que, con mi inveterado escepticismo, mi incorregible hábito de no profesar ninguna fe organizada sino más bien una suerte de patchwork confesional y más allá del reciente decreto papal, he dejado a mis dos hijos a la buena de no sé qué o quién. Mis padres, tan poco practicantes como yo, al menos fueron precavidos y me bautizaron asegurándome, como mínimo, una larga estadía en el Purgatorio (no soy tan mala como para ir al Infierno). ¡He sido, confieso, una madre irresponsable!

Mensaje – Cátulo Castillo/Enrique S. Discépolo

Hoy, que no estoy,
como ves, otra vez
con un tango que no puedo gritar...
Yo, que no tengo tu voz...
Yo, que no puedo ya hablar...

Mensaje
con que mi vieja ternura
de criatura
te está prestando coraje...

Yo, que a lo largo del viaje
sufrí tus ultrajes
en mi soledad...

Nunca quieras mal,
total
la vida ¡qué importa!
Si es tan finita y tan corta
que al fin,
el piolín se corta...

No te aflija el esquinzao
del dolor,
y si el amor te hace caso,
no le niegues tu pedazo
de candor,
que es lindo creerle al amor...

Bueno y nada más,
que siendo bueno,
no hay odio, ni injusticia, ni veneno
que haga mal...

Y hoy, que no estoy
me da pena no estar
a tu lado, cinchando con vos...

Vos, que me hiciste llorar...
vos, que eras todo rencor...

Mensaje...
Mensaje con que te digo
que soy tu amigo
y tiro del carro contigo...

Yo, tan chiquito y desnudo
lo mismo te ayudo
cerquita de Dios

Este tango y todos los que quieran los pueden escuchar en: www.todotango.com

De bloggers y blogonautas

Están los que pasan una vez y no vuelven. Están los que, de vez en cuando, se hacen presentes y te dejan un comentario que es como una docena de facturas en un día de lluvia: sólo tenés que poner el agua para el mate y disfrutar. Están los que te cruzaron por casualidad y vuelven regularmente a espiar cómo van tus cosas. Y, finalmente, están los que, de tanto venir, se hacen amigos, no quieren perderse nada y festejan cada nuevo post como el nacimiento de un sobrino esperado.
También están, del otro lado, los que hablan cada tanto; los que empezaron a hablar y la pereza, las simples exigencias de la vida o el "esto no es para mí" llevaron a otros rumbos; los que escriben todo el tiempo; los que multiplican sus espacios; los que mezclan su voz con las de otros; los que contestan mensajes y los que no lo hacen; los que cuentan su vida familiar con ternura; los que relatan sus experiencias de vida; los que nos hacen pensar...
Están todos. Estamos todos.
Yo soy de las que elijo pocos amigos a los que visitar regularmente y, como confío en ellos, también me doy una vueltita por lo de sus amigos. Soy de las que escriben todo el tiempo y no multiplico más mis espacios porque me angustio si no los puedo alimentar como Dios manda (cosa de madre, ¿vio?). Disfruto de los mensajes, los contesto, valoro el tiempo que le dedican a mis buenas y malas costumbres a la hora de martirizarlos con palabras.
Es que encontré un espacio propio desde donde expresarme con libertad y acercarme a la gente que anda por el mundo, a veces a la vuelta de la esquina, a veces en la otra punta, para compartir lo que más amo: escribir.
¿Y vos, que estás leyendo, cómo sos?

