Como está ahí, no habla, no protesta y nos ayuda a ordenarnos (o a desordenarnos), pocos le damos al placard la real importancia que tiene en nuestras vidas. Desplazando a los roperos y desplazado por los vestidores el placard es, sin embargo, imprescindible a la hora de comprender la dinámica de la existencia.
Es que en un buen placard, como en una buena vida, hay un lugar para cada cosa y cada cosa tiene su lugar: está lo que aparece a simple vista, como llamándonos, porque es útil tenerlo a mano; está lo que quedó olvidado en un rincón y un día cualquiera volvemos a descubrir, a veces con alegría porque lo creíamos perdido para siempre, a veces con indiferencia porque ni siquiera habíamos notado su ausencia, a veces con una pátina de tristeza porque habría sido mejor que quedara bien guardado y a veces con la sensación de que no fuimos eficaces a la hora de taparlo con otras cosas.
Está, también, lo que puebla los cajones, generalmente íntimo y privado; lo que es para la cabeza, lo que es para el cuerpo y lo que pertenece al alma como alguna vieja carta de amor o el recuerdo entrañable de algo que nos sigue conmoviendo como en el momento en que sucedió.
El placard, al igual que la vida, a veces se sobrepuebla de objetos inútiles y entonces comprendemos que ha llegado la hora de hacer una limpieza para deshacernos de lo que ya no tiene lugar. Con una capacidad limitada, el placard –y la vida– sólo podrá albergar lo nuevo si le hacemos un lugar desechando lo viejo. ¿Cuántos sweaters caben en un estante? ¿Diez? ¿Siete? ¿Trece? Si nos resistimos al proceso de despojarnos de lo inútil, lo más probable es que el espacio se transforme en un amasijo indiscriminado en el cual conviven lo viejo, lo que nos queda grande, lo que nos queda chico... Y si llega una prenda nueva seguramente será difícil hacerla entrar en ese esquema sin exponernos al mundo exterior con un sweater arrugado. De vez en cuando hay algo que dar de baja, algo que no volveríamos a ponernos, algo que ya no nos queda bien y algo que, por estar fuera de temporada, recién volveremos a usar dentro de un tiempo. Lo mismo sucede con nuestros vínculos.
Además, cuando sobreviene una mudanza –real o metafórica, siempre un gran cambio en nuestras vidas–, la necesidad de una limpieza se hace perentoria ya que es casi imposible acceder a las nuevas vestimentas –del cuerpo o del alma– sin habernos despojado de las viejas. Es casi imposible avanzar cargando peso extra. Y, si por algún motivo, nos alejamos del mundo se dice que "estamos dentro del placard". Por último, ¿quién podría afirmar con certeza que no guarda "un muerto en el placard"?
Para N., que no tiene más lugar en el suyo.
Para las dos, por ser testigos de la limpieza del mío.
2 comentarios:
Yo tengo mi placard solo para los muertos (en todos los sentidos) y vos viste lo difícil que es mover un muerto...
Debería agregar en mi dedicatoria: Y para M., que lo tiene lleno de muertos.
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