14.9.09

Viaje de ida (para dos)

En todas partes se cuecen habas, decía mi abuela. Tanto del lado del grupo monopólico, a quien está dedicado el viaje inmediato anterior, como del lado del oficialismo, agrego yo.
La elección de los voceros gubernamentales para encarar la defensa de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (que, valga la aclaración, ya trae en el título la palabreja "servicios") ha sido lamentable.
Claudio "el agujerito sin fin" Morgado y Gustavo "concertación" López peregrinan por los programas de televisión balbuceando tibiamente sus pobres argumentos en favor de la ley que, según la palabra oficial, es "la madre de todas las batallas". Como payasos de circo pobre, le ponen primero una mejilla y luego la otra a los tortazos de la oposición y hacen reír a chicos y grandes. Inmunes al ridículo, uno de ellos, López, soportó que se lo llevara puesto y lo dejara revolcado en la banquina María Eugenia Estenssoro que, por otra parte, está muy lejos de ser un 1114; mientras que al otro le fue recordada su presencia en "TVR", programa que comenzó en el cuco-malo-sucio-feo de América Televisión y siguió, orondo, como huésped del terrible, extorsionador y "clarinesco" devorador de libertades canal 13.
Así que ahí va otro viaje de ida, esta vez para los dos voceros que, además, por estos días son pasajeros frecuentes.

Viaje de ida

Hay situaciones que no tienen retorno. Son un paseo sin regreso al territorio de la ridiculez. Algunos de esos irreparables atentados al criterio estético los perpetran los relatos sensibleros y efectistas del periodista Julio Bazán. Por lo general, el buen señor apela a las referencias pseudointelectuales y facilongas; abusa del drama –cuya desmesura es opuesta al medio tono de la tragedia– con intervenciones dignas de Andrea del Boca y, como si todo lo anterior fuera poco, agrega su voz para cerrar un combo que linda con el grotesco. Un verdadero viaje de ida. Para muestra bastan dos líneas:

"Que haya habido tan poca memoria y tanto olvido, que provoca penas,
favoreció a quienes nos estafaron como pueblo."


1.9.09

Laurita mira la tele – Un médico aquí

Las series de televisión, en su gran mayoría, incluyen historias de amor. No importa si se desarrollan en una isla inhóspita y misteriosa (Lost), en la redacción de una revista de modas (Ugly Betty), en la delegación policial que se ocupa de viejos casos irresueltos (Cold case) o en un prolijo y acartonado suburbio estadounidense (Desperate housewives, Californication, The OC, and so on), hasta el más cínico de los personajes (Charlie Parker – Two and a half men) tiene su momento edulcorado, sensual y, a veces, hasta erótico; lo cual es bueno porque, en definitiva, los planos amoroso y sexual forman parte de la vida.
Sin embargo, es notable el lugar que ocupan dichos planos en la vida de los médicos de las series. Los doctores Carter, Kovac, Rasgotra, Gates y Lockhart de ER; Montgomery, Wilder, King y Freedman de Private practice; Grey, Karev, el inseparable dúo McDreamy y McSteamy o Isobel Stevens (que incluye en su práctica el sexo salvaje con el fantasma de su novio Denny), de Grey's anatomy; y aún Cox, Elliot o JD de la casi tonta Scrubs prueban que la vida sexual de los médicos televisivos es inmejorable.
Lo cierto es que sean hombres o mujeres; clínicos, especialistas en fertilidad, estudiantes o neurocirujanos, la pasan bomba. Sin demasiada tristeza, van rápidamente de una pareja a otra y con ambas comparten el lugar de trabajo. Tienen encuentros de alto voltaje sobre camillas de consultorios, en ascensores de alto tránsito y, cuando se "enserian" un poco (la parte más aburrida), hasta en sus propias casas. No importa si han tenido un día difícil, si acaban de divorciarse o enviudar, si se les murieron todos sus pacientes, si hace cuatro días que están de guardia o si el quirófano no les dio descanso, siempre encuentran un momento (o más de uno) para el sexo que termina siendo un efectivo remedio para todo.
Además, son limpitos, atractivos y, como buenos boy scouts, están siempre listos.
La interpretación más obvia –aunque bastante compleja e indudablemente psicoanalítica– es que de tanto estar en contacto con la muerte, las relaciones sexuales operan como el lazo con el que se aferran a la vida.
La fácil, la de la esquina de mi barrio, es que en los hospitales "todo el mundo le da matraca a todo el mundo".
La mía no es una interpretación sino un pedido. Después de que hayamos hecho varias veces lo que tenemos que hacer, hablamos de diagnósticos e interpretaciones. Hasta entonces: ¡un médico aquí!