28.8.07

Al desnudo: Yo quiero ser Penélope Cruz

No se trata de las pestañas –que bien sabemos eran postizas– ni de ese pelo que encandila gracias al tratamiento con Elvive. Tampoco es porque sea la imagen de Mango o de la línea de vestimenta informal de P.Diddy o de las tiendas Ripley. No es por el óvalo de la cara, bellamente acusado. Ni por esos ojos luminosos o por el cuerpo longilíneo o por la sensualidad de la voz y del acento. No tiene que ver con su paso liviano y elegante sobre las alfombras rojas por las que se pasea vestida de princesa ni con su carácter de "chica Almodóvar" ni con la entrada triunfal al universo hollywoodense. Ni siquiera –el Señor no permita envidiarla por eso que ya le llegará de todos modos– es por la edad.
No es nada de eso. No. Ninguna de esas cosas es motivo para querer ser ella.
Yo quiero ser Penélope Cruz por otra cosa. Lo que me llena de envidia, lo que me mueve a ponerme escandalosamente verde, es la increíble capacidad para haber construido en el corto tiempo de su estrellato una frondosa lista de muñecos volteados –en todo sentido– digna de una insaciable. Esa pole position alcanzada conquistando galanes. Empezando por Nacho Cano, integrante de la banda Mecano; siguiendo con los actores –sin desperdicio– Olivier Martinez, Matt Damon, Javier Bardem, Josh Hartnett, Orlando Bloom, Tom Cruise, Matthew McConaughey –el orden es aleatorio–, y con el músico John Mayer –ex de Jessica Simpson. Para terminar, como si todo lo antecedente hubiese sido poco, también con Bono.
Yo quiero ser esa chica caníbal que parece engullirse a los ejemplares masculinos con la liviandad de quien da cuenta de una ensaladita verde acompañada de agua mineral. Yo quiero ser Penélope Cruz. Sin sus producciones fotográficas para Mango, sin los trajes de princesa, sin los ojos enormes y húmedos. Sin alfombras rojas ni vida Hollywood. Sin Almodóvar. Pero quiero ser Penélope Cruz. Así que, por las dudas, salgo a comprar shampoo y acondicionador Elvive para asegurarme de que si alguno me da bola es "porque vos lo merecés", y la máscara Telescopic de L'Oréal que te permite imaginar "pestañas que pueden alcanzar las estrellas". Ella lo logró... puede ser que yo también las alcance.

22.8.07

Diario de una obsesiva III – El supermercado

El supermercado puede ser el paraíso o el infierno para una obsesiva como yo. Y lo curioso es que el tránsito entre lo placentero y lo insoportable, en ocasiones, es cuestión de segundos.
Para mí, el ritual comienza mucho antes de poner un pie en el super. Papel y lápiz en mano, la memoria no me alcanza –o no le doy el voto de confianza necesario– para una lista exhaustiva, entonces, el recorrido por alacenas y despensas se hace inevitable. Reviso estantes, cuento reservas, calculo reposiciones. Escruto la heladera y el freezer. Imagino comidas, preparaciones, menúes. No vaya a ser que el maligno dios de la improvisación me castigue con un olvido imperdonable.
Las anotaciones dependen de un régimen previamente instaurado que divide las provisiones según un esquema de compra semanal, quincenal o mensual. En el primer apartado se ubican los productos con fecha de vencimiento, en el segundo los de almacén y las carnes, y en el tercero los artículos de limpieza y tocador. Así las cosas, la lista se conforma con tres columnas en las cuales, por riguroso orden de recorrido, se ordenan los artículos a adquirir, para lo cual me sirvo de la memoria fotográfica que reproduce las góndolas.
Si todo pudiese estar bajo control, la visita al supermercado sería como pasear a Lola, mi perra, que siempre se detiene en el mismo árbol, husmea el mismo umbral y le ladra a la misma reja. Pero el mundo supermercadista no se rige por las reglas de la costumbre sino por las del marketing, entonces el artículo que la semana pasada estaba en la punta de una góndola, hoy se encuentra en el medio, el que estaba arriba ahora está abajo y mejor no describo los faltantes, esas ausencias que cambian mi perspectiva de la comida familiar en menos de un segundo. En ocasiones, además de estos movimientos puramente promocionales por los que las empresas pagan un derecho de ubicación, me encuentro con que todo, absolutamente todo, se ha mudado para evitar que personas como yo, organizadas y sistemáticas, resistamos la regla número uno del supermercado: la compra compulsiva, ese ver y desear que se mancomunan para dirigir una mano a un producto, ese falso recordatorio de una no menos falsa necesidad que la mayoría de las veces nos devuelve a casa con bolsas cargadas de provisiones que en un momento parecieron imprescindibles y que, a la vista de la cuenta y con la cabeza más fría, sólo sirven para ejercitar la capacidad de argumentación y autojustificación: me viene bien, estaba en oferta, no incidió tanto en la suma final o, el último recurso, me había olvidado de incluirlo en la lista.
Cargar el changuito y embolsar los productos recién pasados por el lector óptico requiere de otras reglas básicas: no aplastar, mantener separados los artículos de limpieza y tocador de los alimentos, apartar los refrigerados y congelados, concentrar latas y botellas en un solo lugar. Estos procedimientos no sólo sirven para preservar la compra de posibles daños sino también para poder llevar a cabo satisfactoriamente la última etapa: descarga y orden.
Previsión, minuciosidad, sentido común, manejo de circunstancias adversas e imprevistos, visión panorámica de situaciones y eventos, resolución inmediata de problemas y desafíos; sin despreciar la capacidad de instrumentación de herramientas como diagramas logísticos, cuadros de doble entrada, elaboración de informes estadísticos, aplicación racional de esa información para la optimización de recursos. Todo al servicio de una simple compra de supermercado. Pero nada es simple cuando se trata de obsesividad. Por suerte, para personas como yo, existe la tecnología y es insustituible: desde hace un tiempo, cualquier supermercado online hace todo esto por mí por el módico precio de seis pesos. Así me queda tiempo libre para escribir posts.

