Este señor, más que ser un modelo de hombre, repite una historia modelo. Con más de cuatro décadas sobre sus espaldas ha vivido bastante. Promediando los veinte se casó, tuvo hijos, construyó una familia y alcanzó un bienestar económico que sostiene sin demasiado entusiasmo pero sin preocupación. Hace poco, por cuestiones que no vale la pena analizar, se divorció. Durante el tiempo que estuvo casado hizo todo lo que había que hacer: saltó de la tarjeta de crédito ordinaria a la dorada y luego a la platinada, pagó colegios caros para los chicos, vacacionó con la familia en bonitas playas, viajó a Europa y a los Estados Unidos más de una vez, él y su esposa comenzaron a comprar ropa de diseñadores nacionales primero y europeos después, cambió auto familiar por un deportivo para él y una cuatro por cuatro para la cónyuge, se mudó a una casa más grande o a un departamento más lujoso, circuló por los restaurantes de moda comiendo pequeñas exquisiteces en enormes platos y hasta, para festejar los cuarenta años de la madre de sus hijos, le regaló la operación de lolas por la cual ella tanto había insistido. Para lograr todo eso tuvo que cumplir con dos premisas básicas: primero, trabajar como un burro, sin descanso; segundo, dejarse serruchar el cerebro por la incansable ambición de la –por ese entonces– mujer de su vida.
Una vez divorciado y liberado del taladro que lo había sometido a torturas durante casi veinte años, lejos de empezar a disfrutar en serio de lo que tanto le costó conseguir, ¿qué hace el tipo? Se recontraengancha con una soltera que apenas pasa los veinticinco y que, por supuesto, empieza el trabajo fino para conducirlo nuevamente al Registro Civil.
No se trata de hacer aquí la defensa de las mujeres de mediana edad. Cualquier idiota se da cuenta de que no hay experiencia que suplante una humanidad en la que todo se encuentra ubicado por lo menos diez centímetros más arriba y no se agita como un flan (el único que, por cuestiones puramente comerciales, lo sostiene es Ricardo Arjona). Tampoco sirve como excusa eso de que después de los cuarenta las mujeres nos liberamos mucho más en la intimidad porque sería desconocer el speed con que vienen las jovencitas de hoy en día que de reprimidas no tienen nada.
El tema de fondo es analizar por qué esos diez centímetros más arriba hacen que el hombre en cuestión camine derecho –una vez más– hacia la escena de su peor pesadilla y, a los pocos meses, después de haber recuperado un torrente hormonal que creía perdido para siempre, esté envuelto en la organización de una fiesta de casamiento y una luna de miel, comprando muebles y electrodomésticos para una nueva casa, planificando viajes por el mundo, recorriendo restaurantes de última moda y pensando en darle un hijo a esa voz de fondo que le perfora la voluntad mientras todo aquello que estaba en el lugar correcto y a la altura óptima comienza su inevitable caída.
2.10.07
El repetidor
Publicado por Laura Cambra en 10:23
Etiquetas: hombres modelo
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1 comentario:
Laura, gracias por linkearte en twitter asi entraba al blog y te leía. A mí me es muy útil que me avisen que postearon, otros dicen que es autobombo, no coincido.
En cuanto al texto, sinceramente no conozco muchos especímenes que hagan lo que contás, todo lo contrario, si uno los conoce después de ese divorcio generalmente nada quieren saber con reincidir y suelen castigar a la nueva como si fuera la ex no haciendo ni un mísero regalito. Capaz que donde vos vivís es distinto, en ese caso me mudaría gustosa, salvo un pequeño problema: no tengo veinte años...
El otro día leí que la primera esposa hace que el hombre llegue a cierto status/nivel, y la segunda es la que lo aprovecha. Así que evidentemente tu teoría tiene su arraigo real porque el sentido común nace de la vida concreta.
Un abrazo, te sigo...
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