28.12.07

Me cansé

Así de simple: me harté.
A ver si nos ponemos de acuerdo: que haya elegido omitir mis referencias profesionales evitando el "chapeo" que tan incómoda me pone, no me hace unaseñoragordaquedespuntaelhastíodelhogarescribiendodosblogs.
Pero como parece ser que, al igual que en otros ámbitos, en este espacio se jerarquiza el autobombo y se mide a las personas por el ruido que hacen batiendo los parches –por las dudas, no vaya a ser que cualquier espíritu corporativo reconozca a un recién llegado y habilite para la competencia a los que hasta ahora no tenían cómo publicar– he decidido blanquear mis tropelías que, aclaro, cara a cara puedo llegar a contar (cosa que ha causado enorme sorpresa en más de un habitante de la blogósfera al que conocí en persona).
Entonces anoto algunas de las travesuras que cometí en los últimos veinte años:
Estuve a cargo de la Dirección Creativa de dos campañas presidenciales.
Como Redactora Senior, hice campañas nacionales y provinciales para casi todos los partidos políticos argentinos, y para varias marcas internacionales; y produje contenidos para una docena de sitios web.
Edité textos de autores de fama internacional, el Premio Nobel de Química Ilya Prygogine y el pensador francés Edgar Morin, entre otros.
Como ghost writer escribí casi una decena de libros que, por supuesto, no llevan mi nombre y, obviamente, no puedo listar.
Como escritora gané los siguientes premios: "Avon con la Mujer en las Letras", 1994 (primera mención); "INCA Compañía de Seguros", 1995 (mención honorífica); "Nacional de Literatura, Categoría Iniciación/Narrativa Breve" bienio 1994/1995 (segundo premio) con el libro de cuentos El Olvido Selectivo; y "Fundación Victoria Ocampo", 2007 (segundo premio) con el cuento "Miércoles de Cenizas", publicado en la antología editada por la Fundación.
En la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires tuve el placer de cursar materias con Beatriz Sarlo, David Viñas, Noé Jitrik, María Teresa Gramuglio, Laura Cerrato de Juárroz, Eduardo Romano y Jorge Panesi.
En cuanto al oficio de escribir, me formé en los talleres de Santiago Kovadloff y Tamara Kamenszain.
En la actualidad soy Directora de Contenidos de un portal web de próximo lanzamiento y, por supuesto, sigo escribiendo.
¿Ahora pensarán que escribo mejor?

27.12.07

El constructor

El constructor es un hombre paciente y tesonero que, muy probablemente, ha adquirido esas virtudes después de uno o más desengaños amorosos. Como siente que la vida no le ha sonreído pero en el fondo espera y desea que le sonría alguna vez, lejos de haberse transformado en un escéptico, sigue buscando el amor verdadero.
Aquella mujer que pretenda conquistarlo deberá estar preparada para los efectos acumulativos de la pasión arquitectónica que lo anima y lo impulsa. No dejarse vencer por las negativas y las actitudes prescindentes será la más importante vía hacia el triunfo.
Aunque intenta entregar su corazón, las heridas del pasado detienen al constructor y su instinto de supervivencia –eso de que "el que se quema con leche cuando ve una vaca, llora"– lo impulsa a poner barreras progresivas. Como un albañil del medioevo, va levantando alrededor de su maltrecho castillo el muro protector que imagina rodeado de un profundo foso infectado de cocodrilos hambrientos mientras, por otro lado, alberga secretos deseos de que la muralla sea finalmente vulnerada por la princesa de turno, una valiente capaz de atravesar las pruebas que él le impone.
Es que, tras su inclaudicable espíritu defensivo, el constructor no puede evitar cierta candidez. Especialista en vallas, barreras, obstáculos, barricadas, zanjas, fosos y badenes, el buen señor, merced a su notable perseverancia, construye con pequeños ladrillos que dicen "no" una enorme pared que termina mostrando un "sí" de dimensiones extraordinarias.
Sobre la hilera del "no me comprometo" coloca la hilera del "no planifico", sobre ésta la del "no quiero condicionamientos" y luego la del "no me ato a nada" y la del "no me quedo" y la del "no, gracias" y la del "no necesito una mujer en mi vida" y la del "no espero nada permanente" y así hasta que su obra tiene el tamaño de la Muralla China.
Tomado a la ligera parece distante, poco involucrado y hasta indiferente, pero esto no es más que la muestra de lo aplicado que se encuentra a su tarea. Y cada pequeña porción de "no" que agrega a su obra tiene un efecto contradictorio y paradojal porque el caballero en cuestión, tan preocupado por los ladrillos, termina su pared sin darse cuenta de que está amarrado como un idiota a la fémina que él cree del otro lado y que, en cambio, ha dejado encerrada junto a él en el exiguo predio de su corazón.

18.12.07

Yo quiero ser Laura Cambra

Recogiendo el guante del desafío que me lanzó Marinita el día de mi cumpleaños, voy a, por lo menos, intentar escribir este post y, lo que me es mucho más complicado aún, hacerlo sin ponerme seria.

No se trata de su inteligencia, porque por lo que sé le ha proporcionado más problemas que soluciones y, si bien le sirve para muchas cosas, a la hora de tomar decisiones no le evita ser un mono con navaja.
Tampoco es su vida social, por épocas más escasa que agua en el desierto y, cuando abunda, prolijamente evitada mediante un exigente proceso de selección.
Mucho menos la timidez que la hace poner cara de "yo no fui" o de "¿y vos quién sos?", alternativamente, cosa de desconcertar a los que la rodean que a veces creen estar frente a una inocente Heidi –pequeño e inofensivo cabrito bajo el brazo incluido– y otras, sienten el rigor de la fría mirada de una maléfica bruja.
No le envidio el cáustico sentido del humor –tan ácido que a la mayoría de las personas le resulta punzante– ni su compulsión a la metida de pata verbal que tantos disgustos le causa (es inevitable que "boquee") ni aun su posibilidad de reírse de sí misma.
Imposible desear sus atributos físicos. Para empezar, pisa los cincuenta –y como viene la mano, su bagage genético le permitirá vivir unas cuantas décadas más a puro deterioro, descenso y apergaminamiento–; tiene menos cintura que una almohada berreta –a las de pluma aunque sea se les puede marcar una forma–, detesta las cirugías un poco –mucho– por convicción y otro poco por terror a los quirófanos, descartando las posibilidades de "tunearse", lo que a esta altura ya sería una cuestión de protección del espacio público y respeto por el prójimo.
En cuanto a sus costumbres más arraigadas, no hay demasiado para tomar como ejemplo: el cigarrillo y el café son sus mejores amigos, come como un cosaco recién llegado del larguísimo invierno siberiano y, hace ya tiempo, se prometió –¡y lo cumple!– no ceñirse a ninguna dieta; le gusta el fútbol y sigue los campeonatos locales y algunos internacionales –lo peor es que no lo hace para tener tema de conversación con los hombres o para resultarles mas atractiva sólo por el hecho de que no serán censurados por adorar a San Macaya Apóstol o a San Huguito Mártir sino lisa y llanamente porque ella AMA el fútbol (aunque no las muestra, tiene fotos con el Enzo y con el mismísimo EMM). Le encanta manejar y nunca se achica a la hora de "meter trompa" para pasar primera. Casi siempre usa pantalones –es raro verla con pollera o vestido–, y su arreglo personal incluye apenas el baño diario y un poco de perfume (esto último, cuando se acuerda). Ni siquiera el hecho de que, a pesar de todo lo mencionado, siempre tiene cerca algún hombre –o más de uno– que le "tira los perros" constituye un motivo sustancial para querer ser ella. ¡Y pensar que no sólo no hace nada para que eso suceda sino que, además, la mayoría de las veces ni siquiera se da cuenta de que está ocurriendo!
No es su capacidad para poner los pensamientos en palabras, ni su obsesivo rechazo a las estrategias "marketineras", ni su casi estúpida costumbre de cultivar el low profile. Tampoco sus ocasionales osadías lindantes con la inconsciencia ni su carácter de Ave Fénix que le permite renacer de sus cenizas periódicamente.
No es porque un día se tiño de rubio para probarse a sí misma que podía ser aún más tonta. Ni porque trabaja en lo que le gusta. Ni porque está convencida de que lo más interesante que le pasó en la vida es vivir. Ni porque es zurda y tiene buena letra. Ni porque ganó más de un premio literario (aunque nunca lo diga). Ni por su desvergüenza para contar cuánto le gusta la televisión basura. Ni porque tiene un curriculum impecable y sorprendente (que jamás muestra).
No. No. No.
No es nada de eso.
Yo quiero ser Laura Cambra porque ella, solita, sin más ayuda que la de su infinita paciencia y su testarudez incomparable, se hace cada dos semanas sus propias uñas esculpidas.

