30.7.07

No sos vos, soy yo

Reconozco mis limitaciones: los años, las estructuras de pensamiento que se van cristalizando, alguna que otra pequeña tara que con el tiempo adquiere dimensiones considerables, el hecho de no ser periodista ni "mujer de los medios", la timidez.
Reconozco también mis eventuales fortalezas: la curiosidad, la capacidad de adaptación a las innovaciones, una inteligencia respetable, cierta fluidez afectiva, una bajísima tasa de prejuicios y preconceptos.
Como considero que ambas, limitaciones y fortalezas, son mis activos, desde ese capital intransferible me vinculo conmigo misma y con el mundo. Desde ese capital soy asidua lectora de todo, incluido un número considerable de blogs. La semana pasada, la repetición de comentarios acerca de Twitter en muchos de los blogs que sigo, despertó mi curiosidad. Sin pensarlo demasiado, abrí una cuenta en Twitter y me transformé en usuaria. Mi ingreso en Tuitiar –la colonia argentina de Twitter– se concretó con el siguiente mensaje: "A ver cómo es esto de tuitear" –todavía no hay acuerdo acerca de la ortografía de la recién estrenada palabra.
De verdad quería ver cómo era. Hasta ese momento funcionaron a la perfección mis fortalezas. De ahí en más comencé a naufragar en mis limitaciones:
Los años que no oculto parecen ser la primera. No he visto, a excepción del respetabilísimo Peicovich, alguien más adulto –por no decir viejo– que yo, lo que me transforma automáticamente en la mujer más añosa de Tuitiar con las consecuentes colisiones idiomáticas y temáticas en un ámbito donde tener menos de cuarenta es estar para el museo en caso de contar con una historia o para el volquete si se es un recién llegado, grupo, este último, en el que me incluyo.
Las estructuras de pensamiento que se van cristalizando me llevan al viejo precepto materno "nena, contestá cuando te hablan". Los mensajes que se pierden en el aire me producen una cierta desazón. En mi anquilosada cabeza, no hay conversación si no hay intercambio y me cuesta entender que tanta palabra proferida dentro de los ciento cuarenta caracteres reglamentarios, habiendo sido leída, no provoque una respuesta.
Esto me lleva, de manera inevitable, al punto de las pequeñas taras de crecimiento lento pero constante que, a su vez, se enlazan con mi consuetudinaria e irresuelta timidez. Indecisión más timidez es una ecuación de suma cero: cero palabras. Leo mensajes, me dan ganas de contestarlos, me detengo, me pregunto si no será una imprudencia hacerlo, me respondo que si alguien escribió está abriendo la puerta a una respuesta, discuto conmigo misma diciéndome que si quisiera mi intervención se habría dirigido a mí y no lo hizo... a esa altura de mis pensamientos transcurrieron veinte mensajes más y la inmediatez que propone el medio se disolvió como un grano de sal en el agua.
Caso inverso: pienso en escribir un mensaje que da cuenta de lo que estoy haciendo, entonces, con rigidez prusiana me digo que si estoy escribiendo un mensaje debo escribir que estoy escribiendo un mensaje porque toda otra afirmación sería incorrecta. Es clarísimo, al menos para mí y después de varios intentos, que me siento idiota si digo que estoy trabajando cuando, en realidad, estoy incrustada en la ventanita del Twitterrific. Luego de varios minutos de cavilaciones, entonces, decido que ¿a quién le va a importar que yo esté trabajando, amasando pizzas o rascándome la oreja derecha mientras cebo un mate y me saco los zapatos?
Para colmo, además de tener más años de los recomendables, ser old fashioned, tímida e insegura, he cometido el peor de los pecados del universo Tuitiar: no soy periodista ni estudiante de periodismo ni "mujer de los medios", lo que me convierte en una outsider fisgona que se deleita con la parrilla de D.G., sonríe con los delirios de paltclas, presta atención a las giras de bares de un grupo en el que permanentemente se suman y se restan miembros, atiende con seriedad la poesía twitt de Peicovich y los comentarios de zanoni y guillesh; se entera de las novedades de HostelColonial y no puede evitar meter las narices en las tragedias mínimas que cada tanto relata bestiaria desde su tortita de chocolate con mantel verde.
Para complicarme aún más la estadía, Twitter requiere que uno seleccione a quién "seguir" y sea seleccionado para "ser seguido". En este mundo de following y followers se pueden leer mensajes que es imposible contestar –porque el emisor no es nuestro follower y nosotros lo estamos following–, y se pueden escribir mensajes que un interesado leerá y no podrá contestar –porque esa persona es nuestro follower y nosotros no lo estamos following.
A Tuitiar, este mundo por ahora chiquito y sesgado que despierta un enorme entusiasmo en sus pobladores y promete ser una revolución en la comunicación instantánea sólo me queda decirle una cosa:
No sos vos, soy yo. Tomémonos un tiempo y vemos qué nos pasa.

