30.6.07

No aclares que oscurece

La ya terminada Sex and the city, Desperate housewives con versión local incluida, Grey's anatomy transformada en un teleculebrón, la insostenible Men in trees y Emily's reasons why not que pasó sin pena ni gloria tienen en común, indudablemente y más allá de la suerte diversa que corrieron, que sus protagonistas, temática y perspectivas son femeninas. Las dos primeras presentan sendos cuartetos de mujeres que comparten alegrías, miserias, chismes y secretos en Manhattan y en la coqueta Whisteria Lane. Meredith Grey, en cambio, es quien lleva el rol principal como aspirante a cirujana en un hospital escuela de Seattle. También en un protagónico, la engañada Anne Heche se refugia en un lejano pueblo de Alaska, allí donde hay diez hombres por cada mujer. Emily, por su parte, es una joven mujer que da cuenta en cada episodio de cuáles son las razones para no hacer determinadas cosas como enamorarse del ginecólogo, ponerse de novia con un hombre que tiene un hermano mellizo, contratar un mucamo buen mozo o leer revistas de novias.
Hasta aquí, sólo series de televisión. Entre treinta y sesenta minutos de esparcimiento sin demasiadas pretensiones. Ahora bien, ¿por qué en todos y cada uno de los mencionados shows hay una voz femenina en off que relata situaciones, hace resúmenes, aclara líneas o explica temáticas argumentales?
Por repetido, el recurso –más o menos justificado según la trama de cada programa– pasa a ser tedioso, previsible, pueril. A veces, sentada frente al televisor, intento ponerme en lugar del guionista e imaginar, recordando algunos trabajos de Umberto Eco, qué clase de espectador concibió como destinatario de su trabajo. Invariablemente, el resultado de mi ejercicio es decepcionante. Es que el escritor, tal como lo manifiesta su obra, me ha pensado como alguien limitado que no puede comprender una metáfora ni interpretar alusiones repetidas que conforman un tema general. Cree que mi raciocinio no alcanza para sacar conclusiones. Controla, con su narradora en off, cualquier eco que sus diálogos puedan despertar en mí.
En esta situación tengo dos opciones: o me siento una cabal estúpida que se alimenta de comida masticada, o decreto que el idiota es el guionista. Huelga decir que elijo la última.

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