Ojalá la sumatoria de una serie de días locos resultara simplemente en una semana loca y, a su vez, la seguidilla de éstas en un mes. Pero no. La cosa no parece ser tan sencilla.
Por ejemplo, el lavarropas se descompone y como no tolera la soledad del out of order, le solicita compañía a la heladera que venía haciendo ruidos raros hace rato. Si para colmo de males ambos son de la misma marca y la solución está en manos de un solo servicio técnico, lo más probable será que esta provisoria unión gremial de descompuestos intente sumar al automóvil o a la caldera o al termotanque o al acondicionador de aire o, en su defecto, a la humilde cafetera.
Otro ejemplo. Choqué –fue un choque sin importancia pero me quedo quince días sin auto–; me robaron la billetera –no tenía mucha plata pero sí el registro de conducir (que, por suerte, no tengo que utilizar durante los quince días que el auto estará en el chapista), las tarjetas de crédito (ya sé, las doy de baja por teléfono... por suerte, entre la basura que guardo en mi disco rígido están los dieciséis números de cada una de ellas) y el DNI (tengo casi dos años para recuperarlo y poder cumplir con el deber cívico si es que la "t" de triplicado aparece en el padrón)–; perdí el celular –y no había sincronizado los contactos así que ofrezco recompensa por el chip–.
Uno más para ilustrar de manera ajustada. Mi hija tiene gripe A N1H1 y cada vez que lo digo la gente me mira raro, papá se recupera de una cirugía mayor, la abuela es hospitalizada con neumonía y –grand finale– mamá tropieza en el supermercado, se fractura las dos muñecas y anda por la vida con dos rígidos manguitos blancos.
Bien puede decirse que estas sucesiones se deben al agotamiento de la vida útil de los bienes mecánico tecnológicos; bien puede afirmarse que responden al natural fluir de la existencia humana. Sea cual fuere la explicación que elijamos darle, cada tanto, somos víctimas de agotadores encadenamientos de hechos infaustos, algunos –of course– más infaustos que otros.
No hay para estas contingencias más solución que hacer lo que haya que hacer, relajarse y esperar a que pasen. Sin embargo, cuando me veo inmersa en tal tipo de dinámica del caos, mi costado filosófico no puede eludir pensar en las discrepancias entre Friedrich Nietzsche y Mircea Eliade por el eterno retorno y mi aspecto científico se vuelca al teorema de la recurrencia de Poincaré. Mientras tanto, mi zona amante del saber popular no para de vociferar que, más que por los perros, estoy siendo alegremente orinada por veinte mamuts.
24.7.09
Eterno retorno, recurrencia y veinte mamuts
Publicado por Laura Cambra en 16:30
Etiquetas: dark side of the moon, desdichas, familia
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1 comentario:
Bienvenida a la troupe de los sobrinos de Murphy
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