20.7.07

El tiempo es tirano

Las frases ciertas se transforman en frases hechas cuando las vaciamos de sentido merced a un uso indiscriminado e inescrupuloso. Luego de un tiempo de no dichas por haber perdido su significado, vuelven a nosotros renovadas.
"El tiempo es tirano", fue durante años, el paradigma del lugar común en televisión. Como por estos días el tirano ha pasado a ser el "minuto a minuto", los señores de los medios han decidido dejar al tiempo en paz.
Ayer, como parte de los saludos por el día de ayer (me prometí no nombrarlo en posts ni hacer saludos colectivos desde aquí), hice y recibí llamados telefónicos, intercambié abrazos varios, y recibí y envié unos cuantos mails. Entre estos últimos, le mandé uno a una amiga de la que hacía siglos no tenía noticias. Al rato cayó en mi casilla su respuesta:
"¡Genia por estar siempre! Cambié de celular, ahora es el....
"¿Cómo estás? Tanto tiempo pasa tan rápido.
"Te quiero mucho. Te llamo."
Sonreí y lo dejé para contestarlo más tarde. Al volver a leerlo caí en cuenta de que para muchos de nosotros "el tiempo es tirano". Sojuzgados por el dictador que nos gobierna, olvidamos personas significativas, vínculos valiosos, momentos compartidos y, muchas veces, hasta nos cuesta recordar hacia dónde vamos. Lo peor de todo es que, al recuperar súbitamente la memoria –por ejemplo, con un mail de alguien de cuya vida nos hemos ausentado–, sobreviene la culpa.
Conociendo a mi amiga, austríaca, profesional de la química y, por lo tanto, de pensamiento doblemente riguroso, la imaginé llena de esa culpa vaga e inútil.
Entonces le contesté lo que en realidad siento y que, seguro, leyó con alegría:
"Yo también te quiero mucho.

"El tiempo es apenas una convención que decidimos transformar en un corsé pero que no cuenta para los afectos.
"No importa cuánto haya pasado sin vernos, cuando nos encontremos sólo habrá sido un ratito.
"Beso,
"Lau"

¿Alan? ¿Alan qué?

–Alan... no me sale el apellido... Alan, el que mata ganado.
¿No me podía decir que era el del sombrero de paja y la ropa blanca, el pelado con cara de recién amanecido o el de los hoteles y edificios en Puerto Madero?

Definiciones II

Funeraria: terminal del último viaje.

Definiciones

Cementerio: inmobiliaria del más allá.

