30.6.07

No aclares que oscurece

La ya terminada Sex and the city, Desperate housewives con versión local incluida, Grey's anatomy transformada en un teleculebrón, la insostenible Men in trees y Emily's reasons why not que pasó sin pena ni gloria tienen en común, indudablemente y más allá de la suerte diversa que corrieron, que sus protagonistas, temática y perspectivas son femeninas. Las dos primeras presentan sendos cuartetos de mujeres que comparten alegrías, miserias, chismes y secretos en Manhattan y en la coqueta Whisteria Lane. Meredith Grey, en cambio, es quien lleva el rol principal como aspirante a cirujana en un hospital escuela de Seattle. También en un protagónico, la engañada Anne Heche se refugia en un lejano pueblo de Alaska, allí donde hay diez hombres por cada mujer. Emily, por su parte, es una joven mujer que da cuenta en cada episodio de cuáles son las razones para no hacer determinadas cosas como enamorarse del ginecólogo, ponerse de novia con un hombre que tiene un hermano mellizo, contratar un mucamo buen mozo o leer revistas de novias.
Hasta aquí, sólo series de televisión. Entre treinta y sesenta minutos de esparcimiento sin demasiadas pretensiones. Ahora bien, ¿por qué en todos y cada uno de los mencionados shows hay una voz femenina en off que relata situaciones, hace resúmenes, aclara líneas o explica temáticas argumentales?
Por repetido, el recurso –más o menos justificado según la trama de cada programa– pasa a ser tedioso, previsible, pueril. A veces, sentada frente al televisor, intento ponerme en lugar del guionista e imaginar, recordando algunos trabajos de Umberto Eco, qué clase de espectador concibió como destinatario de su trabajo. Invariablemente, el resultado de mi ejercicio es decepcionante. Es que el escritor, tal como lo manifiesta su obra, me ha pensado como alguien limitado que no puede comprender una metáfora ni interpretar alusiones repetidas que conforman un tema general. Cree que mi raciocinio no alcanza para sacar conclusiones. Controla, con su narradora en off, cualquier eco que sus diálogos puedan despertar en mí.
En esta situación tengo dos opciones: o me siento una cabal estúpida que se alimenta de comida masticada, o decreto que el idiota es el guionista. Huelga decir que elijo la última.

El intelectual

Habla como el mejor y seduce como pocos. Sus palabras son siempre efectivos disparadores de nuestras fantasías a cumplir y nos transforman en sedientas princesas que creen haber vislumbrado cerca, muy cerca, el leve flamear de la capa que cubre las espaldas del príncipe azul. Entonces, vamos tras esa imagen como locas mientras él, con sus expresiones dulces e invariablemente relacionadas con el imaginario poético y literario, alimenta la ilusión de perfecto galán. Sin embargo, consciente de las debilidades que intenta ocultar, el intelectual establece primero una comunicación a distancia que incrementa el run run de nuestras mentes femeninas tan afectas a la construcción de castillos sin cimientos en terrenos pantanosos, y desde allí, desde ese lugar seguro y lejano, derrama sus frases de vidriosa y sugerente ambigüedad. Habla de "ella", de "la mujer" e incluso de "vos" logrando, con muy poco esfuerzo, que cada una de nosotras sienta que esos pronombres, esos universales, esconden nuestro nombre. Cita, transcribe o menciona a autores que no pueden sino cortarnos el aliento y así construye un harén para su polisémico emirato virtual.
Cuando la relación ha avanzado y llega el inevitable momento de acortar distancias, su voz aparece en el teléfono para transmitirnos un melancólico desamparo, una acuciante necesidad y la irrevocable convicción de que somos su princesa encarnada, su musa imaginada cientos de veces en la soledad de las noches en blanco releyendo los poemas de amor de Pablo Neruda (¡Oh, lugar común!). Efectivo el recurso, perfecta la trampa.
Entonces, luego de este proceso de lenta aproximación y desgaste de nuestras siempre débiles voluntades, confiado de que el andamiaje de palabras lisonjeras y eruditas hará que nuestros ojos lo vean rubio, alto y de mirada transparente, acepta un encuentro cara a cara. Y logra, por un rato, que desconozcamos –con ese tan femenino poder de autoconvencimiento– su verdadera apariencia. Y es, por ese rato, rubio, alto y de mirada transparente. Hasta que el mágico efecto se desvanece y un beso furtivo, un simple beso, deja ver el sapo tras el príncipe: las palabras dulces y autorizadas no alcanzan a cubrir la personalidad viscosa, los rasgos acusados por noches en vela buscando citas célebres que le presten por un rato la inteligencia que no le sobra, la espalda encorvada, la confusión entre bohemia y mugre, y el andar de pato viejo.
Nosotras hemos sumado un nuevo fiasco a la ya larga lista de apuestas fallidas. El ha sumado otra historia triste para agregar a su doliente saga de experiencias frustradas. Ni nosotras ni él aprenderemos la lección.

