2.8.07

Constelación berreta

¿Cómo se habrán sentido los falsos famosos de Gran Hermano al darse cuenta de que Diego, el más recientemente llegado a ese universo de provisorias estrellitas titilantes, era el protagonista de un espectáculo en el cual ellos, las presuntas luminarias, sólo tenían papeles de reparto?
En sus intentos por remontar los escasos índices de audiencia que generaba "la casa más famosa del país", TeLeFe no escatimó esfuerzos: que un ex "GH del montón" entrara a la casa a medir su lustrosa popularidad con la ajada fama –que nunca brilló– de Dolores Moreno, Mariana Otero o Amalia Granata; a ver si su cañita voladora llegaba más alto que la de Lissa o la de Tamagnini, a ponderar si su ascenso al estrellato pedorro era más rápido que el de Cinthia Fernández, a comprobar que su fama nuevita comparte la misma sala de terapia intensiva que la agonizante del Roña Castro. Que todos los expulsados volvieran al terruño para un fin de semana de fiestas y celebraciones con el objetivo explícito de que los finalistas se sintiesen acompañados, con el fin implícito de que los espectadores no se aburriesen de tanta chatura desplegada en las cada vez menos horas de aire que tuvo el show, con la misión explícita de "terminar de conocer a sus compañeros" y la implícita de cambiar sus impresiones acerca de Diego que acabó por ser "merecedor del premio porque el dinero tiene un destino loable". Que el pelilargo se transformase en ganador. Que su archienemiga Marianela "Fiona" Mirra le entregase el premio.
Por soberbia o por inseguridad, Diego ingresó a la casa sacando pecho. Adrede o intencionadamente, los habitantes lo tomaron como a un extrajero peligroso y, con los egos heridos por tener que compartir el firmamento con el ex presidiario devenido estrella fugaz, se dedicaron a la tarea de destrozarlo. Con la intuición aprendida en la calle, Leonardi advirtió que le hacían sentir que no era "del palo" y los confesionarios y cuchicheos de sus nuevos compañeros desnudaron con crudeza la discriminación. Motivo suficiente para entronizar a un nuevo mártir de espectadores adictos a la mediocridad sólo por eso de que "si cualquiera puede ser famoso, yo también".
Y Diego, ganador del lugar en la constelación berreta por escandalosa diferencia, ni bien se quedó solo en la casa, comenzó su despedida como –en las palabras justificatorias de Rial– "un Diego auténtico": a puro gargajo.
Un párrafo aparte merece Jaqueline Dutra que, como segunda finalista, se hizo acreedora a las dos terceras partes del premio que no se le adjudicaron a Diego porque su estadía en la casa había sido más corta. La chica que limpió, barrió, lavó y planchó para todos como una "Josefina Trapito", cobró por cada una de las ocho horas de una jornada laboral tipo, durante ochenta y un días, la suma de 34.20 pesos.

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