16.7.07

La tía Laura

En casi todas las familias hay una tía soltera. La mía, en realidad tía abuela, era Aurea. Ese nombre tan difícil que había traído de Galicia a principios del siglo pasado era todo un desafío para el montón de sobrinos que siempre la rodeaban. Así, a fuerza de ser mal pronunciado, fue mutando del tía Aurea al tía Aura y finalmente al tía Laura con el cual yo la conocí.
La tía Laura era una mujer de empaque. Recién bajada del barco, solita y con apenas quince años, se dio cuenta de que si no quería que la llamaran por el genérico, que en su caso era el gentilicio, debía dejar de lado su acento orensano lo más rápido posible. Huyendo del "gallega" como de la peste, se abocó a anular cualquier marca sonora que delatara su proveniencia y terminó siendo la única de las cuatro hermanas que se radicaron aquí que, a no ser por un particular timbre de voz, no denunciaba haber nacido en la tierra de las rías, en un pueblo pequeñísimo, entre vacas, cerdos y castaños.
Con escasos conocimientos de lectoescritura al igual que Angelina, mi abuela y hermana mayor, Delfina e Isira, las menores, decidió que ella no tendría destino de lavandera o planchadora y que si Natura non daba y Salamanca non prestaba, su obstinación tendría que suplir dones y préstamos. Entonces, con notable perseverancia, se educó y fue la del decir y el comer refinados, la de los zapatos de tacos altos con plataformas y los vestidos con vuelo que heredé para disfrazarme, la que jugaba a la canasta, la de las manos sin rastros del burdo trabajo campesino, la que no hablaba del pueblo lejano y, también, la que tenía intereses que iban más allá del pasodoble, la brisca y las reuniones con coterráneos. Por supuesto, no fue planchadora ni lavandera sino niñera.
Exigente y selectiva, se dedicó a despreciar candidatos que venían de la mano de sus hermanas: paisanos, hombres confiables pero rústicos. Y se quedó soltera con una soltería alegre y liberal que le permitía, de vacaciones en la playa, observaciones y comentarios del tipo "¡Ay, ese hombre! ¡Mirá cómo anda mostrando el 'carretel'! ¡Ni que lo tuviera tan importante!", para luego extenderse sin pudores en el análisis de los diversos "carreteles" que se paseaban por la orilla.
A veces pasaba largas temporadas viviendo en mi casa paterna compartiendo el dormitorio con su hermana, mi abuela. Nunca las vi pelear a pesar de que mantenían larguísimas charlas en las cuales si algo faltaba era el acuerdo. No coincidían en nada pero se respetaban de manera singular. En muchas ocasiones pensé que ese respeto tenía que ver con el hecho de haber tenido que abandonar a sus padres tan prematuramente –Angelina llegó a Buenos Aires en 1913 y Aurea en 1915, ambas tenían quince años al momento de pisar por primera vez tierra americana–, pero no sucedía lo mismo con las otras dos hermanas de modo que debo concluir en que, además de respetarse, se querían mucho. ¡Había que verlas en sus intentos de compartir la cocina! Una, aplicando sus empíricos saberes adquiridos a fuerza de alimentar a una familia. La otra, pesando, midiendo y calculando minuciosamente. Y si no hubo empanada gallega como la de mi abuela, tampoco hubo milanesas y puré como los de la tía Laura.
Cuando le conté que estaba embarazada del que sería su primer sobrino bisnieto, se mostró encantada. Como buena tía profesional, la hacía feliz la llegada de un nuevo bebé a la familia y, sin perder la sonrisa pero con tono de preocupación, me dijo que de ahí en más tendría que cuidarme mucho porque estaba en "mal estado". "¡Ay, tía!" –le contesté– "Estoy embarazada, no me estoy pudriendo". Pero desde ese momento no pude dejar de sentirme una lata de morrones hinchada y contaminada con botulismo.
Aurea vivió mucho y nos dio, a todos los que la rodeábamos, mucho más. Como la mayoría de los inmigrantes, nunca volvió a ver a sus padres, tuvo hermanos que no llegó a conocer y se adaptó como pudo a lo que le ofrecía esta nueva patria. Ahora que lo pienso, no es casual que la recuerde en estos días de julio, cuando solíamos celebrar su cumpleaños.

15.7.07

Cuando la mujer perfecta empieza a fallar

No es una cuestión de arrugas ni de kilos extra ni de flaccideces porque los hombres no suelen tener ojos para eso. Pero un día, como quien no quiere la cosa, desaparecen los encantos, caen los decorados y la mujer perfecta se transforma en una bruja que:

