24.1.10

El bocón

El bocón es un hombre simpático. O, mejor dicho, muy simpático. Es agradable, divertido y, por lo general, buen mozo. Siempre hace contacto con un comentario ocurrente que invita a pensar qué bueno es tener cerca a un hombre tan ameno e inteligente. El problema del bocón es que, una vez que se interna en los vericuetos conversacionales, pierde la perspectiva y lo que parecía un relajado paseo por el campo de la charla termina transformándose en el intento desesperado por salir de un pantano en el que él solito, sin la más mínima ayuda, se internó.
El camino al berenjenal es muy corto. Luego de las presentaciones, mientras todo el mundo en la fiesta baila, ella dice:
–Me encanta esta música.
Vaso en mano, pie marcando el ritmo y muy cerca de ella (cada vez más), él se ríe.
–Es divertida.
Ella avanza:
–Bailemos, entonces.
Y él abre su boca que, como una excavadora, empieza a enterrarlo:
–Es que... este ritmo... tengo la cadera rígida.
Ella lo mira entre sorprendida y a punto de estallar en carcajadas. El se da cuenta de que acaba de morder la banquina y comienza una apresurada maniobra para volver a la ruta:
–No, bueno, rígida no... No, no, no... (se ríe) ¡Vas a pensar que nunca un polvo! (
se fue al pasto)
Como ella no responde y para el bocón el silencio es una invitación indeclinable a seguir hablando, insiste (y vuelca):
–La puedo mover hacia adelante y hacia atrás, la cadera, digo (como si hiciera falta aclarar). Lo que no puedo es de izquierda a derecha y de derecha a izquierda.
A esta altura, la dama tiene en su cabeza irreproducibles imágenes del bocón en las situaciones más absurdas y, por supuesto, en paños menores. De modo que el pobre tipo yace en una zanja tapado con diarios.
Este hombre con vocación de sacrificado remero de agua densa (más que agua, un océano de mayonesa), calcula mentalmente cuánto tiempo le queda para intentar una reparación. Cuando la fiesta está por terminar, decide que va a anotarse un poroto ofreciéndole a la testigo de su verborrágico papelón (ojalá ya se haya olvidado de la charla anterior) alcanzarla hasta la casa. Dándole el beneficio de la duda porque acaba de conocerlo, ella acepta. No han recorrido doscientos metros en el auto y él saca los cigarrillos, enciende uno y le ofrece otro a ella.
–No, gracias, responde. No suelo fumar en los autos.
Y cuando todo parecía haberse encaminado hacia una conversación normal y relajada, el bocón vuelve al modo-caterpillar-on y dice:
–En este auto se puede. En este auto están permitidos todos los vicios.
Ella se abraza fuerte al bolso que tiene sobre el regazo, mira al frente y, en silencio, ruega que el viaje sea lo más corto posible.
Quince segundos más tarde, él se ríe porque se da cuenta de lo que dijo.
Es tarde, en la cabeza de ella suenan las fanfarrias que anuncian el ingreso triunfal al territorio del ridículo. Sin pasaje de vuelta.

4 comentarios:

Christian dijo...

genial

Virginia Prieto dijo...

y si...
era un pasaje de ida nomás!

genia es poco

mauli dijo...

Laura, espectacular el retrato del tipo!

Marcelo dijo...

"Consejo para orientar la búsqueda"

Respetad al silencioso.
Al callado
que anda por la vida
sin mostrar todos sus trucos.

Huidle al charlatán
al alma de la fiesta
que enseguida agota el cargador
sin siquiera afinar la puntería.

Quien se guarda sus palabras
a pesar de haberlas leído
(o vivido)
es el dueño de las claves
de volcanes y tormentas
o de bombas a punto de estallar.

Es que al otro, al parlanchín
sus encantos se le escurren
como fuegos de artificio.

Ahora pensé en explicarte por qué cometo la torpeza de traer un texto propio a un blog ajeno sin permiso de la dueña, pero seguro que me desbarranco en un mar de explicaciones ininteligibles... Total, siempre tenés a mano el "borrar"
Un saludo!