14.12.07

Hoy no es un día cualquiera

11.12.07

Manual de instrucciones

Si me quieren sacar buena sea en cuestiones laborales, personales o familiares –cosa que, por más instrucciones que haya, no será fácil porque ya vengo avisando que soy terca como buena mula y mejor gallega– quienes deseen permanecer a mi alrededor deberán tener en cuenta que:

  • Me va más cómoda la modalidad a distancia que la presencial. Padezco de cierta lentitud estructural del pensamiento y la mediatización me ayuda a salvarla.
  • Invariablemente, soy mejor escribiendo que hablando (lo que no me hace buena para ninguna de las dos cosas sino sólo, como diría mi madre, menos peor).
  • Sepa que la oratoria no es lo mío. Y si no me queda más remedio que hablar, me sale más fluido frente a una sola persona que frente a un grupo.
  • Mantenga la distancia óptima. Prefiero estar lejos a estar cerca.
  • No espere un SI cuando me hace una pregunta. Mi primera respuesta es siempre un NO.
  • Acepte mis limitaciones (yo ya lo hice): me es más fácil preguntar que responder.
  • Deme tiempo. Superado el abatatamiento inicial, puedo ser simpática (si y sólo si quiero y la ocasión lo merece).
  • Sea cuidadoso. Cualquier signo de falta de delicadeza se traducirá en un inmediato cierre de compuertas (en el Juego de la Oca eso se llama "retrocede tres casilleros" o "pierde dos turnos").
  • No intente sorprenderme. A menos que quiera enfrentarse a la frustración de que me haya dado cuenta por anticipado y que, además, esté preparado para la cara de bragueta que le voy a ofrecer como recompensa por sus esfuerzos.
  • Aléjese rápidamente si la ironía le resulta incomprensible o agresiva. Si no lo hace, estará en grave peligro (y, habiendo escaleras, el propietario no se responsabiliza por el uso del ascensor o, si lo prefiere, el que avisa no traiciona).
  • No se desviva por impresionarme. El disfraz que mejor me calza es el de la displicencia. Y, si decide intentarlo, aplique la inteligencia para que yo no me dé cuenta de que lo está haciendo.
  • Tenga siempre a mano el sentido del humor. Si no me divierto, no me engancho. Todos tenemos dramas y tragedias. Si necesita contar los suyos que al menos sea de una manera tolerable.
  • Resista mis permanentes e intempestivos cambios de humor. Eso le dará puntos extra a la hora de hacer un promedio general de su desempeño. La práctica sistemática de la meditación trascendental le sería de gran ayuda.
  • Bajo ninguna circunstancia entre en situación de competencia conmigo. Si usted es hombre, jamás podríamos probar quién la tiene más larga porque sencillamente no puedo ofrecerle qué medir y, en el supuesto caso que intentáramos una competencia despareja –algo así como multiplicar peras por manzanas–, debo informarle que mi lengua es más larga que cualquier otro apéndice corporal. Si es mujer, en vez de longitud, probaremos filos.
  • Del mismo modo que no compite conmigo, no compita por mí. Desde ya, le aviso que no vale la pena tomarse trabajo por tan poca cosa y, además, el Circo Romano no me atrae.
  • No sea tibio. Si no puede evitarlo, abandone de inmediato cualquier tipo de esperanza porque si hay algo que no hago es arrastrar o empujar gente y nunca quise ser porrista.
  • No espere que yo sea tibia. Cualquier cosa menos una vida gris y anestesiada.
  • Escuche. Si quiere saber como soy, preste atención a lo que digo porque siempre digo lo que pienso y lo que pienso es lo que soy (si no entiende esta afirmación circular, dese por descalificado automáticamente).

10.12.07

El homeópata

El homeópata es un hombre que entrega su afecto en pequeñísimas dosis. Casi mezquino, inveterado amarrete de cariño, deja ver sus sentimientos como quien permite, apenas, espiar por el ojo de una cerradura.
Gestos mínimos. Pocas palabras. Una mesura griega autoimpuesta y tan lejana de la desenfrenada hybris de los dioses como es posible imaginar. El homeópata es hombre de miradas profundas, gran observador y pensante como pocos, que esconde tras el laconismo un terrible temor a quedar expuesto. Al igual que el profesional de esta disciplina no tradicional, necesita de largas charlas en las que hace preguntas que la mayoría de las veces suenan descolgadas e incoherentes, del tipo: "¿Te gusta el viento?" o "¿El mar o la montaña?" y que a cualquier desprevenida le podrían sonar a test de verano de la revista Cosmopolitan pero que, en realidad, le permiten mantener una distancia "higiénica" y son clave para conformar una imagen no superficial de la interlocutora o conocer los puntos de coincidencia entre ambos sin dar información sobre sí mismo. De igual tendencia en lo que hace a gestos, el homeópata regala esporádicamente alguna caricia que suele estar más orientada a registrar el efecto causado que a disfrutar del contacto. Sólo cuando se siente seguro y cómodo, luego de horas y horas de conversación, tímidas aproximaciones y ensayos varios, atina a una expresión de afecto algo más cercana a la ortodoxia.
Cultor extremo del "menos es más", el homeópata jamás dice "te quiero" y ni se le ocurriría la grandilocuencia extrema de un "te amo" que, para él, representa la corriente "a grandes males, grandes remedios" de la que huye como de la peste.
Su austeridad tiene efectos devastadores porque la relación con el homéopata está hecha de esas cosas de apariencia insgnificante que provocan cambios profundos en la mujer que, frente a estas actitudes, termina rendida, sin posibilidad de seguir mostrándose intolerante o caprichosa ni de hacerle una escena de celos ni de realizar un ingreso triunfal en la vida de ese hombre naturalmente inmune al avance viral.
Luego de los primeros momentos de desconcierto y sintomatología exacerbada, el homeópata genera una fuerte dependencia. Su carácter calmo y reflexivo es un oasis para cualquier mujer. Sin embargo, no especula sobre el efecto que tendrán sus dosis ínfimas. Si lo hiciera, huiría despavorido ante el tsunami emocional que esos míseros "globulitos" de cariño provocan en la destinataria. Mientras controle la administración, mientras la vida se escurra a través de goteros, papeles y glóbulos, mientras no se sienta amenazado por una insoslayable aplicación alopática, permanecerá en su eje negando de manera enfática y testaruda que el amor lo ha infectado masivamente y que es una víctima de su propia medicina.

30.11.07

Día Mundial de la Lucha contra el SIDA

Día Mundial del Sida

Responsabilidad y prevención.

28.11.07

Competencia de mulas gallegas

Terca como una mula, cabeza dura como buena gallega, desde este espacio siempre declaré lo poco que me interesan las estadísticas y los posicionamientos en rankings y listas; cuánto me molesta el marketing autorreferencial llevado a la exageración y cómo me resisto a incorporar a mi rutina las innumerables herramientas de difusión y medición que, día a día, me entero de que los demás usan.
Como una suerte de amish de la web, me mantuve al margen de cuanto gadget se cruzó por mi vista. Todo lo que pude. Todo lo que mi baja resistencia a la tentación me permitió. Un día fueron las Google Webmaster Tools; otro, Google Analytics. Un tiempo después Alianzo, Blogalaxia, Technorati... y siguen las firmas.
Sin embargo, como sigo siendo terca cual mula y cabeza dura cual real gallega; como, además, vivir con la cabeza metida en las estadísticas me quita tiempo para lo que me gusta hacer que es escribir; y como, por sobre todas las cosas, no puedo tolerar la idea de la exposición pública porque no he dejado de ser, también, fóbica, decidí darle a toda esa parafernalia un destino diferente: estoy pero no participo, existo pero no actúo, leo pero no compito. Y trato de analizar, muy de vez en cuando, la información de una manera no obvia, cosa que se me facilita por el hecho de tener dos blogs (sí, ya sé, es una carrera conmigo misma).
Así, he descubierto algunas curiosidades:

  • Mi blog más "serio" –el que casi nunca "promocioné" porque es literario, lo que equivale a decir más "denso"– tiene más visitas que éste.
  • Su authority en Technorati es mayor, al igual que la fidelidad de los lectores.
  • Los "chivos" en Twitter generan un bajo incremento relativo del tráfico actuando apenas como recordatorio dado que las personas que me siguen en Twitter también se han transformado en lectores asiduos incorporándome a su Feevy –me da escalofríos de pánico y fobia el solo hecho de pensarlo– o a su blog roll. En este punto, también habría que pensar cómo la comunidad se fue cerrando y consolidando a la manera de "club de amigos".
  • Cualquier estrategia para titular en función del posicionamiento en buscadores lo único que provee son visitas lábiles y estériles (esto lo aprendí de casualidad y, como todo lo que aprendí de la web, solita, así que perdonen las obviedades).
  • Todos sabemos que un buen comentario –con link incluido– en un blog famoso genera un incremento inmediato en el flujo de lectores. Ahora bien, ¿vale la pena tomarse el trabajo de ser "comentador profesional" de las blogocelebridades? Insisto: me quita tiempo para hacer lo que tengo que hacer y me exige una rutina social que me aburre y casi me avergüenza. De hecho, desde hace un tiempo, cuando creo necesario y se me da la gana hacer un aporte a las notas de los gurúes, dejo mis comentarios bajo mi nombre de pila y sin el link.
  • Dado que sigo resistiéndome a los links –menciones, chupadas de medias y otras yerbas– a no ser que crea que están absolutamente justificados, mi presencia en el entramado de vínculos es débil.
  • La tasa de visitas únicas en ambos blogs es baja mientras que el tiempo de permanencia es alto –a veces escandalosamente alto– y la cantidad de páginas visitadas es importante.
  • En este blog, las visitas iniciadas merced a un buscador tienen como referencia, en su mayor parte, parámetros no casuales: nombre del blog, nombre del autor o ambos. En el otro, en cambio, no se registra la misma tendencia. Esto puede ser atribuido a la inclusión de SEUO en Twitter.
  • Ambos blogs tienen una tasa parecida y bastante alta de visitas directas pero los visitantes no son, salvo excepciones, los mismos, lo cual habla de la existencia de dos universos de lectores, dos públicos diferenciados.
  • En cuanto a las visitas a partir de sitios de referencia, SEUO muestra un comportamiento más "público" y aleatorio mientras que a Cadenas de Palabras los visitantes llegan en mucho mayor medida por vía de recomendaciones directas de otros blogs.
Por supuesto, no tengo cientos de visitas diarias sino algunas decenas. Ciertamente, hago poco por tenerlas; ni siquiera las espero. Es más, a veces el solo hecho de enterarme quiénes son mis lectores me provoca un terrible pudor, por no llamarlo vergüenza o, de manera más clara y contundente, cagazo como el que me dio el día que Marinita decidió sin previo aviso mencionarme en No me parece. Y, a la vez, no puedo negar que escribo para ser leída; que el acto de escribir, un momento de intimidad, suele estar atravesado por el placer que me causa pensar en el placer que otro tendrá al leer esas palabras; que me hacen feliz los comentarios; que me emociona que otros autores me tengan en cuenta y que, a pesar de mis contradicciones internas, siempre vence el deseo de publicar. Porque la que siente pasión por escribir es más mula y más gallega que la tímida y fóbica que llevo adentro.