20.4.07

Comportamientos en el ascensor

Generalmente, al abordar ascensores nos encontramos encerrados en un cubículo –no importa cuán grande sea el elevador, siempre es un pequeño cubículo– con otras personas que suelen ser perfectos desconocidos. Tampoco es demasiado relevante la extensión del viaje, cuando las puertas del vehículo se cierran estamos atrapados y nuestras alternativas son muy pocas. La mayoría elige clavar los ojos en el piso o desenfocar la mirada hasta que la nuca de quien tenemos delante se hace una mancha borrosa. Los menos dan la espalda a la concurrencia y se concentran en el espejo que, invariablemente, está allí para dar una fallida ilusión de amplitud. Unos poquísimos escrutan a sus eventuales compañeros de viaje transformando esa curiosidad en una molestia extra.
Cuando el ascensor es grande y viaja lleno, algunos ensayan una media sonrisa de cortesía que no llega a ser un saludo mientras que otros se reconcentran en sí mismos decididos a no prestar ni la más mínima atención a quienes seguramente no volverán a ver en sus vidas.
Cuando el ascensor es pequeño y viaja lleno, la sensación de incomodidad se acrecienta. Hay roces, dificultades para entrar o salir y es más difícil evitar cruzar miradas con los acompañantes.
El ascensor grande a medio llenar es, tal vez, la menos tensa de las situaciones porque cada pasajero se ubica cerca de las paredes y, con mayores posibilidades de maniobra, no se estorba al prójimo, la entrada y la salida se facilitan, y hasta es posible recurrir a buscar algo en la cartera o revisar la agenda para no entrar en contacto visual ni físico con el otro.
El ascensor pequeño a medio llenar no registra diferencia con el completo. El problema es el ascensor con dos o tres personas, no importa ya si es grande, mediano o pequeño. De algún modo, los pasajeros de estos vehículos se ven compelidos a entablar algún tipo de relación mientras dura el viaje. Dada la provisoriedad del vínculo surgen temas tan irrelevantes como la precisión del parte meteorológico del día o el embotellamiento de las avenidas en las horas pico. Son apenas comentarios que evitan cualquier juicio de valor y dejan cerrada la posibilidad de la disidencia. A nadie se le va a ocurrir contradecir a un compañero de viaje que se queja del calor reinante. Ni discutir declaraciones tan contundentes como: "¡Qué humedad!" o "¡La calle es un infierno!". Menos que menos preguntar si con "infierno" se refería al calor o al tránsito.
Por lo general, son exclamaciones que como respuesta reciben apenas un monosílabo o un movimiento de cabeza –ambos afirmativos, por supuesto– luego de los cuales se considera cumplida la regla de cortesía y se espera al fin del viaje. Y si algo no hay que hacer en un ascensor es aplicar la imaginación a la búsqueda de tópicos más interesantes. Lo digo por la experiencia que paso a relatar:
En una ocasión yo debía recibir a un conocido de mi marido y conducirlo hasta el piso 23 de un edificio de lujo que me era bastante familiar. Lo esperé en el hall y, cuando llegó, abordamos el ascensor. Al cerrarse las puertas, presioné el botón del 23 y esperé un movimiento que nunca se produjo. Estábamos atrapados. Volví a presionar el botón un tanto ansiosa y apoyé la espalda sobre el frío revestimiento de acero inoxidable. Entonces me choqué con la mirada de mi ocasional acompañante. Sonreímos. El se acercó y también presionó el 23 en repetidas oportunidades. Fue apenas un instante, aunque me pareció una eternidad. Súbitamente, se escuchó el ruido de los motores y empezamos el ascenso. Entonces tuve un rapto de creatividad y dije:
–Estos ascensores nunca funcionan. Cada vez los hacen de peor calidad...
El hombre sonrió. Envalentonada con su gesto y calculando que apenas estábamos a la altura del quinto piso, seguí:
–La mitad del tiempo están fuera de servicio. No hay como los japoneses. ¡Esos sí que no fallan!
El comenzó a mirar el cubículo sin perder la expresión divertida y asintió. Ya estábamos casi llegando a destino cuando volvió a acercarse a la botonera, allí donde por lo general aparece la marca de fábrica y, mientras, señalaba las letras negras, con una pasmosa tranquilidad, susurró:
–Estos ascensores los fabrico yo.
Por suerte, no había testigos.

Grandes decepciones de la vida III

El día en que me di cuenta, con seis años, de que había vida más allá de "El club del clan".

Clasificados – Ofrecidos

URGENTE – POR RENOVACION DE STOCK
Vendo o permuto colección de sueños

Piezas únicas – Formato color y blanco y negro
Lote libre de pesadillas y recurrencia
Edición de lujo revisada y anotada

Absoluta reserva
Profesionales de la psicología abstenerse


18.4.07

Peligro – Inflamable

To get back my youth I would do anything in the world,
except take exercise, get up early, or be respectable.