22.6.07

Dime qué blog lees...

Sin ánimo de incomodar y mucho menos de juzgar al prójimo, es posible hacer un relevamiento de los blogs que usualmente leen otros bloggers y, luego de ello, realizar una inferencia de las características de personalidad de los lectores y su correspondiente categorización.
He aquí una lista provisoria de lectores de blogs:

  • Blogger en estado puro: empezó blogger y, por principios inamovibles, así morirá. Sus lecturas pasan siempre por la pantalla. Es incapaz de saltar al papel, por lo tanto cualquier referencia, invitación o vínculo que lo remita a ese otro formato será invariablemente ignorado.
  • Blogger profesional: si es escritor, lee y cita blogs de escritores; si es periodista, lee y cita blogs de periodistas. Su lista de vínculos relacionados sigue también esta línea y, en los casos más extremos, dedica su tiempo de lectura únicamente a poetas o narradores o periodistas políticos o periodistas especializados en nuevas tecnologías (disyunción exclusiva).
  • New blogger: así como en el mundo real hay un new rich, el mundo virtual ha hecho espacio para un new blogger. Convencido de que todo lo que pasa, pasa por el mundo blog, ha descartado cualquier otra forma de lectura. Sus conversaciones siempre tienen que ver con lo que sucede en la blogósfera, con el último post de algún fulano o fulana de efímera blogofama, con la ponderación estricta de la cantidad de visitantes y comentarios que tiene cada espacio visitado. Descarta sin piedad a aquellos blogs en los que detecta un descenso del "rating".
  • Blogger doméstico: lee solamente blogs familiares, llenos de fotitos y musiquitas melosas, con comentarios irrelevantes acerca de la vida cotidiana de los autores. Su lista de vínculos está plagada de apodos, sobrenombres y diminutivos. Aunque vive acá a la vuelta, adora los posts que hablan de cómo se extraña la Argentina, el mate, el asado y el fútbol dominguero, y se maravilla con hechos tan banales como que aquí sea verano cuando en la aldea ucraniana donde vive su blogoamiga Pupi está cayendo la primera nevada.
  • Blogger amiguero: lee sólo los blogs de sus amigos y su identidad peligra cuando empieza a leer los de los amigos de sus amigos, hecho que trata de evitar ignorando las listas de vínculos. Se le ensancha el corazón cuando uno de sus ciberamigos le dedica un post o le responde un comentario, cosa que siempre sucede porque esta categoría conforma una especie de socidedad secreta.
  • Blogger ventajero: lee blogs muy leídos donde deja comentarios frecuentemente y se embarca en discusiones bizantinas, deja la dirección de su blog y un "pasá por mi casa" porque así, por ahí, consigue que el blogger famoso lo sume a su lista.
  • Blogger anárquico: lee todo, sin filtro y sin medida. Rara vez comenta y, si lo hace, utiliza el anonimato como manera de preservar no sólo su identidad sino, por sobre todo, esa independencia que le permite saltar de un espacio al otro sin comprometerse con ninguno.
  • Blogger fantasma: es un lector callado que gusta de pasar siempre por los mismos espacios sin dejar rastro. Es tan metódico en su recorrida que tiene un conteo exacto de la frecuencia con la que sus elegidos postean. Sólo envía comentarios que sabe que no saldrán publicados para lo cual utiliza el mail del autor y entabla una conversación privada de la que no pretende continuidad. Es más bien fóbico, reservado y, a veces, bastante inteligente, pero detesta el exhibicionismo.
  • Blogger "cariñoso" o "cariñosa": hombre o mujer "libre" –invariablemente esto figura en su perfil– que encuentra en la blogonavegación un sustituto bastante efectivo para las salas de chat de levante, citas y encuentros. Sus comentarios, falsamente sugerentes, indican que más que ocuparse de lo que está escrito, se ha interiorizado hasta donde pudo del perfil del destinatario de sus lecturas que la abrumadora mayoría de las veces es del sexo opuesto y también "libre".
  • Blogger académico: el que lee Nación Apache y se embarca en las conspicuas discusiones y correctísimos cambios de opiniones plagados de citas ilustres que establecen los autores.
  • Blogger baboso: lee sólo unos pocos blogs en los que deja comentarios falsamente elogiosos, melosos y chupamedias. Típico alumno olfa con manzana incluida, se transforma rápidamente en un pesado a quien no se le cree ni una palabra de las que escribe.
  • Blogger chorro: el que anda por ahí tratando de rapiñar alguna idea que, con absoluta falta de vergüenza, incluye, mal copiada, en su propio espacio. Elude las listas de vínculos en su blog porque es consciente de que puede remitir a sus lectores a la fuente de la cual él se nutre.
  • Blogger figuretti: el que, después de haber hecho su recorrida de lectura, vuelca en su propio blog las citas de los blogs que visitó tratando a los desconocidos autores con impúdica familiaridad, llamándolos por sus nombres de pila o con diminutivos de sus alias y transformando su nota en un mamarracho inconsistente plagado de vínculos.

