18.12.07

Yo quiero ser Laura Cambra

Recogiendo el guante del desafío que me lanzó Marinita el día de mi cumpleaños, voy a, por lo menos, intentar escribir este post y, lo que me es mucho más complicado aún, hacerlo sin ponerme seria.

No se trata de su inteligencia, porque por lo que sé le ha proporcionado más problemas que soluciones y, si bien le sirve para muchas cosas, a la hora de tomar decisiones no le evita ser un mono con navaja.
Tampoco es su vida social, por épocas más escasa que agua en el desierto y, cuando abunda, prolijamente evitada mediante un exigente proceso de selección.
Mucho menos la timidez que la hace poner cara de "yo no fui" o de "¿y vos quién sos?", alternativamente, cosa de desconcertar a los que la rodean que a veces creen estar frente a una inocente Heidi –pequeño e inofensivo cabrito bajo el brazo incluido– y otras, sienten el rigor de la fría mirada de una maléfica bruja.
No le envidio el cáustico sentido del humor –tan ácido que a la mayoría de las personas le resulta punzante– ni su compulsión a la metida de pata verbal que tantos disgustos le causa (es inevitable que "boquee") ni aun su posibilidad de reírse de sí misma.
Imposible desear sus atributos físicos. Para empezar, pisa los cincuenta –y como viene la mano, su bagage genético le permitirá vivir unas cuantas décadas más a puro deterioro, descenso y apergaminamiento–; tiene menos cintura que una almohada berreta –a las de pluma aunque sea se les puede marcar una forma–, detesta las cirugías un poco –mucho– por convicción y otro poco por terror a los quirófanos, descartando las posibilidades de "tunearse", lo que a esta altura ya sería una cuestión de protección del espacio público y respeto por el prójimo.
En cuanto a sus costumbres más arraigadas, no hay demasiado para tomar como ejemplo: el cigarrillo y el café son sus mejores amigos, come como un cosaco recién llegado del larguísimo invierno siberiano y, hace ya tiempo, se prometió –¡y lo cumple!– no ceñirse a ninguna dieta; le gusta el fútbol y sigue los campeonatos locales y algunos internacionales –lo peor es que no lo hace para tener tema de conversación con los hombres o para resultarles mas atractiva sólo por el hecho de que no serán censurados por adorar a San Macaya Apóstol o a San Huguito Mártir sino lisa y llanamente porque ella AMA el fútbol (aunque no las muestra, tiene fotos con el Enzo y con el mismísimo EMM). Le encanta manejar y nunca se achica a la hora de "meter trompa" para pasar primera. Casi siempre usa pantalones –es raro verla con pollera o vestido–, y su arreglo personal incluye apenas el baño diario y un poco de perfume (esto último, cuando se acuerda). Ni siquiera el hecho de que, a pesar de todo lo mencionado, siempre tiene cerca algún hombre –o más de uno– que le "tira los perros" constituye un motivo sustancial para querer ser ella. ¡Y pensar que no sólo no hace nada para que eso suceda sino que, además, la mayoría de las veces ni siquiera se da cuenta de que está ocurriendo!
No es su capacidad para poner los pensamientos en palabras, ni su obsesivo rechazo a las estrategias "marketineras", ni su casi estúpida costumbre de cultivar el low profile. Tampoco sus ocasionales osadías lindantes con la inconsciencia ni su carácter de Ave Fénix que le permite renacer de sus cenizas periódicamente.
No es porque un día se tiño de rubio para probarse a sí misma que podía ser aún más tonta. Ni porque trabaja en lo que le gusta. Ni porque está convencida de que lo más interesante que le pasó en la vida es vivir. Ni porque es zurda y tiene buena letra. Ni porque ganó más de un premio literario (aunque nunca lo diga). Ni por su desvergüenza para contar cuánto le gusta la televisión basura. Ni porque tiene un curriculum impecable y sorprendente (que jamás muestra).
No. No. No.
No es nada de eso.
Yo quiero ser Laura Cambra porque ella, solita, sin más ayuda que la de su infinita paciencia y su testarudez incomparable, se hace cada dos semanas sus propias uñas esculpidas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

YO QUIERO SER LAURA CAMBRAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA