22.11.07

Al desnudo: Yo quiero ser María Sharapova

Yo quiero ser ella. Me impulsa una infinidad de motivos. Comenzando porque es rubia, alta, delgadísima. De una belleza compleja y llena de misterio. Cuando sonríe deja ver dientes perfectos –que patrocina Colgate– y los ojos se le achican de una manera absolutamente encantadora –tal cual muestran las fotos tomadas con cámaras Canon. Además, juega al tenis como una diosa –tal vez se deba a Gatorade y a Tropicana– y, aunque en la actualidad ocupa la quinta posición en el ranking femenino –estrenando sugestivos modelos de Nike en cada torneo–, sabe lo que es estar al tope de la lista. Entre las diez cosas que no soporta se cuentan los Hummer, probablemente porque así lo exige su sponsor Land Rover. Usa perfumes de Parlux Fragances, raquetas Prince, carteras y joyas de Samantha Thavasa, relojes Tag Heuer. Firmas que, además de proveerla de todos sus productos, obviamente, le pagan fortunas por mostrarlos. Así que la jovencita es una máquina de facturar billetes grandes.
Si bien hace años que vive en los Estados Unidos –fue una de las becarias más jóvenes de la clínica de Nick Bollettieri, después de haber dejado para siempre su Rusia natal– declara no comprender la celebración de Halloween y trata de psychos a quienes eligen disfrazarse para la ocasión.
María adora a Orlando Bloom y a Lebron James y dice que con gusto los invitaría a jugar dobles mixtos. Acostumbrada a los mimos, en su sitio web oficial relata cuáles son los diez tratamientos de spa imprescindibles: manicura, masaje del cuero cabelludo, masaje manual, gommage de mango y sal marina, hidroterapia, baños de barro, masajes faciales, reflexología, belleza de pies y masaje con piedras calientes. Como, al parecer, los rankings son parte de su vida de Top Ten, tiene uno, detallado y cuidadosamente elaborado, para cada cosa que se le cruza por debajo de la rubia cabellera: personas con las que le gustaría trabajar en el futuro (Vera Wang y Frank Gehry, por ejemplo), personas con las que le gustaría tomar un café (Gwen Stefani, Bono y otra vez Orlando Bloom), lugares donde no estuvo, lugares donde estuvo, regalos navideños que recibió, restaurants, spas, accesorios, películas, revistas (¿cuál sino Cosmopolitan podría haber ocupado su número uno?), cosas para las que es buena (hacer valijas, manipular a la gente, espiar, dar excusas... ¡OMG, qué muchacha!), cosas para las que no es buena (cocinar, ser paciente, manejar sus emociones, darle la razón a otro), golosinas, cosas que se llevaría a una isla desierta (antes que nada, protector solar) y alguna que otra estupidez del mismo irrelevante calibre.
La princesa del tenis, como la llaman, se anima a las alfombras rojas con minivestidos de cuero negro, a las bikinis de tapa de Sports Illustrated, a los night gowns de Hugo Boss. Pasa tanto tiempo compitiendo y entrenando como presentando productos de sus auspiciantes –siempre en esquinas diferentes del ancho mundo–, con su perfecta sonrisa de comercial de dentífrico.
En suma: factura, viaja, es bonita, tiene miles de fotografías en las que luce perfecta, gana torneos de tenis y es dueña de vociferar idioteces, confesar su superficialidad como una virtud y ¡leer Cosmopolitan! Y si bien todo esto alcanza para despertar el odio de cualquier mujer, María Sharapova tiene una cualidad que la hace diferente y única, una característica que yo le cambiaría y por la cual dejaría de lado todo otro beneficio de los que en su corta vida goza: los aullidos orgásmicos que, desde los courts, desatan turbas de ratones embravecidos en las mentes masculinas.

1 comentario:

Orson Díaz dijo...

Suscribo. Esos aullidos me encantan...