To get back my youth I would do anything in the world,
except take exercise, get up early, or be respectable.
The picture of Dorian Gray – Oscar Wilde
except take exercise, get up early, or be respectable.
The picture of Dorian Gray – Oscar Wilde
No me pliego a las causas propagandísticas, tampoco a los "ismos". Creo que una de las cosas más importantes que tenemos es la capacidad de elegir nuestras creencias y nuestros principios sin necesidad de hacernos militantes de nada y que, tal vez, la mejor herramienta de "evangelización" sea el ejemplo: decir honestamente lo que pensamos sin pretender ganar adherentes.
Esta reflexión viene al caso porque voy a decir algo impopular –voy a ser muy ácida en mis afirmaciones– y no quiero convencer a nadie de que piense como yo.
No soy una cultora del anti-age. No me importa envejecer, o mejor dicho: no me importa que se note que envejezco.
No estoy haciendo la defensa del "escracho". Sería una estúpida, porque me encanta estar linda y verme bien (es acá donde también me peleo con las feministas extremas que creen que cualquier rasgo de coquetería es producto de la ancestral reducción de la mujer a objeto sexual. ¡Y, sí, sigo usando corpiño porque no me gustan las lolas colgando a la altura del ombligo!); pero se trata de "estar linda" y "verme bien" con mis 48, no con los 35 que hace rato que no tengo, y entender, no sin alguna nostalgia, que las bikinis y las minifaldas se fueron con ellos dejando en su lugar no pocas arrugas y flaccideces.
De todos modos, no me haría una cirugía de nada que pretenda esconder o disfrazar el curso del tiempo. No quiero tener que peinarme de manera que el cabello me cubra las cicatrices. Ni que los párpados se me pongan tirantes al punto de tener que dormir con un antifaz. No quiero que mi cara tenga esa expresión de jubiloso espanto que se repite en quienes se aplicaron Botox –perfectamente explicable dado que la toxina botulínica, nombre científico del milagroso inyectable, produce una parálisis temporal en el músculo.
No me interesa que un cirujano revuelva con una cánula el espacio lípido entre mi piel y mi masa muscular para regocijarse al ir llenando el recipiente medidor mientras yo me encuentro tendida boca abajo, dormida, ajena a los dolores del posoperatorio, a los moretones y a las fajas que tendré que usar mientras dure la recuperación, sin olvidar los rezos que tendré que ofrendar para que la piel estirada vuelva a su primitivo lugar. Además, me produce una extraña impresión saber que aquello que salió de mi trasero puede ir a parar a mis mejillas (y mejor lo dejo ahí).
Si alguna vez tuve dudas, me sometí a un tratamiento intensivo que incluyó todas las temporadas de Extreme Makeover, The Swan y, religiosamente, Nip/Tuck.
Es que la tentación existe y caer en ella es más fácil de lo que uno se imagina. Mucho más cuando las amigas aparecen renovadas –refrescadas– y una se mira al espejo y aun con el piadoso "blur" de la presbicia ve cómo todo está considerablemente más ajado y más abajo.
Para peor, la sobrevaloración de la imagen como símbolo del éxito personal ha hecho que la carrera por el "forever young" sea cada vez más salvaje. Se puede elegir (o no elegir y hacer todo) entre un abanico de procedimientos más o menos invasivos. Hay lipoaspiraciones parciales y totales, hilos de oro, inyecciones de diversos tipos, mallas de titanio, prótesis de siliconas, rellenos de colágeno, extracción de colgajos, microescultura láser, restitución de la virginidad (habría que preguntarle a la Pradón cómo es eso de volver a ser físicamente virgen y seguir siendo mentalmente lo que cada una es). Eso sí, al salir del sanatorio te regalan un matafuegos y un pituco cartelito de "inflamable".
No hay comentarios:
Publicar un comentario