Cuando lo conociste pensaste que habías encontrado al hombre perfecto. Caballero y trabajador como pocos. Uno de esos que sabe cómo gastar la plata y hacer sentir bien a una mujer. Llega con flores, te hace regalos. Es tan divertido outdoors como indoors. Hace deporte y también le encanta la noche y la buena comida. Siempre está impecablemente vestido, calzado, afeitado y perfumado. No importa si tuvo un día agotador, está dispuesto a salir y pasarla bien. Cuando conociste su casa te diste cuenta de inmediato que era un bon vivant: tele, DVD, audio de primeras marcas. Buenas bebidas. Buena cama. Y hasta te despertaba con el desayuno. Te pellizcaste una que otra vez para comprobar que no estabas soñando.
Y te enganchaste nomás. Bien enganchada.
Hasta que un día, poco tiempo después, empezaste a notarlo con cara de mal dormido. Por supuesto, lo primero que te hiciste fue una película: alguna perra de esas que nunca faltan te lo estaba queriendo soplar (en el buen sentido y en el otro también). Lo viste triste y apesadumbrado sin razón aparente. Empezó a engordar, nada serio por ahora pero señal de alarma, una más. Aparecía siempre notoriamente cansado. Se le fueron las ganas de todo, sí, y cuando digo todo quiero decir todo. Canceló citas. Se dejó la barba que a vos tanto te irrita la piel y fue más por abandono que por cambiar de look. Algunos días te llamó desde la casa porque "no había tenido fuerzas" para ir a trabajar. Las pocas veces que salieron se durmió en el cine. La noche que pasaste en su casa se durmió antes de que vos salieras del baño y vos, recién cuando pudiste dejar de escuchar los ronquidos. A la mañana, te despertaste pero él siguió de largo. Y, al ir a la cocina a prepararte un café, te diste cuenta de que se había levantado durante la madrugada para comer.
Angustiada, te preguntabas dónde se te había perdido ese hombre maravilloso. Te echaste la culpa (¿qué hice?), le echaste la culpa a él (es uno de los que se ponen fóbicos frente al compromiso), a la ex (esa bruja), a los hijos (esos maleducados), a tu ex (ese envidioso), a tus hijos (¿serán muy demandantes mis pichones?), al cambio climático (esto tiene que ver con el calentamiento global), a la guerra en Irak (Bush, Aznar y Blair compadres), a la matanza de focas (esos bichitos tan lindos, pobrecitos) y a la extinción de las ballenas (estos chinos no nos van a dejar en paz). Lo que nunca se te ocurrió pensar fue que el tipo, como tantos otros, padecía lo que hoy se llama trastorno bipolar, que antes se llamó trastorno obsesivo compulsivo (TOC) y, antes aún, síndrome maníaco depresivo.
Y, claro, lo conociste cuando estaba full-manía.
Si a esta altura ya lo querés mucho, buscá una excusa para quedarte. Pero acostumbrate a la montaña rusa y cuando estés allá arriba, disfrutalo a fondo porque, en cualquier momento, te van a dar ganas de vomitar.
10.5.07
El bipolar – Un hombre en la montaña rusa
Publicado por Laura Cambra en 17:45
Etiquetas: hombres modelo
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario