29.3.08

Gerónimo Rodríguez Macha

Era un señor apuesto. Lo recuerdo enorme, con los ojos como ranuras de alcancía y la mirada aguda. Algo distante, pero nunca llegué a saber si era por él mismo o por el lugar de "prócer" que le había asignado la familia.
Discreto, jamás hablaba de sí mismo y sus aventuras circulaban de boca en boca a veces como chismes, otras como inconfesables secretos y otras aún con indisimulable orgullo.
Veterano de dos guerras. Sobreviviente de un campo de concentración. Militante y combatiente. Protagonista de innumerables recursos de habeas corpus presentados cada vez que la huella de sus pasos hacía presumir que se encontraba en una –y otra y otra y otra- comisaría.
Su desaparición más larga en estas tierras alcanzó a cincuenta días en la 1ª de Avellaneda, a cargo por ese entonces del comisario Lugones que, jubiloso, estrenaba en los cuerpos de los detenidos por razones políticas su "ingenioso invento": la picana eléctrica. Durante años no entendí el porqué de tantos reparos cuando quería acercarme a él. Por qué para sentarme en su falda y escucharlo hablar con acento castizo debía tener "cuidado con las piernas del abuelo". Hasta que un día, en la soledad de una calurosa siesta, él decidió meterse en la pileta y vi. Vi la delicada piel de sus piernas cubriendo apenas la carne viva. Vi esas llagas rojas sutilmente contenidas por una delgada película brillante. Vi heridas que no admitían olvido.
Por extranjero y por revoltoso, en más de una oportunidad lo alcanzó la Ley de Residencia ("la 4144", para los amigos), y lo puso de patitas en un barco con destino a la Madre Patria. Alguna vez su familia entera viajó a reencontrarlo. Alguna vez los separaron más de once años de combates y bohemia parisina.
Además de ser un hombre de armas, era un hombre de palabra: escritor y periodista. Colaborador frecuente de "La Protesta" y esporádico de "La Vanguardia". De su mano conocí la primera literatura "en serio". Sin importarle mi tierna edad de siete años, me impulsó a leer los cuentos de Edgar Allan Poe poniendo en mis manos sus libros y, algo que jamás podré olvidar, un volumen de La gran guerra patria de la Unión Soviética.
La educación era para él el valor más importante que podía –y debía– transmitirse a las personas. Su esposa, una encantadora franco-española, no sabía leer ni escribir y él llenaba sus sobremesas leyéndole palabras de La vida de las abejas de Rilke.
Frente a él no se hablaba de ciertas cosas. Había unas pocas palabras que sus familiares eludían para no generar una batahola; peronismo y Perón eran dos de ellas.
Profundamente amigo de sus amigos, proveyó de botas de doble suela hechas con sus propias manos a Simón Radowitzky mientras éste purgaba en la cárcel de Ushuaia la condena por el asesinato de Ramón L. Falcón. Imagino que debe haber celebrado cuando Simón logró escapar. Hace unos años, buscando información sobre su trayectoria, me acerqué a la Federación Libertaria Argentina. Allí, algunos de los hijos de sus compañeros, con enorme cariño y respeto, me restituyeron retazos de historia faltante.
Para mí fue una presencia importantísima. Primero no supe por qué. Con el correr del tiempo me fui dando cuenta de los muchos motivos que, aparentemente inexplicables, cobraban sentido vistos bajo el cristal de mi historia a su lado: mi ánimo curioso y batallador, mi dificultad para aceptar los límites "porque sí" y, más tarde, para imponerlos; mi rebeldía frente a los moldes, las exigencias sociales y los prejuicios de cualquier índole. Todas esas características que, durante muchos años, me hicieron sentir "inadaptada", "distinta", "rara".
Murió cuando yo estaba a punto de tener mi primer hijo. Por suerte, pudimos compartir muchos años.
Mi bisabuelo, que de él se trata, no sólo me legó el amor por las palabras sino que, además, con su ejemplo me enseñó a no tenerles miedo. No sólo me transmitió el orgullo por las ideas sino que, por sobre todas las cosas, dejó en mí la semilla de su inclaudicable espíritu libertario.

5 comentarios:

Mireya dijo...

Bueno, no podìa menos que estar orgullosa de semejante bisabuelo, y él de Ud. por honrarlo de esta manera.
Qué bueno es poder nutrirnos de la fuerza de nuestros orígenes! es el mejor ´"tónico" para los tiempos difíciles.Hermoso post!
saludos.

Mireya dijo...

Has sido linkeada!

Anónimo dijo...

Laura:

Otro TROZO de VIDA en Palabras.
Algún día completarás todos los trozos para que tus lectores hilemos tu historia?

Otro regalo más, hermanarquera, que yo desgusto letra por letra, como si fuera que no quisiera gastarlas, a las palabras.
Como si degustara un buen vino de a poco, o como si todo fuera esa ceremonia del encuentro.

mi abuelo materno era Jerónimo.

;)
qué cosa loca.

un abrazo, de esos, siderales.

Anabel Rodríguez dijo...

De cada una de tus palabras se desprende un orgullo conmovedor.

Anónimo dijo...

Como le va?
Lei su comentario y por poco se me caen las lagrimas.
Debe ser un orgullo para usted ser pariente de un hombre que dio su vida por la libertad.

Simplemente queria hacerle llegar un respeto por su bisabuelo, como anarquista y militante sindical, reivindico las ideas, la historia y la dignidad de hombres del pueblo como el, como Simon y como cada uno de los que dio hasta su ultimo aliento por un mundo mejor.

Salud!

Viva la anarquia!