9.8.07

Ni una cosa ni la otra. Todo lo contrario

No soy Caperucita Roja. No me perdí.
No soy Casildo Herreras. No me borré.
No soy Guillermo Coria. No abandoné.
No soy Houdini. No me escapé.
No soy Cristina K. No me fui de gira.


No soy alcohólica pero vivo en un cuello de botella.
No soy canguro pero salto de acá para allá.
No soy culposa pero me siento en deuda con lo que más me gusta (léase los blogs y la novela que estoy escribiendo).
No soy Evita pero volveré y seré millones (de posts).

¡Sólo tengo mucho trabajo en estos días! Algunas de esas tareas me permiten recolectar experiencias que cuando pasen al olvido serán memorias (para el fantasma).

2.8.07

Más mala que una araña – III

Sigo siendo más mala que una araña, por eso, no me tiembla el pulso para escribir que:
NAZARENA VELEZ ESTA CADA DIA MAS PARECIDA A SILVIA SULLER.
Y si no me creen, en unos años hablamos.

Constelación berreta

¿Cómo se habrán sentido los falsos famosos de Gran Hermano al darse cuenta de que Diego, el más recientemente llegado a ese universo de provisorias estrellitas titilantes, era el protagonista de un espectáculo en el cual ellos, las presuntas luminarias, sólo tenían papeles de reparto?
En sus intentos por remontar los escasos índices de audiencia que generaba "la casa más famosa del país", TeLeFe no escatimó esfuerzos: que un ex "GH del montón" entrara a la casa a medir su lustrosa popularidad con la ajada fama –que nunca brilló– de Dolores Moreno, Mariana Otero o Amalia Granata; a ver si su cañita voladora llegaba más alto que la de Lissa o la de Tamagnini, a ponderar si su ascenso al estrellato pedorro era más rápido que el de Cinthia Fernández, a comprobar que su fama nuevita comparte la misma sala de terapia intensiva que la agonizante del Roña Castro. Que todos los expulsados volvieran al terruño para un fin de semana de fiestas y celebraciones con el objetivo explícito de que los finalistas se sintiesen acompañados, con el fin implícito de que los espectadores no se aburriesen de tanta chatura desplegada en las cada vez menos horas de aire que tuvo el show, con la misión explícita de "terminar de conocer a sus compañeros" y la implícita de cambiar sus impresiones acerca de Diego que acabó por ser "merecedor del premio porque el dinero tiene un destino loable". Que el pelilargo se transformase en ganador. Que su archienemiga Marianela "Fiona" Mirra le entregase el premio.
Por soberbia o por inseguridad, Diego ingresó a la casa sacando pecho. Adrede o intencionadamente, los habitantes lo tomaron como a un extrajero peligroso y, con los egos heridos por tener que compartir el firmamento con el ex presidiario devenido estrella fugaz, se dedicaron a la tarea de destrozarlo. Con la intuición aprendida en la calle, Leonardi advirtió que le hacían sentir que no era "del palo" y los confesionarios y cuchicheos de sus nuevos compañeros desnudaron con crudeza la discriminación. Motivo suficiente para entronizar a un nuevo mártir de espectadores adictos a la mediocridad sólo por eso de que "si cualquiera puede ser famoso, yo también".
Y Diego, ganador del lugar en la constelación berreta por escandalosa diferencia, ni bien se quedó solo en la casa, comenzó su despedida como –en las palabras justificatorias de Rial– "un Diego auténtico": a puro gargajo.
Un párrafo aparte merece Jaqueline Dutra que, como segunda finalista, se hizo acreedora a las dos terceras partes del premio que no se le adjudicaron a Diego porque su estadía en la casa había sido más corta. La chica que limpió, barrió, lavó y planchó para todos como una "Josefina Trapito", cobró por cada una de las ocho horas de una jornada laboral tipo, durante ochenta y un días, la suma de 34.20 pesos.