  • Compite por el control remoto o, lo que no es mejor, elige dejarte en el living viendo tus programas favoritos mientras se va a ver melodramas al televisor del dormitorio.
  • Execra tus medias preferidas y tu jogging viejo que antes le parecían encantadores
  • Controla las llamadas entrantes a tu celular
  • No distingue el auto del Gurí Martínez del de Raikkonen
  • Censura a tus amigos y tus salidas con amigos; mucho más cuando se incluye la cerveza pero se la excluye a ella
  • Se olvidó de que el auto que comparten no es un basurero
  • Pelea cada vez que hay que ir al cine porque se niega a ver películas de acción
  • Hace berrinches cuando tiene que ir sola al supermercado
  • Protesta como una vieja histérica cuando ve la casa desordenada
  • Cuelga su ropa interior en la ducha
  • Grita porque dejaste el dentífrico destapado, la toalla húmeda sobre la cama y el lavatorio con restos de espuma de afeitar
  • No sabe quién es Vin Diesel
  • Cree que Lebron James es una marca de ropa informal masculina
  • Ve fútbol con vos pero se tapa la cara cuando hay una jugada fuerte y cada dos minutos grita "¡Penal!"
  • Piensa que el "Kun" Agüero es un pájaro mesopotámico.
Entonces, agotado después de explicarle cada cosa cientos de veces y viendo que la situación no puede sino empeorar, decidís que lo mejor es cambiar a tu mujer ex perfecta por una nueva mujer perfecta. Y que dure lo que tenga que durar.

Diario de una obsesiva II – Mis favoritos

Siguiendo con este recién iniciado recorrido por mis costumbres más enfermas –y también las más resistentes al cambio– hoy daré cuenta de las peripecias a las que me enfrenta el uso de una herramienta informática: la pestaña "Mis favoritos" del navegador.
Como le sucede a todo buen obsesivo, el encuentro con cualquier dispositivo destinado a ordenar, separar y sistematizar resulta en un doble efecto: por un lado, lo sume en la felicidad de haber descubierto una manera de facilitar su siempre escabroso tránsito por las cosas; por otro, se instaura como una nueva rutina que hay que definir y perfeccionar con el solo objetivo de sacarle el máximo provecho –eludir la improvisación estableciendo un ritual– con lo cual, también pasa a ser otro mecanismo que lo sojuzga.
Básicamente, "Mis favoritos" está destinado a marcar los sitios a los cuales accedemos con frecuencia. Hasta ahí: acceso rápido, atajo, navegación optimizada. Pero para un obsesivo nada es "hasta ahí". Siempre hay un paso más, un desafío recién estrenado, una variante que sirve para ajustar un poco más la ya pautada existencia.
Mis primeros elegidos fueron los bancos y los diarios que, durante un tiempo, convivieron mezclados sin que ninguno de ellos manifestara inconvenientes para funcionar. Sin embargo, a mí me resultaba no diría intolerable pero sí disonante que "Página/12" cohabitara con "Standard Bank" –en ese entonces "Bank Boston"–, o que entre "La Nación" y "Clarín" se revolcara el "Galicia". De modo que decidí ordenarlos. Lo que debería haber sido un simple procedimiento de cambio de lugar de dos o tres sitios se transformó en un intenso debate interior para otorgar privilegios: ¿quiénes deberían ocupar la cabecera de la columna?, ¿las entidades financieras o los medios de información? Finalmente, opté por las noticias en primer lugar y las cuentas a pagar en segundo. Tiempo después, por cuestiones que no vale la pena analizar, me vi obligada a sumar al listado una cantidad de direcciones relacionadas con la literatura. Autores, diccionario de la Real Academia, diccionarios de sinónimos y otros pasaron a formar parte del combo justo debajo de los bancos. Y como me puse todavía un poquito más obsesiva, implementé el uso de los separadores, esas rayas finitas que dividen comme il faut áreas o materias.
Con el inicio de la actividad blogger sobrevino también la inauguración de un nuevo apartado que incluye el acceso directo al blogger panel y a los blogs donde escribo. Pero la cosa no iba a quedar ahí, no podía quedar ahí porque aparecieron los blogs ajenos con su propio procedimiento de sistematización y selección. El primer paso es ponerlos en observación –una suerte de incubadora– durante una o dos semanas. Luego de este período que me permite verificar que sus autores publican con regularidad, los paso a una de las categorías que, necesariamente, tuve que implementar y que registran la frecuencia con que los leo. Pero, como todo cambia sin cesar y esto incluye a los bloggers, de manera periódica me veo obligada a hacer una limpieza en cada una de las categorías: cambiar de un apartado a otro, suprimir, agregar.
Finalmente, por cuestiones que se ciñen al orden visual, suelo agrupar –también– tomando como parámetro el precioso iconito que los sitios web presentan justo antes del nombre. Y ahí me quedo tranquila. Al menos hasta el siguiente ataque furioso de orden y progreso.

