28.12.07

Me cansé

Así de simple: me harté.
A ver si nos ponemos de acuerdo: que haya elegido omitir mis referencias profesionales evitando el "chapeo" que tan incómoda me pone, no me hace unaseñoragordaquedespuntaelhastíodelhogarescribiendodosblogs.
Pero como parece ser que, al igual que en otros ámbitos, en este espacio se jerarquiza el autobombo y se mide a las personas por el ruido que hacen batiendo los parches –por las dudas, no vaya a ser que cualquier espíritu corporativo reconozca a un recién llegado y habilite para la competencia a los que hasta ahora no tenían cómo publicar– he decidido blanquear mis tropelías que, aclaro, cara a cara puedo llegar a contar (cosa que ha causado enorme sorpresa en más de un habitante de la blogósfera al que conocí en persona).
Entonces anoto algunas de las travesuras que cometí en los últimos veinte años:
Estuve a cargo de la Dirección Creativa de dos campañas presidenciales.
Como Redactora Senior, hice campañas nacionales y provinciales para casi todos los partidos políticos argentinos, y para varias marcas internacionales; y produje contenidos para una docena de sitios web.
Edité textos de autores de fama internacional, el Premio Nobel de Química Ilya Prygogine y el pensador francés Edgar Morin, entre otros.
Como ghost writer escribí casi una decena de libros que, por supuesto, no llevan mi nombre y, obviamente, no puedo listar.
Como escritora gané los siguientes premios: "Avon con la Mujer en las Letras", 1994 (primera mención); "INCA Compañía de Seguros", 1995 (mención honorífica); "Nacional de Literatura, Categoría Iniciación/Narrativa Breve" bienio 1994/1995 (segundo premio) con el libro de cuentos El Olvido Selectivo; y "Fundación Victoria Ocampo", 2007 (segundo premio) con el cuento "Miércoles de Cenizas", publicado en la antología editada por la Fundación.
En la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires tuve el placer de cursar materias con Beatriz Sarlo, David Viñas, Noé Jitrik, María Teresa Gramuglio, Laura Cerrato de Juárroz, Eduardo Romano y Jorge Panesi.
En cuanto al oficio de escribir, me formé en los talleres de Santiago Kovadloff y Tamara Kamenszain.
En la actualidad soy Directora de Contenidos de un portal web de próximo lanzamiento y, por supuesto, sigo escribiendo.
¿Ahora pensarán que escribo mejor?

27.12.07

El constructor

El constructor es un hombre paciente y tesonero que, muy probablemente, ha adquirido esas virtudes después de uno o más desengaños amorosos. Como siente que la vida no le ha sonreído pero en el fondo espera y desea que le sonría alguna vez, lejos de haberse transformado en un escéptico, sigue buscando el amor verdadero.
Aquella mujer que pretenda conquistarlo deberá estar preparada para los efectos acumulativos de la pasión arquitectónica que lo anima y lo impulsa. No dejarse vencer por las negativas y las actitudes prescindentes será la más importante vía hacia el triunfo.
Aunque intenta entregar su corazón, las heridas del pasado detienen al constructor y su instinto de supervivencia –eso de que "el que se quema con leche cuando ve una vaca, llora"– lo impulsa a poner barreras progresivas. Como un albañil del medioevo, va levantando alrededor de su maltrecho castillo el muro protector que imagina rodeado de un profundo foso infectado de cocodrilos hambrientos mientras, por otro lado, alberga secretos deseos de que la muralla sea finalmente vulnerada por la princesa de turno, una valiente capaz de atravesar las pruebas que él le impone.
Es que, tras su inclaudicable espíritu defensivo, el constructor no puede evitar cierta candidez. Especialista en vallas, barreras, obstáculos, barricadas, zanjas, fosos y badenes, el buen señor, merced a su notable perseverancia, construye con pequeños ladrillos que dicen "no" una enorme pared que termina mostrando un "sí" de dimensiones extraordinarias.
Sobre la hilera del "no me comprometo" coloca la hilera del "no planifico", sobre ésta la del "no quiero condicionamientos" y luego la del "no me ato a nada" y la del "no me quedo" y la del "no, gracias" y la del "no necesito una mujer en mi vida" y la del "no espero nada permanente" y así hasta que su obra tiene el tamaño de la Muralla China.
Tomado a la ligera parece distante, poco involucrado y hasta indiferente, pero esto no es más que la muestra de lo aplicado que se encuentra a su tarea. Y cada pequeña porción de "no" que agrega a su obra tiene un efecto contradictorio y paradojal porque el caballero en cuestión, tan preocupado por los ladrillos, termina su pared sin darse cuenta de que está amarrado como un idiota a la fémina que él cree del otro lado y que, en cambio, ha dejado encerrada junto a él en el exiguo predio de su corazón.

18.12.07

Yo quiero ser Laura Cambra

Recogiendo el guante del desafío que me lanzó Marinita el día de mi cumpleaños, voy a, por lo menos, intentar escribir este post y, lo que me es mucho más complicado aún, hacerlo sin ponerme seria.

