Siguiendo con este recién iniciado recorrido por mis costumbres más enfermas –y también las más resistentes al cambio– hoy daré cuenta de las peripecias a las que me enfrenta el uso de una herramienta informática: la pestaña "Mis favoritos" del navegador.
Como le sucede a todo buen obsesivo, el encuentro con cualquier dispositivo destinado a ordenar, separar y sistematizar resulta en un doble efecto: por un lado, lo sume en la felicidad de haber descubierto una manera de facilitar su siempre escabroso tránsito por las cosas; por otro, se instaura como una nueva rutina que hay que definir y perfeccionar con el solo objetivo de sacarle el máximo provecho –eludir la improvisación estableciendo un ritual– con lo cual, también pasa a ser otro mecanismo que lo sojuzga.
Básicamente, "Mis favoritos" está destinado a marcar los sitios a los cuales accedemos con frecuencia. Hasta ahí: acceso rápido, atajo, navegación optimizada. Pero para un obsesivo nada es "hasta ahí". Siempre hay un paso más, un desafío recién estrenado, una variante que sirve para ajustar un poco más la ya pautada existencia.
Mis primeros elegidos fueron los bancos y los diarios que, durante un tiempo, convivieron mezclados sin que ninguno de ellos manifestara inconvenientes para funcionar. Sin embargo, a mí me resultaba no diría intolerable pero sí disonante que "Página/12" cohabitara con "Standard Bank" –en ese entonces "Bank Boston"–, o que entre "La Nación" y "Clarín" se revolcara el "Galicia". De modo que decidí ordenarlos. Lo que debería haber sido un simple procedimiento de cambio de lugar de dos o tres sitios se transformó en un intenso debate interior para otorgar privilegios: ¿quiénes deberían ocupar la cabecera de la columna?, ¿las entidades financieras o los medios de información? Finalmente, opté por las noticias en primer lugar y las cuentas a pagar en segundo. Tiempo después, por cuestiones que no vale la pena analizar, me vi obligada a sumar al listado una cantidad de direcciones relacionadas con la literatura. Autores, diccionario de la Real Academia, diccionarios de sinónimos y otros pasaron a formar parte del combo justo debajo de los bancos. Y como me puse todavía un poquito más obsesiva, implementé el uso de los separadores, esas rayas finitas que dividen comme il faut áreas o materias.
Con el inicio de la actividad blogger sobrevino también la inauguración de un nuevo apartado que incluye el acceso directo al blogger panel y a los blogs donde escribo. Pero la cosa no iba a quedar ahí, no podía quedar ahí porque aparecieron los blogs ajenos con su propio procedimiento de sistematización y selección. El primer paso es ponerlos en observación –una suerte de incubadora– durante una o dos semanas. Luego de este período que me permite verificar que sus autores publican con regularidad, los paso a una de las categorías que, necesariamente, tuve que implementar y que registran la frecuencia con que los leo. Pero, como todo cambia sin cesar y esto incluye a los bloggers, de manera periódica me veo obligada a hacer una limpieza en cada una de las categorías: cambiar de un apartado a otro, suprimir, agregar.
Finalmente, por cuestiones que se ciñen al orden visual, suelo agrupar –también– tomando como parámetro el precioso iconito que los sitios web presentan justo antes del nombre. Y ahí me quedo tranquila. Al menos hasta el siguiente ataque furioso de orden y progreso.
15.7.07
Diario de una obsesiva II – Mis favoritos
Publicado por Laura Cambra en 11:23
Etiquetas: diario de una obsesiva
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