10.7.07

Una vez no basta...

Y, no. Se supone que si tengo dos kioskos, también tengo que poner dos avisos. O aprovechar el que ya puse. Como se trata de autobombo pero no tanto, mejor lo resuelvo de una manera más pudorosa:
¡ME DAN UN PREMIO!

¡Aunque no parezca, lo dije otra vez!

6.7.07

Diario de una obsesiva I - Gimnasia matinal

A la mañana, una vez que vuelvo a ser una persona tras el sueño reparador y el terrible karma de tener que despertar, la compu es mi coach de la clase de calistenia y gimnasia sueca (ambas, actividades puramente mentales): primero, los diarios. Tres o cuatro nacionales, según mi humor y la creatividad de los redactores porque a veces, aunque sean competencia, los muchachos se parecen demasiado y leer la misma mala noticia varias veces deja de ser un signo que define a una persona atenta a la información para transformarse en un síntoma de estupidez. De vez en cuando, dos diarios paraguayos sólo por el vicio cholulo de ver los nombres de gente que me tocó conocer.
Como todo en mi ritualizada existencia, la lectura de los diarios también debe seguir una pautada rutina. Al contrario de lo que dicen las Sagradas Escrituras, para mí, primero no es el Caos sino el Orden. Así que, con rigor prusiano, abro La Nación, Clarín, Infobae y Perfil (ahora que me doy cuenta, en la carpeta Diarios de Mis favoritos, no están en ese orden, cosa que resolveré apenas termine con este post y, pensándolo bien, voy a escribir otro post con el orden de Mis favoritos). Entonces me aboco a la lectura de la página principal del diario de los Mitre, de donde, en pestaña aparte, voy abriendo las noticias que me interesan, contadas siempre con pretendida y pretenciosa objetividad, lejos de cualquier expresión chabacana (palabra que a los Mitre les encantaría) y de los golpes bajos a los que otros medios son tan afectos. Luego, también en una nueva pestaña, la sección entretenimientos de la cual, el más importante de los apartados, el que me hace contener el aliento y acelera mi corazón, es el horóscopo. Es que, de acuerdo a los rituales establecidos, no puedo empezar el día sin saber qué me deparará. De todos modos, si los astros de La Nación no me satisfacen, todavía me quedan los más escuetos de Clarín como premio consuelo (las contradicciones entre ambos pronósticos tienen su costado beneficioso). Del Mitre me paso al Noble. Ahí descarto las noticias que traen la misma información que el diario anterior y abro pestañas con las que prometen aportar algo nuevo (cosa casi siempre frustrante porque, como dije, los redactores no se caracterizan por su creatividad). Del Gran Diario Argentino salto al bodrio periodístico de Infobae, una especie de collage de videos provistos por el ex canal de la palomita, chismes de cuarta sobre las bombachas que tenía o no Britney Spears durante su última borrachera, mucho culo y teta, las diez maneras de evitar que la esposa se dé cuenta de una infidelidad (es un diario bien machista) y el imperdible blog de Laura Ubfal (¡Ufa, Laura!) que jamás leo. El último paso es Perfil que tampoco aporta mucho nuevo porque lo reservan para la única edición en papel que es la de los domingos (también motivo de otro post la lectura de los diarios en papel de ese glorioso día).
Finalizado el segmento de noticias llega el momento de la blogósfera. Me interno en la selva blog para ver las novedades siguiendo un alineamiento irrenunciable: los preferidos con cuyos autores mantengo cierto intercambio (con la salvedad de que "intercambio" implica apenas un par de mails enviados y respondidos), preferidos con los que no mantengo intercambio alguno, menos preferidos y, finalmente, ocasionales que forman parte de la lista de favoritos. Este segmento tiene una duración variable que depende de cuántos de los espacios visitados hayan sido actualizados con la regularidad que mi tara exige. Sin embargo, con el tiempo y la repetición, he aprendido qué autores publican a diario, cuáles cada dos o tres días, quiénes son los que postean una vez por semana y también los que lo hacen de manera aleatoria.
Tras la inmersión blog sobreviene la lectura y respuesta de e-mails que llevo a cabo con atención y prolijidad y que nunca me toma más de media hora ya que sólo me dedico a los correos que permiten una réplica rápida y concisa. Para aquellos que demanden una mayor elaboración, me reservo las últimas horas del día, cuando ya he terminado con todas mis tareas.
Finalmente, vuelvo al navegador para revisar las cuentas bancarias y las facturas por vencer, lo que me deja en el óptimo estado del alma para empezar a trabajar.