26.11.07

El territorio de la conquista. ¿O la conquista del territorio?

En las relaciones de pareja tiene una gran importancia la conquista. Y no se trata simplemente de la necesidad de seducir que impulsa a un hombre a comprar flores o a una mujer a fulgurantes miradas apenas veladas por una estratégica caída de ojos. La conquista no es sólo una cena a media luz y música suave. Es mucho más que eso: es la conquista del territorio de la otra parte, la colonización progresiva y silenciosa de espacios privados, una expansión imperial en permanente avance, una campaña viral que desparrama presencia propia en la vida ajena y una infiltración subrepticia e incesante.
El avance se manifiesta de maneras diferentes según las características de personalidad de cada individuo.
Los "aplanadora" –frontales y directos– pasan, sin solución de continuidad, del ramo de rosas rojas (siempre son rojas) al bolso con pertenencias o al "te traje un florerito que tenía en casa para que duren más las flores que me regalaste el otro día. Lindo, ¿no?". O del SMS insinuante al diluvio de mensajes, llamados e interrupciones in corpore. Aquello que en un primer momento sonaba a gesto de cuidado, a atención y delicadeza, pronto se transforma en una invasión inglesa –que a veces termina en aceite caliente– y en una lucha sin cuartel por el control remoto de la televisión, el uso del teléfono o el gobierno de la heladera y sus contenidos. Los "aplanadora" son partidarios del ataque masivo y letal, fanáticos del Día D.
Los "subrepticios verbales" son expertos en tiros por elevación. Su estrategia es de avance y retroceso: tiran la granada, esperan que explote, registran los efectos, se llaman a silencio y vuelven a iniciar el ataque. Actúan por desgaste. Son como los presos que, sin nada mejor que hacer, horadan la pared de la celda con una cucharita de té. Frases como "Vos estás muy solo/a. Te vendría bien tener compañía" son armas mortales en boca de estos personajes. Repetidas hasta el cansacio, convencen al otro de que son realidad y que expresan su propio deseo a tal punto que finalmente los "subrepticios verbales" terminan triunfando y son invitados de honor a la fiesta sorpresa que ellos mismo se organizaron.
Luego están los "agricultores". Una raza paciente y perseverante que siembra objetos en distintos lugares del territorio enemigo: un día es un par de medias –o una hebilla, si el "agricultor" es mujer– que quedó bajo la cama luego de un revolcón furioso y que jamás, antes de partir, se molestaron en buscar aun cuando afuera estaba helando; otro día es una notita cariñosa que pretenderán eternamente pegada con un imán en la puerta de la heladera; la tercera jugada –crucial para el avance– es la que despertará en el invadido un acceso de horroris cerdum cuando se tope, una mañana cualquiera, con un cepillo de dientes adicional en el contenedor del baño o, si el invasor es femenino, el episodio será de horroris braga: una coqueta bombacha de encaje secándose en la canilla de la ducha; la jugada de jaque a la reina –o al rey– estará determinada por la presencia de "la mudita", esas dos o tres prendas de ropa interior que cabrían dentro de un tupper pero que, alojadas en un cajón junto a las propias, se transforman en un forúnculo incurable; por último, la estocada definitiva vendrá cuando el forúnculo se adueñe el cajón completo mientras que en el botiquín del baño se negocia la cuestión de límites entre la crema de afeitar y los tampones.
El cuarto perfil es el de los "prescindentes". Ellos son los que pretenden no querer involucrarse en ningún tipo de maniobra imperialista y, con impecable manejo de cintura, declinan cualquier deliz que implique una tentación. Siempre están queriendo irse, eludir los compromisos y preservar su sacrosanta independecia pero lo que en realidad desean es ser invitados, tentados y encadenados para, después de un rato de tajantes negativas, hacer un sacrificio en nombre de la insistencia. Los "prescindentes" no llaman, no invitan, no necesitan, no desean pero, en realidad, lo que se esconde tras esa indiferencia es una estrategia mediante la cual se hacen llamar e invitar y transfieren el deseo y la necesidad a la otra parte que, débil, vulnerable y fascinada, abre las puertas de su reino para dejar entrar al caballo de Troya.
Lo cierto es que así se trate de una invasión violenta y frontal, de una persistente llovizna de insinuaciones, de una siembra sistemática de recordatorios personales o de una colonización encubierta, el fin último siempre será plantar bandera en campo enemigo. Y no es menos cierto que en el momento en el que el conquistador o la conquistadora hayan puesto un pie en nuestro territorio, estaremos completamente perdidos.

23.11.07

De curso legal (realmente virtual)

En el mundo real hay dinero y existen los dólares –U$S– y los euros –€– y las libras esterlinas –£– y aun nuestros siempre maltrechos pesos –$. Los billetes de casi todas las naciones tienen en una cara la figura de un prócer y en la otra muestran la imagen de un lugar relevante. Así, sobre nuestros $100 están Julio Argentino Roca y la reproducción de un cuadro sobre la Campaña del Desierto, los $50 lo tienen a Domingo Faustino Sarmiento de un lado mientras que en el otro se dibuja la Casa de Gobierno; los $20 retratan a Juan Manuel de Rosas y recuerdan el combate de Vuelta de Obligado; en los de $10 se ve a Manuel Belgrano y el Monumento a la Bandera en la ciudad santafesina de Rosario; los de $5 están dedicados a Don José de San Martín y el Cerro de la Gloria en Mendoza, y en los de $2 aparecen Bartolomé Mitre y el museo que lleva su nombre. No abundaré en detalles sobre la moneda de otros países porque sería demasiado extenso y farragoso –pero por sobre todas las cosas aburrido– hacer un relevamiento de las caras y lugares que se estampan sobre el papel de seguridad.
Desde hoy, gracias a una gestión mancomunada y al notable desarrollo y crecimiento de la comunidad twittera argentina, Tuitiar también tiene su propia moneda y su tipo de cambio. Al igual que cualquier moneda de curso legal, tienen en el anverso el rostro de un prócer y en el reverso una imagen relacionada con el desempeño histórico y señero de esos valientes hombres 2.0.
Así, el billete de mayor denominación es el que muestra a un pensativo Esteban Peicovich en una de sus caras y la imagen del Arca en la otra. El que le sigue presenta el rostro adusto de Darío Gallo y, del otro lado, el dibujo filigranado de una barca llena de makis, nigiris y sashimi. La pieza de papel moneda que sucede a las dos ya enumeradas retrata a Leandro Zanoni con su proverbial sonrisa y en la cara opuesta hay un interesante collage de tapas de revistas que, con inusual preciosismo, pone el acento en los traseros de bellas señoritas de las cuales difícilmente se recuerden los rostros y mucho menos los nombres. Por último, el billete de menor denominación le corresponde a Pablo Mancini, cuya imagen aparece en una de las caras mientras que en la otra vemos una reproducción de "Mar de Flores", obra vanguardista digital y caótica.
Dado que la legislación de Tuitiar todavía es algo difusa, se ha decidido que el tipo de cambio interno –valor de cada billete– sea aleatorio. Al momento de escribir este comunicado la equivalencia es la siguiente:
1 Peicovich = 2 Gallos
1 Gallo = 4 Zanonis
1 Zanoni = 17 Mancinis
Del mismo modo, es necesario aclarar que los Mancinis no sólo cotizan en Tuitiar sino que también son de curso legal en Second Life bajo el nombre de Mancindens.
Dado que los próceres vivientes no leen SEUO, no creo que lleguen a enterarse de que han trascendido las fronteras de la simple humanidad virtual para transformarse en imagen, representación y valor de esta moneda convertible de curso legal (realmente virtual).

