25.5.07

El coleccionista

El coleccionista es un hombre especial. Sensible, observador, minucioso. Una persona para la cual el mundo es un kiosco en el cual se compran las figuritas para llenar el album.
Entusiasta e incansable, el coleccionista va por la vida juntando cosas. A veces, sus colecciones son orgánicas y sistemáticas, y perduran en el tiempo; otras, simples rejuntes de algún impulso que se extinguió en el camino; o bien herencias de antepasados también coleccionistas que toman como un mandato y continúan aun a costa de grandes sacrificios.
Estampillas, monedas, billetes y cajitas de fósforos son algunas de las preferencias más comunes de quien sería un coleccionista obvio. Sin embargo, cualquier obvio esconde otras obsesiones más personales que dependen casi de manera exclusiva de su nivel económico.
Están los que tienen cientos –y hasta miles– de latas de Coca Cola y/o cerveza diferentes. Si viajan, vuelven con las valijas repletas de aluminio estampado; si no salen a menudo a recorrer el mundo, se transforman en incordiosos pedigüeños de algo que es difícil de negar porque "total no cuesta nada, sólo tenés que guardar la latita después de tomarte lo de adentro", y esperan el regreso del turista con la ansiedad con que un chico espera a Papá Noel.
Están los que, hijos de un coleccionista, han recibido la pesada carga de mantener al día la edición completa de la revista Mecánica Popular que su padre inició para ellos el mes de su nacimiento como una manera de introducirlos en esa costumbre para iniciados que es la de juntar porquerías inservibles. De más está decir que las publicaciones no están en sus manos para ser leídas, releídas o consultadas sino pura y simplemente como muestra de lo indestructible que es la tradición. A estos hombres, por lo general, también se les ha inculcado con rigor la conservación de todas las pertenencias paternas y, por eso, van por la vida con muebles, libros y objetos varios que en algún momento fueron posesiones de su progenitor.
Luego están los que recolectan insignificantes boludeces significativas, un nombre complicado para llamar a la basura pero que a las mujeres suele conmovernos. Ellos, terribles románticos, guardan como un tesoro la servilleta del bar donde tuvo lugar su primera salida con nosotras, el pajarito hecho con papel de cigarrillos o una entrada de cine de cuando nos invitaron a ver Titanic. Cada objeto tiene una trascendencia histórica y algunos lotes son guardados bajo siete llaves o sometidos a la hoguera cuando la historia cambia de nombre.
Algunos coleccionan corbatas o perfumes. Esos son, tal vez, los más comprensibles de todos porque sus objetos amados circulan, forman parte de su atuendo diario y pueden ser exhibidos sin intimidar a los presentes (a nadie se le ocurriría ponerse veinte corbatas al mismo tiempo ni sumar fragancia sobre fragancia hasta parecer una habitación de albergue transitorio).
Los más snob –y, por lo tanto, con plata– coleccionan automóviles antiguos. Andan siempre en busca de "el" auto. El más viejo, el más raro, el menos restaurado, el que ha sufrido menos cambios. Sus veleidades llegan tan lejos como sus bolsillos lo permitan: garage y mecánico propios, pedidos de piezas y especificaciones técnicas a las fábricas de origen, carreras nacionales e internacionales con vestimentas de época. Los adinerados, en realidad, pueden coleccionar casi cualquier cosa: antigüedades, objetos de arte, pinturas y hasta mujeres, a condición de que sean caras.
Lo cierto es que detrás de cada coleccionista hay un esclavo. Alguien para quien los objetos adquieren valor gracias a la repetición quasi idéntica de sus características. Alguien que a menudo ocupa todo el espacio de la baulera para poner cajas con cosas que ya olvidó. Alguien que, cada vez que se muda, enfrenta una tragedia porque no puede deshacerse de nada y tampoco tiene ganas o lugar para guardar todo. Alguien que pretenderá de la mujer que esté a su lado una irrefutable prueba de amor: la adoración incondicional de sus series de objetos, así se trate de los varios cientos de latas vacías que, expuestas en estantes de cocina especialmente diseñados para tal fin, ella tiene que limpiar de grasa y polvo cuidando que no se le abollen.


1 comentario:

Osselin dijo...

El coleccionismo suele ser una manía obsesivo-compulsiva con gran carga fetichista. Suele ser inofensivo. Aunque hay quien colecciona almas y entonces ya es más peliagudo.