Ternura infantil

Me encanta escuchar a los chicos. Piensan, son asertivos y taxativos, no tienen pelos en la lengua y lo que dicen siempre deja una enseñanza. Por eso, suelo prestar mucha atención a las conversaciones entre ellos y con los adultos. Una vez yo estaba sentada en un bar haciendo tiempo ya no recuerdo para qué. En la mesa de al lado había una mujer joven con una nena de seis o siete años. Charlaban animadamente entre sorbos de café una y de Coca Cola la otra. No tuve que esforzarme para escuchar a la chiquita que, con su flequillo sobre los ojos grandes, además de hablar con un gracioso ceceo, gesticulaba. Aquí la transcripción del tierno diálogo:
–Mamá... cuando sea grande...
–Sí, mi amor, cuando seas grande ¿qué?
–Cuando yo sea grande quiero... quiero...
–¿Qué querés, tesoro?
–¡Quiero tener mucha pero mucha plata!
–¡Qué bien! Querés ser rica...
–Sí, sí, quiero ser muy rica...
–¿Querés viajar, comprarte muchas cosas?
–No, no, quiero ser rica...
–Bueno, está bien, preciosa, pero la gente quiere ser rica por algo, para algo...
–Yo quiero ser rica para... para... para ponerte en el mejor geriátrico.

3.7.07

El atleta

El atleta no es precisamente alguien que sale a correr con frecuencia ni que ejercita sus músculos, sudando la gota gorda en verano o despojándose de manera progresiva de la vestimenta en invierno, con pasión y constancia mientras se deja llevar por la infaltable musiquita del gimnasio y circula de aparato en aparato mirándose de reojo en los espejos.
Tampoco es aquel que dedica varias noches a la semana o el fin de semana completo a la práctica de deportes. No viene a casa con las piernas cansadas y llenas de moretones después de un campeonato de fútbol cinco. No mancha las alfombras con polvo de la cancha de tenis. No le interesan las largas y rendidoras –en términos de relaciones públicas– caminatas por los greens. Ni siquiera sabría cómo atarse un kimono para la práctica de artes marciales. No, este hombre es un atleta del sexo.
Verdadero maestro del pentatlón, se destaca en cada curiosa categoría relativa a su especialidad: "cuántos en un día", "cuántos sin sacarla", "cuántos al hilo" (categoría levemente distinta a la anterior, en la cual la marca debe ser desarrollada en el espacio de un turno común de albergue transitorio), "con cuántas mujeres a la vez", "con cuántas mujeres distintas en una semana". Además, no duda en incorporar nuevos desafíos, como la disciplina "xtreme", cuya característica principal es que tiene lugar en escenarios variados y con público cerca (auto, ascensores, aviones, cines, baños de lugares públicos, micros de larga distancia, etc.), o la "experimental", que incluye juguetes diversos, vendas, aceites, alimentos untables, ataduras y disfraces.
Pero este hombre capaz de hacernos ver el divino rostro más veces, en más formas y en más lugares de los que nuestras locas fantasías podrían jamás imaginar, rápidamente muestra la hilacha. Es que para construir su curioso ranking necesita de una voz que le confirme lo maravilloso de su desempeño. Apenas atraviesa la línea de llegada, aún antes de recuperar el aliento, comienza con las preguntas: "¿estuve bien?" (tamaño, forma, duración), "¿mejor que la vez pasada?" (ni se te ocurra no recordar), "comparado con tus anteriores parejas, ¿en qué lugar estoy?" (si no fue el mejor, no se lo digas), "¿fueron cuatro o cinco?", y con cara de falso inocente "es que perdí la cuenta" (tampoco se te ocurra comentarle que vos también porque en un momento te venció el sueño)... Y es a partir de tus respuestas que elabora una cuidadosa estadística que da cuenta de las proezas que luego se ocupará de recordarte en cada encuentro.
Como casi todo hombre, al principio es maravilloso, en particular porque encarna un modelo que sólo se puede ver en el cine, una suerte de Mickey Rourke en sus mejores épocas (las de 9 semanas y media, antes de que las inyecciones de whisky y los tragos de Botox... no, perdón, era al revés... hicieran de él una miseria humana). Con el correr del tiempo, se hace demasiado previsible. La creatividad que parecía inagotable entra en una peligrosa meseta. La resistencia ya no te resulta novedosa. La exigencia con que reasegura su virilidad cae sobre vos de una manera que ya no permite ni un mísero "dolor de cabeza" y mucho menos acepta como excusa un "día femenino". Esclavo de su rendimiento, te convierte en esclava de sus ansias de autosuperación y en relatora minuciosa de su acto repetido.
No te engañes. No sos la mujer de sus sueños. Sos, apenas, la que lo asiste para batir otra marca. Sos la jabalina que arroja, la bala que lanza, el potro sobre el que se apoya para hacer una pirueta, la barra paralela que lo sostiene cuando está por caer. Relajate. Disfrutá hasta donde el cuerpo te permita, después podés olvidarte sin culpa de que hay un hombre alrededor de esa portentosa bragueta. Total, él se lo olvidó primero.