22.11.07

Al desnudo: Yo quiero ser María Sharapova

Yo quiero ser ella. Me impulsa una infinidad de motivos. Comenzando porque es rubia, alta, delgadísima. De una belleza compleja y llena de misterio. Cuando sonríe deja ver dientes perfectos –que patrocina Colgate– y los ojos se le achican de una manera absolutamente encantadora –tal cual muestran las fotos tomadas con cámaras Canon. Además, juega al tenis como una diosa –tal vez se deba a Gatorade y a Tropicana– y, aunque en la actualidad ocupa la quinta posición en el ranking femenino –estrenando sugestivos modelos de Nike en cada torneo–, sabe lo que es estar al tope de la lista. Entre las diez cosas que no soporta se cuentan los Hummer, probablemente porque así lo exige su sponsor Land Rover. Usa perfumes de Parlux Fragances, raquetas Prince, carteras y joyas de Samantha Thavasa, relojes Tag Heuer. Firmas que, además de proveerla de todos sus productos, obviamente, le pagan fortunas por mostrarlos. Así que la jovencita es una máquina de facturar billetes grandes.
Si bien hace años que vive en los Estados Unidos –fue una de las becarias más jóvenes de la clínica de Nick Bollettieri, después de haber dejado para siempre su Rusia natal– declara no comprender la celebración de Halloween y trata de psychos a quienes eligen disfrazarse para la ocasión.
María adora a Orlando Bloom y a Lebron James y dice que con gusto los invitaría a jugar dobles mixtos. Acostumbrada a los mimos, en su sitio web oficial relata cuáles son los diez tratamientos de spa imprescindibles: manicura, masaje del cuero cabelludo, masaje manual, gommage de mango y sal marina, hidroterapia, baños de barro, masajes faciales, reflexología, belleza de pies y masaje con piedras calientes. Como, al parecer, los rankings son parte de su vida de Top Ten, tiene uno, detallado y cuidadosamente elaborado, para cada cosa que se le cruza por debajo de la rubia cabellera: personas con las que le gustaría trabajar en el futuro (Vera Wang y Frank Gehry, por ejemplo), personas con las que le gustaría tomar un café (Gwen Stefani, Bono y otra vez Orlando Bloom), lugares donde no estuvo, lugares donde estuvo, regalos navideños que recibió, restaurants, spas, accesorios, películas, revistas (¿cuál sino Cosmopolitan podría haber ocupado su número uno?), cosas para las que es buena (hacer valijas, manipular a la gente, espiar, dar excusas... ¡OMG, qué muchacha!), cosas para las que no es buena (cocinar, ser paciente, manejar sus emociones, darle la razón a otro), golosinas, cosas que se llevaría a una isla desierta (antes que nada, protector solar) y alguna que otra estupidez del mismo irrelevante calibre.
La princesa del tenis, como la llaman, se anima a las alfombras rojas con minivestidos de cuero negro, a las bikinis de tapa de Sports Illustrated, a los night gowns de Hugo Boss. Pasa tanto tiempo compitiendo y entrenando como presentando productos de sus auspiciantes –siempre en esquinas diferentes del ancho mundo–, con su perfecta sonrisa de comercial de dentífrico.
En suma: factura, viaja, es bonita, tiene miles de fotografías en las que luce perfecta, gana torneos de tenis y es dueña de vociferar idioteces, confesar su superficialidad como una virtud y ¡leer Cosmopolitan! Y si bien todo esto alcanza para despertar el odio de cualquier mujer, María Sharapova tiene una cualidad que la hace diferente y única, una característica que yo le cambiaría y por la cual dejaría de lado todo otro beneficio de los que en su corta vida goza: los aullidos orgásmicos que, desde los courts, desatan turbas de ratones embravecidos en las mentes masculinas.

13.11.07

1974

En 1974, mucho antes de que se popularizaran las luchas en el barro, yo ya andaba cometiendo tropelías con mis compañeros y compañeras del colegio.
Teníamos una especie de vida salvaje y libre en la cual había espacios
y tiempos para la diversión y un cierto saludable desenfreno.
Una vieja amiga me mandó esta foto amarillenta y fuera de foco que registra cómo festejé mi cumpleaños. No pude evitar pensar que, además de mi foto, estoy yo, aquí, ahora, para contarlo. Y que hay muchos de los que sólo quedan las sonrisas congeladas, el testimonio de lo que fue, las señales de la moda. Sólo fotos. Nada más que fotos.

RBD – De la historieta al animé. Del animé a la vida

Hasta el jueves pasado, la mayoría de nosotros no éramos más que cuadros de historieta con un texto que, en este caso, venía abajo o al costado de la imagen –más parecido a "El Tony" que a "Mafalda"– y tenía las mismas limitaciones de espacio que los parlamentos de los héroes dibujados. Nos distinguíamos por ciertos giros discursivos, temas, más o menos presencia, más o menos interacción con los demás dibujitos. De vez en cuando, alguno decidía cambiar su imagen provocando no poca sorpresa y confusión en los demás personajes. Y todo quedaba ahí, en el plano territorio del comic. Sin movimiento, sin voces, sin gestos.
Pero el jueves, muchos abandonamos las dos dimensiones de la tira –no siempre cómica– y saltamos al animé. Fuimos, apenas por un rato, héroes de cartoon. Algo confusos. Mecánicos y acelerados. Modulando voces para el personaje de la historieta que se veía a sí mismo como una incierta estrella que debía hacer la transición entre el cine mudo y el sonoro. Agregando identidad sin perder la identidad. Ensayando abrazos y contactos. Creando un script sin la limitación de los 140 caracteres. Diseñando recorridos, desplazamientos, figuras. Protegidos tras la laptop. Dibujando contornos apenas con las sombras y el recurso visual de la perspectiva, pero aún planos. Y algo incómodos con la transición.
Hasta que, a fuerza de compartir tiempo y espacio, adquirimos completa corporeidad. Escapándonos de la planimetría para que los personajes dejaran su lugar a las personas en una instancia mucho más rica, mucho más comprometida y mucho más visceral. Ya sin guión, superpuestos, interactivos. Y las palabras dejaron de ser parlamentos para ser palabras. Y los abrazos dejaron de ser muecas para ser abrazos. Y el contacto dejó de ser virtual para ser real. Y la comunicación y todas sus herramientas se transformaron en la excusa para construir esa perpetua obra teatral que es la vida.

7.11.07

El hombre gerundio

El hombre gerundio siempre está en un embotellamiento, en una manifestación, en medio de una huelga que lo detiene y lo retrasa. En su vida no hay autopistas vacías ni calles desiertas ni lugares para estacionar sino una cadena de infaustos sucesos, imprevisibles casilleros del Juego de la Oca en los cuales siempre pierde el turno. Tiene la agenda repleta de citas que, con persistente compulsión al fracaso, encadena una tras otra para ahondar, en cada llegada tarde, el abismo que lo separa de poder cumplir con los horarios prefijados. Quienes lo conocen, saben que es inofensivo y, resignados, lo esperan o eligen mentirle citándolo media hora antes que a una persona normal. Los que, frente a varias tazas de café, acaban de ser dejados de plantón por primera vez piensan que es un desconsiderado, un impertinente y un maleducado.
Aunque da motivos para la desconfianza, el hombre gerundio no es un marido infiel, no le gusta la trampa, no se queda charlando con los amigos en un bar ni pasa horas jugando en el casino para luego, a la hora de dar explicaciones, hacer gala del criterio de inverosimilitud para construir una historia verosímil. Lo que sucede es que, simplemente, tiene una peculiar idea del tiempo y cree con fe inamovible que sus desplazamientos se llevarán a cabo en veinte minutos cosa que sucedería si y sólo si los realizara en helicóptero.
Según su percepción, el reloj es un artefacto ruin que lo engaña –cual patrón de estancia que le promete casamiento a criada indígena– diciéndole que son las tres cuando, en realidad, son las tres y media.
Lo que lo distingue de otros modelos de hombre es que tras él hay un enorme monto de sufrimiento. Porque es un hombre bueno. Con buenos propósitos, con buenas intenciones, con buena disposición para cumplir todas las promesas que hace y que incomprensiblemente para él se le malogran por innumerables razones que escapan a su voluntad. Para colmo, se siente incómodo frente los mudos reproches de quienes siempre lo esperan. Entonces, balbucea excusas torpes e ineficaces porque no quiere excusarse y porque es consciente de que sus cálculos y previsiones otra vez han fallado.
Lo que es peor –y lo que a la vez demuestra que no especula con el tiempo ajeno– es que, cuando se lo llama para chequear, aunque sea tarde, que recuerda la cita a la que está faltando, jamás de los jamases se lo encuentra en otro lado haciendo otra cosa. Porque el hombre gerundio es un eterno pasajero en tránsito. Una persona en permanente movimiento (slow motion pero movimiento al fin). Un sufriente peregrino. Un malogrado viajero que no encuentra playa de estacionamiento y que está condenado a repetir una y otra vez la frase que corporiza su tragedia y deja al desnudo su vulnerabilidad; el inevitable "Estoy llegando".

30.10.07

De Tato


¡Qué país! ¡Qué país! ¡No me explico por qué nos despelotamos tanto... ¡si éramos multimillonarios!
Usted iba y tiraba un granito de maíz y ¡paf!, le crecían diez hectáreas.
Sembraba una semillita de trigo y ¡ñácate!, una cosecha que había que tirar la mitad al río porque no teníamos dónde meterla...
Compraba una vaquita, la dejaba sola en el medio del campo y al año se le formaba un harén de vacas.
Créame, lo malo de esta fertilidad es que una vez, hace años, un hijo de puta sembró un almácigo de boludos y la plaga no la pudimos parar ni con DDT. Aunque la verdad es que no me acuerdo si fue un hijo de puta que sembró un almácigo de boludos, o un boludo que sembró un almácigo de hijos de puta.