21.6.07

En cuerpo y alma

Me despierto. A veces al amanecer, a veces mucho después de que la luz comenzó a entrar por mi ventana. No me hablen. Piloto automático. Televisión: noticiero, pronóstico meteorológico –la temperatura es un ítem importante en mi vida-, novedades –las malas noticias, igual que el helado de limón, primero y las buenas, como el de dulce de leche, al final (me puedo poner moderna con los gustos del helado pero esos son los tradicionales de mi infancia y mi adolescencia). Higiene matinal exahustiva. Como puede, mi cuerpo baja mientras mi alma queda, la muy perra, calentita entre las sábanas. No me hablen. Miro a la perra (a la de verdad: brittany spaniel tricolor). La perra (la de verdad) me mira. Las dos tenemos la misma intención de no ser molestadas. Ella sabe que yo no soportaría su habitual efusividad y se queda echada. Desayuno: bandeja, dosis masiva de cafeína para recuperar los niveles correctos en sangre –negro, sin azúcar–, tostada, mermelada, manteca o queso blanco, yogurt –el desayuno es tan importante como la temperatura. Un diario que rescato del frío de la puerta mientras algún vecino o vecina que pasa se ríe de mi pijama y mis zoquetes –palabra graciosa si las hay: zoquete. No me hablen. Vuelvo a la cocina para salvar a la tostada de la cremación y al café del desborde. Hasta el momento, todo lo que he podido tolerar es mecánico: apretar botones –control remoto, inodoro, cafetera–, girar perillas –canillas, gas, pomo puerta de entrada–, y manipular con cierta dificultad objetos sencillos –diario, cepillo de dientes. Vuelvo a subir, provisiones sobre la bandeja. Vuelvo a la cama. Leo, escucho, me conecto. No me hablen. Ducha nada rápida y para pelar pollos. Mucho vapor –el vapor facilita la recuperación de la sinapsis, la reunión de mi alma y mi cuerpo y, a esta altura del campeonato, creo que es lo que permite que otros humanos me vuelvan a hablar. Me visto. Vuelvo a bajar, más parecida a una persona. Digo un buen día seco que inaugura la jornada.

