Mi vida es una sucesión de entrecruzamientos y contradicciones de alto riesgo (para mí, por supuesto).
Para empezar, siempre caigo tarde.
Es como un karma que no puedo evitar. Me doy cuenta de las cosas cuando ya sucedieron y, claro, cuando me doy cuenta, me asusto.
En segundo lugar, suelo imaginar que sigo escribiendo en papelitos, guardando hojitas garabateadas y llenando cuadernos escolares con intrascendencias de grueso calibre.
Esto implica, entre otras cosas, que en mi mente peregrina los blogs siguen siendo papelitos, hojitas garabateadas y cuadernos escolares.
No es que no piense en los lectores (como "constructo teórico" decíamos en la facultad) cuando escribo mis posts. Para ser sincera, pienso más en los lectores cuando escribo acá que cuando escribo allá. Pero siempre imagino un "lector modelo" que se ríe de lo que yo me río, que se conmueve con lo que yo me conmuevo, que se enoja con lo que yo me enojo y que se identifica, final y gloriosamente, con lo que expreso.
En tercer lugar, como muchos saben, las estadísticas y los gadgets 2.0 no se han hecho para mí. Ya casi llego a la categoría de efeméride: éste es el año de mi cincuentenario y la "vejentud" sirve como excusa en estos casos.
Por último, también muchos están en conocimiento de mi inveterada fobia social: rehuyo los encuentros multitudinarios (entendiendo por "multitud" a más de diez personas), hablo poco, parezco antipática y toda esa zaraza (¿o será sarasa?) que ya expliqué más de una vez.
Con semejante panorama, hace cuatro meses la mina (o sea yo) empieza a dar sus primeros pasos en la intrincada selva de Google Analytics abordando valientemente el punto tres (supina estupidez para los gadgets). Abriéndose camino a machetazos, mira, observa y, por esas cosas del punto uno (caigo tarde), del dos (el concepto de borrador eterno) y el cuatro (fobia social para lo cual el punto uno es el necesario antídoto contrafóbico), no registra. No registra nada. Nada de nada.
Hasta que un día (hoy), estando en total y absoluta disponibilidad de tiempo (lo que en buen cristiano se llama "al dope"), víctima del infamante calor, ella (yo) inicia una de esas investigaciones que usualmente no conducen a nada más que a mitigar el aburrimiento. ¿Y qué descubre? Pues bien, para su enorme sorpresa (porque nunca pensó que el Google Analytics sería capaz de funcionar gracias a sus torpes dedos y su no menos torpe circuito de pensamiento) se da cuenta (tarde, como siempre) de que en los cuatro meses ha tenido, sumando los dos blogs, casi cinco mil visitantes que han visto un promedio de 1.40 página cada uno. De inmediato, el mito de la privacidad e intimidad (hojita, cuadernito, borrador y garabato) se derrumba con un estruendo que, por supuesto, le provoca un ataque de pánico (fobia) que la sume en una serie de reacciones físicas (palpitaciones, sudoración, sensación de náusea).
La verdad, yo (sí, no me gusta hablar de mí en tercera persona pero a veces ayuda) no sé si cinco mil visitas en cuatro meses son muchas o pocas en términos de popularidad bloguística (deben ser pocas, asegúrenme que es así). Lo que sí sé –de eso no me cabe ninguna duda y de solo pensarlo me tiemblan las rodillas– es que cinco mil personas son una multitud que llenaría medio Luna Park; una manifestación que ocuparía todo el frente del Congreso cortando la avenida Callao; un alegre grupo de veraneantes asoleándose en cualquier playa de la costa atlántica... Y mejor paro y me voy a buscar un Rivotril sublingual.
Ahora, hablando en serio, quiero agradecer a todos y cada uno de los que me han leído durante estos meses. Nunca creí que fuesen tantos. Nunca imaginé que fuesen tan fieles. ¡Gracias!
2.1.08
Ataque de pánico
Publicado por Laura Cambra en 21:35
Etiquetas: las cosas por su nombre
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1 comentario:
Me estoy empezando a creer lo del ataque de pánico...
¡Desde el 2 de enero sin decir nada! ¿Sigues inmersa en el "análisis" del "Analytics"?
5000 fans de "La Cambra" aguardan pacientemente.
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