Padre y madre, después de unos cuantos años de vivir en la otra orilla, deciden, un buen día y sin anestesia, volver a los pagos natales. Con impulso y energía que yo hubiese envidiado a mis veinte –ni que hablar ahora–, empacan, liquidan, embarcan y, muy de cuerpito gentil, aterrizan.
Pero claro, impulso y energía implican también cierta imprevisión, cierta inconciencia porque, ¿dónde aterrizar?
Con valijas y petates que eligieron, literalmente, no embarcar, irrumpen entonces en medio de la mudanza de mi hermana, mi cuñado y los melli abonando con su desorden un terreno justificadamente desordenado. Cual caravana de Kusturica –alegres, coloridos, ruidosos y, por qué no, bizarros– se asientan en la morada provisoria de hija-del-medio (que hasta hoy está preguntándose por qué diablos se quejaba cuando era la abandonada "del medio") y empiezan a buscar su propia residencia.
Por supuesto, las cosas no salen como esperaban. Sin mencionar las alternativas locales y coyunturales, que imponen al mercado de las propiedades un ritmo imprevisible, padre cae en cama con dolor de espalda y se ve impedido de recorrer probables destinos de la mano de agentes inmobiliarios variopintos.
En el interín, hija-del-medio y familia concretan el traslado al domicilio definitivo. Y ahí van todos, nuevamente, con la vida en el canasto.
Estando hija-mayor (yo) tapada de obligaciones y ausente con aviso pero sin olvido ni perdón, e hijo-menor embarcado en sus propias tribulaciones, hija-del-medio se hace cargo del rol protagónico de la tragicomedia en varios actos.
El lunes pasado, al borde de padecer una crisis neurasténica terminal, hija-del-medio, que parece estar cursando un master en mudanzas, me llamó vía móvil porque aún no tenía teléfono en su recién estrenado hogar:
–Padre me preocupa. Tendría que ir al médico, dijo con su habitual tono moderado.
–Y... la verdad es que ya son muchos días con dolor de espalda, respondí imitando su registro de mesura.
–Sí, pero hasta ahora no quería. Anoche, por lo menos, aceptó. Así que mañana va a visitar al doctor XX.
–Me alegro. Igual, tendríamos que asegurarnos de que le transmitan la realidad.
–Bueno, la realidad es que dice que siente que le están clavando un puñal, no se levanta ni para comer y yo creo que tanta cama le hace peor, no hace más que quejarse y lamentarse de haber decidido volver acá. ¡Una verdadera fiesta! Falta el papel picado y los chizitos.
–Sí, pero ya lo conocemos y cuando llegue al consultorio va a tratar de impresionar con su maravilloso estado, maravillosa salud, maravillosa manera de llevar los años. Y su no-colesterol y su energía y su espíritu inclaudicable. Siempre es el más sano del hospital.
–¡Ay, Dios! ¡Tenés razón! ¡Claro, él va y dice lo impecable que es su estado y el tipo termina preguntándose ¿para qué habrá venido este buen señor? El más sano del hospital y el más enfermo de la casa... porque acá no se priva de nada.
–Será cuestión de instruir a madre con una listita de lo que tiene relevancia para el médico además del dolor de espalda: la mudanza reciente, la arritmia, los trastornos digestivos, la depre, toda la medicación que toma por indicación del doctor y por indicación de madre, que siempre tiene a mano algo para lo que sea. No cuentan nada de eso y el tipo capaz que le receta algo que le hace bien para la espalda y mal para todo lo demás y después... ¡ay, mirá, mejor no sigo pensando porque me enerva! Y anotale también que le pregunten qué cama tienen que tener. Y amenazala con cualquier desgracia que sucederá si no sigue las instrucciones al pie de la letra (y paré porque ya me estaba transformando en una delegada de la Santa Inquisición).
–¿No será mucho? (mi hermana siempre tan cuidadosa) Madre dijo que quiere una cama dura, con elástico de madera y colchón también duro.
–¿Una cama de tortura?
–Ella dijo eso.
–Ella, antes de decir y decidir y dar por hecho, tendría que preguntarle a los que saben. A mí, que tampoco sé nada, me suena más una cama de resortes, sommier y colchón duros pero nada de tablas. ¿Sigue tomando la codeína?
–Sí, sigue, y madre también, aunque les dijeron que acá no se receta y que tiene efecto adictivo.
–Habría que sacársela, ¿no?
–No, ya se les está por acabar y no van a tener donde comprar porque acá no hay.
–¿Les dará síndrome de abstinencia?
–¡Ay, no sé, mirá... parecen Dr. House con el Vicodin!
(Este aquelarre se comunica con Movistar)
1 comentario:
jajaja!
Movistar debería hacerlos usuarios "Golden" o algo así no?
como siempre cone se humor que la caracteriza mostrándonos que las familias siempre tendrán sus historias acolchonadas :)
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