Hace poco más de un mes, terminé la edición de un libro que ya está a la venta; hace alrededor de una semana, un "emprendimiento" cuyas características acordé no revelar y hace un par de días, un proyecto en el que trabajé durante un año.
Estoy acostumbrada a que luego de tanta adrenalina, tanta camiseta transpirada y tanta energía puesta en que algo salga bien, sobrevenga un bajón. Pero tres cierres en un mes era algo que jamás me había sucedido.
Lo bueno es ver transformadas en cosas visibles y/o asibles, tantas ideas que en un principio sólo encontraban una articulación en mi cabeza.
Contar sueños e ideas es como contar un cuento frente a un auditorio cuestionador. ¿Y por qué saldrá bien? ¿Y cómo sabés que se puede hacer? ¿Y si en vez de esto hacemos esto otro? ¿No te parece mejor que no lo hagamos? Y, mientras uno cuenta, con cada pregunta pone a prueba la capacidad de construir, de estructurar, de crear sueños e ideas que puedan transformarse en realidades concretas.
A veces es difícil compartir certezas internas que no tienen demasiado anclaje en la razón sino más bien en una intuición a la que nosotros mismos nos resistimos. Entonces empiezan a importar la confianza –ese activo que nunca se compra ni se vende de manera permanente sino que está siempre en consignación–, la solidez para comunicar con precisión lo que uno piensa, la honestidad para aceptar que no tenemos todas las respuestas a todas las preguntas, el entusiasmo y la perseverancia para sostener los embates de quienes, con toda razón, se ponen en el lugar de "abogados del diablo" prestándonos una ayuda invalorable aunque molesta.
En muchos momentos de cada uno de estos tres proyectos me sentí caminando sobre vidrios. Incómoda, en riesgo y hasta asustada pero sabiendo que dar marcha atrás significaba seguir caminando sobre vidrios de vuelta hasta el punto de partida.
El día del último cierre, durante la madrugada, me despertó un estruendo ensordecedor. Bajé a ver qué había sucedido. El mueble en el que guardaba toda mi cristalería había colapsado y me encontré con un importante volumen de añicos que se amontonaban contra las puertas vidriadas. Intentar abrirlas significaba terminar de romper lo poco que quedaba sano. Dejarlas cerradas era presenciar el espectáculo de la precariedad y de la inestabilidad porque algunas cosas algo más resistentes sostenían el peso de otras e impedían un destrozo aún mayor.
Pensé en el cierre de esos tres proyectos. Pensé en que si había resistido y dominado tantas veces durante un año el impulso de escapar cuando me sentía próxima a un naufragio, bien podía ahora hacer lo que tenía que hacer.
Entonces entendí que, con cuidado, debía abrir las puertas y rescatar lo que estaba intacto. Entendí, en medio de la noche, que tenía que volver a caminar sobre vidrios.
11.4.10
Caminando sobre vidrios
Publicado por Laura Cambra en 11:22
Etiquetas: al desnudo, desdichas, sin anestesia
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2 comentarios:
guauuuuu...hermoso escrito!...a decir verdad leer lo que uno a veces siente ayuda a seguir porque sabe que no es el único ser humano que siente y piensa este tipo de cosas xD,abrazo!
me encanto
gracias por no haber escapado
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