The picture of Dorian Gray – Oscar Wilde

No me pliego a las causas propagandísticas, tampoco a los "ismos". Creo que una de las cosas más importantes que tenemos es la capacidad de elegir nuestras creencias y nuestros principios sin necesidad de hacernos militantes de nada y que, tal vez, la mejor herramienta de "evangelización" sea el ejemplo: decir honestamente lo que pensamos sin pretender ganar adherentes.
Esta reflexión viene al caso porque voy a decir algo impopular –voy a ser muy ácida en mis afirmaciones– y no quiero convencer a nadie de que piense como yo.
No soy una cultora del anti-age. No me importa envejecer, o mejor dicho: no me importa que se note que envejezco.
No estoy haciendo la defensa del "escracho". Sería una estúpida, porque me encanta estar linda y verme bien (es acá donde también me peleo con las feministas extremas que creen que cualquier rasgo de coquetería es producto de la ancestral reducción de la mujer a objeto sexual. ¡Y, sí, sigo usando corpiño porque no me gustan las lolas colgando a la altura del ombligo!); pero se trata de "estar linda" y "verme bien" con mis 48, no con los 35 que hace rato que no tengo, y entender, no sin alguna nostalgia, que las bikinis y las minifaldas se fueron con ellos dejando en su lugar no pocas arrugas y flaccideces.
De todos modos, no me haría una cirugía de nada que pretenda esconder o disfrazar el curso del tiempo. No quiero tener que peinarme de manera que el cabello me cubra las cicatrices. Ni que los párpados se me pongan tirantes al punto de tener que dormir con un antifaz. No quiero que mi cara tenga esa expresión de jubiloso espanto que se repite en quienes se aplicaron Botox –perfectamente explicable dado que la toxina botulínica, nombre científico del milagroso inyectable, produce una parálisis temporal en el músculo.
No me interesa que un cirujano revuelva con una cánula el espacio lípido entre mi piel y mi masa muscular para regocijarse al ir llenando el recipiente medidor mientras yo me encuentro tendida boca abajo, dormida, ajena a los dolores del posoperatorio, a los moretones y a las fajas que tendré que usar mientras dure la recuperación, sin olvidar los rezos que tendré que ofrendar para que la piel estirada vuelva a su primitivo lugar. Además, me produce una extraña impresión saber que aquello que salió de mi trasero puede ir a parar a mis mejillas (y mejor lo dejo ahí).
Si alguna vez tuve dudas, me sometí a un tratamiento intensivo que incluyó todas las temporadas de Extreme Makeover, The Swan y, religiosamente, Nip/Tuck.
Es que la tentación existe y caer en ella es más fácil de lo que uno se imagina. Mucho más cuando las amigas aparecen renovadas –refrescadas– y una se mira al espejo y aun con el piadoso "blur" de la presbicia ve cómo todo está considerablemente más ajado y más abajo.
Para peor, la sobrevaloración de la imagen como símbolo del éxito personal ha hecho que la carrera por el "forever young" sea cada vez más salvaje. Se puede elegir (o no elegir y hacer todo) entre un abanico de procedimientos más o menos invasivos. Hay lipoaspiraciones parciales y totales, hilos de oro, inyecciones de diversos tipos, mallas de titanio, prótesis de siliconas, rellenos de colágeno, extracción de colgajos, microescultura láser, restitución de la virginidad (habría que preguntarle a la Pradón cómo es eso de volver a ser físicamente virgen y seguir siendo mentalmente lo que cada una es). Eso sí, al salir del sanatorio te regalan un matafuegos y un pituco cartelito de "inflamable".

Obsesiones

  • Que la heladera esté ordenada
  • Que siempre haya café
  • Que la cocina parezca limpia (Sí, soy conciente de que escribí "parezca". Tampoco soy TAN obsesiva)
  • Que haya flores en la casa
  • Que antes de empezar a trabajar tenga a mano los cigarrilos, el encendedor y el cenicero, y que el escritorio esté lo más libre posible
  • Que mis manos estén siempre presentables (Las muevo mucho, son de un tamaño considerable y ¡me gusta que así sea!)
  • Que el agua del mate esté bien caliente y la Coca Cola light muy fría (Esto último implica dos obsesiones más: que haya Coca en la heladera o, en su defecto, que siempre haya hielo)
  • Que cuando corto la porción de pizza que acabo de sacar del horno "se sostenga" (Detesto que la pizza me salga "blandengue", lo considero un fracaso)
  • La ortografía
  • La presbicia
  • La memoria y el olvido