Tato Bores

26.10.07

Al desnudo: Yo quiero ser cola Reef

Es curioso que aquello que en otras latitudes se denomina "bikini contest" y consiste en una veintena de bellas señoritas ligeras de ropas recorriendo una pasarela en busca de un premio al que, en última instancia, se harán acreedoras por obra de la naturaleza –o de la cirugía estética, que es la naturaleza versión siglo XXI– y no por mérito propio; por nuestros pagos se vea reducido a un segmento de la anatomía femenina pasando a llamarse –cortito, al pie y sin demagogia alguna– "ser cola (espacio para el patrocinador, en este caso, Reef)".
Ser cola con sponsor implica, más allá de tener un portentoso trasero pasible de ser admirado y fotografiado en situaciones diversas, haber conseguido un pasaje –aunque la estadía sea corta y provisoria– al primer cielo de las celebridades. Después habrá que ver cómo acceder a los siguientes niveles pero, para comenzar, la puerta ya ha sido franqueada.
Por otra parte, no nos engañemos, así como la mayoría de las mujeres reconocemos a un hombre por rasgos de su cara o aun por el conjunto de un cuerpo atractivo; para los hombres la cola es el top of mind de la identidad femenina. Una mujer de exhuberante "ir" deja en el imaginario masculino una impronta imborrable generando, merced al principio de economía de almacenamiento de la información, un proceso de limpieza de toda otra data –empty trash, discard others, delete forever,
no further information required– que en ocasiones hasta se lleva el nombre de la afortunada (file not found). De este modo, asistimos a una muestra de la más sublime utilización del recurso metonímico –la parte por el todo– por el cual una mujer enterita pasa a ser una cola que, además, cotiza mejor que la totalidad. Como si el lomo (o, para más precisión, la nalga) costara más que la vaca entera.
Sin embargo, mi deseo de ser cola Reef no tiene que ver con la necesidad de alcanzar un estrellato fugaz. Ni de abrir puertas de complejos cerrojos sirviéndome de una zona no prensil de mi anatomía. Tampoco se trata de incrementar el índice de recordación masculina.
Son los beneficios secundarios –muchos y relevantes– los que me atraen. Porque ser cola Reef implica, en orden estrictamente ascendente, dejar de preocuparme por la prolijidad de las uñas de los pies, eliminar cualquier tipo de inquietud por ese segmento casi imposible de belleza que es la rodilla, reducir de manera significativa la superficie corporal sometida a dolorosos procesos depilatorios, obviar el trabajo sistemático sobre la zona abdominal y pectoral, dejar de lado todo pensamiento persecutorio acerca de la inocultable flaccidez de bíceps y tríceps, despedirme de la manicura, los baños de parafina y las uñas esculpidas; agradecer a Dios –o cualquier otra divinidad– por la presbicia que desdibuja las incipientes arrugas faciales propias y ajenas, descartar el uso de cualquier preparado anti-age, firming, filling o reconstructive con ingredientes de nombres tan intimidantes y herméticos como hialurónico, mandélico, pentapéptido, glicólico o mucopolisacárido; presentar la reununcia indeclinable a tinturas capilares, baños de crema, productos anti-frizz, alisadores y onduladores de cualquier tipo; dedicar todo el tiempo libre –que será mucho- a pensar en cómo conservar y mejorar (si eso fuera posible) la bendita cola Reef. Y, por sobre todas las cosas, alejar para siempre, gracias a haber hecho de la cola el objeto más preciado, el peligro de transformarme en una completa mujer–objeto.


23.10.07

Postales de Buenos Aires


Tengo la suerte de trabajar en lo que me gusta.



En este caso, con imágenes de Buenos Aires.



Cada postal, además de reflejar distintas perspectivas de la ciudad, muestra edificios realizados por la empresa que solicitó una acción de marketing dirigida a los arquitectos de fama internacional que asistieron a la Bienal de Arquitectura que tuvo lugar entre el 19 y el 23 de septiembre.



¡De vez en cuando trabajo!



16.10.07

¡No te los podés perder!

En la misma semana, en el mismo escenario, dos reestrenos (¿?).
El primero, un lavandina flacuchito con rulos de bigudí que ni siquiera tiene el encanto equívoco de los semibalas. Un figaza total él, absolutamente figaza su música.
El segundo, un medio tano, medio sucio, medio pelado que alguna vez en su vida hizo un medio éxito medio en italiano y medio en inglés. ¡Y vuelve para cantarlo (¿?)!
Dos Top Ten de albergue transitorio en la calle Corrientes.

El regreso de los muertos vivos II

vvv

El regreso de los muertos vivos I


10.10.07

Perdón, ¿es a mí?

Hay un tipo de mujer al cual el elogio le resbala. Con una autoestima del tamaño del Hermitage, va por la vida sintiéndose una diosa recién descendida del Olimpo. Las miradas, los comentarios y murmuraciones jamás alcanzan siquiera a rozar su inexpugnable estructura yoica. Como hermanastras de la Cenicienta, las envidiosas susurran a su espalda –que además de bella es sorda– que "se cree más de lo que es". Jamás piensa que el piropo encierra una intención o que oculta un deseo simplemente porque NO LO ESCUCHA.
Del otro lado de esta resplandeciente mujer-de-cualquier-edad hay otras que no gozan del amparo de un ego tan bien dotado. Yo soy una de "esas otras".
Durante años, cualquier elogio dirigido a mí, fuese de la índole que fuese, me causaba una enorme extrañeza. La sensación clara de que era exagerado o de que constituía un grave error de apreciación.
Así andaba yo por la vida, respondiendo al "¡Qué linda que estás hoy!" con un "¿Estas seguro/a?"; al "Lo hiciste muy bien" con un "No tanto"; al "¡Qué bien te queda ese corte de pelo (o el vestido o lo que hubiese de innovador en mi aspecto!" con un "¡No, te parece a vos!". Por no mencionar el directo "no te creo", el ofensivo "estás loco/a", el oftalmológico "vos necesitás anteojos" o el incrédulo "no me mientas".
Más allá de cualquier (auto)interpretación –a la que cientos de horas de diván mirando el techo y hablándole al psicoanalista de turno (o mirando al psicoanalista y hablándole al techo, porque también he tenido malas experiencias) me habilitan– sobre la descalificación de la mirada del otro o la propia mirada funcionando como un censor autoritario e implacable, el halago, el piropo o cualquier otra manifestación elogiosa hacia mi persona se transformaban en el escenario de una lucha interna en la cual un bando pugnaba por creer y así lograr la inyección de energía para el ego sediento; mientras que el otro bando, casi siempre victorioso, esgrimía con notable efectividad argumentos del tipo "no te lo creas", "algo habrá detrás de tanta adulación", "¿te miraste bien?" o "es demasiado bueno para ser cierto".
¿Y por qué digo que integro las huestes de "esas otras" al mismo tiempo que cuento esta historia en pasado? ¿Es que, con los años y la sabiduría adquirida, el bando vencedor ha pasado a ser el vencido?
No. Ni ahí. Lo único que los años me han dado, además de lo inevitable, es una cierta capacidad de sonreír apenas, con los labios bien apretados para que de la boca no ose escapárseme palabra alguna, mientras en mi mente se repite la insoslayable pregunta: "¿Me estará hablando a mí?".

6.10.07

Art Fry: ¡Gracias, hermano!

Art Fry era tenor en el coro de su iglesia y desesperaba porque los señaladores de papel que marcaban la secuencia del canto en su libro de himnos caían dejándolo en la más absoluta e insoportable imprevisión. Durante la semana, en su trabajo como ejecutivo de una importante empresa, también se enfrentaba a dificultades: con frecuencia le surgía el deseo imperioso de hacer acotaciones en los informes internos pero le resultaba casi intolerable quebrar la prolijidad de las páginas llenándolas de flechas, marcas, ampliaciones, correcciones o bifurcaciones de su agitado pensamiento. Entonces, un día, dando rienda suelta a su furia obsesiva, tuvo LA idea. Papelitos con una banda adhesiva en el dorso comenzaron a poblar los reportes internos. Casi de inmediato, sus compañeros de trabajo clamaron por la producción masiva de lo que, luego de intensos y exhaustivos estudios de mercado, se llamó Post-it.
Esos papelitos de todos los tamaños y colores que se pegan dondequiera sin dejar huella de su existencia una vez que se los retira –gracias a sus microesferas adhesivas–, son uno de los mejores inventos de la humanidad toda y, especialmente, de la humanidad obsesiva.
Siempre están donde estoy yo. Decoran el marco de mi monitor, la puerta de mi heladera, la mesa de luz, el espejo del baño, el sector cercano al teléfono donde siempre se necesita un algo-para-anotar lo que de otra forma se perdería; señalan páginas inolvidables de los libros que leo; alimentan mi pasión desenfrenada por las listas, nóminas y enumeraciones; guardan números telefónicos, recordatorios, horarios y direcciones tan importantes como para tener a la vista o sin la relevancia suficiente como para pasar a la agenda; son reservorio de ideas peregrinas, versos sueltos y fechas de vencimiento de facturas; dibujan secuencias, cuentan historias, se reciclan, rotan, cambian; algunos incluso abandonan el estatuto pasajero para el que fueron creados y pasan a formar parte de los recuerdos queridos.
El persistente deseo de Art Fry de facilitar, organizar y sistematizar su desempeño como cantante y como ejecutivo de 3M, de eludir la distracción y el malestar que le causaba el desorden, dio como resultado los Post-it.
Parece entonces claro que un número significativo de ideas brillantes surge de la necesidad de resolver un problema propio y de encontrar respuestas para preguntas recurrentes, pero sobre todo de calmar, acallar y satisfacer una obsesión. O unas cuantas.

2.10.07

El repetidor

Este señor, más que ser un modelo de hombre, repite una historia modelo. Con más de cuatro décadas sobre sus espaldas ha vivido bastante. Promediando los veinte se casó, tuvo hijos, construyó una familia y alcanzó un bienestar económico que sostiene sin demasiado entusiasmo pero sin preocupación. Hace poco, por cuestiones que no vale la pena analizar, se divorció. Durante el tiempo que estuvo casado hizo todo lo que había que hacer: saltó de la tarjeta de crédito ordinaria a la dorada y luego a la platinada, pagó colegios caros para los chicos, vacacionó con la familia en bonitas playas, viajó a Europa y a los Estados Unidos más de una vez, él y su esposa comenzaron a comprar ropa de diseñadores nacionales primero y europeos después, cambió auto familiar por un deportivo para él y una cuatro por cuatro para la cónyuge, se mudó a una casa más grande o a un departamento más lujoso, circuló por los restaurantes de moda comiendo pequeñas exquisiteces en enormes platos y hasta, para festejar los cuarenta años de la madre de sus hijos, le regaló la operación de lolas por la cual ella tanto había insistido. Para lograr todo eso tuvo que cumplir con dos premisas básicas: primero, trabajar como un burro, sin descanso; segundo, dejarse serruchar el cerebro por la incansable ambición de la –por ese entonces– mujer de su vida.
Una vez divorciado
y liberado del taladro que lo había sometido a torturas durante casi veinte años, lejos de empezar a disfrutar en serio de lo que tanto le costó conseguir, ¿qué hace el tipo? Se recontraengancha con una soltera que apenas pasa los veinticinco y que, por supuesto, empieza el trabajo fino para conducirlo nuevamente al Registro Civil.
No se trata de hacer aquí la defensa de las mujeres de mediana edad. Cualquier idiota se da cuenta de que no hay experiencia que suplante una humanidad en la que todo se encuentra ubicado por lo menos diez centímetros más arriba y no se agita como un flan (el único que, por cuestiones puramente comerciales, lo sostiene es Ricardo Arjona). Tampoco sirve como excusa eso de que después de los cuarenta las mujeres nos liberamos mucho más en la intimidad porque sería desconocer el speed con que vienen las jovencitas de hoy en día que de reprimidas no tienen nada.
El tema de fondo es analizar por qué esos diez centímetros más arriba hacen que el hombre en cuestión camine derecho –una vez más– hacia la escena de su peor pesadilla y, a los pocos meses, después de haber recuperado un torrente hormonal que creía perdido para siempre, esté envuelto en la organización de una fiesta de casamiento y una luna de miel, comprando muebles y electrodomésticos para una nueva casa, planificando viajes por el mundo, recorriendo restaurantes de última moda y pensando en darle un hijo a esa voz de fondo que le perfora la voluntad mientras todo aquello que estaba en el lugar correcto y a la altura óptima comienza su inevitable caída.

