9.5.08

Piel de gallina

Por lo general, tal como lo marcan las reglas del protocolo, eludo las conversaciones sobre religión, política y fútbol, pero después de la vergonzante y dolorosa jornada de ayer de la Libertadores, tengo la acuciante necesidad de volcar mi decepción y mi bronca.
Es que, a mucha honra, tengo la piel de gallina. Y ¡no se puede creer! Fue una semana negra, más que negra, negrísima, oprobiosa, decadente en la que volvió a aparecer el peor de nuestros aspectos: el pecho frío. Y encima, frente a esa ignominia, el glorioso orgullo de Ramón (Ramón, querido, perdonanos y volvé).
No voy a abundar en las internas políticas que sacuden a la dirigencia riverplatense ni en la desgraciada gestión del actual presidente ni mucho menos en los turbios enjuagues de los barras porque, en definitiva, todo eso parece estar muy por afuera del sentimiento de pertenencia a una camiseta, de la pasión por el fútbol.
Lo que a esta altura no entiendo es ¿por qué nos dicen gallinas? Porque, en realidad, si hay algo que las gallinas hacen bien –y que nosotros no hacemos ni por equivocación– es ¡poner huevos!

1 comentario:

Anónimo dijo...

a la pucha!
en algo teníamos que marcar la diferencia!

soy bostera a full!

pero que partidazo el del anooooooche!