20.3.08

La autora de mis días

Nélida para el documento (si la llaman así lo más probable es que piense que le están hablando a otra persona). Cuca para la vida. Cuquita cuando hay que pedirle algo. Cucatrap cuando se trata de hacerla enojar. Cucavacha para nosotros, sus hijos. ¡Ay, mamá! (dicho con "ese" tonito) para mí.
Mi madre es una señora bien compuesta que siempre se lleva todo por delante. Es posible verla llorar frente a media docena de copas de cristal hechas trizas por obra y gracia de su increíble torpeza que transmuta todo lo que la rodea en una línea de bowling (y juro que es la reina de los strikes). Entre sus vicios confesables (los inconfesables prefiero no saberlos porque, al fin y al cabo, es mi mamá) se encuentra todo juego de cartas que se haya inventado y, sin lugar a dudas, todo el que esté por inventarse se transformará en un nuevo vicio ni bien su existencia llegue a sus oídos. Además de haber sido la autora de mis días, reivindica la autoría de frases célebres como: "Yo tejo, mi mamá coge" (obviamente, en el laberinto de su pensamiento, ella quiso decir "cose" y yo todavía estoy convencida de que debería cobrar derechos de autor por semejante hallazgo) que no sólo involucraba a mi abuela (aún hoy vivita y coleando) sino a quien en poco tiempo se convertiría en mi marido que debe haber flasheado con la performance de la venerable viejita. Por supuesto, lo que el joven seguramente no advirtió en ese instante fue la condena a la que se sometería contrayendo matrimonio con la que iba a transformarse en la líder de la tercera generación de mujeres papeloneras. Porque mi "bubú" también tiene en su haber episodios hilarantes como preguntarle por la parada del colectivo a un maniquí, pedirle al almacenero una botella de "Paso de los Libres" o entrar muy decidida a una mercería a comprar "botones para Montgomery Clift" (porque, sí, de verdad cosía aunque no para el malogrado actor).
Cuquita, mientras tanto, se dedicaba a cuestiones más extremas. Al volante de su poderoso Fiat 600, fue arrollada por un surtidor de nafta (pero, claro, el muy desaprensivo venía de contramano); hizo una cuadra entera en la Avenida 9 de Julio viendo azorada cómo todo el tránsito la emprendía contra su resistente "bolita" y, ya con un automóvil de mejor porte y casi pistero, un Fiat 128 SuperEuropa, fue tan hábil como para chocar dos autos (dos BMW para ser más precisa), además del suyo, que estaban estacionados en en garage de casa.
Cucavacha me llevaba al colegio pocas veces. Debo dar gracias a los hados por eso ya que lo hacía lista para volver a la cama: camisón, pantuflas y el tapado de piel sintética. Yo aprendí a rezar en esos viajes en los que ya no me preocupaba tanto por su manera deforme de conducir sino porque no tuviese que bajarse del auto con ese vergonzante atuendo. Es más, hoy estoy convencida de que interné a mi papá para que me enseñara a manejar a los 13 años sólo para ahorrarme las angustias que me causaba el simple hecho de pensar que se nos podía pinchar una goma y ella bajaría del vehículo con su vestimenta de diva mañanera.
En cuanto a su relación conmigo, estuvo marcada por el día de mi nacimiento en el cual decidió que mi nombre recordaría eternamente la línea del tango que dice "un ladrido de perros a la luna". Es que, ¿qué certera puntería la habrá impulsado a elegir dos nombres con el mismo diptongo que producen una cacofonía infernal? ¿Cómo pudo creer que la combinación de Laura y Aurora podía generar algo que no fuese risa? Mi teoría es que nunca los dijo juntos en voz alta y que, agotada por el trabajo de parto, balbuceó "eso" que hoy es, no dos nombres yuxtapuestos, sino uno solo, inseparable: Lauraurora. Y los perros siguen ladrando.
El problema es que, con el correr del tiempo, cada día me parezco más a "¡Ay, mamá!". Mis cada vez más frecuentes distracciones y torpezas me causan terror: voy camino al ridículo sin escalas y sin retorno. Hace un rato, dentífrico en mano, cubrí de pasta blanca (sin rayitas, inmaculadamente blanca) la Gillette Mach3 de mi hijo y sólo me di cuenta de lo que había hecho cuando me disponía a cepillar mis dientes. Entonces, no pude menos que recordar que Cuquita me lo había adelantado, con ese estilo oracular y circunspecto que tiene a veces: "¡No te rías hija, no te rías, que lo que se hereda no se roba!".

5 comentarios:

Mireya dijo...

Què ternura de post! esa frase es de antologìa y yo sin conocerla, no sabes lo bien que me viene "lo que se hereda no se roba"
Y creo que sì a medida que pasan los años màs la/s entiendo, en su caso la frase categòrica era "cuando yo ya no estè" me vas a entender, tremenda pero, finalmente cierta, suerte las que pueden entederlas en vida ,saludos

Anabel Rodríguez dijo...

¡Ay Dios Mio! ¡Que bueno! No puedo parar de reirme. Lo siento. Por cierto, coincido con Mireya en que la frase "No te rías, que lo que se hereda, no se roba", es una genialidad. Da miedo, pensando cual es la herencia que me espera, pero es genial, bárbara.
Saludos, también a la autora de tus días, que los merece sobradamente.

Anónimo dijo...

Genial esta entrada nuevamente Laura, Me trajo recuerdos tu epaminondas, esas cosas tan sutiles que comparto con mi madre.

y qué buen sentido del humor, hermanarquera, leyendo los comentarios, mi amiga Miresha acotó lo suyo...disfrutemosla todo lo que podamos!

Anónimo dijo...

no se si salio mi coment anterior!!!!

Anónimo dijo...

La parió!!! Estarán todas cortadas por la misma tijera? Serán realmente una visión de lo que nos espera? Ay, mamita!!!
Si querés llorar, llorá... yo te entiendo perfectamente.