Clasificados – Ofrecidos

Remato palabras en desuso
Al mejor postor
En el estado en que se encuentren
Lote vapuleadas y machucadas:
Siempre, nunca, dignidad, justicia, honestidad (y otras del mismo tenor)
Lote oxidadas:
Petitero, jaileife, percal, paica, chambergo (y otras del mismo tenor)
Lote injustamente olvidadas:
Tranvía, empedrado, copetín, herrero (y otras del mismo tenor)
Lote insignificantes:
Cachirulo, colifa, manducar, paquetería, paparulo (y otras del mismo tenor)
ABSOLUTAMENTE RECICLABLES
Descuentos especiales por cantidad
Condiciones de pago 30% al contado, saldo contra entrega
Intermediarios abstenerse
No se aceptarán ofertas bajo sobre


17.4.07

Otro diálogo cruel

—¿No venías a buscar a los chicos?
—…
—Claro que te están esperando. Y yo también.
—…
—No empieces otra vez, tengo que salir. Y ¿qué te importa con quién?
—…
—Mirá, son mis hijos y los cuido y los atiendo más que vos.
—…
—Claro, amenazame. Prefiero que me amenaces y no que le llenes la cabeza a los chicos. Aunque… se la llenás igual. Me contó Alex que le dijiste que no podía ir al club porque a mí no me gustaba.
—…
—Como siempre, tenés razón. ¿Por qué no le dijiste que al dentista lo llevás vos porque tenés miedo de que yo me quede con tu plata? ¿Por qué no le dijiste que me hacés firmar un recibo cada vez que me pasás la mensualidad? ¿Por qué no le dijiste que me descontás de los alimentos una parte proporcional por los días que se quedan con vos? No, no estoy siendo agresiva, te estoy contestando. Simplemente te estoy contestando. Además, en el club están todos tus amigos y todos, invariablemente, me odian.
—…
—Yo me acuesto con quien me parece. Y mi mamá tampoco es una puta. Te voy a grabar para que el juez sepa lo que pensás de la madre de tus hijos.
—…
—No me los vas a poder sacar. No. Y tampoco me voy a quedar en casa tejiendo para que no te pongas celoso. Salgo con quien se me canta. Me acuesto con quien se me canta. Difícilmente sea peor que con vos.
—…
—No, lamento decirte que la última noche también fuiste un fracaso.
—…
—No te preocupes, no fue ningún sacrificio. Sos el padre de mis hijos. A veces te tengo un cierto cariño. Pero no pienso volver a vivir con vos. Y como el sexo entre nosotros no mejora las cosas, tampoco pienso volver a permitir que compartamos una cama…
—…
—Claro, si lo hubieras dicho vos, estaría perfecto. Bien de macho eso de voltearse cada tanto a la ex. Casi me parece escucharte: “Todavía la tengo conmigo. Esta probó unos cuantos y se dio cuenta”. Ya lo creo que me dí cuenta. Nada terrible, los hay peores, no te preocupes.
—…
—No, no tantos como tu mente perversa fantasea.
—…
—¡Ah! Por fin te salió… Sabía que te iba a reventar, pero no pensé que tanto. Mirá, te voy a explicar: no estaba cuidándote de mí. Yo me estaba cuidando de vos. Conociéndote como te conozco… ¡Quién sabe qué minas te enganchaste en este tiempo!
—…
—No te preocupes, los puedo dejar acá con Mabel. Te prometo que en la cena voy a brindar por vos. ¡Chau!

Clasificados – Pedidos

Busco compañero para hacer poesía.
Requisitos:
Pies a veinte centímetros del piso.
Corazón en buen estado – Se aceptan remiendos y parches.
Manos suaves.
De mente libre.
(Por favor, dementes libres abstenerse y los que no sean libres, también)
Fines serios.
Enviar propuesta sin omitir referencias y pretensiones.


16.4.07

Grandes decepciones de la vida II

El día en que me di cuenta, ya adulta, que el "barrio de casitas chiquitas" que veía desde el avión cuando estaba por aterrizar en el Aeroparque de Buenos Aires no era otra cosa que el cementerio de La Recoleta.

Grandes decepciones de la vida I

El día en que, con cinco años, me di cuenta de que ganar "por unanimidad" no era ganar "por una nimidad".