No se trata de su inteligencia, porque por lo que sé le ha proporcionado más problemas que soluciones y, si bien le sirve para muchas cosas, a la hora de tomar decisiones no le evita ser un mono con navaja.
Tampoco es su vida social, por épocas más escasa que agua en el desierto y, cuando abunda, prolijamente evitada mediante un exigente proceso de selección.
Mucho menos la timidez que la hace poner cara de "yo no fui" o de "¿y vos quién sos?", alternativamente, cosa de desconcertar a los que la rodean que a veces creen estar frente a una inocente Heidi –pequeño e inofensivo cabrito bajo el brazo incluido– y otras, sienten el rigor de la fría mirada de una maléfica bruja.
No le envidio el cáustico sentido del humor –tan ácido que a la mayoría de las personas le resulta punzante– ni su compulsión a la metida de pata verbal que tantos disgustos le causa (es inevitable que "boquee") ni aun su posibilidad de reírse de sí misma.
Imposible desear sus atributos físicos. Para empezar, pisa los cincuenta –y como viene la mano, su bagage genético le permitirá vivir unas cuantas décadas más a puro deterioro, descenso y apergaminamiento–; tiene menos cintura que una almohada berreta –a las de pluma aunque sea se les puede marcar una forma–, detesta las cirugías un poco –mucho– por convicción y otro poco por terror a los quirófanos, descartando las posibilidades de "tunearse", lo que a esta altura ya sería una cuestión de protección del espacio público y respeto por el prójimo.
En cuanto a sus costumbres más arraigadas, no hay demasiado para tomar como ejemplo: el cigarrillo y el café son sus mejores amigos, come como un cosaco recién llegado del larguísimo invierno siberiano y, hace ya tiempo, se prometió –¡y lo cumple!– no ceñirse a ninguna dieta; le gusta el fútbol y sigue los campeonatos locales y algunos internacionales –lo peor es que no lo hace para tener tema de conversación con los hombres o para resultarles mas atractiva sólo por el hecho de que no serán censurados por adorar a San Macaya Apóstol o a San Huguito Mártir sino lisa y llanamente porque ella AMA el fútbol (aunque no las muestra, tiene fotos con el Enzo y con el mismísimo EMM). Le encanta manejar y nunca se achica a la hora de "meter trompa" para pasar primera. Casi siempre usa pantalones –es raro verla con pollera o vestido–, y su arreglo personal incluye apenas el baño diario y un poco de perfume (esto último, cuando se acuerda). Ni siquiera el hecho de que, a pesar de todo lo mencionado, siempre tiene cerca algún hombre –o más de uno– que le "tira los perros" constituye un motivo sustancial para querer ser ella. ¡Y pensar que no sólo no hace nada para que eso suceda sino que, además, la mayoría de las veces ni siquiera se da cuenta de que está ocurriendo!
No es su capacidad para poner los pensamientos en palabras, ni su obsesivo rechazo a las estrategias "marketineras", ni su casi estúpida costumbre de cultivar el low profile. Tampoco sus ocasionales osadías lindantes con la inconsciencia ni su carácter de Ave Fénix que le permite renacer de sus cenizas periódicamente.
No es porque un día se tiño de rubio para probarse a sí misma que podía ser aún más tonta. Ni porque trabaja en lo que le gusta. Ni porque está convencida de que lo más interesante que le pasó en la vida es vivir. Ni porque es zurda y tiene buena letra. Ni porque ganó más de un premio literario (aunque nunca lo diga). Ni por su desvergüenza para contar cuánto le gusta la televisión basura. Ni porque tiene un curriculum impecable y sorprendente (que jamás muestra).
No. No. No.
No es nada de eso.
Yo quiero ser Laura Cambra porque ella, solita, sin más ayuda que la de su infinita paciencia y su testarudez incomparable, se hace cada dos semanas sus propias uñas esculpidas.

14.12.07

Hoy no es un día cualquiera

11.12.07

Manual de instrucciones

Si me quieren sacar buena sea en cuestiones laborales, personales o familiares –cosa que, por más instrucciones que haya, no será fácil porque ya vengo avisando que soy terca como buena mula y mejor gallega– quienes deseen permanecer a mi alrededor deberán tener en cuenta que:

