26.4.07

Supersticiones o por qué me va tan mal en la vida

Descreída como soy, nunca me preocupé demasiado por cumplir con los rituales que ahuyentan la mala suerte ni por evitar aquellos que la traen. Más bien, me guiaba por el sentido común y por cierto conocimiento de la historia. Ambos proveen explicaciones muy satisfactorias a unas cuantas supersticiones.
Es decir, el sentido común determina que no se debe pasar por debajo de una escalera porque, sencillamente, es peligroso: un balde con pintura, una herramienta o aun la persona montada en ella pueden ir a parar sobre nuestras distraídas cabezas.
Por otra parte, la historia cuenta que romper un espejo nos asegura siete años de mala suerte. La razón es que, en épocas pasadas, dichos artefactos, imprescindibles para la vanidad femenina, debían su azogue a un carísimo baño de plata, por lo tanto, la rotura y posterior reposición significaba invertir dinero como para ser pobre durante los siguientes siete años. En fin, cosas coloridas de la tradición popular.
Siempre me reí de quienes no dejaban la cartera en el piso porque "se va la plata" ni sobre la cama porque "se va el marido". Tampoco me preocupé de las mil maldiciones que podía acarrearme tomar el salero que alguien gentilmente me alcanzaba en vez de golpear el mantel con el dedito índice bien rígido y bien imperativo. Eso de no coserse la ropa puesta es casi imposible de cumplir cuando estoy saliendo y me quedo con un botón en la mano. Y, si bien hace rato que no me mido porque ya comencé la etapa de "achicamiento", nunca me privé de marcar en la pared mi estatura. Caracoles, peces y batatas brotadas no me han intimidado. En mi billetera no hay estampitas, no llevo cintas rojas en las muñecas ni cruces de San Benito en el cuello. Los gatos negros no me gustan pero tampoco me echo atrás cuando alguno se cruza en mi camino. En mi casa no hay llamadores de ángeles ni crucifijos, no comemos ñoquis los 29 de cada mes y hace diez años que tengo el mismo árbol de navidad que, para colmo, no suelo armar el 8 de diciembre.
Pero desde hace un tiempo la mala suerte, al igual que el desodorante, no me abandona. Como vulgarmente se dice, me siento orinada ya no por los canes sino por una manada de elefantes en época de lluvias: mi marido, que de Rexona no tiene nada, me abandonó al igual que la mucama cuando se dio cuenta de que con él se habían ido las extensiones de la tarjeta de crédito y la chequera; una gotera me atormenta cada vez que llueve y llueve seguido; choqué mi auto, una estupidez pero de esas que el seguro no paga; me robaron la cartera y soy una indocumentada cualquiera (que no es lo mismo que ser una cualquiera indocumentada); me llegó una intimación de la Administración Federal de Ingresos Públicos porque no hice la declaración jurada –y habiendo tanto evasor gordinflón, justo me vino a tocar a mí–; la perra quedó preñada y, como si todo esto fuese poco, se me rompió el termotanque.
Así que, ni bien termine de escribir esto salgo a comprar un perchero para la cartera, uno de esos aparatejos que hacen ruido con el viento, diez metros de cinta roja –voy a parecer una momia ensangrentada–, pintura dorada para pintar el interior de los caracoles, y blanca para tapar las marcas de mi estatura en la pared; busco el árbol de navidad en el altillo y lo regalo sin olvidarme de ponerme un cartel bien grande para armarlo el día de la Virgen; preparo los ñoquis y el billete, no vaya a ser que el 29 me agarre distraída; me consigo unas estampitas y una oración a San Benito, de esas que dicen "vade retro satanás", en la iglesia más cercana; tiro la batata brotada a la basura y a los pobres pececitos los convierto en un cardumen de Nemos. Y, lo juro, jamás vuelvo a coserme nada puesto ni a dar un paso al frente sin haber dado los imprescindibles tres para atrás después de ver un gato negro ni a agarrar un salero aunque el que me lo esté dando sea el mismísimo San Pedro.
Pero igual, por las dudas, dejen de darle agua a los elefantes.

1 comentario:

Anónimo dijo...

me cae que te entiendo perfectamente bien asi estoy yo y ya no veo lo dudro si no lo tupido y mi consejo es si del cielo te caen limones.....ps dale gracias a Dios que no son cocos