El escurridor

Me dijo:
¿Habrá que tomarse la vida en serio?
No le contesté. Entonces siguió:
Es que si me la tomo en serio, es como para deprimirme y no un poquito, ¡mucho!
La miré:
¿Será para tanto?
Se rió un poquito, así como de costado, irónica:
Ayer me di cuenta de que lo más trascendente que me había pasado en la última semana es que compré un escurridor de piso que escurre muy bien.
Me pareció que estábamos entrando en un terreno trágico y ahogué la risa. Ella movió la cabeza:
¿A vos te parece? ¡Un escurridor de piso que ni siquiera salí a buscar! ¡Lo compré por Internet! Y encima lo disfruto porque escurre bien.
Se cruzó de brazos esperando mi respuesta. Al ver que yo no decía nada volvió a preguntar:
¿Habrá que tomarse la vida en serio?
Decidí hablar con una actitud algo censora:
Me parece que te estás poniendo reiterativa. ¿Qué tiene de malo el escurridor?
¡Nada!
¿Qué tiene de malo escurrir bien el piso?
¡Nada!
¿Qué tiene de malo comprar por Internet?
¡Nada!
Ella estaba cada vez más alterada. Y yo continué con mi serie de preguntas:
¿Qué tiene de malo disfrutar?
Nada. No tiene nada de malo.... ¿Ves? ¡Ya lograste deprimirme!

La rebelion de las masas (y de los panes y las pastas también)

¿Cuántas porquerías comiste en nombre de la dieta?
¿Cuántos sinsentidos intentaste en pos de la silueta perfecta?
Desde el monoalimento, nombre exacto para una dieta en la que uno consume sólo bananas o sólo sopa o solo lo que sea que se pueda comer solo, hasta los regímenes que proponen revertir el proceso metabólico mediante la ingesta de desmesuradas cantidades de grasas.
Desde los grupos de autoayuda donde confesamos los pecados alimenticios con fervor de primera comunión hasta sofisticadas actividades con personal trainers y apoyo terapéutico.
Desde la apacible caminata diaria, llueva, truene o salga el sol, hasta la febril danza aeróbica que cambia de nombre y estilo cada seis meses y para lo único que sirve es para que nos hagamos cargo de que ya no tenemos veinte años en un rincón de los pulmones.
Gimnasia pasiva, pilates, tangolates, vendas, cámaras de oxígeno...
Años de tragar menjunjes de colores dudosos, sabor irreconocible y consistencia babosa. Años de convencernos de que la comida integral es, además de sana, bella y, como si fuera poco, nos acerca a la paz espiritual. Años de duras pruebas como sostener, frente a una tentadora porción de pizza, que la combinación de harina, queso y tomate es terriblemente nociva para nuestro aparato digestivo.
Y después de tanta locura de arroces integrales, gelatinas dietéticas, vegetales raros y pena de muerte a las bananas, chocolates, pastas, panes, vinos y cremas; después de haber desarrollado un silencioso y vergonzante resentimiento contra aquellas que se confiesan inapetentes mientras comen de manera obscena y provocadora delante de mis carentes narices; después de pagar un desliz con la flagelación que significan tres hojas de lechuga y un huevo duro perdiéndose en el plato.... he llegado a la triste e irrrevocable conclusión de que el café es mejor amargo, la palta es veneno, la comida rápida un sucio ardid de la penetración cultural, el mejor postre es una gelatina plástica con gusto metálico y de atractivo color fluorescente y la milanesa de soja es más sana y nutritiva que la maldita, tierna, rosada y crocante milanesa de peceto.
¡Carnes, vade retro! ¡Dulces, quítate de ahí Satán!
Para peor, en la vertiginosa carrera del descenso de peso he renegado hasta de mis antepasados renunciando a la empanada gallega, al pulpo con papas, a la lasagna, a la paella y a los penne rigate a la matriciana. Y, como si esto fuera poca herejía, mi madre me ha legado una biblioteca de recetas de cocina que equivale a los libros censurados por la Santa Inquisición.
Me declaro en rebeldía. Reivindico las redondeces, las frutillas con crema y las papas fritas a la provenzal. Me niego a caber en el talle treinta y ocho a costa de ser infeliz.
Quiero vivir con mi cuerpo. No para mi cuerpo.
(Y todo esto sin mencionar los procedimientos anti-age, que son otra tragedia)