30.9.07

Fracaso garantizado

Así como para muchas cosas soy hábil, hay algunas que nunca me saldrán bien. Reconocer esas taras es, aún hoy, un duro golpe para mi carácter obsesivo. No importa si hay quien las pueda hacer por mí. Importa que yo soy inútil para esos menesteres. Aquí van algunos de mis más flagrantes "no puedo":
Pintarme las uñas de las manos. No se trata de la mano derecha bien y la izquierda mal –soy zurda–, se trata del enchastre inevitable que hago cada vez que, de puro cabeza dura, vuelvo a intentarlo. Ni el brillo me salva de las falanges endurecidas por el esmalte.
Hacerme brushing. En este punto me mata la impaciencia. Lo del mecha por mecha con el resto del pelo agarrado con un gancho no se hizo para mí. A los diez minutos me aburrí y el frizz pasó a ser tolerable.
Jugar a la escoba de quince. Me encantan los juegos de cartas. Todos. Puedo llevar la cuenta de lo que ya salió, lo que falta salir, los puntos que suma cada jugador o un fallo en una mesa de tute cabrero. Pero soy una negada para la escoba. Cuando me doy cuenta de que, en la última mano, tengo la sota de oros y el siete de velos todavía no se jugó, es porque estoy viendo al príncipe sobre la mesa y la sonrisa babeante y sobradora en la cara de mi oponente.
Detectar un lance. Quien trate de tirarme los galgos está inmediatamente reducido al lugar de penado catorce –el que murió haciendo señas– porque para cuando yo caigo en cuenta del avance, seguro se casó, tuvo hijos, se divorció, le agarró el viejazo, está tras jovencitas recién salidas de la secundaria y, encima, me recuerda con odio sólo porque cree que rechacé sus insinuaciones.
Hacer repostería. Me encanta cocinar. Preparo platos riquísimos casi con naturalidad. Cualquier ama de casa que odia el segmento culinario de las tareas domésticas es capaz de hacer un bizcochuelo. Yo no. Se me baja, se me quema, se me agruma o se me desequilibra. Para peor, la respostería es una suerte de ciencia exacta en la cual la medición de los ingredientes determina los resultados y soy horrible para pesar y medir.
El Excel. Para mí no hay nada más hermético y oracular que una planilla de cálculo. Cualquier intento de operar esa aplicación que media humanidad considera sencilla, práctica y ágil me resulta una tarea ímproba empezando porque me cuesta diferenciar filas de columnas –tengo que pensarlo, aunque sea un instante– y ni hablar de las fórmulas que mágicamente arrojan resultados misteriosos en lugares impensados.
Hacer nuevos amigos. Entre la timidez y la distracción, siempre doy la imagen de alguien que se apuna ni bien se sube a un banquito de cocina. Es difícil explicarle a los demás que no me siento por encima de nada, que no soy antipática ni altanera y que, si pudiera romper el hielo, todos nos divertiríamos mucho más. La mayoría de las veces, frente a un grupo de recién conocidos, las palabras se me apelotonan en la boca, tartamudeo y sonrío como una perfecta idiota. Indudablemente, el desenfado no es lo mío.
La diplomacia. Este ítem se encadena, por oposición, con el anterior. Así como no me sale ser simpática, me brota con notable eficacia ser sincera hasta la insolencia. Mis proverbiales caras de incomodidad dan que hablar en más de una ocasión. Así como cuando me siento bien, después de un rato, se me nota; cuando me siento mal mi cara lo refleja de manera inocultable. Por lo tanto, la diplomacia –que consiste en poner cara de poder caminar hasta Luján calzando zapatos dos números más chicos– me resulta imposible de sostener. Más tarde o más temprano, mi lengua se desatará para ponerse a tono con mis pies martirizados y expresar sin ambages lo que me molesta.
Planchar. O está muy fría y pasa sin dejar huella o está muy caliente y deja un rastro de incipiente achicharramiento sobre la tela. ¡Ni qué hablar de la misteriosa técnica que permite desarrugar una camisa sin que la tarea tenga que volver a comenzar cada vez que creo haber terminado! O de vapores y rociadores que, supuestamente, facilitan el trámite. La plancha es un electrodoméstico gobernado por demonios chiquitos y traviesos. Lo único seguro es que, plancha en mano, me impaciento, me enojo y me quemo.
Hasta aquí una reseña de mis fracasos garantizados.

28.9.07

Porque me gusta







Andy Cambra
"Manual de Instrucciones" – Alelos

20x20 – Técnica mixta – 2004

27.9.07

Duda existencial


¿El "Hombre de Olé bajo el brazo" es un "Macho que se respeta" y que usa Axe?

23.9.07

RRR – Régimen de recategorización de relaciones – Versión femenina – Parte III

Capítulo 3: Régimen ampliado
Son vínculos estables –aun dentro de cierta precariedad que algunos de ellos mantienen–, con presencia de compromiso afectivo y con el entorno de las partes. Algunas de las categorías conllevan un downsize de estadios precedentes y otras representan un upgrade de las categorías clásicas.

1. Pareja
La condición imprescindible para esta categoría es la convivencia. Estabilidad sin papeles. Sociedad de hecho. Vínculo que, con el tiempo, adquiere el mismo estatuto que el matrimonial con la particularidad de que, en caso de que ambas partes decidan formalizar, es frecuente un importante desequilibrio que puede llevar a la ruptura. Hay pleno derecho de familia política, planificación familiar, proyectos conjuntos y responsabilidades compartidas. Sufre los mismos desgastes que el matrimionio: rutina, disminución o pérdida del deseo, etc. (para qué nombrarlos si todos sabemos de qué se trata).
2. Camafuera
Como su nombre lo sugiere, excluye la convivencia. Sin embargo, esta característica, lejos de implicar cierta renuencia al compromiso, tiene como objetivo fortalecer el vínculo y regularizarlo de una manera peculiar para establecer una rutina que, con acuerdo explícito o tácito de las partes, contribuya a sostener una relación saludable. Esta categoría es, tal vez, la más elegida por mujeres que han tenido una experiencia matrimonial previa.
3. ADAR
El ADAR –amigo con derecho a roce, versión en español del friend with benefits– constituye uno de los vínculos más entrañables que puedan concebirse dado que en él se juegan cuestiones como la lealtad, la honestidad y la contención, sin dejar de lado la seducción, la pasión y el compromiso entre las partes.
Ciertamente, requiere de una gran capacidad para dejar de lado sentimientos mezquinos como los celos o la competencia. El ADAR es un compendio de las mejores cualidades de cada categoría y no es extraño que, con el paso del tiempo, el formato de la relación pase por diferentes etapas pudiendo consolidarse hasta límites insospechados. Un punto a tener muy en cuenta como señal de alarma es el momento en que los involucrados comienzan a hacer proyectos a futuro. En caso de que dichos planes sean conjuntos, habrá un salto cualitativo. Cuando, en cambio, corresponden sólo a una de las partes, lo más probable es que sobrevenga un quiebre luego del cual será muy difícil retornar al estado anterior.
4. Fénix
Si donde hubo fuego, cenizas quedan, de allí resurge el fénix. Un amor que retorna, reciclado como para reeditar los mejores momentos compartidos o que vuelve para dar curso a alguna asignatura pendiente. El fénix trae buenos recuerdos, es comprensivo con las marcas del paso del tiempo y hace gala de un romanticismo al que pocas mujeres pueden resistirse. Por su fuerte efecto rejuvenecedor, se transforma en una instancia imprescindible en la vida de cualquier persona.
5. Recidivado
Dos lemas rigen esta categoría: "mejor malo conocido que bueno por conocer" y "peor es nada". La recidiva, como el recrudecimiento de una enfermedad, viene de la mano de un ex-algo que, a pesar de traer a la memoria experiencias no muy gratas, llega en el momento en que las defensas están bajas, la necesidad es acuciante y la autoestima hizo mutis por el foro. A diferencia del fénix, que vendría a ser algo así como comida a la carta, el recidivado es un combo recocido, grasiento y envuelto en papel barato. Si la resilencia es la capacidad del ser humano para sobreponerse a las dificultades y aprender de los errores, eso es, justamente, lo que al recidivado le falta, omite o desoye con el solo objeto de cubrir un hueco sin tener en cuenta que, luego de la experiencia, lo único que habrá conseguido es ahondar la insatisfacción.

Próximos capítulos: Bajas definitivas – Notas aclaratorias – Escalafón

RRR – Régimen de recategorización de relaciones – Versión femenina – Parte II

Capítulo 2: Régimen simplificado
Son vínculos fast-food (que a veces caen tan pesados como un BigMac pero son igual de tentadores e inevitables), de máxima movilidad, fuerte escalabilidad y notoriamente reversibles.