2.7.07

Un cuartito muy visitado

¿Ya dije que me gusta la televisión? Seguramente, aquí mismo o en el otro blog, debo haber manifestado mi amor por ese medio. Me encanta mirar esas pequeñas cosas que suceden en la pantalla. Lo que prefigura un cambio de estética, lo que inaugura una tendencia. Lo destacable por su calidad y lo que definitivamente huele mal. Lo que se repite.
En esta última categoría –lo mínimo que se repite– entran los cuartitos de enseres que aparecen tanto en series como en películas de factura norteamericana. Pequeños para ser habitación y demasiado espaciosos para ser placard. Con paredes cubiertas de estantes y estantes llenos de artículos de limpieza variados. La escenografía se completa con convenientes lavabos y una cantidad incierta de escobas, cepillos, escobillones y lampazos. Estos cubículos tan útiles para el portero tienen una utilidad mucho mayor a la hora de satisfacer súbitos e impostergables deseos sexuales.
La escena es siempre la misma: dos personas, miradas ardientes que acuerdan sin palabras, pasillo, puerta con su correspondiente cerradura, choque de cuerpos urgidos, ingreso atropellado al improvisado espacio para la intimidad, empujones consentidos, ropa que cae, el ruido de objetos que se etrellan contra el piso, jadeos, jadeos, jadeos, personaje saliendo del cuartito al tiempo que, con expresión de "yo no fui", se acomoda la ropa recién reintegrada, segundo personaje que sale del cuartitio con la misma expresión que el anterior y la ropa más acomodada, cruce de miradas cómplices y satisfechas.
Ahora bien: el portero nunca aparece, el choque de los cuerpos siempre es muy cerca de la puerta del cuartito y la puerta jamás está trabada; el interior de la habitación está iluminado e impecablemente limpio; ninguno de los protagonistas teme que sobre su cabeza caigan tres litros de lavandina, acaroína o limpiametales; la acción desconoce de manera flagrante las leyes temporales del desabotonado; nunca ninguno de los objetos que pueblan las estanterías cae sobre el pie del o la protagonista, pie que ni por casualidad ingresa violentamente en el balde del lampazo; nadie, por más concurrido que sea el pasillo contiguo, escucha el subrepticio pero ruidoso encuentro que tiene lugar dentro del cubículo y tampoco nadie advierte que esas dos personas que salen de un minúsculo espacio lo hacen como si regresaran del shopping. Aún así, con toda la fe que requiere al espectador creer en esta secuencia, siempre que la vuelvo a ver, no importa quiénes sean los protagonistas ocasionales, me lamento de que aquí no tengamos esos cuartitos tan visitados.