Dueño de un encanto singular –el que otorga haber conseguido todo (o casi) en la vida–, el exitoso es un hombre al que es difícil resistirse. No importa si es bajito, gordo, viejo y parecido a Hugo Moyano, o alto, flaco y narigón como Tristán, o muy bajito, con aspecto de alfeñique y ridículas costumbres capilares (por no abundar en el análisis de sus costumbres) como ya-saben-quien, las mujeres siempre lo ven rubio y de ojos celestes y, consecuentemente, caen a sus pies seducidas por el irresistible atractivo.
Ya sea en dependencias del tope del escalafón del Ejecutivo, el Legislativo o el Judicial, en un escenario o en el lujoso despacho de la presidencia de una empresa, lo importante es que este hombre se maneja en su hábitat como pez en el agua. En su vida hay choferes, fiestas privadas y escapadas de fin de semana a recónditos lugares del planeta; o sofisticados backstages con catering exótico, ríos de alcohol, Evian y Perrier, toallas blancas y videojuegos de última generación; o almuerzos de negocios en New York, Dubai y Singapur, aviones privados y el tuxedo Armani siempre listo para una noche de ópera en Milán.
Acostumbrado a estar siempre a la vanguardia, conoce los lugares más cool del mundo, sabe cómo cerraron los principales mercados de valores –y tiene idea de cómo abrirán al día siguiente–, podría recitar de memoria el calendario de remates de Sotheby o los modelos expuestos en la Galleria Ferrari, nadie lo iguala a la hora de elegir una alhaja, lo apasiona la cocina afrodisíaca tanto como los trajes de Hugo Boss. O bien está acostumbrado a las alfombras rojas, a besar más de una preciada lengua (de MTV por supuesto) o a sentirse el perrito de RCA adorando el codiciado fonógrafo del Grammy.
En su sobreabundante vida, la intimidad es tal vez el bien más preciado ya que se le dificulta prescindir de la nube de asesores, guardaespaldas, asistentes, rubias cazafortunas (bueno, morochas y pelirrojas también) y otras categorías menores, de la cual siempre es centro. Por eso, un minuto –sesenta segundos– de soledad y privacidad es un tesoro del cual le es casi imposible disfrutar porque en ese corto lapso que hubiese querido solitario se le presentará más de un integrante de su entorno tanto para que resuelva u opine sobre cuestiones impostergables como para cerciorarse de que este Pu-Yi ya crecidito se encuentre siempre en óptimas condiciones.
Perseguido por flashes y micrófonos, sus asuntos del corazón son escandalosas noticias o secretos a voces que corren como reguero de pólvora y explotan tanto en la sección política de algún diario como en la mediocridad de un programa de chismes faranduleros (y a veces en los dos).
Su presencia desencadena miles de fantasías que lo sitúan en una intimidad tan potente, segura y llena de glamour como su vida pública. Pero la realidad es muy diferente: el exitoso termina resultando un fiasco. Sus intereses y prioridades no dejan lugar para ninguna otra pasión.
A la hora de los bifes es probable que su rendimiento sea, literalmente, poco satisfactorio –sobre todo si se trata de desempeño "al natural", modalidad en la que no recurre a ninguna little help of my friends–; despojado de sus principescas vestimentas y accesorios –especialmente de la billetera (de la idea de billetera, porque la billetera real nunca la lleva encima) y otros atributos de mando– recupera las nobles características de cualquier hombre común –demasiado común–; si ha comido y bebido como un bárbaro –lo que hace con frecuencia– las cosas empeoran; y si, además, le sobreviene el bajón adrenalínico producto de una jornada agitada que llega a su fin, es casi seguro que el día que comenzó rosqueando al más alto nivel o que lo enfrentó a los alaridos de miles de fans enardecidas o que alcanzó el clímax con un aria magnífica de La Bohème en Sydney, lo termine desparramado sobre una cama –king size, of course– roncando a pata suelta sin siquiera haber llegado a sacarse las medias (imagen terrible si las hay, la del hombre en medias) mientras la dama de turno –desvelada, insatisfecha y falsamente cándida– se pregunta, una vez más, mirando la pulsera de Van Cleef que adorna su muñeca, "¿qué hace una chica como yo en un lugar como éste?".
5.4.08
El exitoso
Publicado por Laura Cambra en 10:49
Etiquetas: hombres modelo
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4 comentarios:
Què bueno que no he tenido ese dis-gusto ,gracias por la advertencia, no creo que jamàs llegué a tentarme con un especímen así pero por si las moscas...
gracias por el link, me gusta ese nombre: desmesurada, ajja,
saludos y buen finde
conozco a algún personaje así que tiene, también, su costado patético como el de las medias (es horrible eso!!). muy buen la descripción.
Estoy cada vez más convencida de que estos hombretones, que moran en tu página,merecen un libro a su mayor honor y gloria. ¡Ojalá algún editor espabilado te eche el ojo encima!
Saludos
Entonces detrás de cada hombre exitoso hay una mina insatisfecha y detrás de cada mina insatisfecha hay un amante que gasta la guita del hombre exitoso. Cierra el círculo viciosa.
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