27.2.08

Mi amiga, la novelista

No es escritora. No es periodista. Ni siquiera tiene un blog. Así que, de escribir, nada. Pero su vida es una novela. Y lo peor es que no puede contarla. Bueno, me la cuenta a mí, aunque se supone que yo tampoco puedo contarla.
Resulta que la chica es consejera. Y ahora que se pusieron de moda el counseling –o counselling, es indistinto– y el coaching, tiene una clientela que da para comedia de enredos.
El cliente –son clientes, no pacientes– número uno del día es un empresario sesentón que alguna vez supo ser exitoso y ahora está en estado deplorable pero con las mismas ínfulas que tenía cuando era un tycoon. Y así anda por el mundo, calzando zapatos Salvatore Ferragamo con ventilaciones en las suelas; pensando negocios que en vez de darle de comer lo hagan rico nuevamente; recordando los perdidos tiempos de Piegari mientras se toma un café en el barsucho de la estación Belgrano C; revisando cada día viejas agendas para ver quién quedó dónde después de los enroques institucionales de las nuevas gestiones administrativas. Y descubre que los Ferragamo también se gastan, que sin plata es imposible hacer negocios, que el café del barsucho es más rico que el del Museo Renault, que siempre son los mismos cincuenta tipos los que ocupan los mismos cincuenta lugares estratégicos, y que esos tipos ahora no le dan la más mínima bola.
El segundo cliente del día es un grupo de actores independientes que forman una cooperativa y pelean como acérrimos enemigos cuando se dan dos condiciones: están drogados o están sobrios. El tema es que cuando se encuentran bajo la influencia de sustancias las peleas son más divertidas porque, como consumen cosas diferentes, la variedad de estados de ánimo le otorga a la discusión tintes surrealistas: están los que discuten de pie y caminando de una punta a la otra de la oficina porque no pueden mantenerse quietos, los que se ríen todo el tiempo desmadejados en el sillón, los que suspenden intempestivamente el encuentro porque se acabó el fernet, los que mendigan agua. Y, en medio de todo eso, mi amiga, que ni siquiera fuma (tabaco), trata de poner un poco de raciocinio sin entender que si lo logra habrá sellado el fracaso de tan curioso grupo y, con ello, el propio.
El tercer cliente es un escribano –profesión extraña que permite cobrar por dar fe– cuyo mayor problema es que no puede parar de echarle los perros a cualquier ser humano que se depila, lo que incluye a mi amiga a quien la tarea se le dificulta sobremanera dado que es muy vulnerable a los avances y, como quien no quiere la cosa, festeja las tropelías del buen señor sonrojándose cual púber colegiala. Para colmo de males, el viudo, como buen notario, goza de una posición económica que le permite no sólo tener una vida acomodada sino también intensificar el tratamiento tomando tres citas semanales con la consejera.
La cuarta bendecida con las bondades del counseling es la madre de una estrella del deporte más popular que sigue atentamente la carrera de su retoño en todo el mundo. La mujer, una típica señora de Villa Luro, acude a la consulta porque no puede tolerar que su hijo súbitamente sea acosado por un enjambre de "botineras" que lo ven alto-rubio-de-ojos-celestes-culto-y-refinado mientras ella, como siempre, sigue preparándole el estofado de osobuco que lo alimentó desde su más tierna infancia. Más preocupada porque el sátrapa encuentre una "chica de hogar" y forme una familia que por la cantidad de euros que el muchacho gasta en festicholas, pasajes en primera a cualquier lugar de la tierra y ropa de Dolce&Gabanna para la "botinerita" de turno, la progenitora del crack llora amargas lágrimas en el hombro de mi amiga.
Además de los clientes mencionados, la counselor atiende clientes internos: un hermano que levanta quiniela en la zona del Bajo Flores, una hermana compradora compulsiva para quien el acontecimiento del año es la Feria de las Naciones y un novio al que, con envidiable sentido del humor e infinita paciencia, le reclama atenciones sexuales que el muchacho, quién sabe por qué oscura razón, se olvida de darle.
En suma, mi amiga tiene más de una historia para contar. Y si tuviera conciencia de la información que maneja, se olvidaría del counseling y se dedicaría a escribir.
Porque su vida es, indudablemente, una novela.

3 comentarios:

SBM dijo...

Ay, si muchos de tus lectores te contaran... si yo te contara lo que veo a diario...

Anónimo dijo...

Terrible y moooooooyyyy cierto es lo del "cliente interno". Yo atiendo gratis a mucha gente "de mi círculo íntimo"...

m dijo...

Tu amiga no escribe, porque te tiene a vos para que leamos sus historias en lindas palabras:)