13.9.07

Diario de una obsesiva IV – El escritorio

El escritorio, lugar físico de trabajo, es un escenario importante en la vida de cualquier persona. Mi escritorio es un mapa perfecto de mis obsesiones. Allí conviven las cosas que no pueden faltar, las que pasaron a formar parte del paisaje, las queridas, las odiadas, las que no se sabe por qué un día llegaron hasta ahí, las inútiles pero querendonas, las decididamente feas, las viejas que tienen un lugar específico, las nuevas que se abren paso y encuentran su indiscutible centímetro cuadrado de territorio inalienable.
En fin... en mi escritorio de obsesiva hay siempre:

  • un cenicero enorme que rara vez está limpio
  • un atado de puchos empezado y otro que no voy a empezar (porque tanto no fumo)
  • dos encendedores que suelen desaparecer juntos (quién sabe qué cosas harán cuando no los veo)
  • una bebida; puede ser una taza de café en invierno (que si está llena, estará vacía en poco tiempo y se volverá a llenar antes de que la loza se enfríe); un vaso de Coca Light con hielo en verano (con su posavasos y servilleta para evitar aureolas indeseables); un termo y mate en cualquier época del año (sobre todo cuando sé que me espera una noche larga); gin tonic o vodka tonic a las siete de la tarde
  • un libro empezado con su correspondiente señalador
  • dos libros por empezar (que ya tienen orden predeterminado de lectura)
  • dos libros leídos (que no sé qué hacen acá pero están)
  • una zippera inútil en estos tiempos
  • dos zips con documentos viejos que cada día me prometo revisar para, al llegar la noche, haber roto otra promesa (y van...)
  • tres teléfonos (los dos inalámbricos y el celular)
  • un buda con una mochila al hombro de unos cinco centímetros de alto (que, según me dijeron, siempre tiene que estar mostrándome la cara)
  • un portalápices lleno de lapiceras inservibles pero lindas
  • dos latas de sahumerios (mango y blackberry) vacías hace largo tiempo
  • los catálogos de todas las muestras de mi hermana
  • cinco cuadernos garabateados con fragmentos de la novela (sí, me encanta escribir en los bares a la vieja usanza: con lápiz y papel)
  • una foto de Manuel Puig
  • una foto de Samuel Beckett
  • el Código Civil y la Biblia (uno nunca sabe cuándo los puede necesitar y si el primero no sirve, siempre está el otro para encomendarse)
  • todas las facturas a pagar ordenadas según vencimiento
  • todas las temporadas de Lost (legales)
  • post it de varios colores y tamaños
  • otro portalápices (una típica bolsita roja del Met) vacío
  • un par de anteojos de sol que siempre me olvido cuando salgo (porque ya forma parte del paisaje)
  • un taco de papeles de Winnie the Pooh (aunque detesto a ese osito libidinoso)
  • una vela de vainilla y canela
  • una lima de uñas
  • un protector labial (con el que dejo marcas pastosas en vasos y tazas)
  • un esmalte de uñas vía láctea (descubrí que la única manera de tener las uñas prolijamente pintadas es si me ocupo de un dedo por vez y, concentrada en otra cosa, dejo secar el esmalte como corresponde)
  • el talonario de facturas
  • tres carbónicos usados (muy usados)
  • varias muestras de impresión
  • un blister de ibuprofeno con un solo comprimido (los otros no me los tomé yo pero me sirvieron para distraer a eventuales quejosos)
  • monedas
  • un broche para el pelo
Lo que diferencia esta lista de la que podría hacer cualquier otra persona (cualquier cartera de mujer contiene muchos objetos impensados e innecesarios, cualquier escritorio alberga igual cantidad de inutilidades y banalidades), lo que me otorga el carácter de obsesiva (a mí, que escribo, nombro y enumero) es la imposibilidad de tocar una tecla, dibujar una letra o estructurar un pensamiento si cualquiera de estas cosas está fuera de su lugar o, tragedia de las tragedias, ha desaparecido.

1 comentario:

Andy Cambra dijo...

Fijate en www.faceyourpockets.com
Lo mismo pero no.