—¿Pedimos vino?
—Sí, tinto, por favor.
—¿Por qué brindamos?
—…
—Por la reconciliación.
—¿Qué reconciliación?
—La nuestra.
—…
—¿No estábamos peleados?
—Creo que nunca estuvimos realmente peleados.
—Pero si hacía casi una semana que no me hablabas.
—Llamémosle vacaciones.
—Bueno, por la vuelta de las vacaciones, entonces.
—Por la vuelta. A propósito, ¿no me encontrás mejor después del descanso?
—No, te encuentro igual, sólo que no tenés la cara de culo que te provoca la abstinencia… de palabras.
—Parece que no todo el mundo piensa como vos. ¿No te parezco atractiva?
—Sí, como siempre.
—Gracias, pero ¿nunca pensás que otros pueden codiciar lo que vos tenés?
—¿A qué te referís?
—A que, a veces, parece que vivieras con un loro y no con una mujer.
—Pero si vos sos una mujer, mi mujer.
—¿Y nunca pensaste que es buenísimo tener algo que los demás quieren?
—Dije una mujer, no un objeto caro. ¿Dónde querés llegar? Esta conversación me parece de muy mal gusto.
—A mí, no. Casi a cada paso me encuentro con hombres que me dicen que soy atractiva, divertida.
—Porque no viven con vos…
—Bueno, convengamos que así sea. ¿Por qué, entonces, tanta onda fuera de casa y tanto aburrimiento adentro? ¿Nunca te lo preguntaste?
—Si vos no lo sabés.
—¿Y si yo lo supiera?
— Más que tonta si no lo cambiás
—¿Y si no me importara?
—Mirá, esto me parece ridículo.
—¿Por qué nunca me decís que estoy linda? Me lo tienen que decir otros. Para vos da lo mismo si salgo desnuda o vestida, si tango el pelo largo o corto. Si los pelos de las piernas me alcanzan para trenzas o si estoy cuidada como una puta fina.
—Te dije, los que no viven con vos pueden pensar cualquier cosa, no los culpo. No todo lo que brilla es oro.
—Brindemos, entonces, brindemos por las joyas falsas. Por lo que no viven conmigo. Por lo que pueden verme vestida e imaginarme desnuda. Por los que no me tocan pero pueden sentir mi piel. Por los que se llevan mi sonrisa para alegrar a sus ratones. Por los que no transpiran mi cama. Por los que sólo huelen el perfume. Los que creen que valgo la pena, los que no se enconden en el sueño. Los que todavía creen en la seducción. Brindemos con vino caro por este reencuentro barato que terminará entre las sábanas y por lo que nos pasa entre ellas, que es, tal vez, lo único bueno que nos pasa. Lo que, aunque poco, nos mantiene juntos.
—Estás loca.
—Brindemos, Julio, brindemos por la muerte del amor y por la supervivencia del matrimonio.
—¿Qué te pasa?
—Nada, estoy contenta.
—Sí, tinto, por favor.
—¿Por qué brindamos?
—…
—Por la reconciliación.
—¿Qué reconciliación?
—La nuestra.
—…
—¿No estábamos peleados?
—Creo que nunca estuvimos realmente peleados.
—Pero si hacía casi una semana que no me hablabas.
—Llamémosle vacaciones.
—Bueno, por la vuelta de las vacaciones, entonces.
—Por la vuelta. A propósito, ¿no me encontrás mejor después del descanso?
—No, te encuentro igual, sólo que no tenés la cara de culo que te provoca la abstinencia… de palabras.
—Parece que no todo el mundo piensa como vos. ¿No te parezco atractiva?
—Sí, como siempre.
—Gracias, pero ¿nunca pensás que otros pueden codiciar lo que vos tenés?
—¿A qué te referís?
—A que, a veces, parece que vivieras con un loro y no con una mujer.
—Pero si vos sos una mujer, mi mujer.
—¿Y nunca pensaste que es buenísimo tener algo que los demás quieren?
—Dije una mujer, no un objeto caro. ¿Dónde querés llegar? Esta conversación me parece de muy mal gusto.
—A mí, no. Casi a cada paso me encuentro con hombres que me dicen que soy atractiva, divertida.
—Porque no viven con vos…
—Bueno, convengamos que así sea. ¿Por qué, entonces, tanta onda fuera de casa y tanto aburrimiento adentro? ¿Nunca te lo preguntaste?
—Si vos no lo sabés.
—¿Y si yo lo supiera?
— Más que tonta si no lo cambiás
—¿Y si no me importara?
—Mirá, esto me parece ridículo.
—¿Por qué nunca me decís que estoy linda? Me lo tienen que decir otros. Para vos da lo mismo si salgo desnuda o vestida, si tango el pelo largo o corto. Si los pelos de las piernas me alcanzan para trenzas o si estoy cuidada como una puta fina.
—Te dije, los que no viven con vos pueden pensar cualquier cosa, no los culpo. No todo lo que brilla es oro.
—Brindemos, entonces, brindemos por las joyas falsas. Por lo que no viven conmigo. Por lo que pueden verme vestida e imaginarme desnuda. Por los que no me tocan pero pueden sentir mi piel. Por los que se llevan mi sonrisa para alegrar a sus ratones. Por los que no transpiran mi cama. Por los que sólo huelen el perfume. Los que creen que valgo la pena, los que no se enconden en el sueño. Los que todavía creen en la seducción. Brindemos con vino caro por este reencuentro barato que terminará entre las sábanas y por lo que nos pasa entre ellas, que es, tal vez, lo único bueno que nos pasa. Lo que, aunque poco, nos mantiene juntos.
—Estás loca.
—Brindemos, Julio, brindemos por la muerte del amor y por la supervivencia del matrimonio.
—¿Qué te pasa?
—Nada, estoy contenta.
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