15.6.07

En serio

El género masculino, pongámosle, "tradicional" es muy pudoroso con sus sentimientos más profundos. Ha sido educado para el estoicismo y la moderación de sus emociones. Para proteger y proveer. Para lo concreto y lo pragmático.
El género femenino, en cambio, tan revolucionado –por el feminismo y la ocupación de nuevos espacios– y revolucionario –sólo una mujer comprende el taladro en que puede convertirse otra mujer para la cabeza de un hombre–, parece traer genéticamente marcada la aptitud para desnudar sus emociones, muchas veces sin cauce –aunque a menudo con causa–, y expresarlas con impúdica libertad.
Allí donde una mujer juega su "drama", tanto si es relevante como si se trata de algo provisorio y fugaz, un hombre es apenas un confundido actor de reparto que jamás hace lo que ella espera que haga y, si por casualidad llega a hacerlo, lo hace demasiado tarde o demasiado temprano o demasiado atropelladamente o con debilidad, pero nunca de manera satisfactoria y oportuna.
Por eso, los poemas de amor escritos por hombres me producen una ternura infinita.
Hay en ellos todo lo que se los acusa de no tener. Si son celebratorios, muestran una mirada atenta, aguda y singular sobre la persona amada (nosotras nos quejamos de que nos miran y no nos ven, o de que sólo prestan atención a los fragmentos que les señala la pulsión sexual). Si, por el contrario, hablan de lo perdido, descubren lacónicamente las heridas; en vez de llorar, sollozan; prefieren interrogarse a declamar. Y, por sobre todas las cosas, eligen la mesura de una agonía sin gritos (nosotras los llamamos insensibles).
Aún así, por esas cosas de los "ismos", el juicio liviano de la mayoría –sin distinción de género– sentencia que esos hombres que se atreven a dejar de lado los preconceptos y mostrar su vulnerabilidad en un poema son "demasiado femeninos".
Y yo no puedo evitar la ternura que me causan las palabras que se despliegan en un poema, dichas con alegría o con dolor, superadoras de etiquetas, guerreras del desconcierto.
Los hombres, a los que con frecuencia vapuleo sin piedad en este espacio, me fascinan. Son personas interesantes, inteligentes, a veces previsibles (sólo a veces), y no menos complejas que las mujeres (que hemos hecho de la complejidad un apostolado). A fuerza de haber sido tantas veces censurados, muestran sus emociones con una encantadora torpeza.
Los hombres son sensibles, entrañables amigos, no siempre buenos amantes, excelentes cocineros y conmovedores poetas.
En serio.

13.6.07

Antes de quejarte

Hay frases quejosas que requerirían una prolija cuenta mental hasta que obtengamos la serenidad y la sabiduría necesarias como para que el deseo de articularla cese por completo. "¡A mí nadie me entiende!" es una de ellas. Y, por si la cuenta mental no funciona, aquí va una lista de posibles respuestas y sus efectos que deberían desanimar hasta a la más incontinente:

La introyectiva: ¿Vos de verdad querés que te entiendan?
Es un efectivo tapón que devuelve la recién asomada queja al ámbito de la repregunta interior desencadenando una chorrera de interrogantes y sus correspondientes razonamientos justificatorios que transforman la cabeza en un espacio para la discusión irresoluta.

La ningunera: ¡Pa'lo que hay que entender!
Clara, llana y brutal, esta respuesta remite a cierta persistente vacuidad de la quejosa y, a la vez, desnuda una actitud tramposa de quien la escucha que, es evidente, ha comprendido que lo que hay que entender no vale la pena.

La consolatoria: Pobrecita, a ver, explicame nena...
Trampa mortal que suele desembocar en un plañidero listado de infelices varones que no han entendido, una devolución de la nómina de quienes entenderían, la confirmación de que los que pueden entender no importan un soberano bledo, y la revelación de que "nadie" tiene nombre.

La existencialista remanida: El infierno son los otros.
Típica réplica de aquel que, con o sin bigote, se cree discípulo de Jorge Dorio. Creo que no hace falta más explicación.

La machista: Vos no necesitás que te entiendan, ¿sabés lo que necesitás, vos?

A los bifes. Pasá p'al fondo. ¿Te dije que yerba no hay? Simplista, apela a los supuestos poderes de ciertas varitas mágicas que ni has hadas tienen. ¡Como si fuesen el remedio universal!

La psicológica: Vos debés estar fijada en la etapa edípica no elaborada.
Wikipedia freudiana de esas que nunca faltan y que le echa la culpa a tu papá.

La lacaniana: Allí donde aparece la hiancia, el fantasma hace marca en lo no dicho.
Hermética e inquietante, esta respuesta proviene de un devoto de la secta que no puede privarse de compartir la traducción de las verdades reveladas que el gran maestre transmitió de espaldas al auditorio.

La filosófica de oferta: Es un problema de mímesis relacionado con las interrogantes cartesianas y el nihilismo.

Este oyente, más que un estudioso de la filosofía, es reciente poseedor de un libro de citas o visitante asiduo de una página de frases célebres. En el mejor de los casos, ha leído un libro más que Dorio.

La superada: A mí tampoco, y así como me ves, cada día me siento mejor.

Nunca falta una amiga o conocida que ha hecho culto de su retorcimiento. Y, sí, se siente cada día mejor porque el pobre gato con el que convive no le hace reproches.

La sufrida en espejo: ¡Nadie nos entiende!