Diálogo cruel

—¿Pedimos vino?
—Sí, tinto, por favor.
—¿Por qué brindamos?
—…
—Por la reconciliación.
—¿Qué reconciliación?
—La nuestra.
—…
—¿No estábamos peleados?
—Creo que nunca estuvimos realmente peleados.
—Pero si hacía casi una semana que no me hablabas.
—Llamémosle vacaciones.
—Bueno, por la vuelta de las vacaciones, entonces.
—Por la vuelta. A propósito, ¿no me encontrás mejor después del descanso?
—No, te encuentro igual, sólo que no tenés la cara de culo que te provoca la abstinencia… de palabras.
—Parece que no todo el mundo piensa como vos. ¿No te parezco atractiva?
—Sí, como siempre.
—Gracias, pero ¿nunca pensás que otros pueden codiciar lo que vos tenés?
—¿A qué te referís?
—A que, a veces, parece que vivieras con un loro y no con una mujer.
—Pero si vos sos una mujer, mi mujer.
—¿Y nunca pensaste que es buenísimo tener algo que los demás quieren?
—Dije una mujer, no un objeto caro. ¿Dónde querés llegar? Esta conversación me parece de muy mal gusto.
—A mí, no. Casi a cada paso me encuentro con hombres que me dicen que soy atractiva, divertida.
—Porque no viven con vos…
—Bueno, convengamos que así sea. ¿Por qué, entonces, tanta onda fuera de casa y tanto aburrimiento adentro? ¿Nunca te lo preguntaste?
—Si vos no lo sabés.
—¿Y si yo lo supiera?
— Más que tonta si no lo cambiás
—¿Y si no me importara?
—Mirá, esto me parece ridículo.
—¿Por qué nunca me decís que estoy linda? Me lo tienen que decir otros. Para vos da lo mismo si salgo desnuda o vestida, si tango el pelo largo o corto. Si los pelos de las piernas me alcanzan para trenzas o si estoy cuidada como una puta fina.
—Te dije, los que no viven con vos pueden pensar cualquier cosa, no los culpo. No todo lo que brilla es oro.
—Brindemos, entonces, brindemos por las joyas falsas. Por lo que no viven conmigo. Por lo que pueden verme vestida e imaginarme desnuda. Por los que no me tocan pero pueden sentir mi piel. Por los que se llevan mi sonrisa para alegrar a sus ratones. Por los que no transpiran mi cama. Por los que sólo huelen el perfume. Los que creen que valgo la pena, los que no se enconden en el sueño. Los que todavía creen en la seducción. Brindemos con vino caro por este reencuentro barato que terminará entre las sábanas y por lo que nos pasa entre ellas, que es, tal vez, lo único bueno que nos pasa. Lo que, aunque poco, nos mantiene juntos.
—Estás loca.
—Brindemos, Julio, brindemos por la muerte del amor y por la supervivencia del matrimonio.
—¿Qué te pasa?
—Nada, estoy contenta.

El cajón de las cosas perdidas

Cuando era chica, en mi casa había un "cajón de las cosas perdidas". Allí iba a parar una infinidad objetos. Los que no encuentran un lugar propio pero tampoco alcanzan a ser descartables: corchos, llaves en desuso, algún tornillo suelto, manojos de hilo medio enredado, el trozo de algo que se rompió y que hay que ocuparse de pegar cuando haya pegamento. Los que han sido usados y, a pesar de tener un lugar asignado, no fueron restituidos, por apuro o por desidia: destornilladores y otras herramientas varias, un peine, un pincel, el zapato de una muñeca. Los que alguna vez pueden servir: la tarjeta del plomero, sahumerios, una aguja enhebrada con hilo negro. Los que fueron arrojados allí en un violento e indiscriminado ataque de sacar cosas del medio: un broche de la ropa, monedas, una receta de cocina, un metro de carpintero, un lápiz sin punta.
Y en ese cajón convivían, sin molestarse, formando un retrato de la vida diaria. Cuando, después de buscar algo en los lugares lógicos sin encontrarlo, recurríamos al grito de "¿Dónde está lo-que-fuese?", mi madre respondía invariable y certeramente: "¿Te fijaste en el cajón de las cosas perdidas?".
Salvo error u omisión, S.E.U.O. es mi cajón de las cosas perdidas. Aquí conviven los textos impares, que no resisten clasificación; los provisorios que cambiarán muchas veces antes de encontrar su forma definitiva; los que necesito tener al alcance de la mano; los que son producto de algún ataque de ira, de risa, de incertidumbre, frutos del impulso y la incontinencia verbal. Propios y ajenos. Valiosos y valientes. Llanos.