El hombre–puente es una bendición. Amable, cariñoso y comprensivo. Sencillo, sin pretensiones, caballero. Es uno de esos tipos que una madre consideraría el candidato ideal para su hija. Pero, lamentablemente, es también alguien que, de no ser por circunstancias particulares, no miraríamos ni así fuese el último ejemplar masculino sobre la tierra.
El problema de este señor es que, a pesar de la sumatoria de ventajosas maravillas que nos presenta, siempre llega en mal momento. Si hay algo que no tiene –para su desgracia– es el don de la oportunidad. Si hay algo que tiene –para nuestro regocijo– es el don de la oportunidad. Su arribo se produce en dos instancias clave para nosotras: estamos saliendo de una relación fallida o acabamos de salir de ella.
En el primer caso, su presencia se transforma en un imprescindible patrón de comparación con el desgraciado del que estamos tratando de despegarnos: nos cuida, nos festeja y nos hace mimos mientras que el otro sátrapa nos tiene arrumbadas como un mueble viejo que le da lástima poner en la vereda para que se lo lleven los cartoneros.
En el segundo caso, con las marcas de las sábanas arrugadas todavía en la piel, lo recibimos con los brazos abiertos y olvidamos que habíamos prometido formalmente hacer el necesario duelo por la felicidad perdida. Su mirada tierna nos provee de la dosis justa de coraje como para sacarnos de la cabeza cualquier ilusión de caer en los brazos del malo conocido.
En ambas oportunidades, el tipo está entregado como un perro vagabundo al que le hacen una caricia. Muerto con nosotras, apuesta a construir una relación duradera y sólida, y nosotras, mirándolo por encima del hombro, nos entregamos con displicencia a sus sinceros sentimientos.
Al poco tiempo, con las lastimaduras lamidas, atendidas como corresponde y con la moral más alta, nos "damos cuenta" de que el hombre es demasiado bueno, demasiado comprensivo, demasiado complaciente y demasiado todo lo que el otro no era, pero no le alcanza para movernos un pelo de la cabeza. No nos desacomoda, no nos cela, no nos desafía, ¡no nos calienta!
Entonces, él pasa a ser el intermedio necesario entre un enamoramiento y otro, la soga de la que nos asimos para no sentirnos tan miserables, el madero del que nos agarramos para no naufragar. Un puente. Lo que nos permitió el tránsito desde una orilla ya árida y caminada hasta otra que parece llena de verdor, aventuras y promesas. Y ahí nos acordamos de las sabias palabras de nuestras abuelas cuando decían que una mancha tapa otra mancha y que nunca había que apagar una vela sin haber encendido otra, y ponemos todas nuestras energías en el bombonazo al que ya hace un mes le venimos haciendo el entre.
11.6.07
El hombre–puente
Publicado por Laura Cambra en 13:27
Etiquetas: hombres modelo
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2 comentarios:
Tu artículo , de una sólida sinceridad nada femenina pero que se agradece , me ha recordado alguno de mis poemas que pueden tener relación el tema y que escribí por una sugerencia de una buena amiga, la cual me dijo que entendía muy bien a las mujeres que porque no escribía un conjunto de poemas intentando ponerme en el lugar de una mujer, te dejo aquí los mas honestos:
AMOR-LANZADERA
Fui amor-transbordo
estación lanzadera
enlace entre líneas
cariñosa enredadera
en tu edificio caido
ya me talas sin pena
cuando construyes gozoso
uan casa nueva.
Poema de Osselin
TE TENGO
Te tengo
aunque eres libre
de alejarte de mi
cuando quieras
Te tengo
porque tú me tienes
aunque soy libre
de alejarme de ti
cuando quiera
Te tengo
un día tras otro
hasta que te pierda
o te abandone
Te tengo
un día tras otro
hasta que me pierdas
o me abandones
Te tengo
¿Qué más da, todo?
Te tengo
Por ahora.
COMO SE SIENTE ELLA
Siento obrar en mí
la melancólica metamorfosis
de mi alma helada.
Nieva
A través de la ventana
se divisa
el horizonte perdido
de nuestra soledad azulada.
Nieva
Ya no soy quien era
soy un nosotros indesgajable
a pesar de tu ausencia callada
Atardece
Viran los blancos en naranja
mi alma-nosotros se templa
mientras escucho hipnotizada
el tintineo de la cucharilla
en la vieja taza de Sèvres
y saboreo
y paladeo
el té rojo inacabable
y me bebo tus besos turquesa
Ya no soy quien era
soy un nosotros indesgajable
Nieva.
VAS A SER MIO
Vas a ser mío
integramente mío
como nunca lo fuiste
antes
sabroso postre frío
en mi venganza ardiente
placer sólido y liquido
placer rojo-hirviente
ahora
siendo yo la que domine
tu cuerpo magnífico de acero
Fuego en el sexo
y hielo en el cerebro
mientras aspiro hondo
tu aroma de enebro.
Después
moneda sobada
caerás de mis manos
sin brillo
flor ajada
roto muñeco de barro.
Lo mío es mucho más breve:
Te agrego una categoría?
Los que no deseamos aprovecharnos durante vuestras caídas y así vemos pasar la jangada, ya ordenada, más tranquila, porque a conciencia, y por el propio orgullo, lo que quiero, aunque no llegue, lo deseo de por vida?
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