Siempre está la que se hermana con una transformándose automáticamente en peligrosa competencia. Si la frase viene acompañada por un "tu padre", la que te está hablando es tu mamá que no lee Wikipedia pero que también le echa la culpa de todo a tu progenitor.

La feminista: Y... mientras sigas fregando platos... ¿Qué esperás para liberarte?

Variante de la superada pero sin corpiño y sin depilar.

La sexópata: Vení, vení que te explico.

Con más tacto que la machista pero con el mismo objetivo. ¡Marche otra varita mágica!

La de autoayuda: Ommmm... Ommmmm... Pensá en una luz violeta que te envuelve y te llena de comprensión.

¿Quién no tiene una amiga new age que vive rodeada de piedras, tomando globulitos, visitando consultorios de "sanadores" de diversa calaña y escapándose cada vez que puede al Uritorco?

Antes de quejarte, pensá.

11.6.07

El hombre–puente

El hombre–puente es una bendición. Amable, cariñoso y comprensivo. Sencillo, sin pretensiones, caballero. Es uno de esos tipos que una madre consideraría el candidato ideal para su hija. Pero, lamentablemente, es también alguien que, de no ser por circunstancias particulares, no miraríamos ni así fuese el último ejemplar masculino sobre la tierra.
El problema de este señor es que, a pesar de la sumatoria de ventajosas maravillas que nos presenta, siempre llega en mal momento. Si hay algo que no tiene –para su desgracia– es el don de la oportunidad. Si hay algo que tiene –para nuestro regocijo– es el don de la oportunidad. Su arribo se produce en dos instancias clave para nosotras: estamos saliendo de una relación fallida o acabamos de salir de ella.
En el primer caso, su presencia se transforma en un imprescindible patrón de comparación con el desgraciado del que estamos tratando de despegarnos: nos cuida, nos festeja y nos hace mimos mientras que el otro sátrapa nos tiene arrumbadas como un mueble viejo que le da lástima poner en la vereda para que se lo lleven los cartoneros.
En el segundo caso, con las marcas de las sábanas arrugadas todavía en la piel, lo recibimos con los brazos abiertos y olvidamos que habíamos prometido formalmente hacer el necesario duelo por la felicidad perdida. Su mirada tierna nos provee de la dosis justa de coraje como para sacarnos de la cabeza cualquier ilusión de caer en los brazos del malo conocido.
En ambas oportunidades, el tipo está entregado como un perro vagabundo al que le hacen una caricia. Muerto con nosotras, apuesta a construir una relación duradera y sólida, y nosotras, mirándolo por encima del hombro, nos entregamos con displicencia a sus sinceros sentimientos.
Al poco tiempo, con las lastimaduras lamidas, atendidas como corresponde y con la moral más alta, nos "damos cuenta" de que el hombre es demasiado bueno, demasiado comprensivo, demasiado complaciente y demasiado todo lo que el otro no era, pero no le alcanza para movernos un pelo de la cabeza. No nos desacomoda, no nos cela, no nos desafía, ¡no nos calienta!
Entonces, él pasa a ser el intermedio necesario entre un enamoramiento y otro, la soga de la que nos asimos para no sentirnos tan miserables, el madero del que nos agarramos para no naufragar. Un puente. Lo que nos permitió el tránsito desde una orilla ya árida y caminada hasta otra que parece llena de verdor, aventuras y promesas. Y ahí nos acordamos de las sabias palabras de nuestras abuelas cuando decían que una mancha tapa otra mancha y que nunca había que apagar una vela sin haber encendido otra, y ponemos todas nuestras energías en el bombonazo al que ya hace un mes le venimos haciendo el entre.

Quien más, quien menos...

... todas las mujeres tenemos, hemos tenido o tendremos:

