25.6.08

El friolento

El friolento es el clásico tipo que cuando se tiene que meter al mar, en vez de zambullirse bajo una ola cual héroe de Baywatch, elige probar la temperatura del agua con la punta del pie y entrar despacito, de a poquito. En la vida le pasa lo mismo: cuando llega la hora del piletazo, lejos de ensayar una entrada triunfal, prefiere bajar la escalerita y que se le ponga la piel de gallina, sobre todo cuando el agua le llega a la altura de los genitales.
En lo que hace a las mujeres, no importa si se miente a sí mismo diciendo que es precavido –palabra de viejo si las hay–, si se cubre con una armadura de justificaciones del tipo contradicción interna como "apuesto sobre seguro" –¿"apuesta" y "seguro" en una misma frase?– o, peor, "vayamos paso a paso" o la ridículamente banal "estamos conociéndonos", más apta para una aspirante a felino con exposición catódica que para un señor hecho y derecho.
El friolento es, en el fondo, un cobarde.
En su cabeza, cuando está solo o imagina sus próximos avances, es casi un galán hollywoodense de las décadas del 40 y 50; uno de esos héroes recios que en la intimidad dejaban al desnudo con sublime pudor un romanticismo irresistible. Porque, convengamos, para una mujer hay pocas cosas más irresistibles que un recio-romántico: pocas palabras, mucha mirada y el gesto exacto en el momento justo.
Por fuera, este modelo de hombre, en cambio, es pura inminencia. Siempre está por tomar la inciativa, siempre está por dar "ese" beso, siempre está por dejar salir el tigre que tiene adentro... pero no se anima. Y si bien ese estilo prometedor e insinuante genera en la mujer una expectativa en la cual la tensión sexual sube y sube, cuando la concreción no llega o se posterga, la cosa se desinfla de manera irremediable.
Lo peor de todo es que cualquier mujer que tenga frente a sí un friolento no puede dejar de advertir el volcán pasional que él transmite a través de sus ojos. Es que la mirada de un friolento refleja pasión contenida –la mejor pasión, la pasión medio histericona– y expresa, sin dudas, lo que él ha imaginado con tanto fervor. Pero lo que nunca llega –o se posterga indefinidamente– es ese "gesto exacto en el momento justo" que tanto promete y alimenta con sus actitudes.
Es que en el fondo del alma de un friolento, siempre está –y opera como realidad– la imagen de la pileta vacía. Y el peor problema que enfrenta es que, mientras él considera la existencia o no del agua, la ecuación entre temperatura ambiente y temperatura del líquido, las condiciones de viento y humedad, siempre llega un temerario que se tira a la pileta y le da una alegría a la mujer que, a punto de caramelo y cansada de emitir señales desoídas, se echa en los brazos del recién llegado sin el más mínimo remordimiento.

1 comentario:

Mireya dijo...

Cuánta sabiduría en sus palabras!! la felicito, deseándole no se encuentre con otro de esos tipejos nunca más.la saludo.