Más cerca de una mariposa que de un Cro-Magnon, el semibala es en realidad un indeciso que, muy en el fondo, sabe que las cartas están echadas hace rato pero no quiere aceptarlo por razones diversas. La farándula internacional ha dado numerosos ejemplares de semibala que confirman la teoría del punto de no retorno. Y un grupo no menor conformado por aquellos que no se animan a dar el gran paso. Entre los corajudos se cuentan cantantes como George Michael, un semibala que despertaba pasiones hasta que decidió sincerarse y ser un bala completo y, en ese mismo momento, se transformó en un perfecto mariposón que aún hoy despierta entre sus ex admiradoras la terrible pregunta: "¿Cómo pudo gustarme tremendo trolo?", y ya no se priva de trajes de látex. Entre los dubitativos puede mencionarse a Lenny Kravitz y a Ricky Martin. El primero es el perfecto semibala, un tipo del que todo se sospecha pero nada puede afirmarse; que juega sin complejos con plumas rosas, pieles, capelinas y remeritas de red al tiempo que muestra una portentosa musculatura, tatuajes y sudor más propios de un marinero ucraniano que de un maraca no asumido. Al segundo, en cambio, los años lo han ido aputonando hasta tal límite que sus admiradoras empiezan a perder las esperanzas de recuperar la idolatría incondicional que le brindaban. Resulta difícil creer, a esta altura del campeonato, que el muchacho ponga el ojo sobre una mujer para algo más que para saber quién la viste o qué método utiliza para tener la piel tan suave y libre de vello. Al mismo tiempo, es por lo menos sospechoso su profundo interés por la infancia desvalida y, cuando corren las noticias sobre sus intenciones de adoptar un niñito negro, uno no puede sino pensar que quiere parecerse a Madonna o a Angelina Jolie sólo para tener cerca a Guy Ritchie o a Brad Pitt.
Pero ¿cómo se presenta el semibala anónimo, el que camina por las mismas calles que cualquiera de nosotros? Pues bien, bastará poner la mirada sobre aquellos que en la actualidad se denominan "metrosexuales" y que son, en realidad, los que han iniciado, a veces sin advertirlo, el camino de la crisálida. El primer paso del aspirante a semibala es el uso de cremas de peinar. Si todo quedase ahí, estaríamos en presencia de un hombre coqueto, pero el muchacho avanza y se pide una hora en la cosmiatra para sacarse los puntos negros y depilarse el entrecejo. Luego se hace habitué del spa y, cuando sale, oliendo a aceites esenciales, se lleva bolsitas con cremas anti-age y otros afeites que, al poco tiempo, le resultan imprescindibles. Un día, harto del incómodo attaché, se aparece en la oficina con una cartera de mano que parece arrebatada del ropero de la abuela. Otro, cuando cruza la pierna en una reunión de trabajo, deja ver unas medias de colores brillantes que hacen juego con la corbata. Finalmente, hace un paquete con toda su ropa interior –a la que llama underwear– y la dona a un asilo de ancianos. Sin embargo, su graduación como semibala depende de dos factores: la utilización de autobronceante –el semibala no va a la cama solar porque teme los efectos nocivos de la exposición a radiación UV– y el lance –que nunca confesará– que se le tira el nuevo asistente administrativo, un chico simpático pero muy, muy gay.
Aunque suene increíble, el semibala arranca suspiros de pasión a la mayoría de las mujeres. Resta saber si su atractivo es verdadero –no se han analizado aún los motivos– o si es un llamado de la especie para evitar su extinción.
14.9.07
El semibala
Publicado por Laura Cambra en 14:08
Etiquetas: hombres modelo
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2 comentarios:
lauriña, el hombre modelo no existe, hay que hacerlo. agarrar uno, feucho, desgreñado, sin demasiadas ambiciones, y hacerlo nuevo a nuestro gusto y piachere. ¡yo hice asi con mi esposo!
:)(sólo la síntesis)
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