1. Transa simple
Besuqueo, manoseo y sexo rápido y furioso UNA SOLA VEZ. Pocas preguntas, datos filiatorios incompletos (¿para qué cargarse de información inútil?), locaciones inusuales, adrenalina pura y cuestionamientos nulos. Alta probabilidad de repetición. Por lo general, si el índice de satisfacción fue relevante, hay reincidencia por acuerdo tácito.
2. Transa reiterada
Besuqueos, manoseos y sexo rápido y furioso en más de una ocasión a condición de que el vínculo no adquiera regularidad, porque eso significaría haber avanzado a otra instancia del escalafón, ni intimidad; lo que equivale a afirmar que ambas partes deben mantener prudente silencio acerca de su historia y circunstancias personales. Mayor incidencia de los juegos de seducción que en la categoría anterior.
3. Transa múltiple
Transa simple que involucra más de dos participantes o, según otra perspectiva, un número variable de transas simples sucesivas –específicamente casos de largas noches de desborde psicofísico con o sin agregado de sustancias estimulantes–. Dado que persisten las divergencias en cuanto a esta clasificación, se tomará como válida cualquiera de las dos alternativas. Cierta procacidad es bienvenida.
4. Touch and go
Transa que, por obra de cierta repetición rítmica, ha adquirido sistematicidad pero que aún mantiene un bajo grado de compromiso afectivo y con el entorno de las partes. No necesariamente es un vínculo clandestino pero sí goza de atractivos adicionales como la ausencia de planificación, la fuerte incidencia de los juegos de seducción y el factor sorpresa.
5. Multipropósito
Este modelo de relación viene con caja de herramientas incluida y un señor dispuesto a arreglar enchufes, cambiar cueritos o cortar el pasto –literal y metafóricamente. Dado que el acuerdo implica un intercambio más una contraprestación no remunerativa, los índices de familiaridad e intimidad muchas veces terminan conspirando contra la continuidad de la relación y como a veces no ofrece nada que un buen seguro del hogar no provea, si el bonus no constituye un diferencial, es mejor finalizar el vínculo.

Próximos capítulos: Régimen ampliado Bajas definitivas – Notas aclaratorias – Escalafón

RRR – Régimen de recategorización de relaciones – Versión femenina – Parte I

Introducción
Los vínculos de las mujeres con los hombres han alcanzado tal grado de complejidad y matices que se hace necesaria una recategorización cuyo propósito es elaborar una normativa abarcadora para determinar grados de compromiso bilateral e inclusión de terceros. En este primer apartado se analizará el nuevo régimen desde el punto de vista femenino.

Capítulo 1: Categorías clásicas
Comprende las relaciones tradicionales. De relativa movilidad y escalabilidad, sólo en algunas ocasiones son reversibles.

1. Amigo
Esta relación admite conversaciones de temas diversos sin exclusión: desde relaciones amorosas con comentarios desprejuiciados hechos por cualquiera de las dos partes, circunstancias laborales o sucesos cotidianos, hasta filosofía hermética, técnicas de relajación o universos alternativos. Su característica principal es la ausencia de seducción entre las partes que, para que el vínculo sea estable, deberá ser completamente recíproca.
2. Novio
La denominación de esta categoría proviene casi exclusivamente del entorno. Si bien en otros tiempos fue una de las relaciones más prestigiosas, en la actualidad refiere a diversos formatos más o menos difusos: el "amiguito" de la prepubertad, el "amigovio" de la adolescencia temprana; el "chongo" de la juventud o "el tipo con el que sale la vieja" en la mediana edad ("el novio de mi mamá" dicho en tono despectivo por un hijo adolescente). Los nuevos usos y categorías han vaciado de sentido este tipo de relación transformándola en un comodín útil a la hora de etiquetar de manera civilizada otras clases de vínculos.
3. Marido
Tres condiciones deben cumplirse para que esta relación pueda identificarse como tal: libreta, interacción con las respectivas familias de origen –pleno derecho de la familia política– y convivencia bajo el mismo techo. Si alguna de ellas no está dada nos encontraremos frente a una usurpación de categoría que, muchas veces, implica un falso upgrade de la categoría "pareja".
4. Amante
Casi en desuso por requerir de un alto grado de compromiso de las –al menos– tres partes actoras. La condición imprescindible para su existencia es el adulterio. Se presenta en dos formatos tipo: mujer soltera con amante casado o mujer casada con amante de cualquier estado civil. En el primer caso, se trata de un vínculo cuya duración y estabilidad depende de la aquiescencia tanto de quien es portadora de la cornamenta –que, aunque sea la última en enterarse, siempre se entera–, como de aquella que por circunstancias diversas se constituye en "la otra", pudiendo llegar a transformarse en una sociedad duradera –ligada por un único factor– en la cual ambas partes femeninas cumplen roles complementarios sin superponerse, garantizando así la supervivencia indefinida del vínculo. El segundo caso se presenta como una situación más precaria e inestable, de menor desarrollo temporal y, en la mayoría de los casos, de resolución definitiva por divorcio o por suspensión de la relación extraconyugal.


Próximos capítulos: Régimen ampliado – Régimen simplificado – Bajas definitivas – Notas aclaratorias – Escalafón

19.9.07

No hay hombres

Mujeres de todas las edades no dudan en pronunciar esas tres palabras para luego entrar en una larga argumentación que da cuenta de los motivos por los cuales consideran que el género masculino está en franca desaparición. El anecdotario sobre el que se sostiene la hipótesis de la trágica merma es variopinto pero, realmente, no alcanza para validar la conclusión.
Que están más histéricos cada día es una versión generalizada. Que van tras turgentes jovencitas desprejuiciadas es tema de las que han entrado en lo que suele llamarse, no sin cierta sorna, "mediana edad". Que les agarró el viejazo, de las esposas despechadas. Que no quieren compromiso, de las de treinta y sin pescar. Que sólo las quieren para divertirse, de las que no blanquean que sólo los quieren por la billetera... Y siguen las firmas.
Y claro que no hay hombres. Aunque las estadísticas digan que son apenas un poco menos que las mujeres, no hay hombres. Al menos, no la clase de hombres que ellas quieren.
Es que la mayoría de las mujeres sueñan con hombres que...
... soporten el feminismo más recalcitrante (aunque después los descarten porque "no me abrió la puerta del auto" o "tuve que pagar la mitad de la consumición").
... se banquen las indagatorias acerca de cuánto tienen y cuál es la cuota de alimentos que recibe la ex (aunque después les taladren la cabeza con la intención de que dejen de cumplir con sus obligaciones).
... pidan permiso para dar un beso (para después acusarlos de inseguros o, lo que es peor, poco masculinos).
... no pidan permiso para dar un beso (para después tratarlos de machistas e imprudentes).
... pongan la firma en la libreta roja (aunque ellas, muy orondas, hayan dicho que estaban dispuestas a una relación abierta e incluso a un touch and go).
... se banquen en cada salida el relato de la descarnada competencia por la equidad laboral de una mina que le refriega todo el tiempo que es jefa de veinticinco varones y los tiene zumbando (aunque cuando les toca a ellos contar sus historias terminan teniendo que soportar una diatriba acerca de la igualdad de derechos en el ámbito laboral).
... renuncien a la costumbre típicamente masculina de mirar, aunque sea de reojo, los atributos del ir o el venir de otras mujeres (aunque cuando no miran a nadie sean blanco de sospechas de todo tenor).
... soporten los vaivenes hormonales (aun cuando nunca pero nunca son explicitados y, en cambio, muchas veces utilizados como excusa).
... las satisfagan sexualmente siempre (para que cuando confiesen haber recurrido a las pastillitas mágicas sea sólo para recibir a cambio una mayúscula escena, lágrimas incluidas, porque "no te excito lo suficiente").
... decidan mostrarse como seres normales que no todos los días tienen el mejor día (para que cuando lo hacen reciban a cambio una mayúscula escena, lágrimas incluidas, porque "no te excito lo suficiente").
... encuentren una respuesta satisfactoria para la disyuntiva boxer/slip que ellas imponen (aunque siempre queden en off side).
... tengan la palabra correcta para una mujer que frente al espejo lanza la típica "estoy gorda" (pero que serán condenados a la hoguera si dicen que "y.. sí, te vendría bien bajar unos kilitos" o "no, mi amor, estás preciosa").
... sean buenos padres, tiernos y atentos (pero no de los hijos que tuvieron con la ex).
... acepten transformarse en muñecos inflables (aunque después los dejen por dominados, pollerudos y sí-querida).
¡Y qué suerte que no hay ESOS hombres!
¡Y qué suerte que, para las que los saben ver, hay varones que no se dejan llevar por el inveterado gataflorismo de la mujer moderna!