  • Dolores menstruales
  • Calores menopáusicos
  • Vergüenza de alguna parte de nuestro cuerpo
  • Rollitos
  • Arrugas
  • Un granito inoportuno
  • Un amor no correspondido
  • Un novio, amigovio o amante más joven
  • Un novio, amigovio o amante casi viejo
  • Un amante "felizmente" casado
  • Un marido-hijo
  • Un hombre-puente
  • Un ex marido
  • Un amigo casi hermano al que, en realidad, hubiéramos querido apretarnos
  • Un amigo casi hermano al que no nos apretaríamos ni por necesidad
  • Un amigo que más que amigo es una amiga
  • Un eterno pretendiente
  • Un compañero de trabajo baboso
  • Una amiga del alma
  • Una amiga de esas que es mejor perder que encontrar
  • Una amiga para la joda
  • Una amiga para las lágrimas
  • Una amiga que siempre escucha
  • Una amiga que siempre habla
  • Una amiga demasiado seductora
  • Una amiga que más que amiga es un amigo
  • Una amiga quejosa
  • Un vestido negro
  • Una media corrida
  • Una uña rota
  • Un zapato que aprieta
  • Un conjunto de ropa interior para esos encuentros muy cercanos
  • Un pantalón que no nos entra pero que queremos, esperamos, deseamos, rogamos que nos vuelva a entrar
  • Una prenda de ropa que nos compramos en un momento de autoestima muy baja o autoestima muy alta y que jamás nos pusimos
  • Una cartera demasiado grande donde no encontramos las cosas
  • Una cartera demasiado chica donde no nos cabe todo lo que podemos llegar a necesitar
  • Una ilusión que jamás se hará realidad
  • Una desilusión que no nos abandona
  • Una borrachera feliz
  • Una borrachera triste
  • Un encuentro sexual que superó las expectativas
  • Un encuentro sexual que no alcanzó los objetivos
  • Un atracón por despecho
  • Un sueño erótico con alguien famoso
  • Un piropo que nos alegró el día
  • Una flor dentro de un libro
  • Un secreto inconfesable

1.6.07

El acosador

Detrás de un acosador compensado –al principio está compensado– siempre hay un asesino serial que podría comenzar con su sofisticada tarea de selección y ejecución de víctimas si no fuese tan pero tan cobarde. Sin embargo, su equilibrio es tan precario que, pasado un tiempo de relación, las barreras caen y casi cualquier cosa es motivo para hacerlo explotar.
En la etapa de la conquista, este hombre se muestra como un cuidadoso galán. Con tono cordial, indaga acerca del pasado de la mujer que tiene en la mira. Poco a poco, los interrogatorios se van profundizando con el objeto de conocer detalladamente cantidad de novios, amantes y/o compañeros sexuales; gustos, preferencias, manías o costumbres; logros, frustraciones y asignaturas pendientes. Mientras va recibiendo la información, controla de manera admirable las reacciones que, si expresara, estarían teñidas de celos, resentimiento y envidia, destinados a cubrir una profunda inseguridad. Al mismo tiempo, construye un personaje destinado a llenar los huecos que la historia le presenta. Se aplica para ser el amante perfecto de una mujer que sólo ha tenido amantes mediocres; si ella siempre ha trabajado fuera de casa, trata de moldearla a las tareas domésticas; comprende lo incomprensible, hace las compras o cocina si esto facilita que ella caiga rendida a sus pies. Si es necesario, adopta diversas identidades para tentarla a "pisar el palito". Como es, por sobre todas las cosas, un mafioso consumado, apela a lo que sea para averiguar "verdades ocultas": mensajes de correo electrónico con direcciones falsas, llamados al celular con identidad bloqueada, sugestivos voice mails disfrazando su propia voz.
Obsesivo, sutil y discreto, una vez que la pareja se ha consolidado, este hombre vigila con inusual perseverancia cada una de las actitudes de la desdichada fémina. Horarios, salidas, gastos, llegadas, cartas. Las conversaciones telefónicas tienen que ser en su presencia o literalmente relatadas para su tranquilidad y aprobación. En situaciones extremas es capaz hasta de cuestionar la ropa interior que ella lleva por ser demasiado sugerente. Y la pregunta surge, sin importar cuán ofensiva pueda ser: "¿Para quién te estás poniendo ese corpiño de encaje?".
Bajo el inexcusable motivo de un enorme amor, él no repara en artilugios para controlar al objeto de esa pasión desmesurada. Y ella, como la presa que ha caído en una telaraña, se va enredando, pegando a la trama de manipulaciones que él pone en acción a cada paso.
Cuando encuentra resistencia, las escenas son de una intensidad brutal: discusiones, peleas y llantos que defienden o justifican su posición de investigador obsesionado con el engaño del que piensa que podría llegar a ser víctima.
En el mejor de los casos, para ella la relación termina siendo un mal recuerdo. En el peor, es posible verla haciendo una denuncia por malos tratos y exponiéndose a la mirada socarrona del policía que, invariablemente, piensa que él tiene razón.