El hombre gerundio siempre está en un embotellamiento, en una manifestación, en medio de una huelga que lo detiene y lo retrasa. En su vida no hay autopistas vacías ni calles desiertas ni lugares para estacionar sino una cadena de infaustos sucesos, imprevisibles casilleros del Juego de la Oca en los cuales siempre pierde el turno. Tiene la agenda repleta de citas que, con persistente compulsión al fracaso, encadena una tras otra para ahondar, en cada llegada tarde, el abismo que lo separa de poder cumplir con los horarios prefijados. Quienes lo conocen, saben que es inofensivo y, resignados, lo esperan o eligen mentirle citándolo media hora antes que a una persona normal. Los que, frente a varias tazas de café, acaban de ser dejados de plantón por primera vez piensan que es un desconsiderado, un impertinente y un maleducado.
Aunque da motivos para la desconfianza, el hombre gerundio no es un marido infiel, no le gusta la trampa, no se queda charlando con los amigos en un bar ni pasa horas jugando en el casino para luego, a la hora de dar explicaciones, hacer gala del criterio de inverosimilitud para construir una historia verosímil. Lo que sucede es que, simplemente, tiene una peculiar idea del tiempo y cree con fe inamovible que sus desplazamientos se llevarán a cabo en veinte minutos cosa que sucedería si y sólo si los realizara en helicóptero.
Según su percepción, el reloj es un artefacto ruin que lo engaña –cual patrón de estancia que le promete casamiento a criada indígena– diciéndole que son las tres cuando, en realidad, son las tres y media.
Lo que lo distingue de otros modelos de hombre es que tras él hay un enorme monto de sufrimiento. Porque es un hombre bueno. Con buenos propósitos, con buenas intenciones, con buena disposición para cumplir todas las promesas que hace y que incomprensiblemente para él se le malogran por innumerables razones que escapan a su voluntad. Para colmo, se siente incómodo frente los mudos reproches de quienes siempre lo esperan. Entonces, balbucea excusas torpes e ineficaces porque no quiere excusarse y porque es consciente de que sus cálculos y previsiones otra vez han fallado.
Lo que es peor –y lo que a la vez demuestra que no especula con el tiempo ajeno– es que, cuando se lo llama para chequear, aunque sea tarde, que recuerda la cita a la que está faltando, jamás de los jamases se lo encuentra en otro lado haciendo otra cosa. Porque el hombre gerundio es un eterno pasajero en tránsito. Una persona en permanente movimiento (slow motion pero movimiento al fin). Un sufriente peregrino. Un malogrado viajero que no encuentra playa de estacionamiento y que está condenado a repetir una y otra vez la frase que corporiza su tragedia y deja al desnudo su vulnerabilidad; el inevitable "Estoy llegando".
7.11.07
El hombre gerundio
Publicado por Laura Cambra en 15:51
Etiquetas: hombres modelo
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3 comentarios:
soy una mujer gerundio. Pierdo la noción del tiempo. Creo que todo lo que tengo que hacer lleva 15 minutos y nunca logro llegar a horario.
Pero es un problema. No me doy cuenta. No lo hago a propósito.
Es bueno sabe que por lo menos hay hombres gerundios que pasan por lo mismo.
Bueno... yo creo que soy la "mujer gerundio"... y es verdad uno hace hasta lo imposible, pero el tiempo nos traiciona.. y llegamos tarde.
Sí Lauira, este modelo de hombre es aplicable también a las mujeres. Pero yo creo que todos, todos hemos sido "gerundio" en alguna ocasión. Algunos tratamos de quitarnos de esa costumbre, pero el tener que ir cargado de dos bebés de una año a todas partes nos vuelve más gerundio todavía.
Me alegro de recuperarte después de algunos meses en los que no he podido leerte.
Saludos gordísimos
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