El melancólico

El melancólico es un tipo especial. Anda por los cincuenta, es sensiblero, lacrimoso y mira el futuro por el espejo retrovisor. Se siente el abanderado de "los ravioles de la vieja"; el adalid de los recuerdos y el mártir de las nuevas tecnologías.
De andar cansino y mirada perdida, el melancólico suspira de la mañana a la noche, cada vez que una imagen del pasado lo asalta y trae a su memoria "aquellos buenos viejos tiempos".
Guarda casi con devoción sacos de lino "Miami Vice" y línea trapecio; corbatas anchas y camisas floreadas porque cada vez que los mira es presa de un flashback de los momentos en que, vestido como un mamarracho, era "tan feliz". Atesora viejos magazines con música de Django y Demis Roussos que, por supuesto, no tiene donde escuchar, entonces mira la cajita negra y la etiqueta desteñida con arrobamiento. No puede olvidar la sublime belleza de la confitería de la Ciudad Deportiva de Boca. Ni aquel hotelito barato donde paró en su primer viaje a Europa del que conserva la tarjeta porque no pierde las esperanzas de volver y alojarse en el mismo cuarto, si es que todavía existe, entre cucarachas y chinches, sobre un colchón de lana con elástico de metal y con vista a un callejón oscuro y maloliente.
Cualquier reunión de amigos donde haya música lo transforma en un insoportable desenterrador de éxitos que intenta formar un coro para cantar "Aprendizaje" o "La balsa" y alcanza el paroxismo cuando logra que los asistentes comiencen con el fogonero "todo concluye al fin, nada puede escapar...". En ese momento es cuando empieza a balancearse con los brazos en alto y los dedos en "v" y siente que ha vuelto a los campamentos estudiantiles en los cuales no se apretaba a ninguna chica porque, como ya era un melancólico, añoraba la almohada de plumas y la bolsa de agua caliente.
En el fondo, este modelo de hombre es un solitario que, con el correr de los años y el anquilosamiento de su precaria capacidad de adaptación al cambio, execrará la innovación, renegará de la tecnología e iniciará cruzadas contra cualquier atisbo de modernidad bajo los lemas "eso no es música, es ruido", "la juventud está perdida, hombres/mujeres eran los/las de antes", "¡quién entiende estos aparatos nuevos" o "ma qué sushi ni sushi, no hay nada como el tuco de mamá, ¡eso es comida!".

17.9.07

De todo menos rosa

Ayer, domingo 16 de septiembre, en el programa No me parece, que conduce José Benegas y se emite por FM Identidad, Marina Torchiari, responsable de la columna semanal sobre weblogs, comentó y recomendó S.E.U.O.
Con gracia e ironía, lo inscribió –y me inscribió– en una categoría que reúne lo femenino con lo entretenido (vaya uno a saber por qué comúnmente ambos calificativos se encuentran disociados).
Esta vez –por fin– mi aversión al color rosa, las novelas románticas, las princesas de Disney, las Barbies, las Susanitas y el Ibuevanol me valió un reconocimiento.
Lo cierto es que, si hubiese sido Moria, Marina habría dicho que este blog le vende lo que ella quiere comprar. Como no es Moria –doy fe que es joven, bonita e inteligente–, citó fragmentos y desparramó elogios que yo disfruté como loca (que soy).
¡Gracias!

14.9.07

El semibala

Más cerca de una mariposa que de un Cro-Magnon, el semibala es en realidad un indeciso que, muy en el fondo, sabe que las cartas están echadas hace rato pero no quiere aceptarlo por razones diversas. La farándula internacional ha dado numerosos ejemplares de semibala que confirman la teoría del punto de no retorno. Y un grupo no menor conformado por aquellos que no se animan a dar el gran paso. Entre los corajudos se cuentan cantantes como George Michael, un semibala que despertaba pasiones hasta que decidió sincerarse y ser un bala completo y, en ese mismo momento, se transformó en un perfecto mariposón que aún hoy despierta entre sus ex admiradoras la terrible pregunta: "¿Cómo pudo gustarme tremendo trolo?", y ya no se priva de trajes de látex. Entre los dubitativos puede mencionarse a Lenny Kravitz y a Ricky Martin. El primero es el perfecto semibala, un tipo del que todo se sospecha pero nada puede afirmarse; que juega sin complejos con plumas rosas, pieles, capelinas y remeritas de red al tiempo que muestra una portentosa musculatura, tatuajes y sudor más propios de un marinero ucraniano que de un maraca no asumido. Al segundo, en cambio, los años lo han ido aputonando hasta tal límite que sus admiradoras empiezan a perder las esperanzas de recuperar la idolatría incondicional que le brindaban. Resulta difícil creer, a esta altura del campeonato, que el muchacho ponga el ojo sobre una mujer para algo más que para saber quién la viste o qué método utiliza para tener la piel tan suave y libre de vello. Al mismo tiempo, es por lo menos sospechoso su profundo interés por la infancia desvalida y, cuando corren las noticias sobre sus intenciones de adoptar un niñito negro, uno no puede sino pensar que quiere parecerse a Madonna o a Angelina Jolie sólo para tener cerca a Guy Ritchie o a Brad Pitt.
Pero ¿cómo se presenta el semibala anónimo, el que camina por las mismas calles que cualquiera de nosotros? Pues bien, bastará poner la mirada sobre aquellos que en la actualidad se denominan "metrosexuales" y que son, en realidad, los que han iniciado, a veces sin advertirlo, el camino de la crisálida. El primer paso del aspirante a semibala es el uso de cremas de peinar. Si todo quedase ahí, estaríamos en presencia de un hombre coqueto, pero el muchacho avanza y se pide una hora en la cosmiatra para sacarse los puntos negros y depilarse el entrecejo. Luego se hace habitué del spa y, cuando sale, oliendo a aceites esenciales, se lleva bolsitas con cremas anti-age y otros afeites que, al poco tiempo, le resultan imprescindibles. Un día, harto del incómodo attaché, se aparece en la oficina con una cartera de mano que parece arrebatada del ropero de la abuela. Otro, cuando cruza la pierna en una reunión de trabajo, deja ver unas medias de colores brillantes que hacen juego con la corbata. Finalmente, hace un paquete con toda su ropa interior –a la que llama underwear– y la dona a un asilo de ancianos. Sin embargo, su graduación como semibala depende de dos factores: la utilización de autobronceante –el semibala no va a la cama solar porque teme los efectos nocivos de la exposición a radiación UV– y el lance –que nunca confesará– que se le tira el nuevo asistente administrativo, un chico simpático pero muy, muy gay.
Aunque suene increíble, el semibala arranca suspiros de pasión a la mayoría de las mujeres. Resta saber si su atractivo es verdadero –no se han analizado aún los motivos– o si es un llamado de la especie para evitar su extinción.

13.9.07

Diario de una obsesiva IV – El escritorio

El escritorio, lugar físico de trabajo, es un escenario importante en la vida de cualquier persona. Mi escritorio es un mapa perfecto de mis obsesiones. Allí conviven las cosas que no pueden faltar, las que pasaron a formar parte del paisaje, las queridas, las odiadas, las que no se sabe por qué un día llegaron hasta ahí, las inútiles pero querendonas, las decididamente feas, las viejas que tienen un lugar específico, las nuevas que se abren paso y encuentran su indiscutible centímetro cuadrado de territorio inalienable.
En fin... en mi escritorio de obsesiva hay siempre:

  • un cenicero enorme que rara vez está limpio
  • un atado de puchos empezado y otro que no voy a empezar (porque tanto no fumo)
  • dos encendedores que suelen desaparecer juntos (quién sabe qué cosas harán cuando no los veo)
  • una bebida; puede ser una taza de café en invierno (que si está llena, estará vacía en poco tiempo y se volverá a llenar antes de que la loza se enfríe); un vaso de Coca Light con hielo en verano (con su posavasos y servilleta para evitar aureolas indeseables); un termo y mate en cualquier época del año (sobre todo cuando sé que me espera una noche larga); gin tonic o vodka tonic a las siete de la tarde
  • un libro empezado con su correspondiente señalador
  • dos libros por empezar (que ya tienen orden predeterminado de lectura)
  • dos libros leídos (que no sé qué hacen acá pero están)
  • una zippera inútil en estos tiempos
  • dos zips con documentos viejos que cada día me prometo revisar para, al llegar la noche, haber roto otra promesa (y van...)
  • tres teléfonos (los dos inalámbricos y el celular)
  • un buda con una mochila al hombro de unos cinco centímetros de alto (que, según me dijeron, siempre tiene que estar mostrándome la cara)
  • un portalápices lleno de lapiceras inservibles pero lindas
  • dos latas de sahumerios (mango y blackberry) vacías hace largo tiempo
  • los catálogos de todas las muestras de mi hermana
  • cinco cuadernos garabateados con fragmentos de la novela (sí, me encanta escribir en los bares a la vieja usanza: con lápiz y papel)
  • una foto de Manuel Puig
  • una foto de Samuel Beckett
  • el Código Civil y la Biblia (uno nunca sabe cuándo los puede necesitar y si el primero no sirve, siempre está el otro para encomendarse)
  • todas las facturas a pagar ordenadas según vencimiento
  • todas las temporadas de Lost (legales)
  • post it de varios colores y tamaños
  • otro portalápices (una típica bolsita roja del Met) vacío
  • un par de anteojos de sol que siempre me olvido cuando salgo (porque ya forma parte del paisaje)
  • un taco de papeles de Winnie the Pooh (aunque detesto a ese osito libidinoso)
  • una vela de vainilla y canela
  • una lima de uñas
  • un protector labial (con el que dejo marcas pastosas en vasos y tazas)
  • un esmalte de uñas vía láctea (descubrí que la única manera de tener las uñas prolijamente pintadas es si me ocupo de un dedo por vez y, concentrada en otra cosa, dejo secar el esmalte como corresponde)
  • el talonario de facturas
  • tres carbónicos usados (muy usados)
  • varias muestras de impresión
  • un blister de ibuprofeno con un solo comprimido (los otros no me los tomé yo pero me sirvieron para distraer a eventuales quejosos)
  • monedas
  • un broche para el pelo
Lo que diferencia esta lista de la que podría hacer cualquier otra persona (cualquier cartera de mujer contiene muchos objetos impensados e innecesarios, cualquier escritorio alberga igual cantidad de inutilidades y banalidades), lo que me otorga el carácter de obsesiva (a mí, que escribo, nombro y enumero) es la imposibilidad de tocar una tecla, dibujar una letra o estructurar un pensamiento si cualquiera de estas cosas está fuera de su lugar o, tragedia de las tragedias, ha desaparecido.