  • Me va más cómoda la modalidad a distancia que la presencial. Padezco de cierta lentitud estructural del pensamiento y la mediatización me ayuda a salvarla.
  • Invariablemente, soy mejor escribiendo que hablando (lo que no me hace buena para ninguna de las dos cosas sino sólo, como diría mi madre, menos peor).
  • Sepa que la oratoria no es lo mío. Y si no me queda más remedio que hablar, me sale más fluido frente a una sola persona que frente a un grupo.
  • Mantenga la distancia óptima. Prefiero estar lejos a estar cerca.
  • No espere un SI cuando me hace una pregunta. Mi primera respuesta es siempre un NO.
  • Acepte mis limitaciones (yo ya lo hice): me es más fácil preguntar que responder.
  • Deme tiempo. Superado el abatatamiento inicial, puedo ser simpática (si y sólo si quiero y la ocasión lo merece).
  • Sea cuidadoso. Cualquier signo de falta de delicadeza se traducirá en un inmediato cierre de compuertas (en el Juego de la Oca eso se llama "retrocede tres casilleros" o "pierde dos turnos").
  • No intente sorprenderme. A menos que quiera enfrentarse a la frustración de que me haya dado cuenta por anticipado y que, además, esté preparado para la cara de bragueta que le voy a ofrecer como recompensa por sus esfuerzos.
  • Aléjese rápidamente si la ironía le resulta incomprensible o agresiva. Si no lo hace, estará en grave peligro (y, habiendo escaleras, el propietario no se responsabiliza por el uso del ascensor o, si lo prefiere, el que avisa no traiciona).
  • No se desviva por impresionarme. El disfraz que mejor me calza es el de la displicencia. Y, si decide intentarlo, aplique la inteligencia para que yo no me dé cuenta de que lo está haciendo.
  • Tenga siempre a mano el sentido del humor. Si no me divierto, no me engancho. Todos tenemos dramas y tragedias. Si necesita contar los suyos que al menos sea de una manera tolerable.
  • Resista mis permanentes e intempestivos cambios de humor. Eso le dará puntos extra a la hora de hacer un promedio general de su desempeño. La práctica sistemática de la meditación trascendental le sería de gran ayuda.
  • Bajo ninguna circunstancia entre en situación de competencia conmigo. Si usted es hombre, jamás podríamos probar quién la tiene más larga porque sencillamente no puedo ofrecerle qué medir y, en el supuesto caso que intentáramos una competencia despareja –algo así como multiplicar peras por manzanas–, debo informarle que mi lengua es más larga que cualquier otro apéndice corporal. Si es mujer, en vez de longitud, probaremos filos.
  • Del mismo modo que no compite conmigo, no compita por mí. Desde ya, le aviso que no vale la pena tomarse trabajo por tan poca cosa y, además, el Circo Romano no me atrae.
  • No sea tibio. Si no puede evitarlo, abandone de inmediato cualquier tipo de esperanza porque si hay algo que no hago es arrastrar o empujar gente y nunca quise ser porrista.
  • No espere que yo sea tibia. Cualquier cosa menos una vida gris y anestesiada.
  • Escuche. Si quiere saber como soy, preste atención a lo que digo porque siempre digo lo que pienso y lo que pienso es lo que soy (si no entiende esta afirmación circular, dese por descalificado automáticamente).

10.12.07

El homeópata

El homeópata es un hombre que entrega su afecto en pequeñísimas dosis. Casi mezquino, inveterado amarrete de cariño, deja ver sus sentimientos como quien permite, apenas, espiar por el ojo de una cerradura.
Gestos mínimos. Pocas palabras. Una mesura griega autoimpuesta y tan lejana de la desenfrenada hybris de los dioses como es posible imaginar. El homeópata es hombre de miradas profundas, gran observador y pensante como pocos, que esconde tras el laconismo un terrible temor a quedar expuesto. Al igual que el profesional de esta disciplina no tradicional, necesita de largas charlas en las que hace preguntas que la mayoría de las veces suenan descolgadas e incoherentes, del tipo: "¿Te gusta el viento?" o "¿El mar o la montaña?" y que a cualquier desprevenida le podrían sonar a test de verano de la revista Cosmopolitan pero que, en realidad, le permiten mantener una distancia "higiénica" y son clave para conformar una imagen no superficial de la interlocutora o conocer los puntos de coincidencia entre ambos sin dar información sobre sí mismo. De igual tendencia en lo que hace a gestos, el homeópata regala esporádicamente alguna caricia que suele estar más orientada a registrar el efecto causado que a disfrutar del contacto. Sólo cuando se siente seguro y cómodo, luego de horas y horas de conversación, tímidas aproximaciones y ensayos varios, atina a una expresión de afecto algo más cercana a la ortodoxia.
Cultor extremo del "menos es más", el homeópata jamás dice "te quiero" y ni se le ocurriría la grandilocuencia extrema de un "te amo" que, para él, representa la corriente "a grandes males, grandes remedios" de la que huye como de la peste.
Su austeridad tiene efectos devastadores porque la relación con el homéopata está hecha de esas cosas de apariencia insgnificante que provocan cambios profundos en la mujer que, frente a estas actitudes, termina rendida, sin posibilidad de seguir mostrándose intolerante o caprichosa ni de hacerle una escena de celos ni de realizar un ingreso triunfal en la vida de ese hombre naturalmente inmune al avance viral.
Luego de los primeros momentos de desconcierto y sintomatología exacerbada, el homeópata genera una fuerte dependencia. Su carácter calmo y reflexivo es un oasis para cualquier mujer. Sin embargo, no especula sobre el efecto que tendrán sus dosis ínfimas. Si lo hiciera, huiría despavorido ante el tsunami emocional que esos míseros "globulitos" de cariño provocan en la destinataria. Mientras controle la administración, mientras la vida se escurra a través de goteros, papeles y glóbulos, mientras no se sienta amenazado por una insoslayable aplicación alopática, permanecerá en su eje negando de manera enfática y testaruda que el amor lo ha infectado masivamente y que es una víctima de su propia medicina.